Pino Ojeda

Autoretrato

Yo descubrí en Arezzo
una nueva manera de besar:
la lengua penetrada arrasando lo oscuro,
el mordisco en los labios, la ronca dentellada,
el mar de la saliva en movimiento,
de frontera los dientes.
En Roma me pegó un vuelco el cuerpo
cuando vi la bandera comunista
colgada en la oficina del partido,
fui a su casa, pero Alberti dormía.
En el albergue de Perugia
sentí por primera vez un cuerpo que quemaba,
por vez primera volvía la cabeza
pidiendo fuego para mi corazón en vilo.
En Venecia les tuve que mentir a mis amigos
cuando me preguntaron
dónde había pasado aquella noche, la primera.
Han pasado mil noches y han muerto cien veranos,
ya no quedan amigos, pero queda Florencia.
Repaso algunos nombres
que traje en un cuaderno lleno de direcciones
y aunque cierro los ojos y hago fuerza
por recordar sus cuerpos,
lo que la vida deja que contemple
es el brocal de un pozo que descubrí en Orvieto.
Éramos otros al volver a casa.

Pino Ojeda


Canarias

Ay, islas mágicas,
islas encantadas,
islas de ensueño,
Islas de mi amor.

Desde el primer dia
Que te vi,
Supe que seríamos
Inseparables.

La brisa suave,
El sol brillante,
la arena blanca,
Todo me atraía a ti.

Y ahora,
Años después,
Sigo enamorado
De ti, Canarias.

Ay, islas mágicas,
islas encantadas,
islas de ensueño,
Islas de mi amor.

Pino Ojeda Quevedo



Cierro los ojos. No ambiciono nada.
Brilla el sol, agosta árboles,
destruye simientes. Mi corazón
no oye el rugir del viento.
Estoy serena, en reposo. Sonrío.
Por qué y para qué lucha,
afán y esfuerzo. Para qué
acumular riquezas, sueños, ansias.
Tan ambiciosa entrega, para qué.
Qué ciega he sido. Cómo he caminado
tras las mismas promesas ya destruidas.
Ahora puedo sonreír.
Sutiles pensamientos surgen
de la penumbra, iluminando
la agobiadora sombra.
Qué gráciles separan
verdad y sueño.
Qué intensidad en la idea.
Desde mi mente parten
tiernos coloquios que van dando
vida al silencio.
Todo tiene su valor, su equilibrio.
Nada nace ni vive por sí mismo.
Lo creo y recreo
serenamente.
Camino despacio, viendo partir
los días, tan sugerentes, tan plenos
dentro de mi dominio.

Pino Ojeda Quevedo




¡Cómo quisiera ser tus pequeñas cosas!

Cómo quisiera ser tus pequeñas cosas
El aire que te roza y te acaricia
El polvo que te sigue y se te posa
El agua que desciende y te penetra.
La ropa que te cubre y te ausenta
La carne fuerte y olorosa.
El cuello que rodea tu garganta.
Yo quisiera ser.
Y quisiera ser tus manos, tus pies.
Pisar donde pisas y tocar lo que tocas.
Ser color y sentarme en tus pupilas.
Ser agua y verterme en tu boca.
Ser luz y en las mañanas
Abrir mis dos ventanas
Para que a la vida tú te asomes.
¡Ay, cómo quisiera ser para ti la nada
Y poderte ofrecer el más allá!

Pino Ojeda



“Dejadme con mis alas que a nadie le hago sombra.”

Pino Ojeda



El tiempo, amigo de todo lo nuevo, me traerá, una mañana, casi sin sorpresa
el nombre de esto, que ahora, yo no sé explicarme.

Pino Ojeda



Ha querido crujir el seco estío
en mis resecas fibras y aún soy yo.
Soy aún toda fuego no exitinguido
y en sus manos seré carne abrasada
[...] Y entonces... Seré amor. Seré la savia
que arome roja flor.
Y entonces, nacerá la primavera,
el cielo será azul y ribera,
principio del camino del amor.

Pino Ojeda


Mensaje a los hombres

a mis hermanos Ana Maria y Rafael 

Yo no sé por qué los hombres, cuando caminan por la tierra y los bosques,
van rumiando silenciosos sus pequeñas, bajas preocupaciones.
Ellos deberían dejar sus agrias, difíciles conciencias,
en la primera vuelta del camino donde la civilización se expresa.

Allí sobre la dura y cementada superficie gris que habla de dolor,
de sangre interminable.

Los hombres no debieran llevarse al bosque, a la tierra,
sus pesadillas nocturnas,
sus agobiadoras, durísimas contiendas.

Ellos podrían llevar arriba la misma sencilla mirada,
el mismo sencillo gesto de los seres que van a encontrarse.
Sólo una mirada sin pasado, sin ayer, sin retorno.

¡Si los hombres se dieran cuenta de estas pequeñas cosas
y subieran a lo alto libres de ellos mismos,
libres de sus pobres, ligeras ansias!

Si ellos supieran rezar sin voces, dentro de sí, detenidamente, sin prisas.
Si ellos lograran dejar en las ciudades
—llenas de polvo, de ruidos y fiesta—
sus pobres, mentidas palabras.

