Peter y Caterina Kolosimo Los secretos del Cosmos

 
"Por lo que parece", dijo la Novosti, "han sido refutadas todas las concepciones tradicionales: las observaciones y los cálculos realizados antes indicaban que la masa integral del Universo superaba en un billón de miles de millones de veces a la del Sol. Pero los datos provisorios indican que la masa "escondida" es por sí misma varias veces superior a la masa visible del Universo actualmente registrado."
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 8

 
 
¡Qué magnífico espectáculo gozarían los presuntos habitantes de los planetas correspondientes a estas "superestrellas", viendo a los soles amarillos moverse sincronizadamente con los soles azules, a los soles rojos ponerse para dejar el lugar a los soles blancos, a los soles dorados convertirse en soles verdes!
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 14
 
 
Podemos avanzar o retroceder, desplazarnos hacia la derecha o la izquierda, ascender o descender, pero no podemos wyxar. Si pudiésemos wyxar aunque fuese un poco, la situación sería muy distinta. Tendríamos la facultad de ver lo que los hombres "normales" no ven, de seguir sin ser observados lo que otros proyectan o hacen entre las paredes de sus casas o incluso en el refugio blindado más profundo, de echar una ojeada al futuro para descubrir cómo terminará el último matrimonio de la diva del momento actual o cuál será la suerte del nuevo gobierno. Pero, ¿qué significa "wyxar"? Disculpen, pero en realidad no podemos explicarlo. Más aún, ni siquiera podemos concebirlo. A lo sumo, podemos tratar de definir las condiciones en las cuales lograremos wyxar. Imaginemos una larga serie de esferas transparentes. En el interior de estas esferas en efecto podemos adelantarnos y retroceder, desplazarnos hacia la derecha y hacia 10 la izquierda, ascender y descender: en realidad, ellas representan nuestro espacio de tres dimensiones. ¿Por qué hemos hablado de una serie de esferas? Para suministrar una idea del tiempo, que se desgrana ininterrumpidamente de un extremo a otro de su línea: por ejemplo, de la esfera de la hora 15 a la esfera de la hora 15 y 1 segundo, y a la siguiente, la hora 15 y 2 segundos, y así por el estilo. De modo que para wyxar deberíamos poder escapar de nuestro espacio tridimensional: de ese modo lograríamos observarlo desde afuera, con los consiguientes resultados. Viviríamos así en un mundo de cuatro dimensiones, que incluiría las tres ya mencionadas, más una que la mente humana no puede en absoluto concebir, a pesar de todos los intentos de representación científica.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 14
 
 
El término "antimateria" nació quizá de sus suposiciones: ciertamente, pronto fue aprovechado por los escritores de ciencia ficción que opusieron a los mundos que conocemos otros tantos "antimundos", y al universo un "antiuniverso".
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 19
 
 
Operación antimateria
 
Hacia mediados de los años 30, el premio Nobel británico Paul Dirac comenzó a sospechar que cada partícula atómica tenía su contrario. Al núcleo, para nosotros de carga positiva, habría debido corresponder al antinúcleo, de carga negativa, al electrón (para nosotros negativo) e] antielectrón (positivo-, y por consiguiente al átomo, el antiátomo, a un elemento químico un antielemento y asi por el estilo.
 
El término "antimateria" nació quizá de sus suposiciones: ciertamente, pronto fue aprovechado por los escritores de ciencia ficción que opusieron a los mundos que conocemos otros tantos "antimundos", y al universo un "antiuniverso".
 
El primer autor que abordó el tema fue probablemente el norteamericano Jack Williamson, con sus dos novelas La nave de Antim y El desencuentro de Antim ("Antim"
 
representa justamente la antimateria), editados en 1942, y que describen las dificultades que se oponen al intento de entrar en contacto con seres en apariencia iguales a nosotros, pero básicamente distintos por su estructura esencial.
 
Las ideas de Dirac parecían una mera divagación científica, pero algunos investigadores lo tomaron muy en serio y comenzaron a realizar experimentos que condujeron a la obtención de antielectrones en el laboratorio. Entonces se comprendió la verdad de todo lo que la literatura utópica había anticipado: en el vacío los antielectrones no se molestaban, pero si encontraban un electrón, allí terminaba todo: al chocar, las partículas se destruían.
 
Había comenzado el estudio de la antimateria: para producirla, naturalmente era necesario disponer también de núcleos atómicos negativos. Su producción fue resultado del trabajo de premio Nobel italiano Emilio Segré, en setiembre de 1956. Las investigaciones de Segré llevaron a conclusiones científicamente interesantísimas, pero muy poco reconfortantes cuando se las tradujo a términos cósmicos: de hecho, se llegó a la conclusión de que bastaba el encuentro de medio gramo de antimateria con la materia para provocar una explosión análoga a la que destruyó a Hiroshima.
 
