Valentin Rasputin

"Pocos días más tarde, Nastyona se dispuso a navegar de nuevo, esta vez en el esquife que finalmente Mikheyich había descargado en el agua. El tiempo estaba lluvioso desde primera hora de la mañana, no siendo una lluvia pertinaz, pero sí molesta, de modo que el trabajo en los campos había concluido. Tenía el propósito de trabajar en el jardín, donde habían dispuesto el cauce para la siembra de los pepinos, pero la lluvia se lo impidió y sólo consiguió sentirse empapada y frustrada. Y para que ese día no fuera una total pérdida de tiempo tomó la siguiente determinación: Traeré la malla para mi marido, la cual conseguí por las buenas o por las malas, y le traeré también una botella de alquitrán para protegerle de las picaduras de los mosquitos y así aliviaré el dolor que anida en mi alma. Se alegró de que Mikheyich estuviera fuera y no tuviera que darle explicaciones y le dijo a Semyonovna que iba a pescar -Semyonovna se quejó de que todos se habían ido a pescar y que no habían podido ver el tallo de una omulyavka del Angará. Nastyona había dicho "ir a pescar", de modo que no quedó claro si encaminaba sus pasos hacia el río o tomaba el bote para ir a cualquier otro lugar. Semyonovna no tuvo tiempo para detenerla o darle su permiso, ya que Nastyona ya había traspasado el umbral y se dirigía rápidamente hacia el Ángara. Los remos se hallaban en el vestuario de la caseta, al igual que otros vetustos aparejos, envueltos con clavijas. Nastyona los tomó y fue hacia el agua rápidamente, desatracando el bote. En vez de ir río arriba, remó con el esquife a lo largo de la corriente revuelta. Transcurridos cinco minutos, al no poder divisar la aldea más allá de la vacilante y brumosa cortina de lluvia, giró el bote a través del río."

Valentin Rasputin
Vive y recuerda



"Tratando de calmarse, miró alrededor. Miró una vez y una vez más, y luego una tercera vez.
Desde aquí, la cima de la isla, pudo ver cómo se extendía todo bajo su mirada -el Ángara, las distantes costas extranjeras, y su Matyora, semejando una simple aldea con Pogmoda más allá de los pinares, de modo que los confines de la isla se extendían casi hasta el horizonte con el único contorno de un borde brillantemente acuoso. La amplia bifurcación fluvial sobresalía en su desdoblamiento, colmando la orilla opuesta, penetrando en su interior y tendiendo a enderezarse en la distancia, precipitándose fluida y copiosamente. El margen izquierdo se presentaba más cercano y apacible, justo a esa hora en la que los rayos del sol parecen inertes. En Matyora solían llamarlo Nuestro Angará. Ése era el semblante de la aldea, dispusieron sus botes para seguir el curso del agua y allí los niños contemplaron aquel mundo, del que conocían hasta la última piedra, y tras el canal, cuando aún tenían el koljós, retuvieron sus campos, los cuales únicamente ahora habían sido abandonados.
Y aquella isla serena y tranquila, predestinada a ser su hogar con sus claros límites, más allá de los cuales no había terreno sólido, sino sólo agua. ¿Entre sus confines y de costa a costa había suficiente espacio, y riqueza, y belleza, y vida salvaje, y animales en parejas -lejos del continente, encontrarían todo lo suficiente- y era esa la razón por la que aquella tenía el orgulloso nombre de Matyora? Y permaneció tranquila, muda -recolectando los jugos del primer estío: el campo que se hallaba a la diestra de la colina, en el que Darya había dispuesto una gruesa cubierta de verde trigo de invierno y tras ella emergía el pálido bosque, aún desprovisto de hojas, con sus manchas oscuras de pino y abeto; por allí pasaba el camino que conducía a Pogmoda."

Valentín Grigórievich Rasputin
El adiós a Matyora














No hay comentarios: