Sigbjørn Obstfelder

"El misterio de la vida moderna. El hombre ha devenido en una nueva creación. Su corazón late de forma diferente, la cadencia rítmica es disímil. Anteriormente la gente permanecía encadenada aún a cierto rictus. Crecían como plantas y flores. En la actualidad son arrancados de sus raíces. Se hallan cercanos a emprender el vuelo. Pero aún no son pájaros. Ése es el motivo de que su aleteo parezca propio de aves enfermas y próximas a la muerte.
Noto su omnipresencia aquí, en mi habitación. Es terrorífico. ¿Por qué no habla, por qué no me llama por mi nombre? ¿O tal vez me esté llamando? ¿Acaso esté pronunciando mi nombre, noche y día, cuando me retiro a pernoctar o al levantarme al alba? ¿No sonará el eco de su voz dentro de mi propio ser? ¿Permanece oculto en algún recóndito páramo de mi propio ser? Percibo que siempre hay algo en mi interior, observándome. Y recuerdo dos instantes de mi vida cuando daba la impresión de que un ojo estuviera escrutando incluso las nimiedades de mi ser, un ojo más viejo que mi propio ser, mayor que mi propia madre, mirándome, contemplándome.
Quizás se trata de un mandamiento que deberíamos tener muy presente, concerniente a la vida y la muerte. No sólo ver, sino sentir en lo más íntimo de nuestros corazones esa bondad que rebosa. Y sentir también ese terror reverencial que hace que nos prosternemos y olvidemos nuestra insignificancia. Porque nosotros mismos encontramos en la vida excelsa un ser tan jubiloso y dotado de un poder tan espléndido que temblaríamos de puro éxtasis si pudiéramos sentir el rastro más débil de su presencia omnímoda."

Sigbjørn Obstfelder
Diario de un sacerdote



Himno

Al fundirse la primera lágrima
se detona la tristeza
Oh Dios, dame la primera lágrima.

En mí la lágrima es hielo
y mi tristeza es la rosa del hielo.
En mí la tristeza es hielo,
y mi corazón se congela.

Sigbjørn Obstfelder



Huracán

¡Viento, tormenta, huracán!
¡Desnudo me bañaré en tu soplido!
¡Mira! ¡Contempla mis blancos brazos!
¡Mi cabello vuela! ¡Mira!
¡Juega con mi cabello, huracán!

¡Viento!
¡Despliega las anchas alas de mi alma!
¡Mi alma penetra el mundo!
¡Urano tiembla allí dentro!

¡Huracán! ¡Huracán!
¡Estoy desnudo!
¡Como tú, me arrojo a la mecida hierba de la tierra!
¡Mis brazos se extienden hacia el espacio!
¡El espacio exterior!
¡Mira!
¡Ven!
¡Vamos a jugar!
¡Precipitémonos contra el océano!
¡Vengan hojas arremolinadas!
¡Vengan cuervos, tiburones y mares!
¡Vengan las nubes furiosas!
¡Bailemos! ¡Bailemos!
¡Ustedes y yo!

Sigbjørn Obstfelder



Rosas

¡Sí, rosas! ¡Marchitaos!
¡Marchitaos!

*

   Fue en mitad del invierno, en pleno día. Los tañidos de las campanas de la iglesia se agrupaban allí arriba y desaparecían. Allí arriba, donde el aire es puro.
   Eran rosas y rojo y nevaban pétalos de rosa.

                                                          Carmesíes de la primavera,
                                                          rubias del otoño,
                                                          blancas del invierno,
                                                          amarillas del verano.

*

   ¡No! ¡Yo no puedo!
   ¡Oh — así como — así como — cuando — — muere!

*

   Ella tenía los ojos más dulces, sí, los más risueños. Estaba muy lejos. Lloraba.

*

   Se reúnen sobre él, caen, gotean, gotean, se lanzan y se agrupan, se reúnen sobre él para formar un suave — los pétalos blancos, los pétalos rojos — un dulce beso de rosa, beso de pétalos de rosa.
   En la frente, en la boca, en el cuello.
*

   Ay, yo no puedo, no puedo — yo sólo quiero —
   ¡Suavemente querría yo morir! Querría sentarme en sus rodillas y besarla y abrazarla y morir como un niño obediente que se queda dormido.
   En ella, que es la muerte.

*

   Su vestido estaba tejido de rosas y cosido con tallos. Su aliento era el aroma de las rosas. Su sonrisa era la sonrisa de las rosas. Pero, ¿los ojos?
   Su llanto era el llanto de las rosas.
   Yo lo vi.

*

   Nieva. Rosas del sol. Rosas de las estrellas, millones de rosas de meteoros que han perdido el rumbo. Sobre el corazón se deposita el manto de rosas y el corazón se calienta tanto y late tan ligero.

*

                                                                   Hojas y hojas —
                                                                   Palpita. — Palpita
                                                                   Yema tras yema.
                                                                   Palpita. Palpita.

*

   Hay muchos ojos. Hay tantos ojos como rosas. Son ojos moribundos.

*

No, son dos ojos.

*

                                                                       Son dos. Son dos
                                                                  p.  Palpita. — Palpita.
                                                                       Son dos. Son dos
                                                                 pp. Palpita. — Palpita.

*

Magnífico.
Estoy ciego. No veo.

*

Dios.

*

Son dos. Son dos.
Muere.
Son dos. Son dos.
Muere.

*

Es uno.

*

   Él yace en un mar de rosas. El mundo es — rosas, todo es rosas, los pensamientos son rosas.
   Oscurece. El sol se oculta. Todo se hace uno. No hay aire ni agua ni tierra ni gentes. Hay solamente un ser humano y — rosas.
   No hay cielo con estrellas, sino un alto mar —de rosas— y más allá del límite de las rosas vuelve a haber — rosas.
   El corazón se relaja. El corazón se convierte en una — rosa — que se marchita. Y el jugo se seca. Y los pétalos se encogen.
   Salvajemente hacia el horizonte, rosas, salvajemente fija la mirada, salvajemente, rosas, rosas, (furioso) pétalos de rosa, capullos de rosa:/:cálices de rosas:/:aroma de rosas, llanto de rosas, rosas —  colores de rosas,— (mor.) rosas.

*

¿Yo?

*

   Salvajemente fija los ojos en el horizonte mirando hacia — rosas.
Y muere.

* *
*
¿Tú?

Sigbjørn Obstfelder















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