Hasta ahora no hemos llegado a eso, si excluimos la interpretación de la caída de un misterioso bólido, el 30 de junio de 1908, en Tunguska (Siberia central), por algunos investigadores que vieron en ese hecho el efecto del impacto de un cuerpo de antimateria con la Tierra. Sin embargo, algunos autores sostienen que vivimos en contacto muy estrecho con la propia antimateria.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 19
 
 
Sobre la base de los datos estadísticos correspondientes a 10 años, los estudiosos de Tomsk han determinado que 24 horas después de cada aumento considerable de la luminosidad de la cromósfera se cuadruplican los accidentes callejeros y se duplica el número de los infartos. Los datos recogidos en el curso de muchos años por el servicio de primeros auxilios de Vilna, capital de Lituania, indican que 48 horas después del agrandamiento de las manchas solares hay un importantísimo aumento de los llamados a causa de los ataques cardíacos y crisis de hipertensión. Los hombres de ciencia japoneses destacan que en tales circunstancias hay un alza brusca del diagrama de los incidentes en todas las ciudades niponas. Los médicos observan que cuando aumenta la actividad solar, en los pacientes se advierte la disminución de la capacidad de coagulación de la sangre, y un descenso de las reacciones frente a distintos estimulantes. Se comprueba también una notable acentuación de la actividad de los microbios. Se perciben otras inquietantes manifestaciones en relación con el fenómeno en muchísimos campos: crisis de locura, delitos, actos violentos.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 28
 
 
Los árabes lo llamaban Kantab (a Mercurio), y afirmaban que era portador del bienestar. "Si lo ves mientras se eleva, aconsejaban, lee tres veces estos versos: "El año no pasará sin que Dios -alabado sea el Altísimo- te dé riquezas". Para los caldeos su nombre era Gud Ud y su aparición en invierno anunciaba un frío intenso y en verano un calor insoportable. También los polinesios lo conocían: "Después viene Ta'ero (Mercurio) cercano al Sol", dicen sus antiquísimas descripciones de los planetas alrededor del Sol. "Todos los cuerpos celestes están allí", leémos, "para embellecer la tosca morada, para pasar delante de la estrella que guía." Finalmente, para los tongas, Mercurio es Ta'elo, Kaelo para los hawaianos, que también lo denominan Uka Lialil, "el que sigue al jefe" (o "al rey"). En el medioevo a menudo se creyó que verlo era un acto de mal aguero. Se asignó este nombre también a la "plata viva", al único metal líquido y quizá precisamente por la suma movilidad, semejante a la del cuerpo celeste. Mercurio -después de que el gran Copérnico expresó su pesar porque jamás lo había visto- fue descubierto científicamente por Galileo en setiembre de 1610, y su existencia fue comprobada algunos meses después por el holandés Christian Huyghens.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 36
 
 
Bernard Fontenelle (sobrino de Corneille) en sus Conversaciones acerca de la pluralidad de los mundos que dirá de Venus que es un globo "poblado por filemones y baucis, ocupados en inventar todos los días fiestas, danzas y torneos".
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 48
 
 
El hecho de que la Tierra no gira alrededor del Sol es también una idea fija en la viuda Pierrel, de Cluny, Francia, quien si bien tuvo una visión diferente de la que hemos hallado en Barthélémy, durante 25 años persiguió al célebre astrónomo Camille Flammarion, y a otros de sus famosos colegas, así como a la Sociedad Astronómica de Francia, hasta terminar escribiendo, a los 75 años en 1926, su último libro, que metió en el asunto incluso al académico Jules-Henri Poincaré, y que incluye su afirmación de acuerdo con la cual no existe ninguna prueba matemática del movimiento de la Tierra y la revolución de la Tierra misma alrededor del Sol no está demostrada científicamente.
 
En efecto, Poincaré pronunció estas frases, pero -como él mismo lo destacó- sólo para demostrar "con cuánta prudencia debe enunciarse una hipótesis científica". Por lo tanto, conviene prestar atención a las palabras, porque podría entendérselas no precisamente en el sentido con que fueron concebidas.
 
De acuerdo con la viuda Pierrel, la Tierra está en el centro del Universo. Es cierto que gira, pero toda la esfera celeste está a su servicio. Tiene un movimiento de rotación y también de revolución, pero no alrededor del Sol, sino en torno del eje del Universo mismo, lo cual sugiere la idea del movimiento -del todo aparente- de los astros alrededor de nuestro planeta.
 
