J. Ricart

El vino de Zeuxis

Los surcos rectilíneos se labraron
con la paciencia de los bueyes.
La cepa ascendió trémula
buscando el dorado halago.
En la canícula sus pámpanos
fueron para el cuerpo breve refugio,
y durante los azotes del cierzo
su raíz se aferró a la vida.
Sílaba a sílaba sus granos fueron
seleccionados por manos expertas.
Su exquisito caldo fue reposando
en secretas tinajas sin memoria
hasta conjugar cuerpo y alma.

Por eso, querido lector
paladéame despacio.
Mi sangre aleja la melancolía
y promete un mundo perfecto.
Regodéate en mi lujo,
apenas hoy al alcance
de unos pocos privilegiados.
Pero recuerda mis humildes orígenes
fruto del sacrificio y del trabajo.

J. Ricart nombre literario de José Ricart Mir



Espejos y mentiras

La hoguera muerde la madera lenta
y el humo se agusana entre tus manos.
De encontrar ceniza, esta sangre a trozos,
este espacio imposible de poema.

Lees los días en viejos atriles
y los vistes con olores lejanos.
Tus ojos se rayan de tanta lluvia
lees para saber que no estás solo.

No siempre has vivido, también has muerto,
tus zapatos de cristal te delatan,
mas el labio que te supo, ahora
calla hipócritamente oscuro te niega.

El espejo esculpió tantas mentiras
que hoy sólo quedan perfumes perversos:
un olor a la altura de la boca
un olor a habitaciones cerradas.

J. Ricart



JUEGOS DE AGUA

Gota a gota la ducha deletrea su monótono abecedario sobre el mármol. El calor barniza de rocío nuestros poros y esboza en ellos tímidas rosas. El espejo del baño entorna sus ojos, azorado, y de vapor se nubla. Me besas y en tu saliva se besan agua y fuego gracias a la alquimia. Me miras y las palabras se vuelven transparentes como el corazón de las medusas. Te miro y en el tacto reconozco ese dios invicto y joven que fui también yo hace años. Las dedos se deslizan como esponjas, se extienden más allá del límite de los pliegues, lustran lentas caricias. Luego la espuma resbala lúbrica por la piel hasta enredarse en tu sexo bruno. Justo en ese contraste tu espalda se convierte en un improvisado papel donde a trompicones mido mi verso. Mientras el agua juega, diluye caligrafías, pero no sus vocales. Bajo esta tórrida lluvia soy feliz porque todo lo que deseo cabe entre mis brazos. La anatomía de tu cuerpo, el ecuador de tu cintura están hechos a la medida de mi mano. Así podemos conjugarnos con la exactitud de dos planetas, el uno con el otro. Como piezas de precisa ebanistería, sin clavos ni colas; como palabras fundidas en un poema.

J. Ricart


LUCHADORES DE KIRKPINAR

Se aferran con las manos, pero resbalan lúbricas por sus aceitados cuerpos. Se escurren igual que las caricias (como en el amor no tienen nada a donde asirse) El uno empuja, calibra su peso. El otro embiste con la furia de un toro. Los músculos se tensan. Los tendones se retuercen como Laocoontes. Las venas del cuello se hinchan como de amor desbocadas. Un fatal escorzo reta al equilibrio. Fulgen los omoplatos como adargas de plata. En sus espaldas luces y sombras, y en sus frentes el sudor del paraíso. El sol de julio aprieta como un cilicio de espinas; mientras la brisa trae aromas de aceite y pino. Los dos intentan reducir la mandíbula al beso. Sus miembros se entrelazan como serpientes en celo. A veces parecen copular el uno con el otro. Otras devorarse mutuamente como titanes.

J. Ricart


Poética

La lengua subrayaba sus contornos,
veces los rasgaba con lujuria,
le arrancaba todos los adjetivos;
dejándolo en cueros o en carne viva.
Alargaba sus gritos como látigos
para domar su locura divina.
Lo hacía sudar en jóvenes verbos
hasta manchar la piel de fina tinta.
Medía el cuerpo sílaba por sílaba
y lo embutía en rígidos sonetos
o en otras estrofas encorsetadas.
Su sexo en un paréntesis de hierro.
Antes de poseerlo por completo
lo crucificaba en medio de la hoja
con sangrantes y oxítonos acentos;
o encadenándolo con largas rimas.
El verso accedía a sus caprichos
servilmente, tal como le enseñaron,
hasta que un día (no recuerdo) ya harto
de estos desmanes y otras vejaciones,
denunció al poeta por malos tratos
y al lector por conducta deshonesta.
El primero admitió todos los cargos,
cobardemente delató a su cómplice.
El lector fue sorprendido “in fraganti”
entregado a placeres solitarios.
cerró el libro y enchufó la tele

J. Ricart














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