Seabury Quinn

"Me entregó la linterna y procedió a cortar las ligaduras que la ataban por muñecas y tobillos al lecho de tortura. Las cuerdas que ataban a la mujer, de tan tensas, al cortarlas él hicieron un sonido semejante a las de un banjo cuando se rompen.
Mientras De Grandin liberaba a la mujer me fijé en las huellas perceptibles de su devastación. El sufrimiento había hecho que apenas fuera ya más que piel pegada a los huesos; las costillas parecían pugnar por salírsele de la carne y romperle la piel. En el suelo, junto al camastro, estaba su ropa: un vestido de baile estampado, el sujetador, las bragas de algodón blanco… Tenía sin embargo el pañuelo en la cabeza, que le cubría el cabello; su rostro me pareció más brillante que macilento, lo que me extrañó. Me fijé con mayor atención y descubrí que tenía puesta una máscara dorada y metálica que le ocultaba las facciones; una máscara que le dejaba al descubierto únicamente los labios, la nariz y la barbilla.
Grandin terminó de cortar las ligaduras e intentó incorporarla, tomándola por los hombros. También él reparó entonces en la máscara, e intentó retirársela con los dedos, pero no lo consiguió.
Volvió a intentarlo, haciendo mayor presión esta vez. Vimos entonces que, por la fuerza con que presionaba De Grandin, el pañuelo que cubría la cabeza y las orejas de la mujer caía hacia atrás… De Grandin quiso entonces quitarle las cuerdas que le sujetaban la máscara a los lóbulos de las orejas, y la mujer exhaló un grito ahogado de dolor. Comprobamos para nuestro horror que no llevaba puesta la máscara, sino que estaba injertada en su piel. Vimos que tenía unos orificios hechos en los lóbulos y en el justo centro de las orejas, por donde se introducía la cuerda que le adhería la máscara a la carne. Era imposible quitarle la máscara dorada sin un preciso instrumental quirúrgico."

Seabury Quinn
Las cámaras del horror de Jules de Grandin



"Nada hay en este mundo, o fuera de él, amigo mío, que pueda calificarse como sobrenatural. Ni los más grandes sabios de nuestro tiempo pueden decir dónde comienzan los poderes de las fuerzas de la naturaleza y dónde concluyen. Por eso, siempre decimos eso de que "a la luz de la experiencia que hemos acumulado" y cosas así... ¿Pero qué sabemos en realidad de la naturaleza? ¿Hemos llegado a dominarla en toda su poderosa extensión? Yo creo que no... Yo mismo, Monsieur, he sido testigo de cosas que ningún hombre creería ciertas si se las contara. Me llamarían mentiroso; incluso mi buen amigo Trowbridge, que tiene una imaginación difícil de superar incluso por un escritor que se dedique a la ficción, diría lo mismo... En cualquier caso, no creo que quepa la posibilidad de hablar de fenómenos sobrenaturales, cuando aún no hemos alcanzado a comprender una mínima parte de la expresión con que se manifiestan las fuerzas naturales."

Seabury Quinn

























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