Vladímir Makanin

"A mí, en tanto que individuo, no me formó la universidad sino los años transcurridos en la escuela, el tiempo que pasé jugando al ajedrez. De niño, jugaba con mis tíos mayores. Dos o tres movimientos antes de perder la partida, mi tío se ponía a sudar, a removerse en la silla, a fumar (en aquel entonces todavía se podía fumar en los torneos), mientras que yo, un chaval, permanecía tranquilo y me regocijaba en silencio. (…) Y en el ajedrez, antes que nada, hay mucha lucha. Y concisión de pensamiento. Y filosofía."

Vladímir Makanin



"Con blancas es como tocar un recital de piano en una pequeña sala, con negras es música sinfónica."

Vladímir Makanin


“Escribir es como jugar al ajedrez con piezas negras.”

Vladímir Makanin



"Hay a quien le gusta jugar con blancas y a otros con negras, las blancas juegan de forma dinámica, las negras deben defender, sin prisas, lentamente porque un paso irreflexivo conduce a la pérdida."

Vladímir Makanin



"Hay dos procesos: la creación y el consumo. El autor es responsable únicamente del primero. Puede escribir una novela, una obra de teatro, pero cómo reaccionará la sociedad es algo que no sabe y no está en su mano decidirlo. La sociedad consume lo que tú haces. Puede reconocerte mañana y al cabo de un mes pisotearte. O reconocerte cuando ya hayas muerto. O no reconocerte nunca. Pero esto, insisto, no es problema del escritor, su preocupación ha de ser crear."

Vladímir Makanin



"La belleza te apela una y otra vez. Vives, vas tirando, y de repente te das cuenta de que vives inmerso en un lodazal. Y de pronto esa omnipresente belleza te da una lección que sacude toda tu alma. ¿Qué? ¿Finalmente lo has entendido todo? ¡Ay! Al cabo de un mes la vida sigue su curso y todo cae en el olvido, hay que construirlo todo de nuevo. Las cosas siguen como antes. Pero hubo un rayo de esperanza. Siempre hay un rayo de esperanza."

Vladímir Makanin



"La ciencia matemática es una disciplina hermosa, perfecta, pero, a mi modo de ver, un tanto fría. Sacaba buenas notas. A decir verdad, era un estudiante sobresaliente, pero las matemáticas no provocaban en mí emoción alguna.

A mí, en tanto que individuo, no me formó la universidad sino los años transcurridos en la escuela, el tiempo que pasé jugando al ajedrez. De niño, jugaba con mis tíos mayores. Dos o tres movimientos antes de perder la partida, mi tío se ponía a sudar, a removerse en la silla, a fumar (en aquel entonces todavía se podía fumar en los torneos), mientras que yo, un chaval, permanecía tranquilo y me regocijaba en silencio. No era en absoluto ese sentimiento insustituible de la lucha, que tan útil me resultó en

la vida. Me refiero, antes que nada, a la lucha con el texto. Su deseo sencillo y, diría, jovial de ganarme cuando yo ya no era un crío, me hacía sudar, removerme y fumar. Y en el ajedrez, antes que nada, hay mucha lucha. Y concisión de pensamiento. Y filosofía.

Aquí se puede aplicar, por ejemplo, una famosa regla del pensamiento muy certera: la amenaza es más fuerte que el hecho de que ésta se haga realidad. Basta con que una pieza presione en una posición, que amenace (sólo eso), y el adversario, por sí solo, dará un paso en falso."

Vladímir Makanin



"Me apasionaba el ajedrez… Empecé a perder la vista porque estaba todo el día estudiando, y cuando cerraba los libros de texto me ponía a jugar, y luego me pasaba las noches repasando las partidas… Tuve que abandonar el ajedrez, y todavía ahora si me paso leyendo tengo problemas…"

Vladímir Makanin




"Ganar con las blancas es como escribir emulando a alguien, es demasiado fácil sumar puntos.
Pero cuando escribes un relato o una novela moviéndote en un espacio no trillado y con nuevos tipos de héroes es como si jugaras con las negras. Y, en este caso, no se puede pensar en la victoria, quererla enseguida… No, tienes que comprometerte con la posición de las piezas no para ganar sino para que algo mágico, algo único de tí se pierda en el tablero de ajedrez."

Vladímir Makanin



"Se toman el té con parsimonia. Es la conversación pau­sada de dos personas que se conocen desde hace tiem­po y se respetan. (Rubajin empuja la carretilla. La inclina. Echa la arena. La distribuye con una pala y la iguala a ras de tierra).
—¿Sabes, Petróvich, lo que dicen nuestros ancianos? En
nuestras aldeas y aúles hay ancianos muy listos.
—¿Y qué dicen?
—Pues dicen que tenemos que hacer una campaña en Europa. Es hora de ir allí otra vez.
—¡Te has pasado, Alibek! ¡Eurooopa…!
—¿Por qué? Europa es Europa. Los ancianos afirman que no está tan lejos. Los ancianos están descontentos. Los
ancianos dicen: donde vayan los rusos, vamos nosotros, y,
al final ¿por qué nos matamos los unos a los otros?
—¡Pues pregúntaselo a tus amigos!—grita Gúrov con rabia.
—Oooh, te has enfadado. Al tomar el té, el alma se llena de bondad…
Guardan silencio durante un rato. Alibékov sigue deliberando mientras se sirve más té, tranquilamente:
—… tampoco está tan lejos. De vez en cuando hay que ir a Europa. Los ancianos dicen que, entonces, aquí haríamos enseguida las paces. Y tendríamos una vida normal.
—Pues ya puedes esperar sentado. ¡A saber cuándo lle­gará ese día!…
Gúrov suspira:
—Es cierto, va a hacer una tarde preciosa. En eso tienes razón.
—Yo siempre tengo razón, Petróvich. Bueno, diez Kalash, de acuerdo. Y de cartuchos, siete cajas."

Vladímir Makanin
El prisionero del Cáucaso














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