José Rubén Romero

"¡Ai vienen!... gritóme don Jesús, el carnicero, cerrando estrepitosamente su puerta.
          ¡Ai vienen!... díjome Isidro, La burra, que pasó corriendo cerca de mí, con la tabla de las tortas en la cabeza.
        ¡Ai vienen!...ululaba Cipriano el cojo, corriendo con las muletas en el aire, completamente ajeno a su renguera.
         ¡Ai vienen!...exclamaba desatentado Farfán, el arriero, encajando en las nalgas a sus burros, media aguja de arria para hacerlos andar más de prisa; él de por sí, tan cuidadoso de su hatajo.
        Miré a lo alto de La Mesa y una flojedad angustiosa invadió mis miembros. ¡Doscientos, trescientos, qué sé yo cuántos jinetes coronaban el cerro, despeñándose por todas las veredas y por todos los pasos, lo mismo que un alud de reses bravas!
         Un toque de clarín clavóse, como una espuela, en los ijares del viento, y un horrible alarido de muerte bajó rebotando de tejado en tejado.
         Mi voluntad me dijo entonces: ten valor, ten entereza; pero mis pies se hicieron los desentendidos y, cual si tuviese alas de Mercurio, echaron a correr vergonzosamente…"

José Rubén Romero
Desbandada



"¡Como me da lástima el Diablo!"

José Rubén Romero



“El político tiene el corazón en el estómago y el filósofo en la cabeza.”

José Rubén Romero
La vida inútil de Pito Pérez



"En las sesiones matinales, a la hora de la espulgada general, se toma el sol, planeándose las defensas, la coartadas; concertándose los negocios, y se escriben las cartas para el exterior. He sido el amanuense obligado de centenares de reclusos; los puntos de mi pluma fueron ojos para llorar ausencias, bocas para gritar agravios, troquel de recuerdos para madres, esposas o hijos desventurados.
Después de las comidas ——no encuentro apropiado decir de sobremesa—— se discute de política y se retocan los retratos de las primeras autoridades del pueblo, sin olvidar detalles de familia.
Por las tardes, a la hora triste de ocultarse el sol, cuando las rejas simulan cruces ensangrentadas por la mano criminal del crepúsculo, las almas se conmueven con el paisaje que adivinan, y surge a coro una canción que se repite como un salmo y repercute en el aire como un doloroso gemido.
Las noches vienen aparejadas de imágenes obscenas, de recuerdos sensuales y dichos libidinosos y, a cual más, los presos echan sus mentiras, haciéndose la ilusión de que el auditorio se las cree, y hablan de batallas descomunales y de espadones invencibles en los campos imaginarios del amor. Pero aquellos que escuchan, mientras les llega su turno de fantasear en alta voz, sonríen incrédulos, porque saben que tales cosas se cuentan nada mas como un estimulante para el solitario desahogo del cuerpo.
Una a una recuerdo las cárceles que he conocido, y me precio de haber fincado dentro de ellas muy buenas amistades.
Me impusieron ocho días de arresto por repicar las campanas de mi parroquia, para autoagasajarme al volver a mi pueblo, poseedor de un sombrero de bola, un bastón y un traje nuevo.
Porque en la populosa ciudad de Tancitaro, grité borracho: ¡muera el cura Hidalgo!, quince días de cárcel, sin lograr convencer a las autoridades de que mi grito para nada influyó en la muerte de tan preclaro varón, definitivamente fusilado un siglo antes de que yo lo proclamara."

José Rubén Romero
La vida inútil de Pito Pérez



“La muerte y yo nos hablamos de tú desde hace tiempo; ella juega conmigo sin hacerme daño.”

José Rubén Romero
La vida inútil de Pito Pérez



“Las armas las carga el diablo y las descargan los pendejos.”

José Rubén Romero
Notas de un aldeano



“Los médicos recetan cosas raras —decía—, sobre todo si no tienen un tanto por ciento en nuestras boticas, pero con la farmacopea nos ayuda a defendernos de sus artimañas, acaso en beneficio de la humanidad puesto que, simplificando las medicinas, matamos menor número de personas. Aquí donde me ves, yo he ahorrado muchas vidas y algún dinerillo para mi regalo, haciendo pócimas de simple jarabe y píldoras de inofensivo almidón. Aprende, Jesús, sigue honradamente mi ejemplo y gozarás de una conciencia tranquila y de una bolsa satisfecha.”