A pesar del glacial silencio de los estudiosos, la combativa dama no renuncia a la campaña "clarificadora" sino hacia el fin de su vida. Y la termina, poco antes de su desaparición, con una violenta invectiva:
 
"Utilizando mi voz, la ciencia astronómica lanza su grito de angustia a los cuatro puntos cardinales, con el fin de que se lo oiga en toda la Tierra, y este grito se resume en estas palabras acusatorias: ¡Error! ¡Mentira!
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 76
 
 
Alrededor de un sol amarillento rota una serie de esferas pequeñísimas, verdaderos enanos del cosmos, seguidas por fragmentos y pedruscos apenas visibles. Es un movimiento fantástico de esferas blancas, verdes, rosadas, algunas envueltas por capas de vapor, otras calcinadas por el sol o cubiertas por una capa de hielo.
 
Pero la masa que ha atraído la atención de los exploradores cósmicos es la única que tiene características tan singulares, y al acercarse ellos se sienten cada vez más asombrados ante estos prodigios: el azul se descompone en una fantasía de tenues matices, después el velo se desgarra y aparecen sobre la esfera manchas verdes, anaranjadas, azules y sobre ellas flotan, a media altura, copos blancos.
 
Un resplandor intensísimo deslumbra a los viajeros del espacio: el planeta-gnomo refleja como un espejo la luz de su Sol. Al principio, los astronautas no pueden comprender el fenómeno, pero al acercarse todavía más al pequeño cuerpo celeste no tardan en advertir la causa: gran parte del mismo está cubierto por agua, y a ésta responden las grandes manchas azules.
 
Ciertamente, nuestro sol sería apenas un pálido y mortecino tizón frente a las estrellas que pueblan el Universo, de la esplendorosa Spica a la blanca Righel y a la ciclópea Antares (de la cual, según imaginamos, llegaron nuestros viajeros cósmicos), en la que podrían incluirse cuatro millones y medio de astros análogos a aquel que nos infunde vida.
 
Enfundemos el atuendo -o mejor dicho las escafandras- de los titánicos astronautas, y reduzcamos proporcionalmente la Tierra a una masa de cerca de sesenta centímetros de diámetro.
 
Como se ve, las dimensiones del planeta azul son muy modestas. ¿Deseamos tratar de levantarlo para observar desde más cerca sus características? Necesitaríamos por lo menos doce hombres robustos para lograrlo, porque nuestra esferita, a pesar de sus tres spannes de diámetro, pesa cerca de 6 quintales. En efecto, la densidad de la Tierra es una de las mayores del sistema solar, pues presumiblemente se trata de una masa de hierro y níquel recubierta por un delgadísimo estrato rocoso.
 
Pero éste es el único detalle que, en nuestra condición de gigantescos visitantes del sistema solar, podría impresionarnos. Todas las restantes cosas son tan minúsculas, tan livianas, que provocan nuestra sonrisa, comenzando por la atmósfera, esa envoltura gaseosa que parece tan imponente a los habitantes de la Tierra, y que les infunde vida, y los protege de la mortal desolación del espacio.
 
Con un solo soplo nosotros, los astronautas de Antares, podríamos privar al planeta de su valiosísima envoltura aérea. ¿Y si quisiéramos devolverle una atmósfera? Bien, sería suficiente encender un cigarrillo. Un anillo de humo sería más que suficiente en el supuesto de que el humo pudiera reemplazar al aire: una envoltura con un espesor de medio milímetro en electo contendría (siempre en proporción con nuestro planeta de un diámetro de 60 centímetros) el 90 por ciento de la atmósfera terrestre.
 
Los océanos parecieron desmesurados y terribles a los navegantes que los afrontaron. Sin embargo, si apoyáramos la mano allí donde, de acuerdo con nuestro modelo, se extiende el Pacífico, nos humedeceríamos apenas la punta de los dedos: la profundidad media de los océanos sería aproximadamente de un cuarto de milímetro, y toda el agua reunida no bastaría para llenar un vasito de licor.
 
¿Cuál es la situación con los ríos y los lagos? ¿Deseamos tratar de vaciarlos y llenarlos de nuevo con una gota de agua, una de esas que caen de los grifos? No, por favor: provocaríamos desastrosas inundaciones. En efecto, es suficiente un décimo de gota para representar la totalidad del agua dulce de nuestro modelo, para llenar ríos y lagos, y también para formar las reservas hídricas subterráneas y provocar las precipitaciones atmosféricas.
 
