George B. Moore

Trasmutaciones

Empecé a interesarme por la traducción de la poesía latinoamericana en una clase sobre esa materia que tomé en la Universidad de Colorado, mientras cursaba la maestría en Escritura Creativa. Recuerdo que empecé traduciendo “Alturas de Machu Picchu” (1950) de Neruda. Tomé entonces cursos con el poeta estadunidense Edward Dorn, y él me introdujo en el libro Our Word: Guerrilla Poems From Latin America/ Palabra de guerrillero: Poesía guerrillera de Latinoamérica (Cape Gollard Press, 1968), que a la par había traducido con Gordon Brotherston. Pacheco aparecía allí mencionado y descubrí que Ed y José Emilio eran amigos.

Salvo por Don’t Ask Me How the Time Goes By (No me preguntes cómo pasa el tiempo, traducido por Alastair Reid y publicado en 1978 por Columbia University Press), la obra de Pacheco no era fácil de conseguir en Estados Unidos, y en español ni se diga. A comienzos de los ochenta viajé a la Ciudad de México con mi padre y en una librería hallé varios libros de José Emilio. Los compré todos. Empecé entonces a traducir algo de su obra solo para mí, y luego terminé dedicado a traducir dos libros suyos: Islas a la deriva (Siglo XXI, 1976) y Desde entonces (Era, 1980). En realidad, parte de mi tesis de maestría fueron mis traducciones de algunos de esos versos.

Lo que encontré en la poesía latinoamericana fue una libertad de expresión, especialmente a través del surrealismo, y una conexión con la metáfora que no hallaba en la poesía estadunidense de esa época. Sabía de traductores como Robert Bly y W.S. Merwin, y de su trabajo sobre poetas de México y América Latina. Lo que hacían me gustaba mucho, pero los resultados no siempre me satisfacían. Creo que mi propia vocación como poeta se reavivó por las posibilidades que encontré en la voz serena e irónica de Pacheco. Su poesía, además, hizo algo por mí: me comprometió con la idea, como él dice, de leernos unos a otros en la poesía.

Manifiesto

En 1981 obtuve la maestría y a comienzos del año siguiente me las arreglé para conseguir el número telefónico de Pacheco. Tenía la esperanza de encontrarme con él porque pronto visitaría la Ciudad de México, pero al final anduve escaso de tiempo y hablamos hasta que regresé a Colorado. Sin embargo, la barrera del idioma fue responsable de lo que luego pasó: yo tenía un nivel proficiente de lectura y había hecho muchas traducciones desde las fuentes originales, pero en ese momento tanto mi español hablado como la pronunciación en inglés de Pacheco no eran muy buenos. Después de ver que había un punto en común pero que teníamos problemas con el lenguaje, él sugirió que mejor le escribiera. Yo era un joven poeta y traductor y, obviamente, José Emilio no quería desanimarme. Creo que por eso no se limitó a dejar claro por teléfono que no quería ser entrevistado.

Me propuso que le enviara algunas preguntas. Era abril de 1982. Yo había hecho algunos trabajos para The Bloomsbury Review (revista fundada por Thomas Auer en Denver, en 1980), y allí mostraron interés en la entrevista con Pacheco si es que podía conseguirla. Así pues, cuando le envié el extenso telegrama —porque quería proceder con rapidez en la conversación—, se sorprendió bastante. Tal vez contestó en parte porque vio que yo estaba traduciendo su obra y porque me interesaba él como poeta. Quizá eso lo persuadió para tratarme de manera un poco diferente.

Me envió por correo el poema en español y una nota en la que decía que lo había escrito porque no podía conceder una entrevista, y que le daría gusto —por mí— que la revista lo publicara. Me solicitó que lo tradujera, tal como lo habría hecho con la entrevista. No escribió mucho más de lo que está en el poema. Confieso que inicialmente me entristeció que no aceptara la idea de contestar mis preguntas, pues tenía la esperanza de publicar algunas de mis traducciones acompañadas por sus respuestas. Pero lo traduje y “An Open Letter from José Emilio Pacheco” (“Una carta abierta de José Emilio Pacheco”) apareció en la edición de abril/ mayo de 1982 de The Bloomsbury Review.

Arte poética

Durante años trabajé en las dos colecciones de poemas ya mencionadas, pero luego me topé con problemas para hacer que los editores estadunidenses y los de Pacheco se interesaran en lo que yo había hecho. Supongo que incidió el hecho de que entonces, ya bien entrados los ochenta, su popularidad y reputación habían aumentado; por lo tanto, era cada vez menos factible que a un joven y desconocido poeta se le permitiera publicar la traducción al inglés de un libro de otro autor. En algún punto empecé a centrarme en mi propio trabajo, aunque no dejé de trabajar en la obra de José Emilio. De hecho, después de que apareció el poema nos escribimos un par de veces.

En aquel momento leí su “Carta” de una manera y hoy, a 35 años de distancia, la leo de otra; esa es la belleza de la poesía, ¿verdad? Puedo ver mis preguntas en sus versos, mi formalidad en la petición, mi deseo de entender al hombre adentrado en la poesía. Yo estaba entonces acercándome a la obra de autores que habían permanecido en el anonimato, como Thomas Pynchon y William Gaddis. Para un joven que estaba involucrándose en el mundo de la poesía, el “anonimato” que defendía Pacheco no le parecía demasiado real. No digo que fuera falso, pero tienes que ser un poco famoso para poder optar por evitar la fama. Creo, sin embargo, que en ese momento su poema compartió conmigo un mismo sentido: el papel del escritor como un ser discreto, silencioso.

Supongo que no imaginé que dicha ars poetica era definitiva porque respondía a las preocupaciones de aquel momento. Él y otros autores estaban tratando de centrarse de nuevo en la poesía, en tanto que el “culto a la personalidad” estaba creciendo y volviéndose un problema. El interés por la “escritura” y por los acontecimientos era algo que compartíamos en buena medida. Así que tal vez tocamos el tema en nuestras conversaciones, y él me respondió en parte por esa afinidad. He de decir que veo ambos asuntos inscritos en una época ya desaparecida, cuando no teníamos idea de cómo la personalidad le usurparía su prominencia al arte.

Recuerdo que algunos años más tarde, cuando se publicaron sus Selected Poems (New Directions, 1987. Editado por George McWhirter), me sorprendió ver el poema allí (traducido por Linda Scheer). Supongo que no tenía yo idea que figurara de manera tan relevante en su obra poética. Por otra parte, admito que nunca hice un seguimiento de sus entrevistas posteriores. Tuve un momento y un contacto personal con él, y eso bastó. No necesitaba enturbiar esa historia con otras interpretaciones.

Encuentro

En el poema hay un verso que dice: “No nos veremos nunca pero somos amigos”. Lo cierto es que me encontré con él unos años más tarde en Estados Unidos. Fue en 1988. Asistí a una conferencia de organizaciones académicas nacionales en Nueva Orleáns. José Emilio estaba en la agenda para hablar o leer, y cuando acabó fui a su encuentro. Solo conversamos unos minutos porque él estaba rodeado de gente. Su reputación en Estados Unidos había crecido considerablemente. No intentaría sobreestimar las cosas, pero me di cuenta de que aún teníamos mucho que decirnos el uno al otro. Pacheco me recordó de inmediato. El poema que me envió se había convertido en una especie de silencioso vínculo. Me habría gustado tener más tiempo para conversar con él.
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George B. Moore









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