Encontrarían allá arriba el brazo que les rodeara calladamente la espalda.

Encontrarían la voz que perdieron con el primer desperezo de hombres.

Encontrarían, sí, como partiendo de su propia carne,
el camino que olvidaron cuando sus pobres corazones aprendieron
a maldecir en silencio.

Pino Ojeda


Que nadie espere tu mirada

Que nadie espere tu mirada.
Que nadie escuche dentro del silencio para oír otra canción
que la que yo te transmito insomne sobre los labios.
Que nadie reclame nada que no le entregues conmigo.
Yo estoy dentro de ti como está la semilla en el fruto:
quieta allí, pronta para saltar sobre la tierra.
Allí rezagada hasta el momento en que habrá de volcarse y empezar de nuevo
su aliento de una joven semilla renacida.

No, tú no puedes ofrecerte sin la carne que yo te siembro,
sin la voz que te entrego.
Sin mí, tú solo, no podrías recuperarte lentamente.
Todo desde ti ha colmado mi presencia en ti mismo.
Y ya no soy yo, independiente y lejana, arriba como una luna desmayada,
sola y pálida por la luz tras el sol.

Ahora soy plenitud dentro de ti pero en mí definitivamente encontrada.
Ahora tú me rodeas, me inundas, me sientes.

Volcada estoy en ti como tú dentro de ti mismo.
Y sin embargo no existo.
No vivo desde mi nombre o mi cuerpo, desde mí. Vivo por ti,
nacida para recobrarte y entregarme.

(Oh, por ti y para ti mi nacimiento)
Pero no he muerto, no estoy extinguida para la vida, no he dejado de ser.
Sigo siendo, sintiéndome, soy yo.
Dentro de tu carne sigo contándome, señalándome, yo existo.
Pero no en mí.
Aquí en la vena, en mi ala altísima, en mi sueño viejísimo, en mí,
tú has logrado tu mejor presencia.
Has llegado sin ninguna promesa, sin apenas palabras y has quedado.
Y yo te he ofrecido el mejor hueco habitable y todo he deshabitado para tu mejor dominio.

Por eso nadie debe reclamarte.
Exigirían mis ojos, mi fruto, mi tierra iluminada.
Se llevarían mi parte en ti, tuya, inexplicable para todos.
Me tendrían y tú seguirías en mí.
Ya para siempre oculto y defendido de las voces que te pregonen.

Pino Ojeda




"Si mi poesía pregunta, mi poesía contesta."

Pino Ojeda


Siempre esperando

Siempre esperando.
Desde aquella muerte temprana
cuando aún estaban mis hojas tan verdes.
Qué esperanzada pisaba los campos.
Qué generosa y colmada mi mano.
Qué afanada tras la cosecha.

Noches interminables vigilaban
al viento por si traía un mensaje.
Esperas bajo el sol. Diálogos
con la luna tristísima de invierno.
Y qué dolor bajo el cielo que cubre
tanto silencio,
tanta pregunta sin respuesta.

Van pasando los años.
Nada sobre la tierra.
Ninguna posible esperanza.
Ninguna verdad madurando.
Sólo silencio.

Pino Ojeda



Te busqué por los sueños

Te busqué por la tierra, por largos
pasillos de seres. Te busqué por las noches,
por calles y sombras, por quietas esquinas
agudas. Te busqué por los días. Nadie
con carne y tacto me descubría tu nombre.
Te busqué por los bosques: altas miradas
rodaron por copas, por ramas, por quietas
palmeras, por viejos pinos lejanos. Pero nada,
nada tenía escrito tu nombre.
Te busqué por las hojas sobre vientres
de campos morenos. Te busqué por los trigos,
por valles y praderas de lirios, por montañas,
por fuentes. Por cada sendero oculto
iba gritando tu nombre.
Te busqué por los mares, por frágiles
barcas de marineros mojados. Te busqué
por algas, por peces, por rocas agudas,
por olas y anchas playas doradas.
Te busqué más abajo, en lo hondo, entre
viejas astillas de barcos remotos. Olvidadas
cartas marinas no decían tu nombre.
Te busqué por estrellas, por nubes,
por albas, por quietos celajes. Te busqué
por los aires, por la luna callejera,
por locas primaveras saltando.
Te busqué por el tiempo, por los siglos:
fríos cementerios no tenían tu nombre.
Te busqué por un signo, un signo de ave
y nadie, nadie podría encontrarte.
Te busqué por los sueños:
por los sueños, tú me estabas esperando.

Pino Ojeda



Una nave cargada de bestias
bebiendo agua de una lluvia
exterminadora y vengativa.
El horizonte en llamas.
Los ojos desorbitados de los ahogados
pegados como moluscos trepadores
a la madera roja trabajaba
en el astillero del odio,
bautizada con el veneno de la pureza.
Estas son las divisas fundacionales
de un mundo nuevo,
uno hecho a la medida de poetas
y predicadores.
Un mundo inhabitable.

Pino Ojeda









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