Pero hemos olvidado los hielos, esas temibles masas blancas que cubren los casquetes polares de la Tierra, y que según algunos son tan pesados que amenazan el equilibrio del planeta.
 
Nada que temer, podemos corregir de inmediato esta situación: aferremos entre el pulgar y el índice la punta (apenas la punta) de un cono helado, y tendremos todos los hielos del planeta azul condensados en esa minúscula pirámide que mide menos de un centímetro de altura.
 
Veamos en miniatura todos los mares y todos los montes de nuestro planeta, midámoslos, extraigamos la media: veremos que corresponde al espesor de dos hojas de papel superpuestas. Y
 
ahora, ¿qué puede asombrarnos? En todo caso, no el hecho de que, si pudiésemos arrancar de la masa un continente tendríamos en la mano una pequeña costra rocosa curva con un espesor de milímetros.
 
Pero puede provocar cierta impresión la masa incandescente que hierve allí donde falta...
 
la tapa. (El interior de la Tierra). Sí, hay motivos para sentir que a uno le recorre un escalofrío por la columna vertebral, cuando piensa en esos pobres seres que viven sobre un globo de fuego apenas cubierto por una frágil capa de piedra.
 
Pero, incluso en nuestro carácter de gigantescos exploradores cósmicos, hay varias cosas acerca de la Tierra que no podemos demostrar, a menos que aceptemos condenar a la esferita azul a un fin prematuro.
 
Veamos: si este planeta es una masa de fuego envuelta por esa mísera capa de la cual hemos hablado, ¿cómo pudo existir tanto tiempo y suponer que afrontará, con el beneplácito de las potencias atómicas, los años que la ciencia le asigna? En efecto, un pequeño incidente podría provocar el fin del mundo de los hombres. En cambio, todo está calculado con tal precisión que excluye esta terrible eventualidad.
 
Si la velocidad de rotación aumentara, el planeta se vería sacudido por tremendos cataclismos. Si además la Tierra girase sobre sí misma 17 veces más intensamente que lo que ahora gira, la fuerza centrífuga del Ecuador sería igual a la fuerza de gravedad, y la sutil costra no podría ya retener el mar de fuego interno: los montes, las llanuras, los océanos se dispersarían en el espacio y la pobre esferita terminaría como esas ruedas que explotan durante los espectáculos pirotécnicos.
 
No sólo eso: la Tierra es tan débil que no podría ni siquiera sostener su peso si no avanzara en el espacio. ¿Deseamos retornar a nuestra esfera de 60 centímetros de diámetro, aferraría y depositarla, por ejemplo, sobre otra mucho más grande, la de Júpiter, cuyo diámetro debería ser proporcionalmente, semejante a 3,33 metros?
 
Aunque tratásemos de ejecutar con la mayor delicadeza esta operación de traspaso de la carga, el resultado sería desastroso: veríamos derrumbarse la Tierra como una gota de miel depositada sobre un plato, después, de su envoltura resquebrajada brotarían fuentes de magma ardiente. Todos los mares desaparecerían en una ola de vapor y finalmente el planeta, al enfriarse, se reduciría a un montón informe de lava y metal.
 
Esta es la Tierra, vista -como hemos dicho- por hipotéticos astronautas provenientes de un mundo imaginario, pero remitida a sus auténticas proporciones.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 77
 
 
Después, con el nacimiento de la mitología helénica, llegó Selene. Al principio no era en absoluto un globo colmado de cráteres, "mares" y continentes, como lo vemos nosotros, sino una hermosa muchacha, hija del titán Hiparión, representada también como hermana, hija o mujer del Sol, y "transformada" después en el astro que conocemos.
 
Más tarde, su personalidad se fundió con la de Hécate, primero considerada la benéfica dominadora del cielo, la Tierra y el mar, y después vestida lúgubremente de divinidad infernal, autora de magias y sortilegios.
 
Felizmente, algunos la describen también con un aspecto bastante menos siniestro, el de la virgen Artemisa (la diosa romana) protectora de los bosques y la selva, pero sólo hasta cierto punto, porque también se la considera una infalible cazadora.
 