José Rubén Romero
La vida inútil de Pito Pérez




"—¡Mamá, muchachos, mi papá se ha caído! —gritó con angustia una de mis hijas.
        Acudieron todos; pero yo ya estaba muerto. Sin embargo, oía, veía, pensaba… Oía las voces como si me llegaran a través de un micrófono; veía las imágenes como si estuvieran sumergidas y temblaran dentro del agua; pensaba pero mis pensamientos parecían, por precisos, frases hechas dentro de mi cerebro.
        Creí descender por un túnel estrecho, asomarme a una playa solitaria, hundirme en el azul opaco de un mar sin fondo, con la angustia del náufrago que no sabe nadar.
        Temeroso, vacilante, mi espíritu retrocedió hasta acomodarse de nuevo en mi cuerpo, como un humilde can que regresa a la casa del amo, después de corretear indecorosamente por las calles.
        Mi cuerpo se hacía de plomo en los brazos de mis hijos, cuyas voces distinguía con perfecta claridad:
        —Un médico, ¡pronto!
        —Busquen el agua de Colonia.
        —Es una congestión.
        Las criadas subían y bajaban la escalera en un ir y venir inútil: María sosteniendo el cacharro lleno de agua caliente, para la irrigación de todos los días; Aurelia, con los ojos muy abiertos y apretando una cuchara en la diestra, con la misma majestad con que una reina empuña su cetro.
         —Hay que tenderlo en su cama.
         —Conviene darle un baño de pies, o hacerle la respiración artificial.
         Yo lo escuchaba todo, aceptando lo razonable y rechazando aquello que me parecía absurdo.
         Sin embargo, estaba ya bien muerto."

José Rubén Romero
Anticipación a la muerte



¿Que hace usted en la torre Pito Pérez?».
Vine a pescar recuerdos con el cebo del paisaje.

José Rubén Romero
La vida inútil de Pito Pérez



"Se parecen a las mujeres bonitas, que viven de la lisonja y odian a los que no se prestan a sahumarlas. En todavía no conozco un mandón a «en no se le haiga trepado el cargo. ¡Se güelven machos lazados de las verijas! Cuando postulamos a don Remigio Pa' Presidente era destinto: nos saludaba a todos los pobres y hasta nos preguntaba por la salti y por la familia. "Voy a hacer, voy a golver", decía. Después, cuando llegó al mando: "Veré si puedo hacer." Y en cuanto se sintió bien cogido de las crines, nos escupió estas palabras con mal modo: "Queren que yo haga imposibles; yo tengo que velar, primero, por la Presidencia." No sabía yo que ese juera el apelativo de su querida, que es por la que pasa las noches en claro.
Por supuesto que las apreciaciones del viejo tenían sus ribetes de exageración: don Remigio no fue ni más bueno ni más malo que los demás presidentes, y si obligó a sus vecinos a venderle las huertas que lindaban con la suya, al precio que le convino, fue para hacer un beneficio al receptor de rentas, quien desde entonces nunca más perdió el tiempo en cobrar contribuciones de tales predios. Y si para regarlos despojó del agua a todo el vecindario, en cambio, ¡Cómo sabía halagar la vanidad pública alegando que, gracias a él, el pueblo se había convertido en una nueva California!
Si don Remigio fuera noble, con esa nobleza hereditaria que se diluye a través de la historia y que se funda en haber sido pariente de la querida de algún rey, o de algún aventurero rapaz y afortunado, llenara los cuarteles sinobles de su escudo grabando en ellos ya una pera gamboa, firme y henchida como un seno de mujer; ya un durazno de fina piel sedosa y aterciopelada, de esos que truenan al morderlos como si fueran de cristal; ya una camuesa mofletuda y roja como las caras de los angelitos de Rubens."

José Rubén Romero
El pueblo inocente




“Todos, en busca de ese sol de Pátzcuaro que, como los maridos impotentes, calienta, pero no satisface a nadie.”

José Rubén Romero







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