Maurice Renard

"Las campanas anunciaron la inminente llegada del padre de Mac en compañía de su otro vástago. Confirmar que la misiva había sido enviada a Escocia no aportaba nada nuevo en Fonval. El gran misterio persistía como un secreto inexpugnable contra nosotros. El pasatiempo de permanecer en mi habitación con los muñecos de mimbre y los talones tocando el tambor del techo seco carecía de valor.
Mis noches estaban vacías. No dormía en toda la noche. La idea de aprender lo necesario perturbaba mi cuerpo y me torturaba. Los celos me resultaban insoportables. La verdadera meta del amor había sido profanada en un doble juego.
Una noche quise levantarme y salir a la calle a dar un paseo y que el aire fresco fuera un lenitivo para mi extenuado cuerpo.
Nuestros paseos eran cada vez más frecuentes, quizás con la pretensión de fortalecer nuestra amistad y evitar que tratara de escaparme. Su cortesía era extremadamente aborrecible para mí. Aquellos días supervisados contrariaban mi voluntad, acrecentando mi impaciencia y las adicciones al amor y al misterio de la misma manera. Sabía que la alternativa era grotesca. Evocaba el amor pensando en las esculturas de hermosas mujeres, inalcanzables, inaccesibles.
Acumulaba continuas hipótesis que me ofrecían la esperanza irreductible de hallar la herramienta adecuada que me permitiera cavar más fácilmente y satisfacer mi curiosidad."

Maurice Renard
El doctor Lerne



"Pons regresó en febrero a Saint Jean de Neves. América lo había dejado insatisfecho y no entendía por qué tanto alboroto en torno a figuras como Cristóbal Colón o Amerigo Vespucci.
Por otra parte, carecía de la suficiente calma para adentrarse libremente en el paisaje más mundano. Le daba la vuelta a muchas cosas en su cabeza. Fléchambeau, perdido en el infinito mundo de lo infinitamente minúsculo. Se sentía conscientemente culpable. Debería consultar el correo en el buzón de la oficina postal, puesto que habrían llegado entretanto varios envíos certificados a su nombre.
Podía escribir, por supuesto, pero había prometido no hacerlo y cualquier perjurio lo sufriría como una ominosa abominación.
Se sentía lleno de incertidumbres, como al llegar a la estación de Saint Jean de Neves.
Estaba nevando. Casi no había un alma fuera. El cielo estaba oscuro como un techo de hangar. Reinaba un silencio sobrecogedor. La nieve crujía bajo sus pasos y los copos giraban desde el cielo entonando una muda melodía.
El pensamiento abordaba el recuerdo de su casa, mientras daba pasos en la nevada carretera principal. Se burló de los cuervos hacinados en los desnudos árboles, negras alimañas en un lúgubre cielo, y también de los grajos que revoloteaban indignados por la iglesia.
Un abrigo de armiño quizás fuera suficiente para enfrentarse a aquel invierno blanco, pensó Pons frunciendo la frente.
Desconcertado, hizo una pausa mental, dejó que el vaho de su aliento se propagara y se preguntó por su significado...
Las persianas de la casa estaban abiertas. Corrió hacia delante y empujó la puerta con mano febril.
Diablos, se dijo, no hace frío.
La puerta emitió un quejido leve. Polvo, vacío, soledad...
El dormitorio estaba en la primera planta, pero en el cuarto de Fléchambeau había un ambiente terrible."

Maurice Renard
Un hombre contra los microbios



"Probablemente sea necesario observar que la señorita Gilberte Laval montaba a horcajadas. No era extraño. Era una de esas amazonas modernas que se tienden en la silla de forma rígida, emancipadas del tradicional vestido largo y el sombrero de copa.
Quizás también lamentara esto en secreto Jean Mareuil. Pero como ferviente deportista rendía homenaje a la belleza y la capacidad de la joven para llevar su cabalgadura a un ritmo tranquilo y sosegado.
Jean propuso tomar el camino del Pabellón de Armenonville y tomar allí un pequeño refrigerio.
Los caballos estaban sudando. Era un caluroso día de primavera. Gilbert iba al paso bajo del verde dosel de los árboles.
El Bois se entrecruzaba en todas las direcciones posibles.
-Quizás podemos contraer matrimonio el segundo día de junio de manera que podamos cumplimentar todos los trámites necesarios.
-¿El dos de junio?
-Exactamente-confirmó Mareul extendiendo la mano derecha enguantada.
Los caballos estaban dócilmente apiñados, sometidos a la leve presión de las piernas de sus jinetes. Los ojos sonrientes de los jinetes transfiguraban la felicidad imperante.
-¿Cuándo bajaremos, entonces?-preguntó Gilberte.
-¿Después de la boda?... Si estuviera bien Luvercy.
-¿Hablas en serio?
-No, en realidad bromeaba, aunque nunca se puede predecir nada con total seguridad.
-Es gracioso que hayas pensado en Luvercy, Jean. Era mi sueño de niña estar contigo allí.
-¿Conmigo?
-Por supuesto. Tú eras para mí un caballero... ¿Cómo decirlo? Un caballero de cuento de hadas, un gran desconocido... Una página en blanco en el libro de mi vida, y sin embargo tu silueta quedó grabada en mi memoria. En Luvercy hay un banco de piedra muy antigua. A menudo me sentaba allí, atraída por la idealidad de aquella fantasmagórica imagen. Realmente es una lástima no poder hacer que los sueños sean reales.
-Depende sólo de ti.
Gilberte abrió su boca con irónica incredulidad."

Maurice Renard
¿Él?










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