José Antonio Ramírez Lozan

"Debemos acercarnos a la creación sin los prejuicios pobres de la lógica."

El silencio

El silencio abastece
la soledad y da en las sombras
de comer a los peces.

Él nos guarda la casa
como el polvo, con esa
oscura mansedumbre
de la misericordia,
y vigila el olvido,
la virtud del aceite,
el filo de los verbos
con que nos castigamos.

El silencio se busca
para hacerse más hondo
en los desfiladeros del susurro,
en la desolación, allá
donde tampoco alcanzan las palabras
y el amor se cobija del acecho
de las profanaciones.

José Antonio Ramírez Lozano




Espejo

Julia se queda a veces
mirándose en el oro por ganarse
la imagen que los sueños
tanto le prometían.

Detesta los espejos porque sabe
que el ojo del azogue la traiciona
adrede con el filo
de su torpe evidencia,
con su luna sin cielo,
con la ingrata crueldad de sus perfiles.

Y consiente en la turbia
imagen que le presta el oro, solo
porque, igual que Luzbel, el oro acaba
rebelándose y niega
con su fulgor su condición espuria
y burla con su brillo
la herencia tan ruin de la materia.

José Antonio Ramírez Lozano



Furtiva

Como la nieve cae
furtiva en la alta noche y va pisando
descalza los baldíos
sin que apenas las sombras
sospechen la costumbre
de su mansa blancura,
así también tu mano,
fría bajo las sábanas,
busca mi cuerpo tibio y lo acaricia
sin que la Muerte sepa
la virtud de su acto, su certeza,
el copo con que alivia
mi oscuro desamparo.

José Antonio Ramírez Lozano



"La magia del lenguaje tiene la capacidad de fundar un territorio y explorar espacios que están más allá de nuestro alrededor. Esa avanzadilla es también una experiencia de libertad. ‘In principio erat verbum’ [En principio era la palabra], dice ya el Génesis."

José Antonio Ramírez Lozano



Las Meninas

Las Meninas de Velázquez
respiran la luz y fingen
ser ninfas turbias del aire.

Pero no hay aire ni esperan
más vida que la que da
el ansia de poseerla.

Diego Velázquez se asoma
al cuadro pero se queda
-sabio entre el ser y el no ser-
con la llave de la puerta.

José Antonio Ramírez Lozano



"Me encanta fabular. Es la aspiración más alta de un narrador."

José Antonio Ramírez Lozano



"Nadie renuncia a las lecturas de infancia. Leemos sobre lo leído."

José Antonio Ramírez Lozano




Oscuro Arcángel

Ya no temo al diablo. Temo más
─mucho más que a su horror de cuando niño─
a su terrible ausencia, esa certeza
de que sólo esté Dios y que no tenga
para vivir más que virtud y cielo,
sin comezón ni sal,
sin el veneno tan ebrio de la carne.

Jamás temí al arcángel del pecado.
Tampoco a su belleza. Temo, sí,
que me pase de largo por la vida
y ni me tiente apenas, ni me mire,
o que vaya a mirarme con piedad.

¡Oh, ven, Luzbel, a mí! Bórrame el sueño
maldito de lo eterno y hazme sólo
mortal entre las bestias. Tú, que has visto
de cerca a Dios y renunciaste al Cielo
por la lujuria de la sangre, bésame
y que sea tu boca quien delate
mi nombre a los esbirros de la Muerte.

José Antonio Ramírez Lozano



Rosa del laberinto

En mitad de las sombras
hay una rosa blanca en la que está
cifrado el laberinto.

Bajas al atrio aquel de los denarios,
donde los publicanos,
y te encuentras de pronto en el museo
de los telegrafistas
en el que dos clarisas ensartan con su aguja
las minúsculas muertas de los abecedarios.

Las monjas te señalan la puerta de salida
y al abrirla te das
con los desolladeros de Estrasburgo
donde matan un buey para Mitrídates.

Escapas entonces del horror
por el ojo del buey que descuartizan
y vienes a parar a la oficina
de patentes de Roma en que registran
un candado de hielo,
las palabras de los agonizantes,
la corambre del mártir san Anilio.

Y el mártir te señala con el dedo
el portón que da al Tíber, pero da
a una alcoba de Praga
donde un hombre de negro que aborrece sus élitros
se suicida con un insecticida.

Y al verlo desesperas y vuelves a intentarlo
porque sabes que en mitad de las sombras
hay una rosa blanca en la que está
cifrado el laberinto y quien la corta
regresará al origen
deshojando sus pétalos, escalones arriba,
hasta dar con el cáliz algún día,
esa copa sagrada de las revelaciones.

José Antonio Ramírez Lozano



San Tacio y las hormigas

Las hormigas recaudan
para las catedrales
pequeños cristalitos,
almíbar de libélulas 
y arena de Salónica 
para los arbotantes.

Las beatas maldicen 
su migaja de luto.

Y las hormigas buscan 
ocultas cerraduras
para sacar la herrumbre, 
el musgo del diablo,
los corazones secos 
de las viejas polillas.

San Tacio les predica 
un cielo de alacenas
donde una mártir corta 
su pechito de azúcar 
venial para ellas.

José Antonio Ramírez Lozano



Sombras

La tarde se santigua de lechuzas
y el cielo se recoge, impuro por torcaz, 
en el recato de los palomares.

Ya los cirios se abren
paso en las sombras alumbrando
las sombras mismas, esa oscura 
comitiva de lutos, esa fila
de los deudos de Dios con el pabilo 
en mano de la fe, con la moneda 
del arrepentimiento con que saldan 
los mortales el pecio de su horror, 
el ábaco terrible de sus culpas.

Da su hilera en la plaza
y en la cal se recortan los perfiles chinescos 
de las calvas devotas, de las negras 
mantillas, mientras suena
la música de Dios en la calleja y callan
las fuentes en su salmo.

José Antonio Ramírez Lozano




Todavía

Os juro que me iré
como se fue mi padre, así, dejando
encendida la luz de la cocina
y su tazón de leche con galletas
frente al televisor.

Me lo he propuesto, amigos,
-la cama por hacer, la radio puesta-
para que no sospeche
la muerte mi abandono y llegue tarde
por una vez, y tenga
que ir cerrando las puertas
y apagando las luces
una por una, así,
burlada en su tardanza,
torpe en su menester y todavía
la vida de mi parte, ella a la zaga,
los perros de la noche en las callejas
ladrándole furtiva.

José Antonio Ramírez Lozano















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