Pascal Mercier

"Dejamos algo de nosotros mismos atrás cuando salimos de un lugar. Continuamos allí, a pesar de que nos hemos ido. Y hay cosas en nosotros que solo podemos encontrar volviendo allí."

Pascal Mercier


"Había soñado que estaba sobre un escenario sentado a su piano nuevo, un Steinway de cola, y no sabía tocar. No hacía mucho que él, ese racionalista a ultranza, había hecho algo de una insensatez fascinante. Con el dinero que había heredado de su hermano, ya fallecido, se había comprado un Steinway, aunque nunca había tocado ni un compás al piano. Al vendedor le había resultado extraño que simplemente señalara uno de los pianos de cola relucientes, sin siquiera haber levantado la tapa del teclado. Desde entonces, el piano de cola, como si fuera una pieza de museo, había ocupado un lugar en la casa ya solitaria, con la apariencia de una lápida gigantesca.
-Poder tocar en ese piano de cola como se lo merece: eso es algo que está fuera de mis posibilidades en esta vida.
Estaba sentado frente a mí, vestido con una bata de dormir, y parecía más hundido en el sillón que de costumbre. Como avergonzado, se frotó las manos, eternamente heladas.
-Seguramente estás pensando que eso ya se sabía desde el principio. Y de alguna manera yo lo sabía. Pero sabes, cuando me desperté, lo supe de verdad por primera vez. Y ahora tengo mucho miedo.
-¿Miedo a qué? –le pregunté y esperé a que él, maestro en el arte de la mirada imperturbable y directa, me mirara a mí- ¿Exactamente a qué?
Una sonrisa cruzó el rostro de Jorge. Siempre es él quien me obliga a ser más preciso, quien opone su razón, adiestrada para el análisis y objetiva como la química, a mi tendencia a dejar los últimos temas en una vacilante incertidumbre.
Le dije que no era posible que un farmacéutico le tuviera miedo al dolor y a la agonía de la muerte y en cuanto a la experiencia humillante de la decadencia física y moral, ya habíamos hablado muchas veces sobre los medios y los modos, llegado el caso de que se cruzara el límite de lo soportable. ¿Cuál era entonces el objeto de su miedo?
-El piano de cola me recuerda desde esta noche que hay cosas que no tendré tiempo de hacer –cerró los ojos como solía hacerla siempre que quería adelantarse a una tonta objeción mía-. No se trata de pequeñas alegrías sin importancia o de placeres pasajeros como cuando nos abalanzamos sobre un vaso de agua fría en un día de calor sofocante. Se trata de cosas que uno quiere hacer y experimentar porque es sólo a través de ellas que la propia vida, esta vida absolutamente especial, llega a ser una vida total y porque sin ellas la vida quedaría incompleta, un torso y meros fragmentos."

Pascal Mercier
Tren nocturno a Lisboa



"Somerset Maugham no conseguía atraparme. Aparté el libro, abrí la ventana y agucé el oído para escuchar la noche, la oscuridad. No había sabido qué responder a la pregunta de Van Vliet. Él había inclinado la cabeza hacia un lado y me miraba con los ojos semicerrados, con una expresión de ironía, de complicidad y tristeza. Luego salió de la barrera de luz, y la puerta del ascensor se cerró. ¿Se debía acaso a la manera inesperada en la que llegó la pregunta? ¿O era la asombrosa intimidad que me cortaba el habla; una intimidad que iba más allá del hecho de que yo me hubiera convertido en su oyente?
“Liliane”. Liliane, la mujer que me enjugaba el sudor de la frente mientras operaba. Liliane, la que siempre sabía cuál era la maniobra siguiente, qué instrumento necesitaría a continuación. Liliane, la que se anticipaba con sus pensamientos, de modo que no eran necesarias las palabras, mientras nuestro trabajo conjunto transcurría en una callada armonía. Así habían transcurrido dos o tres meses. Su mirada clara y azul sobre la mascarilla; sus manos ágiles y serenas, grand; el acento irlandés; el gesto de asentimiento en el pasillo; el golpetear de sus zuecos, mi vistazo innecesario en el cuarto de las enfermeras; el cigarrillo entre sus labios llenos; la irónica mirada de respuesta, más larga de lo necesario; una única visita al despacho del jefe, el siempre sorprendente grand, tal y como lo había oído yo en Dublín; el instante de más junto a la puerta al salir; el movimiento de caderas, inconsciente, imperceptible; una manera suave y silenciosa de cerrar la puerta, que era a la vez una esperanza y una promesa.
[…]
Tenía algo de gata vagabunda la manera en que se sentó en el sofá, con las piernas metidas debajo, el pelo claro suelto, el vaso inmenso con la pajita entre los labios. De ella emanaba algo libre e inconstante, algo que era muy diferente a la perseverancia y la eficiencia de Joanne, rasgos que luego la convertirían en una exitosa mujer de negocios. ¿Qué había en sus ojos insólitamente concentrados? ¿Era entrega? Sí, ésa era la palabra precisa: entrega. De esa entrega manaban los movimientos concentrados durante el trabajo, la anticipación de las cosas que yo necesitaría a continuación, y veía esa entrega también cuando nuestras miradas se cruzaban por encima de las mascarillas. “I cannot be awake, for nothing looks to me as it did before, / Or else I am awake for the first time, and all before has been / a man sleep”. Conocía de memoria muchos versos de Walt Whitman, y me olvidé del tiempo y del espacio cuando ella lo recitó aquel día con los ojos cerrados, con el vaho en la boca, con melancolía y, sí, también eso: con entrega. Añoré esa entrega mientras aclaraba tras las cortinas y pasaban cada vez más camiones por la carretera cercana, emitiendo un ruido atronador. Pero en medio de esa añoranza apareció en mí un claro estado de pánico; vi el pelo pegajoso de Joanne, que me decía: “Thank God, it´s over”, y oí el grito de Leslie.
La entrega de Liliane era algo a lo que temía, y la temía como uno sólo puede temerse a sí mismo. Intuía que ella sería algo completamente distinto a todo lo experimentado por mí hasta entonces, con Susanne, con Joanne y con algunas más; relaciones fugaces; intuía que me hundiría y desaparecería en ella, para luego despertar de nuevo en algún momento, lejos de Joanne y de Leslie, y lejos también, por supuesto, de mí mismo; o al menos lejos de ése que yo había conocido hasta entonces.
Nunca antes sentí con tanta exactitud lo que significa fuerza de voluntad, como en el momento en que abrí los ojos, vi a Liliane y le dije: “I have to leave, it´s… I just have to”. Su mirada se tambaleó, la boca le temblaba como a alguien que sabía que perdería y que ahora, cuando lo comprobaba, se desgarra."

Pascal Mercier seudónimo utilizado por Peter Bieri
Lea 
















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