En definitiva, para no ofender a nadie fue venerada como diosa del cielo (Luna o Febea) de la Tierra (Trivia) y de los Infiernos (Hécate).
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 81
 
 
Que la Luna puede provocar el enamoramiento ha sido sostenido desde la antigüedad y continúa siéndolo ahora. Para muchos no se trataría de la influencia directa del astro (no la tienen en cuenta ni siquiera los cantores de la "pálida señora de la noche") sino de la atmósfera que ella crea, y que con su dulzura induce a los corazones que ya son tiernos a demostrar aún más sensibilidad que la acostumbrada.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 87
 
 
… ¿por qué hasta el siglo XVII no pudimos disponer de mapas lunares? Si prescindimos de las lentes y los hipotéticos telescopios, incluso reconociendo que el satélite era visible sólo a simple vista, ¿cómo es posible que nadie pensara representarlo anteriormente? 57 Algunos autores aluden a la destrucción de importantísimas bibliotecas -hecho que es real-, en las que se habrían conservado valiosos documentos; otros se refieren a motivos religiosos; pero la verdad es que nada sabemos.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 97
 
 
¿Y qué decir de las cúspides fotografiadas por el Lunar Orbiter 2 sobre la orilla occidental del Mar de la Tranquilidad en 1966? Se trata de formaciones que difieren por completo de las restantes características lunares: la más alta mide cerca de 213 metros, y está enmarcada por dos pilares de proporciones considerables.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos
 
 
En algunos puntos de la superficie del satélite fueron vistas auténticas y propias figuras luminosas: luminosidades en forma de estrella en el cráter Aristarco, una definida X en el cráter Eratóstenes, una Y en el Littrow, y en el cráter Endoxus resplandece una línea semejante a un largo tubo de neón, y hay figuras geométricas en el Plinius y algunos cuadrados en el cráter Platón.
 
Este último es quizás el más extraño: en él las "señales" luminosas se multiplican, y en ciertos períodos adquieren un ritmo frenético. Y aquí fue observada, el 12 de agosto de 1944 la presencia de "algo extraño que reflejaba intensamente la luz solar" y que, tan misteriosamente como había aparecido se desvanecía algún tiempo después.
 
El 3 de setiembre de 1958, hacia las 4 de la mañana, el astrónomo soviético Nikolai Kosirev siguió durante unos 30 minutos y fotografió, la aparición de grandes puntos de fuego en el cráter Alfonso, y llegó a la conclusión de que en la Luna todavía hay erupciones volcánicas, a las cuales responderían también varias de las observaciones que hemos señalado.
 
Otros fenómenos han llevado a hablar de la caída de meteoritos que se encienden cuando tocan el sutil velo atmosférico que circundaría a Selene, de la ionización de partículas moleculares, de misteriosas actividades magnéticas; así se podrían explicar, por ejemplo, las manchas luminosas que a menudo aparecen en el Mar de las Crisis, las vívidas luces centelleantes del interior del cráter Aristarco, las muchas puntas observadas entre el hemisferio visible y el que está oculto.
 
Naturalmente, algunos han aludido a la existencia de hipotéticos selenitas, pero en la Luna no existe ninguna forma de vida, ni siquiera muy elemental: los exámenes exactisimos realizados a distancia por los soviéticos y los estadounidenses, y también las muestras recogidas por los cosmonautas y las sondas, lo han demostrado sin posibilidad de error.
 
No obstante, existen algunos aspectos extraños, cuya dilucidación podría ser útil para los futuros exploradores del satélite. Por ejemplo, el polvo lunar ha destruido tres tipos de microorganismos, entre ellos el estafilococo áureo (agente de varias enfermedades, utilizado para probar la eficacia de algunos antibióticos). Inyectado en animales de distintas especies, entre ellos gusanos, pájaros, peces y ratones, sin embargo, no ha provocado ningún efecto, incluso después de varias generaciones.
 
Por el contrario, en algunos fragmentos de la sonda automática Surveyor 3, devueltos a la tierra por los cosmonautas de la Apolo 12 en noviembre de 1969, fue observado, después de la inmersión en una solución química, la aparición de numerosísimos estreptococos mite (es decir, no responsables de procesos infecciosos).
 
Se deduce de ello que algunos esquivaron la descontaminación realizada antes del lanzamiento, que sobrevivieron dos años y medio del ambiente lunar (el vacío, las radiaciones, etc., y que salieron de su letargo al recuperar las condiciones terrestres.
 
Por consiguiente, si la Luna no ha podido producir vida, los estreptococos del Surveyor demuestran que, en todo caso, a veces puede aceptarla. Y probable-mente se podrá decir lo mismo de los restantes satélites minúsculos que según algunos afirman han sido vistos circulando alrededor de la Tierra.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 109
 
 
Karl Muller concibiese la idea de formar una lista de todos los fenómenos análogos. Registró 174 "enigmas lunares", una lista ampliada 14 años después por el alemán H. L. Gramatsky
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 109
 
 
En el estado actual de las cosas es difícil concebir que allí existan formas de vida. Pero los hombres de ciencia no se desaniman, sobre todo porque Marte de ningún modo ha revelado todos sus enigmas. Así, de tanto en tanto contenemos el aliento: quizá se ha descubierto algo, tal vez nuestro vecino cósmico alberga a "alguien".
 
