"Desde niña me conmovía mucho ver a los niños negros que vendían periódicos, a veces sin zapatos. Producto de esa conmoción nació el personaje de Apolo, un niño negro y pobre. Una vez que me salió el personaje, se dedicó a vivir por su cuenta y yo solo tuve que salir atrás corriendo para escribir lo que él hacía. Es tan genuino, tan inocente, que sigue gustando. No ha muerto, está vivito."
Hilda Perera
"La literatura me parece un magnífico instrumento que tiene el escritor para llegar a los niños y sensibilizarlos con su realidad. No creo que los niños y jóvenes deban criarse en el limbo, pienso que se deben conmover con las lacras del mundo. Por eso en cada uno de los libros propongo un mensaje: no quiero que sean lúdicos solamente, sino que también aborden un problema específico."
Hilda Perera
"Ting Li sintió miedo. Mai se había pasado la noche llorando. Encogía las piernas, cerraba los puños y no había tibieza o canto que la acallara. Le dio agua de arroz y la acunó contra su pecho. Al amanecer, cuando casi se le iba apagando el llanto, llamó a Ong.
-Ong, Ong, despiértate. Mai está muy enferma.
-¿Y qué quieres que haga? ¡Te dije que la dejaras! Ni tú ni yo sabemos cuidar niños.
-¡Se hubiera muerto, Ong!
-Por lo menos, hubiera sido más rápido.
-Y Jimmy, ¿se habrá perdido?
-Ése no vuelve. Yo lo conozco bien.
-Entonces, ¿qué hacemos?
-Allá tú. ¿Qué podemos hacer?
-¿No podríamos llevarla al hospital, buscar un médico, algo?
-Yo no sé dónde hay médicos. Los hospitales están llenos de soldados. ¡Hombres, Ting Li, hombres! ¿Quién va a ocuparse de una niña medio muerta? ¡Ni que fuera la primera!
-¿Y el orfanato, Ong?
-¿Llevarla al orfanato? ¿Estás loca? Tú ve si quieres. A mí no me vuelven a agarrar las monjas. Es como estar preso. ¡Vete, vete tú si quieres! Así me quedaré solo de una vez.
Ting Li lo miró y sintió lástima. Ong era su única familia.
-Voy a llevarla. Quizás allí la salven.
Ong se encogió de hombros:
-Haz lo que quieras. Vete.
-Escucha: ahora que está oscuro voy, la dejo en la puerta, llamo y salgo corriendo. No me verá nadie.
Ong achicó los ojos:
-¿No será que tú también quieres irte a Nueva Jersey, como Jimmy? ¡Pues ve cambiando de idea! Allá no quieren niños grandes. Lo sé. Por mí puedes irte cuando te dé la gana. ¡Ni tengo miedo, ni necesito a nadie!
-No, Ong, yo me quedo contigo -lo apaciguó la niña.
Ong sacó su navaja, la abrió y comenzó a dar cortes en un tabloncillo. Eran cortes profundos, resentidos, como si estuviera hiriendo la madera a propósito. Entonces, con el insatisfecho deseo de seguir hiriendo, se acercó a Mai, apartó la colcha para mirarla bien, aguardó un instante y dijo:
-Yo creo que no tienes que llevarla a ningún sitio. Ya se murió.
-¡No, no, Ong! ¡Ayúdame, por lo que más quieras! ¡Vamos!
Juntos caminaron por las calles llenas de sombras, hasta el orfanato. Ting Li apretó a Mai contra su pecho. En silencio, con mucho cuidado, la puso frente al portón cerrado.
-Mai -le dijo-, yo he hecho lo que he podido. ¡Que te salves!
-Vaya, toma -dijo Ong entregándole a Ting Li el tabloncillo en que había rayado, a trazos duros: "Mai".
-Que, por lo menos, tenga nombre.
Pulsaron el timbre. Una ventana respondió, iluminándose."
Hilda Perera
Mai
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