José María Morón

Epístola a los mineros de Riotinto

¿Nombres? Yo no recuerdo ninguno entre mis labios.
Sólo el enorme, anónimo, del genérico esfuerzo.
El que expanden las arduas muchedumbres activas,
cuando los otros nombres ya olvidaron sus cuerpos.

En rebelión de músculos y torsos distendidos,
yo os he visto ganar un cielo cada día
y ese pan merecido, que al llegar a la boca,
tiene el sabor caliente de vuestra propia vida.

¡Hombres de hollín y lodo! Menhires elevados
como un tenaz milagro de voluntad y tiempo,
con el pico en el aire, o con la pala al hombro,
sobre el paisaje ardido de escorias y de aceros.

Cuando agoniza en largo gemido la sirena
y el alba azul exprime los panales del sueño,
ya en pie, terca milicia, de harapos y alpargatas,
camináis a la fiesta de la tierra y el fuego.

A esa bárbara fiesta en que el martillo es pájaro,
y son los yunques rojos surtidores de estrellas;
los altos hornos brindan su sangre a los ponientes
y cazan nubes albas las negras chimeneas.

A la fiesta hervorosa, de los bosques eléctricos,
donde las grúas famélicas rumian huesos de rocas
y van las sucias crías de vagones piantes
colgadas en las ubres de las locomotoras.

A la fiesta rodante de las trémulas fábricas,
donde el metal agita su candente epilepsia
y lanzan sus metáforas violentas los motores,
en la música negra de émbolos y poleas.

A fiesta plutónica del filón millonario,
allá, en los fondos negros de la mina inexhausta,
cuando zumban los pulsos del mundo en vuestras sienes
y sobre vuestros hombros cabalgan las montañas.

Tenéis toda mi vida pequeña en vuestras manos,
cunas de los asombros más dulces de mis días;
aquella vida rubia que se me fue riendo
por el áspero y roto paisaje de la mina.

¿Nombres? Yo no recuerdo ninguno entre mis labios,
sólo el enorme, anónimo, del genérico esfuerzo.
¡Hombres de hollín y lodo! ¡Mineros de Río Tinto!
Yo os guardo en el más alto mirabel del recuerdo.

José María Morón



Expreso

ArribaAbajo En largo acordeón de sombra, ardiendo,
tromba de escaparates seguidores,
a cien rayos la hora persiguiendo
fugas de pueblos, árboles y alcores...

Por la epilepsia forestal, mugiendo
a los férreos rebaños invasores,
corneando el confín y en dos partiendo
la burla de los vientos lidiadores.

Puentes de turbia lengua y revoladas
cales, huyendo, tras las estaciones
telegráficamente trasplantadas.

En una expectación de lejanías...
cuando pulsa, entre raudas ovaciones,
su pase de la muerte el guardavías.

José María Morón



Las sondas de tus ojos

Las sondas de tus ojos, en sueños verticales,
sobre los fondos últimos que la mina dilata,
hurtando lunas frías y conchas siderales,
a la alta veta rubia, de los labios de plata.

Capataz de las rocas canas de minerales,
equipado de hollín y de lodo escarlata.
Te diplomaron hornos, yunques y pedernales,
con el candil minero y la blanca alpargata.

Y tú, ya cuaternario y ausente de niveles,
harto de longitudes y de números fieles,
vivías la millonaria noche de las piritas.

Vaivoda de los gnomos, de albas barbas filadas,
jardineros del parque, azul, de estalactitas,
donde el agua idealiza sus flautas apagadas.

José María Morón



Minero de Estrellas

Luce la esbelta mañana
corona de chimeneas...
blanca y azul por el aire,
por el aire, azul y negra.

Y, aún, de la luna de espuma
fluyen, dormidas las sendas.

Tres veces murió de frío
el grito de la sirena,
y en la estación de los sueños
el tren de la mina espera.

¡Trabajadores tempranos,
decidle al que no lo crea,
que me habéis visto en el alba
minero de las estrellas!

José María Morón















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