Georges Ohnet

"Clara hizo todo lo que dependía de ella para vencer la desconfianza de su madre y procurarle una absoluta seguridad. Risueña siempre, hizo creer a todos que era feliz. Únicamente la baronesa conocía el secreto de sus angustias y sus dolores, pues había presenciado sus instantes de desaliento y había tratado de refrenar su ira. Encerrada en su habitación, Clara pasó días enteros sin decir una palabra, física y moralmente desfallecida, sin fuerzas para dar un paso y echada en una butaca con adusto ceño y sombría mirada. En su dolorido cerebro renacían sin cesar los crueles momentos de la ruptura; no podía acostumbrarse al repentino derrumbamiento de todas sus esperanzas. Al considerar si había merecido tanto infortunio, no encontraba censura alguna contra sí; la única causa de aquella desdicha era el odio de su rival y la infamia de su novio.
Obligada a considerarse víctima de enemigos encarnizados y de un implacable destino, acudieron a su imaginación ideas de venganza. Consideró la vida como una batalla en la que es preciso acorazarse de desprecio para no ser arrollado, y armarse de audacia para no ser vencido. Arrancó de su alma cuantos escrúpulos la habían entregado agarrotada y sin defensa a sus adversarios, y se juró arrollar en adelante todos los obstáculos para conseguir su objeto. Agriado el corazón y perturbada la mente, la noble, generosa y tierna Clara se convirtió en mujer interesada, implacablemente egoísta y resuelta a sacrificarlo todo por satisfacer su capricho. Pareció que el fuego del dolor había secado su corazón, y hasta su misma belleza se modificó, tomando en cierto modo un aspecto marmóreo y adquiriendo la fría majestad de las estatuas.
Pensando en su próximo cambio de situación, se trazó la línea de conducta que había de seguir invariablemente. Su indiferencia por el señor Derblay era profunda; ni le agradecía siquiera la ciega abnegación de que había dado pruebas. Como ignoraba las generosas intenciones del dueño de la fundición, atribuyó únicamente su condescendencia a la ambición de casarse con ella. Era natural que él consintiese en todo con tal de ser el esposo de mujer tan hermosa y entrar en tan noble familia. Hasta le inspiró desdén la facilidad con que el señor Derblay se había prestado a la humillante comedia representada en presencia del duque, y la admirable generosidad de Felipe le pareció a Clara una bajeza, induciéndola a creer que encontraría en él un marido sumiso y fácil de conducir. Esto era precisamente lo que deseaba. Si el señor Derblay se mostraba dócil, se interesaría por él, y apoyándose en las influencias de que podía disponer, se encargaría de su porvenir, haciéndole llegar a gran altura. El rango y la importancia que adquiriese su marido compensarían su humilde nacimiento, y, en último caso, sería uno más en éste siglo de advenedizos."

Georges Ohnet
Felipe Derblay



"Lo peor del caso fué que este modo de estar amable tenía en Clementina algo de molesto y de autoritario que crispaba los nervios de Fortunato.
Parecía decirle: "Estoy condescendiente con usted, porque usted me pertenece. Mis bondades son una de las consecuencias de mi poder sobre usted. Le tengo á usted en mi gracia, como á mis perros, á mis loros ó á mis criados, si me acarician, me divierten y me sirven bien. Pero, ¡ay de usted, como de ellos, si no procura por todos los medios satisfacerme!" Y el diablo quiso, precisamente, que ese despotismo afectuoso fuese, entre todas las formas de ternura, la que más disgustase á Roussel, muy vivo, muy independiente, y absolutamente nada inclinado á dejarse dirigir, siquiera fuese por una mujer bonita. Porque Clementina, de edad de 23 años, era agradable, á pesar de un cierto aire masculino que se indicaba por la abundancia de sus cejas, la firmeza de su perfil, la dureza de su voz y ciertos movimientos bruscos que hubieran gustado en una cantinera. Con todo, tenía estatura elevada, buen aire, ojos magníficos, tez mate y admirable cabello negro.
¿Cómo, con tales prendas, Clementina no tenía pretendientes y se disponía á la ingrata tarea de vestir imágenes? Fortunato daba la explicación en pocas palabras: "Produce cierta inquietud y malestar, decía; ¡le parece a uno que está haciendo la corte a un hombre!" Sin embargo, no por ambición de dinero, porque Roussel estaba al frente de un negocio muy lucrativo, sino por obedecer la última voluntad de su tío, Roussel no había rechazado la idea de casarse con Clementina y había resuelto intentarlo; lo que denotaba en él que era un buen muchacho, porque su prima no le gustaba y él tendía poderosamente á la libertad."

Georges Ohnet
Un antiguo rencor



"Y encendiendo voluptuosamente un cigarro de banquero, continuó su interrumpida ronda de vigilancia. Hacía un calor sofocante apenas dulcificado por la brisa del mar. La isla de Nou extendía enfrente de la rada su costa baja orlada de espuma y en el cielo sin nubes se recortaban las agrestes y verdosas cimas de la isla de los Pinos. La bahía estaba animada por el movimiento de las chalupas y de los lanchones conducidos por marineros canacos. Un gran barco carbonero estaba llenando sus calas y repartía en derredor una mancha negra, mientras algunos navíos mercantes, con las velas plegadas en las vergas y las chimeneas inactivas, balanceaban su mole sobre las ondas azules. Unos cuantos metros más lejos, un yate blanco, armado en goleta, de poca altura sobre el agua y cortado para carreras, levantaba su chimenea amarilla por la que se escapaba un ligero penacho de humo: En el palo de popa flotaba la bandera inglesa y el movimiento de la tripulación en el puente indicaba que el navío tenía sus calderas encendidas y estaba pronto á marchar.
Por un paseo de árboles cuya vitalidad no honraba á la administración colonial, Tragomer entró en la población precedido por el guía. Como hacía buen tiempo, una espesa capa de polvo cubría el camino, que en la época de las lluvias debía convertirse en un río de cieno. Á uno y otro lado se veían algunas tiendas poseídas por expenados y que ofrecían á la población objetos de utilidad ó de lujo. Las muchachas canacas, con sus sombreros trenzados y sus vestidos de algodón de colores, pasaban, de vuelta del mercado, mostrando las cestas llenas de pescados y respondiendo con sonrisas á las miradas de los soldados de marina. El vigilante acortó el paso y Tragomer vio delante de él una construcción bastante vasta en la que se ostentaba la bandera tricolor."

Georges Ohnet
En el fondo del abismo





















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