En setiembre de 1976 el semanario alemán Stern publicó una noticia sensacional: los laboratorios del Viking lanzados por los norteamericanos habían establecido la presencia de microorganismos en la llamada "Tierra del Oro", perteneciente al suelo marciano. Su concentración era enorme: 1.000 por metro cúbico de superficie.
 
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Ciertamente, no se trataba de los famosos hombrecillos verdes, acerca de los cuales de tanto en tanto se había fantaseado, pero había motivo para sentirse satisfecho: Marte no era un planeta "muerto" y lo demostraban estos microorganismos.
 
El descubrimiento se habría realizado por el Vikinq 1 y confirmado por el Viking 2-continuaba diciendo la revista- pero la NASA había preferido silenciar la noticia, "a causa de las inquietantes repercusiones mundiales" que estaba destinada a provocar "revolucionando la concepción según la cual la vida, en todo el Universo, se manifiesta sólo sobre la Tierra".
 
Stern publicaba también una foto del "marciano": ampliada 200 veces parecía semejante a un perfecto cristal de nieve. Pero muy pronto llegó la desmentida. No era verdad que sobre Marte se hubiese hallado un rastro de vida, se trataba más bien de que se había confirmado la posibilidad de la vida misma. ¿Cómo habían sucedido realmente las cosas? El Viking 1 había recogido con su brazo móvil una muestra del suelo marciano, había introducido ésta en el pequeño labóratorio biológico que llevaba a bordo, donde estaba lo que los hombres de ciencia de Pasadena llaman por broma "caldo de pollo": se trata de una mezcla de elementos nutritivos provista de un medidor de carbono 14. Si la tierra marciana hubiese "comido" el "caldo de pollo"
 
se habría desarrollado un gas producto del metabolismo, y señalado por la radioctividad. Y había sucedido exactamente eso.
 
Al mismo tiempo se realizó otro experimento. Después de haber "bombardeado" la superficie marciana con oxígeno, el Vikíng envió a la Tierra un desconcertante resultado: del suelo de Marte se había desprendido oxígeno en gran cantidad, por lo menos 15 veces superior a la que hubiera podido esperarse si no existieran organismos vivientes.
 
Estas comprobaciones indujeron al jefe del grupo biológico de Pasadena, al doctor Harold Klein, a presentarse en la televisión para anunciar al mundo que "allí quizá algo está moviéndose".
 
Pero tres días más tarde, la extraña actividad señalada por el Vikinq había cesado completamente. Marte retornaba a su "mutismo" y los hombres de ciencia de la NASA debieron comprobar una vez más que el propio Viking parecía divertirse proponiendo más enigmas, en lugar de resolver los existentes.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 130
 
 
En 1945, después de las observaciones precedentes de su colega Otto Struve, el astrofísico estadounidense Sharpless comprobó que el período de revolución de Fobos disminuía notablemente, lo cual en resumen significaba que la pequeña luna se aproximaba al planeta. Ahora bien, todos los satélites están destinados a acercarse gradualmente al cuerpo alrededor del cual giran, y a terminar antes o después precipitándose sobre él; pero Fobos lo hace con excesiva prisa. De lo cual se deduce una observación sorprendente: ¡Su densidad es 100 veces inferior a la del corcho! De donde la más fantástica deducción: ¡la minúscula luna necesariamente ha de ser hueca! Esta afirmación se remonta a 1956 y pertenece a un académico soviético de Leningrado, Iosif Slovski, que elaboró una hipótesis muy audaz: se trataría de un satélite artificial puesto en órbita por los marcianos antes de su desaparición. Y quizá lo mismo podría decirse de Deimos.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 135
 
 
Recordemos, con Robert Charroux, los meteoritos más famosos de tiempos pasados: aquí debemos comenzar con las celebérrimas tres piedras negras de la Caaba, en La Meca, que en opinión de los fieles fueron transportadas por ángeles. Menos famosas son las piedras del Templo del Sol, en la isla del lago Titicaca, las cuales según parece narraban a sus adoradores la historia de los gigantes que habían venido del cielo para edificar las primeras moradas humanas.
 
En el Mediterráneo tenemos la "piedra de Apolo", negra, dura y pesadísima: Heleno, hijo de Príamo y célebre adivino, la habría recibido de un dios y habría adquirido el poder de predecir el futuro cuando sacudía la piedra; la piedra misma anunciaba el porvenir con un murmullo comprensible sólo por su intérprete.
 
