Makoto Ōoka

Canción de la llama

Los que me tocan
dan un grito, aterrados.
Ignoro, sin embargo,
si hace calor o frío,
ya que no permanezco ni un instante en ningún sitio,
y nada es lo que fui hace un momento.
Mi ausencia es el fuego.

Lucho contra la oscuridad,
pero no llego a ningún sitio,
simplemente retorno a las sombras.

Me temen por alguna razón ignota,
busco el papel, la madera y la carne,
los rozo, acaricio y como hasta
perderme en las volátiles cenizas.
Me desprendo en medio de gritos
y hasta mi amor es un escándalo.

Makoto Ōoka



Como Goethe

No existe en este mundo
nada que no pueda ser soportado
a no ser esos días de dicha interminable.
Por ello los dioses sólo extienden
su sombra sobre lo efímero,
sobre la esencia y la apariencia
fugaz de eternidad, que es la
verdadera belleza. 

Makoto Ōoka



Desenterramos la primavera adormecida en la arena de la playa.
Adornas con ella tus cabellos y sonríes.
La espuma de tu risa se esparce por el cielo como ondas en el agua.
El sol, color hierba, calienta calmo el mar.

Pon tu mano sobre la mía.
Lanza tu piedrecita hasta mi cielo.
¡Ah! Hoy fluye la silueta de los pétalos en el fondo de ese cielo.

Nos brotas hojas nuevas de los brazos.
En el centro de nuestra visión
gira el sol dorado rociando su luz.
Somos el lago, los árboles,
y el sol se derrama entre nuestras hojas, sobre la hierba.
Somos el campo de bancales de tus cabellos
en el que danzan sus rayos.
Esto es lo que somos.

Un viento nuevo abre la puerta.
Desde dentro, infinitas manos convocan a las verdes sombras y a nosotros.

El camino late sobre la oreada piel de la tierra
y tus brazos resplandecen en el manantial.

Y ahora, bajo nuestras pestañas bañadas por el sol,
maduran lentamente
el mar y la fruta.

Makoto Ōoka



El fin del verano

Vierto de noche el agua de la jofaina.
Su eco diáfano cae y se aleja
lentamente tubería abajo.
Es la sinfonía de mi canción, que se eleva
cuando acaba el día.
Extraño consuelo,
pues no es una melodía virtuosa.
Semillas de pepino.
Hormigas muertas.
Ojos de pescado.
Cantos de grillo.
Nostálgica resonancia la de ese caer.
Palpo cada cosa como si fueran ramas
que el agua arrastra hacia la alcantarilla.
Así mis ojos
se abren paso en la oscuridad.
Así se entierra el verano.

Makoto Ōoka



La piedra y el escultor 

Las esculturas de piedra claman
en todo el mundo:

“Danos la vida que decae con el tiempo;
danos el éxtasis de lo que muere.” 

Un pecho de piedra no palpita:
ojos cerrados, meditación helada. 

El escultor vierte agua en un bloque,
llama a la trémula luz a bajar del cielo
y, el martillo en lo alto, busca a tientas
los sesos y el ombligo de la piedra. 

Lo hace sólo porque quiere oír
el ruego apasionado:

“Danos la vida que decae con el tiempo;
danos el éxtasis de lo que muere.”

Makoto Ōoka



No iré a la luna

No iré a la luna.
No tendré territorio.
Tendré canción.
Seré un pez volador
y alcanzaré a mi amada.
Convirtiéndome en fuego y en diluvio
construiré mis cuatro estaciones.
Me desnudaré de mí mismo en el litoral
de nuestro planeta, por donde circulan la sangre y el sudor.
No iré a la luna.

Makoto Ōoka



“Soy poeta, nada más. No quiero que me definan de otra manera.”

Makoto Ōoka



Todavía, un pájaro llena el universo con su canto.
Todavía, dos pájaros inundan el universo con su silencio.

Makoto Ooka
















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