Per Petterson

"El primer hombre volvió a cruzar la carretera dejando atrás la casa amarilla. Están de camino, dijo, la grúa estaba en Roa, no tardarán mucho. Lo sé, dije, Roa no está lejos. Conocía el camino, había hecho ese recorrido muchas veces, no hacía mucho de la última vez, con Vigdis, en Roa había un restaurante chino y poco más. Quieres que me quede con vosotros mientras esperáis, preguntó el hombre. Puedo, si quieres. Fue amable por su parte. Tendría diez años más que yo, tal vez quince, o más. Llevaba una gabardina elegante y debajo un traje marrón, la corbata de un beige impecable. Impactante a la vez que discreta. Se había manchado la rodilla derecha del pantalón. Se dio cuenta de que yo me fijaba e intentó sacudirla lo mejor que pudo, casi toda la mancha se quitó. Pensaría que yo era un idiota, resultaba comprensible, y no dijo aquello por mí, sino por las niñas, había visto algo, en Vigdis, en su rostro, yo también lo había visto, pero ella no era consciente de ello, era demasiado joven. Iba a decir gracias por ofrecerte, pero estaremos bien hasta que llegue la grúa, pero no fue eso lo que dije, dije, gracias, eso estaría bien, y era verdad, de repente me sentía cansado, tan solo. Sería un alivio que hubiera otro adulto. Puede que solo uno de nosotros fuera un adulto, de ser así no era yo, pero era mejor para las niñas, les parecería más seguro, sin duda, que él se quedara un rato más, mientras yo también estuviera allí, si no es molestia, dije, no, dijo él, iba a Gjøvik, a una reunión, pero voy bien de tiempo. Trond Sander, dijo dándome la mano. La cogí y dije, Arvid Jansen. El escritor, dijo Trond Sander. Así es, dije yo, al menos a ratos, y pensé, qué sabrá él de eso. Se echó a reír, captó bien lo que yo estaba pensando, dijo: me temo que mi escritor favorito es Dickens, pero estoy al tanto de la actualidad, y yo dije, no es fácil competir con Dickens. No, dijo, pero tampoco hace falta. Lo dejé estar y abrí la mano señalando a las niñas. Estas son mis hijas, Tone, Tine y Vigdis, pareció que las estaba mostrando en todo su esplendor, y Trond Sander se volvió hacia ellas, se inclinó con cierta rigidez, tal vez como lo haría un caballero en el teatro o el cine, pero no en la vida real, dio una impresión muy formal porque les cogió la mano una a una, saludó muy educado, hola, Tone, hola, Tine, hola, Vigdis, repitió su propio nombre cada vez y también dijo todo irá bien, y las niñas tuvieron que corresponder a su saludo, nunca las había visto inclinarse así, Tine hizo una reverencia, lo había visto en una película, no recordaba bien en cuál, pero quitó tensión al ambiente, Vigdis hasta sonrió un poco y pensé: por qué no soy yo quien las hace sonreír."

Per Petterson
Hombres en mi situación



"He querido hacer como Simone de Beauvoir. Si ella lo hace con París y los de Nueva York también lo hacen, ¿por qué no con Oslo? Creo que podéis utilizar mi libro (Hombres en mi situación) como un mapa de Oslo."

Per Petterson





"La palabra está sobrevalorada."

Per Petterson



"Las familias noruegas son silenciosas."

Per Petterson


"No sé si la guitarra me ayuda a escribir, pero sí me ayuda a no huir. A veces toco más la guitarra que escribo."

Per Petterson




"Y luego pasé a la entrada, al recibidor, seguí hasta el salón y acabé en la cocina, donde todo estaba como llevaba casi diez años estando, los mismos pósters en las paredes, las mismas alfombras en el suelo, los mismos espantosos sillones rojos, y a la vez no estaba en absoluto como antes, no como al principio, cuando éramos nosotros dos contra el mundo, ella y yo, hombro con hombro, mano a mano, «somos solo tú y yo», nos deciamos, «solo tú y yo», decíamos. Pero algo había pasado. Ya nada se mantenía unido, todas las cosas guardaban distancias entre ellas, separaciones entre ellas, como satélites, se atraían y se repelían en el mismo instante, y hacía falta una gran fuerza de voluntad para superar aquellas distancias, aquellas separaciones, mucha más de la que tenía yo a mi disposición, mucha más de la que nunca osaría emplear. Y tampoco nada estaba como cuando cruzamos aquellas tres o cuatro comarcas de Romerike, al este de Noruega, al este de Oslo. Allí tenía el cuerpo del coche pegado a mí en todas las direcciones por las que avanzábamos, pero ahora, en el piso, las cosas se desenfocaban y se dispersaban en cualquier dirección. Era como un virus en el nervio del equilibrio. Cerré los ojos para que el mundo recuperara su horizontalidad y en ese momento oí cómo ella abría la puerta del baño y sus pasos por el pasillo. Los habría reconocido en cualquier sitio del mundo, sobre cualquier superficie, adoquines, grava, losas, parquet. Se detuvo justo delante de mí. Oía su respiración, pero no tan cerca como para sentirla en la cara. Ella esperó. Yo esperé. Las niñas se rieron de algo gracioso en una de las habitaciones. Había algo en su respiración. Antes nunca sonaba así. Yo seguía con los ojos cerrados, tenía los párpados apretados. Y luego la oí suspirar."

Per Petterson
Yo maldigo el río del tiempo




"Yo no contaba más que siete años cuando decidimos convertir aquello en un rito anual, mi hermana y yo, y no porque fuera un placer, sino porque creíamos necesario tomar una decisión que nos exigiera un esfuerzo fuera de lo normal, que nos doliera lo suficiente, y en esos momentos aquello parecía doler lo suficiente. Los soldados alemanes habían llegado a Oslo tres semanas antes, y habían desfilado por la calle de Karl Johan en una columna inacabable, y ese día hacía frío y la calle estaba silenciosa, y sólo el chasquido unísono de las botas militares, semejante al restallido de un látigo, resonaba entre las columnas que se alzaban junto a las aulas, rebotaba allí en las paredes y retumbaba como un eco por encima de la plaza adoquinada de la universidad. Y luego el repetido estruendo de los cazas Messerschmitt que volaban bajo sobre la ciudad provenientes del fiordo, de mar abierto y de Alemania, y todos los mirábamos de pie, callados, y mi padre no dijo nada, y yo no dije nada, y nadie en toda la multitud dijo nada. Levanté la vista hacia mi padre y él la bajó hacia mí y negó lentamente con la cabeza, y entonces yo negué con la cabeza también. Él me tomó de la mano y me sacó de la aglomeración que se había formado sobre la acera y caminamos calle abajo, por delante del Parlamento en dirección a la estación del Este para ver si pasaba el autobús de Mosseveien o si salía el tren hacia el sur o si, por el contrario, todo estaba paralizado aquel día a excepción de las tropas alemanas que de pronto pululaban por todas partes. No recuerdo cómo entramos en la ciudad finalmente, si fue en tren o en autobús o si nos llevaron en coche, pero en todo caso conseguimos llegar a casa, y es posible que fuese a pie.
No mucho tiempo después, mi padre desapareció por primera vez, y mi hermana y yo empezamos a bañarnos en el frío fiordo, con el corazón desbocado y la cuerda preparada."

Per Petterson
Salir a robar caballos




"Yo vivo en el bosque. Disfruto describiendo los paisajes, son un protagonista más de mis libros. En mis libros no solo recuerdas qué ha sucedido, sino dónde ha sucedido." 

Per Petterson















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