Jesús Pabón

"Cambó guardó, del caso, un hondo recuerdo. Fue la primera gran tormenta de su vida. El joven concejal de Barcelona había descubierto, en aquella experiencia, todo un mundo complejo y tenebroso. Una empresa extranjera conectaba, mediante turbios enlaces, con unos regidores del Ayuntamiento barcelonés. La prensa se bastaba a trastocarlo todo, presentando como necesidad pública un negocio privado y deshonesto. Parecían moverlo todo los famosos "ex capellanes" de "El Diluvio", curas renegados, agentes de corrupción. El dinero jugó y le fue ofrecido, como resorte supremo. En plena batalla, cuando se combinaban el asalto de los adversarios y la flaqueza de algunos amigos, quebró por primera vez su salud, y presintió esa perpetua amenaza de la debilidad física en el trance decisivo. ¡Qué experiencia más honda y más llena de advertencias!
Los agentes de la casa Strache -decía Cambó- tenían un gran instrumento, que era el soborno. Iba acompañado de toda clase de amenazas. Mis compañeros de minoría, en los momentos dramáticos del asunto, no se atrevían a sentarse a mi lado en los escaños del salón de sesiones. Temían que, de rebote, les tocase la bala que me había de matar. Fue una situación terrible. De nada se estaba seguro. Lo de menos fiar era la incorruptibilidad de los concejales. En las primeras votaciones sobre la cuestión, mis argumentos y la presión de la opinión pública convencieron a muchos concejales de la enormidad que se iba a cometer; parecía que contábamos con una mayoría segura. Yo me daba cuenta de que, a medida que pasaba el tiempo, esta mayoría se iba reduciendo. En cada sesión había algún concejal que hacía agua. Se veía en el momento de votar. Perdíamos terreno visiblemente. Llegó un momento en que un voto podía decidir el asunto... Pues bien: por una de esas cosas que pasan en la vida, el día de la votación más difícil me sentí enfermo. Los agentes del negocio, que debieron tener noticia, trataron de sobornarme aquel día. Por la mañana se presentó en mi casa un señor, redactor de "El Diluvio" y ex capellán.
-Aquí tiene eso- me dijo suavemente-, medite un poco... y no vaya a votar.
Me hice llevar al Ayuntamiento como pude, saturado de inyecciones y drogas. Más muerto que vivo, aguanté hasta el final; mediante un terrible esfuerzo hice todo lo conveniente, y los del negocio perdieron otra vez la votación... Lo último que intentaron fue, quizá, más sensacional. Ante la campaña de difamación de "El Diluvio" hablé, en un momento determinado, con claridad. Un señor cualquiera, que se había hecho de la Lliga en el momento de llegar la cuestión Strache al Ayuntamiento y que se dio de baja al ver que la minoría no marchaba, presentó contra mí una querella por injurias. En la sesión del 13 de agosto de 1903, llegó, en efecto, al Ayuntamiento, un auto del Juzgado participando que, en razón de un proceso instruido a instancias de José Samsó, se había decretado la suspensión interina de mi cargo. Esta suspensión duró pocos días, durante los cuales Buxó y Serraclara trataron de hacer pasar su proyecto. Pero no pudieron. Carner y Puig y Cadafalch defendieron los intereses de Barcelona de una manera tenaz. Reintegrado al cargo pocas semanas después, se habló aún del asunto durante cierto tiempo, pero una serie de sesiones triunfales dieron el golpe mortal a la cuestión del gas Strache."

Jesús Pabón
Cambó


"En cualquier vida -en la de Verdaguer por tanto- lo más fácil de imaginar son las "situaciones-cumbre", especialmente aquellas que, por serlo venturosamente, no parecen tener historia. Pensemos en el Verdaguer de los años 1883 a 1886, desde la muerte del primer marqués de Comillas hasta el viaje a Tierra Santa. Su situación de capellán-limosnero en el palacio de la Puertaferrisa, es envidiable y envidiada. Tengamos en cuenta las cualidades personales del segundo marqués, su religiosidad, su bondad y su generosidad sin límites, sus viejas aficiones poéticas también; consideremos lo que era, en la vida económica y social de la Barcelona y de la España de esos años. Pensemos en lo que, por muy varias razones, era Verdaguer para él: "el Marqués no sólo estaba satisfecho, sino también orgulloso de tenerle consigo y de sentarle todos los días a su mesa; le veneraba por sus virtudes y le confiaba todos los secretos; Verdaguer era su consejero en las dudas, su consolador en las penas y desgracias de la familia...; era, -decía- para mí y para la Marquesa, nuestro mejor tesoro, el don preciosísimo que la divina Providencia nos había concedido".
En esos años y en el palacio de la Puertaferrisa, Mosén Jacinto gozaba del prestigio supremo de sus éxitos literarios; ejercía una influencia decisiva, demostrada una y otra vez; disfrutaba de comodidades superiores a cuantas apetecía; vivía sin cuidados por el presente; y hasta el porvenir quedaba atendido con los ahorros, que la administración del Marqués invertía en acciones y obligaciones del Ferrocarril del Norte, según el futuro imprevisto haría conocer. Situación -decíamos- envidiable y envidiada, de la que ha escrito Serra y Boldú: "En esa casa López estaba como pez en el agua...": "En casa López vivía bañándose en agua de rosas...".
Opinión extendidísima, entonces y luego, gracias a su sencillez y superficialidad. Y que, por contradecir de lleno cuanto conocemos de la psicología de Verdaguer y de su intimidad en estos años, se basta a estorbar la inteligencia del drama.
En ningún sentido podemos considerar a Mosén Jacinto "apegado" a aquella vida, como arquetipo ideal o fuente de placeres y provechos. Probablemente, no se dio entera cuenta del excepcional privilegio de su posición. Y el hondo desprendimiento de cuantas ventajas gozaba o podía gozar, era uno de los rasgos comunes del Marqués y el Capellán, y una de las bases que cimentaron la histórica amistad.
En esa vida, el sacerdote podía hacer una pregunta trascendental al hombre y al poeta.
Esa pregunta le fue hecha por otro sacerdote. Un buen día, Sardá y Salvany le abordó en la Tipografía Católica de la calle del Pino, y le dijo: "Y tú, Cinto, ¿cuándo te cansarás de laureles de poeta, de eglantinas y de flores naturales? ¿No podrías ayudarme a emprender algo para el pueblo, de carácter religioso y de propaganda?". La pregunta produjo la serie de "cánticos", comenzados a publicar en marzo de 1882, en que el Poeta quedaba sacrificado en aras de la piedad popular."

Jesús Pabón Suárez de Urbina
El drama de Mosén Jacinto






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