Jean Paulhan

"Como la noche cae súbitamente, el caporal Caronis grita:<> Y salta encima del parapeto y se le escucha caer sobre las hojas.
De inmediato Réchia y Ferrer, sin decir una sola palabra, saltan detrás de él. Yo les sigo, corro, pero un árbol me engancha y retiene. Luego, salto dentro de una fosa, y me reúno con ellos.<< Hemos sacado el pequeño poste, me dicen.>>
Dos alemanes han sido muertos y obstaculizan el lodo. Otro se ha escapado hiriendo a Réchia en sus labios, por eso está sangrando. Y Caronis ha recibido una herida de bayoneta.
Dicho asunto no ha ocupado un lugar más importante que las otras preocupaciones, que me retienen aquí. Pero se hizo necesario reemplazar a Caronis, y yo fui designado.
Considero que merecía, sin dudas, ser nombrado caporal; pasaré por la pena de explicar dichas razones. Sucede que mis actos propiamente militares no se acompañan, en mí, de mucha consciencia. Y como aquello no estaba incluido en ninguna obligación militar sentí, a pesar mío, que me alcanzaba toda esa libertad. Ya me expliqué, es todo lo que diré.
Compartí el hueco y la comida con el caporal Delieu."

Jean Paulhan
El guerrero aplicado


"El malgache que pronuncia un proverbio parece a menudo ignorar que usa una imagen."

Jean Paulhan



"El proverbio no funciona bien sino a condición de no ser tomado por un proverbio (…) el proverbio esta dotado de una importancia singular, pero la última forma con la que se le puede dar esa importancia se dice que ella se debe al proverbio."

Jean Paulhan



"Espero todo de la literatura. Si hay algo divino y sagrado en el mundo, es a través de la literatura como nos acercamos a ello."

Jean Paulhan



"Están pasando cosas graves, el cordobés (si vive) va a cambiar todo el arte del arte del toreo: se pega al toro."

Jean Paulhan



"¿Me será preciso entonces imponer la retórica? Pero ―si tuviera incluso los medios― ella tendría la oportunidad de parecer al alumno desafiante o distraído, diferente, hecha de convenciones y de artificios: de puro lenguaje. La más débil de las cosas y la más inexistente desde que ella no encuentra de entrada el asentimiento: allí pierde hasta su naturaleza. De otra parte, la cuestión es más difícil. ¿Qué retórica propone usted? ¿Hasta dónde conducirá sus estados, sus listas? Quiero ciertamente que “languidez misteriosa” sea cliché y la sensación que se eduque. Pero, ¿qué hará usted con “la estación de las penas”, “la alegre languidez”, “la guirlanda de juventud”? Si acepto la unidad del sujeto, ¿me va a imponer la unidad de lugar, de tiempo, de sensibilidad? ¿Por qué no? Esto no es todo: se inventan todos los días lugares comunes, ¿basta una réplica política (“Yo hago la guerra”), una palabra de actriz (“¿Descendí bien?”), un slogan (“Sí, Ribby viste mejor”[1]).

¿Va a admitirlo de inmediato?

Si dice sí ¿no implica agobiar la lengua con una muchedumbre de locuciones que se eliminarían ellas mismas? Si dice no, ¿no estará llamando en todo momento al desacuerdo y al debate, porque dirá, se trata casi sin duda de lugares comunes?

Porque basta la más ligera diferencia para que surgiese inmediatamente la inquietud por las palabras del lenguaje, lo que justifica el Terror, que es ya el Terror.

O bien, ¿llegará a fijar de una vez por todas, como los emperadores chinos hacían con las palabras, las expresiones de las que un autor tendrá el derecho de servirse? O todavía…

Pero, ¿qué tengo necesidad de imaginar? Todas estas cosas están ya vistas y muchas otras que de ellas se siguen: las formas envejecidas, los abusos del pastiche, el énfasis, la elocuencia obtusa, el reproche que se le hace a un sujeto de ser ingenuo, a una rima de ser inesperada, a un estilo de ser personal. Y la retórica al fin, tan pronto que se esfuerce y se imponga y cese de ser una pura visión del espíritu, no puede dejar de asemejarse muy rápidamente a la imagen detestable que trazaba de ella el Terror; agitando sus esposas de palabras, levantando sus prisiones de lenguaje, a tal punto que la revuelta sea la única esperanza de salud. Es su doble faz. Puede ser delicioso, incluso natural comprometerse con la vida; y sin embargo se habla, no sin razón, de las cadenas del matrimonio.

Como nos bastaba llevar hasta el fin el Terror para encontrar la Retórica, así basta que intentemos simplemente aplicar la Retórica para vernos lanzados en el Terror.

¡Qué odiosa turbación! ¿Necesitaremos ver, todavía un largo tiempo, como gira la veleta loca?"

Jean Paulhan










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