Rafael José Muñoz

Busco al que se fue en escondrijos grises,
en sonados rincones, en balencias oscuras;
busco al que se fue despierto en sus corchos,
y lo alabo en su abismo,
y lo llamo rincón ciego
y le golpeo sus dígitos
con ruidoso asunto que es para llorar.

Lo busco a trescientas distancias,
a corazones de luto, poniendo su huevo la gallina;
lo busco hasta verlo volver:
cómo no va a ser ese que tiene tinajas,
cómo no va a ser él, si se le conoce por sus piedras.

¿Ha muerto ése que se fue un día lunes?
¿Era hortalicero de verdad, vendía hierbas rosadas,
se sacudía los codos frente al espejo? Busco a ése
que tiene el corazón ronco como una cascada,
que bucea los alcatraces en la tarde, hacia el río inmortal.

Debido a la acústica hace ruido aquí. Es él.
El no está, más nada, acústica de cavilaciones.
Eso es.

Rafael José Muñoz




COMO UN ÍDOLO SENTADO DE ESPALDAS

Me siento como un pequeño ídolo sentado de espaldas,
cosiendo con su hilo viejo ricas maderas, axilas graves;
me siento como esos seres silenciosos que caminan sin honor,
y tienen llaves y tienen tristezas
y dicen plegarias en la soledad y en sus recuerdos.

Ay, ellos son así, truenan alcanfores
como saliéndose de la muerte, truenan gruesas
y negras vendimias;
mugen con la tarde, como bueyes en la hora crepuscular;
ellos regresan de todos los pesares en su pesar.

Esta es la gente de viejo cutis, de tornillos desconocidos,
de mangas de camisa con perritos y extraños bastones;
son los de a mediodía, bajo el samán,
son los de los carretes para llorar, los sólidos
empleados que suben y bajan escaleras y abren largas cartas.

Si pudiera vivir como ellos, rascándome el estómago,
amado por todas las mujeres y mirándome los dedos
como si fueran personas dentro de mí, que conversan;
si pudiera como ellos, arreciar mi tórax,
tomar café en cualquier negocio de la esquina
y hacer como que no existen:
Eso sería realmente espectacular,
esto movería mis mugres blancas hacia los túneles.

Rafael José Muñoz




EXTER OMITER

Exter omiter cusa sacratísima
ens emeritem anubis masculensis.
Exaltur lumine, cimus stela,
mastum soli, omnia deis.

Ye veus vu in ostria regionis
velonsis cimera ánima sácrata.
Y mi coracáo soña con vostra presencia
y somno poderaco come il solo.

Io non queuro su númeno vesta
nío suo somerio ventis luxo;
nío tampoco suo vento queuro
si non veine a mi ánima unko.

Ma via ve la stela sua
plena de eugracia an eura de matina.
Por eso io queuro perfumarla
con azares frondoisos e soiles ovuros.

Rafael José Muñoz



Fúnebre también

No puedo soportar, mis lágrimas corren como un venado,
el día está gris, se parece a la tipografía garrido;
hoy me pregunto si yo soy un rey o un alfil,
hoy, que estoy vestido con estas cintas moradas,
cuando me digo: muy bien, señor soñador de máquinas izquierdas.
No puedo soportar tanto signo extraño ante mí,
esas paredes que arrastran rostros y gusaneras que se ríen de vivir
y que parecen papeles de polos contrahechos por el café;
no puedo soportar esto en mis ojos,
mejor tener un corazón de indio sin arcilla,
mejor es sentarse sobre esa piedra y ver hacia allá.
¿Cuántas faltas juntas he cometido?
¿Cuántos pasos insondables di hacia la espalda mortal?
No lo sé, hoy es un jueves gris, atónito de penas,
hoy viviré parado en la otra esquina, a la derecha de la muerte.
Y contaré mis horizontes, téngalo por seguro,
y comprenderé al fin que son no más tres:
El domingo, el que reza y, el que camina.

Rafael José Muñoz



POESIAS

Yo he contemplado el rostro de Amath, me he bañado en su luna,
he robado su sol. Desde entonces mis ojos brillan con destellos
irresistibles.

Nadie como yo sabe lo que es el cielo. Yo enciendo la aurora y
pongo el crepúsculo. Yo camino lleno de luz. Mis pasos son más
puros que el del alba al dormirse la noche.

¿A quién elegí para compañero mío? A aquel que se hace brillar
la mañana y florecer los campos.