Cibeles, la divinidad de la naturaleza salvaje, habría regalado a sus fieles cuatro meteoritos, sobre el monte Ida (al este de Troya), en Pessinonte, en Frigia, en Creta y en Tebas, y la "Piedra de Diana" se habría posado en Efeso junto a la estatua de la diosa.
 
El famoso "Ancile" de los romanos, que se creía perteneciente a Marte, que lo habría dejado en el cielo para indicar la protección divina sobre el Orbe, no habría sido más que un aerolito, lo mismo que la "piedra de Argos", en Tracia, la cual llevó a creer al filósofo Anaxágoras que se había precipitado desde un inmenso muro que era parte de la bóveda celeste.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 144
 
 
señalemos aquí los principales cráteres meteóricos del planeta, con sus respectivos diámetros.
 
Chubb (Labrador) 3.350 metros
Cráter Meteoro (Estados Unidos) 1.300 metros
Cráter Wolfe (Australia) 835 metros
Aouelloul (Mauritania) 250 metros
Henbury (Australia) 220 metros
 
Y aquí están los meteoritos más grandes, con sus respectivos pesos:
 
Cabo York (Islandia) 36.000 kilogramos
Bacubirito (México) 27.000 kilogramos
Otumpa (Argentina) 15.000 kilogramos
Villamette (Estados Unidos) 14.000 kilogramos
Bemdego (Brasil) 9.000 kilogramos
Krasnoiarsk (Unión Soviética) 375 kilogramos
Paragould (Estados Unidos) 338 kilogramos
Molina (España) 116 kilogramos
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 147
 
 
 
No obstante, es difícil decidir cuáles son en realidad los meteoritos más grandes que cayeron sobre la Tierra, porque muchos terminaron en el mar, y otros fueron cubiertos por la vegetación, y en el segundo de los casos se transformaron en depresiones o colinas.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 148
 
 
La astronave de Tungus
 
Con respecto a los impactos de cuerpos celestes con nuestro planeta, el caso más impresionante es sin duda el famoso "meteorito", que se precipitó la noche del 30 de junio de 1908 en la taiga de Tungus, en la región de Krasnoiarsk (Siberia Central).
 
Con su haz de fuego, el bólido iluminó el cielo en un radio de 600 kilómetros y explotó después con un estruendo ensordecedor que fue escuchado en un radio de 1.000 kilómetros: incluso los observatorios de Londres y Potsdam registraron los sobresaltos de la Tierra herida.
 
La deflagración destruyó 80 millones de árboles, y convirtió en desierto a más de 5.000 kilómetros cuadrado. Aunque el fenómeno sobrevino en una localidad remota, pudieron recogerse algunos testimonios oculares. "El cielo parecía incendiado y reinaba un calor tan insoportable que mi camisa amenazaba quemarse", relató un campesino que vivía a poca distancia de la "zona de la muerte". "Parecía que todo debía incendiarse. Aún no sabía qué estaba sucediendo, cuando apareció la luz cegadora. Un instante después, una tremenda explosión me arrojó al suelo; las ventanas y las puertas de mi casa cayeron destrozadas, y en el campo llovieron grandes pedazos de tierra."
 
Pero, ¿se trataba realmente de un meteorito? Leonid Kulik, el primer investigador que realizó un estudio cuidadoso de la explosión de la Tunguska, en el curso de una expedición organizada en 1921, reveló varios hechos extraños. No se hallaron signos del cráter, ni de los restos del presunto y enorme meteorito, pese a que la deflagración dejó -como hemos dicho-rastros muy evidentes.
 
La destrucción fue análoga a la provocada por la explosión de una bomba atómica a una altura de 15 kilómetros de la superficie terrestre, con una potencia equivalente a 20-40 millones de toneladas de trinitrolueno, una carga 2.000 veces mayor que la que tenía la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima en 1945.
 
Es evidente que estas reflexiones pudieron realizarse sólo después de las tremendas catástrofes japonesas. "Ellas", escribe la Tass, "indujeron al cientí-fico soviético Alexei Zolotvo a realizar un minucioso análisis de la radioactividad de los anillos de los troncos de árboles correspondientes a la zona del desastre. Después de ocho expediciones, pudo demostrar de modo indudable que el nivel de radioactividad en los anillos formados después de 1908 es mucho más intenso, y llegó a la conclusión de que se había tratado de una explosión nuclear."
 
