Imma Monsó

"Dos semanas después del «somos tan poca cosa», yo me había ya liberado, por una parte, de las operaciones aritméticas efectuadas hasta entonces, y por otra, de la presión para iniciar el estudio, ya que había tomado la decisión de empezar en enero. El frío que presagiaba el invierno intensificaba el placer de matar las tardes ante la chimenea, tostando pan para la merienda, viendo caer la niebla hasta que los pinos del jardín se fundían en gris y luego en negro, contemplando las llamas, escuchando los crujidos de la leña con la atención que le habría dispensado a un concierto. El resto era silencio, hasta que llegaba mamá.
Llegó aquella tarde, poco antes de la hora de la cena, cargada con notable cantidad de bolsas y paquetes, y después de dejarlas caer en cascada, supongo que para hacer notar una presencia que yo, absorta en el crepitar del fuego, no había detectado, saludó. Decir que saludó es una manera de hablar, nunca saludaba con las palabras usuales de saludo, utilizar saludos debía de parecerle una pérdida de tiempo y, seguramente, una gran hipocresía que no estaba dispuesta a cometer, «porque», decía, «yo tendré otros defectos, pero franca lo soy mucho», de modo que, ¿cómo iba a decir «buenos días» o «buenas tardes» o cualquiera de esas majaderías convencionales que pretenden hacer creer que todo el monte es orégano?
«Nunca hubiera imaginado que existiera tanta miseria», exclamó aquella tarde, en lugar de «buenas tardes». Supe enseguida que se refería a la crisis económica, pues estábamos a mediados de diciembre y las bolsas indicaban regalos y compras prenavideñas. En las familias se empieza a notar que se acerca la Navidad porque aparece la inquietud por encargar el marisco o por encontrar en el armario de la cocina doce vasos del mismo modelo para poner la mesa. En mi casa, la proximidad de las fiestas navideñas se notaba porque la conversación se iba poblando de injusticias y de miserias, de pobres pedigüeños, de gente que moría congelada y de gente que moría de pena, de gente que pasaba hambre o de gente que había de renunciar a comprar pescado fresco y lo compraba congelado. De entrada, no resulta difícil ver el lado oscuro de la Navidad, de hecho, muchísima gente no soporta las Navidades y, para no aguar la fiesta, hacen como que no pasa nada; pero lo de hacer como que no pasa nada no era propio de mamá. Así que disfrutaba un montón con el pasatiempo de encontrar pegas a algo supuestamente positivo (tan positivo que hasta lo llaman fiesta), cuando la verdad es que tenía mil inconvenientes: los villancicos que la transportaban a su infancia tan feliz, aunque, bien mirado, su infancia había sido muy dura, pero ahora le parecía feliz; los seres queridos que faltaban porque estaban ausentes o difuntos, aunque, bien mirado, peor es tener que preparar comida para cuarenta. Lo miraras por donde lo mirases, las Navidades eran un asco, «menos mal que vienen los niños de Gloria», decía, pero de inmediato resaltaba que yo, en cambio, acabaría mal si no me decidía a tener hijos para que las Navidades fueran menos horribles de lo que eran, y eran tan horribles que, con críos incluidos, ella deseaba que ya hubieran pasado y que los críos ya se hubieran ido, pese a que todavía no habían llegado.
Todas las festividades provocaban en mamá parecidos efectos. Se le antojaban obscenas las celebraciones en general, incluso los funerales, pero la apoteosis de la celebración aberrante, más aún que las Navidades o los funerales, era para ella el cumpleaños. Le parecía un macabro ritual de aproximación gradual a la tumba, cada año, un año más cerca, y visto así, francamente, a mí también se me quitaron las ganas de celebrar cumpleaños, y cada vez que cumplía años me veía en un inmenso campo de golf dando un paso de gigante hacia el agujero, un agujero que aún no veías, aunque sabías que estaba allá, lejos, pero con cada cumpleaños un poco más cerca. Un agujero negro y pavoroso (acaso en el próximo cumpleaños ya lo podrías ver), abierto en exclusiva para ti. Evidentemente, ella jamás lo celebró. Nosotras, de pequeñas, sí, pero más tarde ya no, festejar la proximidad del final acabó por parecernos un extraño desatino."

Imma Monsó
Todo un carácter


"Finamente, otros se salen de los tópicos porque siempre han huido de ellos. Es el caso de N, una amiga de su familia (noventa años llenos de lucidez, una inteligencia afilada como una navaja). Acaba de llegar de México, donde vivió cuarenta años de exilio y donde ahora pasa seis meses al año. Al enterarse de su muerte me llama y, sin previo saludo, me suelta: «Lo tengo en la carpeta». «¿Cómo?», pregunto. «Sí, nena. Tengo una carpeta que lleva por título Los que no volverán. Ahí guardo las
necrológicas de los amigos». «Me gusta el título», le digo (no deja lugar a la duda). En la carpeta tiene un par de maridos y un buen número de grandes amigos. Últimamente, su carpeta está engordando. A continuación N, que se declara roja hasta la médula, me hace saber que se siente muy orgullosa de haberlo encarpetado el mismo día exacto que a otros dos amigos suyos, Manolo Vázquez Montalbán y Juana Doña. Lo interpreta como una señal inequívoca del destino: «Tres rojos tan personas muertos casi a la misma hora, por fuerza ha de significar algo». «Pues a lo mejor», digo.
¿Fue rojo? No lo sé. Le recordamos denunciando los peligros y las trampas de las ideologías, provocando a sus amigos socialistas con canciones falangistas y nazis, y a sus amigos de derechas con la Internacional, hasta el punto de que su ahijada, hija de su buen amigo ultraecologista y ultrarepublicano, acudía a su colegio ultraecologista y ultrarepublicano cantando «Despierta ya, burgués y comunista», o la hermosa «Ich hatt’ einen kameraden» cuando tenía cuatro años, lo que podía inducir a error a algunos estrechos de miras para quienes cuenta más que la canción sea un símbolo fascista que no un himno conmovedor al camarada caído, creado ciento cincuenta años antes de la Segunda Guerra Mundial. Camisa azul también estaba entre sus canciones preferidas para tocar los huevos, al fin y al cabo la había cantado durante dos meses cuando, adolescente que se afirmaba ante un padre intensamente republicano, ingresó durante un breve período veraniego en unos campamentos de la Falange."

Imma Monsó
Un hombre de palabra


"La qüestió de les paraules no era menor: la hiperreactivitat d’ella a determinades paraules havia tornat amb força, adjectius que no suportava, expressions que li provocaven nàusees, comparacions que la inflamaven, tòpics que l’emmalaltien, proverbis que la irritaven i interjeccions que la desestabilitzaven: totes li provocaven allaus d’imatges vívides que només calmava fent desfilar versos dins del cap."

Imma Monsó
L’aniversari



"Leer a los clásicos es como enamorarte en un momento adecuado."

Imma Monsó


"Los escritores catalanes de mi generación hemos tenido que hacer un sobreesfuerzo respecto a la lengua."

Imma Monsó


“Por mucho que vivas en una burbuja, acabas siendo hija de tu tiempo.”

Imma Monsó










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