José Luis Prado Nogueira

Alba de Dios

Nada turbaba el secular abrazo
del silencio y de Dios,
mas del Coloso el Verbo se nutría,
en el undoso sueño de su fructífero regazo.
Algo cruzó la noche, un latigazo
de cólera y de amor al grave esposo,
dio la fecundidad,
quebró el reposo
de aquel doliente y unitivo lazo.
Estaba el Ser en actitud eximia,
fulgía la intención,
desde su centro un ala mágica voló,
una alquimia a Dios interrogó,
salió a su encuentro
—resplandecía la negrura—,
dentro iba a empezar la cósmica vendimia. 

José Luis Prado Nogueira


La nueva vida

Guille, querido hijo, hace dos años
que vinimos aquí a sanar tu pecho
con un dinero que nos dio la abuela.
Ahora estás a mi lado, contemplando
el cielo aquel que devolvió tu vida
a nuestras vidas. Ahora, en tal minuto,
dos años más crecido y más hermoso,
dos años más entero hacia la vida,
dos años más maduro hacia tu muerte,
me sonríes, cogidas nuestras manos.
Ese que miras es el sol de agosto
de blanca luz reluciente, pero el mismo
sol de un pasado agosto, más maduro
dos años, y también hacia su muerte,
que te ha sido devuelto
más intenso, más vívido, más puro,
más gemelo de ti, tu sol hermano.

(...)

Queda la tierra en soledad, abierta
a la inquietud de tus atentos ojos.
Queda un circo de montes con bellísimos
nombres de pila: La Peñota, Siete
Picos, Montón de Trigo, Peñalara
más allá, más allá La Maliciosa.
Mira qué grandes montes se inventaron
para tu pobre pecho. Resplandecen
en la azul cercanía. Hay un enigma
umbilical, una invisible arteria
con latido común entre su bronca
y solemne hermosura y la exquisita
pulcritud de tus hilios pulmonares,
entre su anchura silenciosa, inerte,
y tu complejo aliento, destilado.

José Luis Prado Nogueira



La tristeza

Bajo la sombra incierta, la desnuda
acacia nos acoge. Tú a mi lado.
Se filtra el sol. El sol dibuja, a golpes,
símbolos vagos en tu piel morena.
Una muchacha cruza por el cielo
su líquido perfil, que tú no puedes
explicarte. (Señor, ¿el agua flota
en el aire?) Una vaca muge. Muge
-Lola tiende la ropa- a contrapunto
de la canción de Lola. Hay brisa. Corre
la dulzura del tiempo. Sí, se filtra
la universal ternura. Los lagartos,
las acacias, las piedras, la mañana
cuajada en luz en los picachos, llenos
de festones los cielos y las tierras...
Tú y yo bajo la acacia. Y, sin embargo,
ahora estoy triste, estoy triste de vida.
Estoy triste. ¿Por qué? Dientes de leche,
ojos de trigo en ti. Pero estoy triste.
No sé si sé que no día no lejano
te olvidarás de todo y a otras ínsulas
contigo a cuestas partirán tus sueños.
Este mundo tan puro
se quedará sin ti. Tú irás ganando
esta tristeza que hoy se me anticipa,
la oscuridad del alma, la industriosa
voluntad d ela hormiga, los venenos
mortales; el sombrero, la carrera,
la ciudad, las mujeres... ¡tantas cosas!
Ha de ser así todo. Es necesario
que sea así. Es preciso que yo sepa
que debe ser así. Es preciso que yo sepa
que debe ser así, en esta mañana
tan abierta de luz
que el alma se lastima,
tan misericordiosa
que los ojos se cierran lentos, íntimos,
mientras vuelve a cantar Lola, y emigra
la líquida muchacha por el cielo,
y tú, absorto y turbado, piensas cómo
podrá flotar el agua así, en el aire.

José Luis Prado Nogueira


Ya sé que el alma es de su Dios.
Ahora sé que también el cuerpo vuela.
Nada somos, en nada, uno de otro, hijo
y padre, amigo y enemigo, amante
y amado, vivo y muerto. Si tu cuerpo
tan al alcance de mi mano me huye
para qué sirve, qué es de mí, responde
qué queda entre él y yo, por qué he venido
y qué azar me ha guiado hasta tus restos…

José Luis Prado Nogueira











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