Puesto que una explosión nuclear ciertamente no podía sobrevenir en una taiga deshabitada hace más de 70 años, es mucho más probable que haya sido provocada por una astronave de propulsión atómica que se desintegró en Siberia. Algunos estudiosos se muestran escépticos frente a la hipótesis de Zolotov, y se inclinan por la idea de un choque de la Tierra con el núcleo de un cometa de hielo, que habría estallado y después se habría disipado, transformándose en gas en los estratos densos de la atmósfera. Pero fuera del hecho de que se trataría de un fenómeno único en la historia de nuestro planeta, nos parece muy arriesgado pensar en un cometa formado por hielo radioactivo. Pero es insostenible el supuesto centrado en un meteorito que desaparece sin abrir un cráter y sin dejar fragmentos. Por otra parte, no conocemos un solo meteorito radioactivo caído sobre la Tierra. Otros estudiosos soviéticos han expresado recientemente distintas reflexiones. Sobre una base más estable, continúan ocupándose del fenómeno.
 
En primer lugar, los árboles de la zona de la catástrofe crecen con extraordinaria rapidez: no sólo los jóvenes sino también los que escaparon al desastre, parecen cobrar nueva vida. Su altura aumenta un 12 por ciento más que el ritmo normal, y ello permite presumir consecuencias biológicas que algunos investigadores imputan a la radioactividad; en efecto, señalan como término de comparación la vegetación de Bikini (el atolón de las Marshall en que hubo dos explosiones norteamericanas de carácter experimental) y otros confiesan que no están en condiciones de formular hipótesis apropiadas.
 
Además, se descubren allí esferitas formadas por materias que de ningún modo aparecen en los meteoritos conocidos: abundan el sodio, el silicio, la plata y ciertas tierras raras. Un símil de esta especie no existe en la Tierra, tanto en la superficie como en las profundidades, y tampoco se halló nada parecido en las muestras del suelo lunar. Una última sorpresa: además, se han descubierto zonas que carecen de magnetismo.
 
Como Zolotov, también el científico moscovita Alexander Kasanzev está convencido de que fue la explosión de un vehículo extraterrestre. Kasanzev explicó su teoría ante la Sociedad Astronómica Soviética y provocó un escándalo. De acuerdo con este investigador, la cosmonave
 
"extranjera" primero habría sobrevolado Venus, planeta que precisamente el 30 de junio de 1908
 
se hallaba a la distancia mínima de la Tierra. Imprecisamente durante las horas que precedieron al siniestro, algunos astrónomos creyeron haber descubierto un nuevo cuerpo celeste, "fúlgido como un cometa", pero que inmediatamente después desapareció.
 
Otro ilustre académico de la Unión Soviética, el profesor Parenago ha afirmado: "Todos coincidimos en que se trata de un 'huésped del Universo'. Personalmente me inclino a pensar en un 70 por ciento en la posibilidad de un meteorito; pero en el restante 30 por ciento no excluyo que se haya tratado de una astronave."
 
Todavía hoy las investigaciones se desarrollan en una superficie de 50.000 kilómetros cuadrados. Y todavía hoy el fenómeno de la Tunguska continúa siendo un misterio.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 151
 
 
Tanto a los ojos de la ciencia como a los del público general el misterio más apasionante es siempre la posibilidad de existencia de formas de vida sobre los globos del sistema solar.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 168
 
 
Los estudiosos tienen la impresión de que Saturno nos revela todavía los signos del caos originario, signos más evidentes a medida que nos alejamos del Sol. Por lo tanto, nuestras sondas espaciales, que rozan la superficie de los globos más remotos, se convierten para la ciencia en "máquinas del tiempo" que se remontan a un pasado remotísimo.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 174
 
 
 
Neptuno es el primer cuerpo celeste del Sistema que fue individualizado mediante cálculos matemáticos. En efecto, durante las décadas que siguieron al descubrimiento de Urano, los astrónomos advirtieron que este planeta estaba sometido a perturbaciones tales que sugerían que más lejos rotaba otro planeta. A tales conclusiones llegaron, independientemente uno del otro, los hombres de ciencia John Couch Adams, de la Universidad de Carnbridge, y Urbain Jean -Joseph Le Verrier: faltaba la confirmación telescópica obtenida el 23 de setiembre de 1847, cuando el astrónomo Galle localizó desde su Observatorio de Berlín lo que en definitiva fue el último "hijo del Sol".
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 183
 
 
En realidad, los OVNIS existen. Pero, ¿qué son?
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 207
 
 
Cabe deducir que no es posible excluir nada: ni la existencia de criaturas en mundos sumamente cálidos ni su aparición en globos muy fríos, ni allí donde no hay oxígeno, e incluso donde no hay agua.
 
Peter y Caterina Kolosimo
Los secretos del Cosmos, página 217
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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