Yo hago nupcias con aquellos que conocen el Universo.

La belleza que él pone en las tinieblas, yo la cubro de esplendor.

Nada es superior a mí. En mí comienza el mundo, en mí termina.

Yo soy alto porque he cerrado las puertas a toda ambición y a
todo deseo.

Oh, tú, Ukaini, el de mente serena, haz que él se acuerde de que
sin mí no podrá tener nombre, ni existencia, ni eternidad.

Porque está escrito: Yo conozco el fuego que conduce al cielo. Yo
vivo en el mismo sitio donde vive el sol.
Mi cuerpo está rodeado de manantiales.
Vivo oculto en un jardín, examinando maderas aromáticas.

Me preguntan que por qué renazco todos los días. Porque todos
los días hago llover sobre mi cuerpo esencias maravillosas.

Yo conozco el Templo de las 12 Puertas. Cada vez que entro por
alguna de ellas, salgo por la otra.

Yo conozco el Canal 101.

Cuando yo emito un pensamiento, creo la eternidad.

¿Para qué te necesito a ti? Desde que yo soy tú no existes.

Soy inmortal. Poseo el conocimiento del amanecer.

Vivo siempre en mi mansión, cuidado por 4 perros blancos.
Tengo un nido. ¿Quien quiere ver qué hay allí? Tengo un sol.

Yo estoy sobre la luna. Los campos del cielo me han hecho res-
plandecer con este fuego irresistible.

La ciencia no ha descubierto aún el origen de la intuición.

¿Quién dijo que yo necesito de los astros para vivir? Si cierro los
ojos, los apago, si los abro, los enciendo. Entonces ¿quién necesita
de quién? No, yo soy inmortal, no necesito de nada para vivir.
Son las plantas, los animales, la tierra y hasta el propio cielo
quienes necesitan de mis fulgores. Míreme quien quiera y se dará
cuenta de quien soy.

¿Qué es el yo? El yo es lo que tú quieres que sea. Puede estar en
una bestia, en una piedra o en un ave, o en el estiércol que alimenta
la flor; también puedes hallarlo en una nube o en el plumaje de
la garza, en el graznido de un búho o en el canto solitario de la
perdiz. Sin embargo, digo que el yo tiene su altar en lo más
remoto, en lo más solitario y perfumado. Está rodeado por un
jardín y lo atraviesa un incesante río de oro.

Me gusta mostrarme la hora del crepúsculo porque es cuando
luzco mi mayor esplendor. En esa hora, despido la limpidez del
cielo y el aroma de las flores; riego el espacio con esencias de
eternidad.

Mi corazón fluye como el mar, pero es impasible. En eso se
parece a la muerte.

Rafael José Muñoz





Pastoral

Ahora esta chicharra canta hacia dentro,
ahora busca el monte más oscuro, quiere llorar;
ahora esta chicharra se para en mis ojos
y está siempre aquí suspirando y levantando trencitas;
ahora esta chicharra quiere decirme algo
de lo que ve sobre el lomo del caballo.

Qué animal tan oriundo, cómo se ata a mi cuello,
cómo camina por mis codos, levantando cintas negras,
y duele real efectivamente,
y se sacia de luto mi corazón y me come las lágrimas.
Ella surge del paisaje como una uña,
ella que dice ser una monjita que se murió.

Aún no tiene centro, porque desciende de la hojarasca,
pero aquí mismo anda, en la constelación de mis sombras,
suspensa en destino de eterno sillón.
Esta chicharra déjame paz de montaña,
se ve que proviene de la piedra situada al otro lado del
sol.

Rafael José Muñoz




Su rostro Keno

Su rostro tiene un sol en el muro;
Tiene un destello que viene de las piedras
Desde las costas moliedras númicas;
Su rostro de caballo que sueña,
Que acaricia el tornillo, que está detrás
Del Espejo, más allá de la Pared Oscura.

Su rostro- y lo veo-, tiene un Ojal
Debajo de la muela derecha, a 18 sulejas
Y tiene una variña en ángulo 2.
Éste es su rostro: se llama Casini
Visto desde el Observatorio de Cofinague
Con un esfuerzo de mi halo mental.
Puedo decir que es así:
Signo Azul en su Escrófula Dorada.
Amarillo Oro en su etcétera de melancolía.
Cabeza de Cola Brillante
Donde se ríe de las coordenadas telescópicas. 

Rafael José Muñoz













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