Karl Rosenkranz

"El noble de La Mancha es un fantasioso que con su esfuerzo artificioso y malsano se comporta todavía como un caballero de la Edad Media, después de elaborar todo su entorno y ponerlo en contraste con su tan aventurera actitud. Ya no existen más gigantes, castillos, ni magos; ya la policía ha asumido parte de las obligaciones caballerescas, el Estado se ha hecho defensor legal de las viudas, los huérfanos y los inocentes; ya la fuerza y el valor individuales se han hecho indiferentes frente al poder de las armas de fuego. Sin embargo Don Quijote actúa como si todo esto no existiese y cae necesariamente en multitud de conflictos en los que se convierte en una caricatura, porque así se hace más manifiesta la inevitable impotencia de su comportamiento cuanto más reclama, para justificar y reforzar su actitud, los modelos gloriosos de un Amadís de Gaula, un Lisuarte y otros. Los presupuestos reales bajo los que actúan todos estos modelos de la caballería ya no existen y la ficción de su existencia deforma hasta la locura la visión del mundo de nuestro hidalgo. Pero al mismo tiempo este loco posee realmente en su fantasía todas las cualidades de un auténtico caballero. Es valeroso, corajudo, piadoso, pronto a la ayuda, amigo de los oprimidos, está enamorado, es fiel, creyente y está ávido de aventuras. Hemos de admirarlo en sus virtudes subjetivas y sentimos con placer la poesía de su discurso, cuando éste rebosa de sublime filantropía: en el medievo hubiera sido un digno comensal de la Tabla Redonda del Rey Arturo, un peligroso rival de todos los «infieles». Precisamente por sus elementos positivos se convierte en una caricatura tanto más significativa: sus cualidades, en sí preciosas, sufren un trastorno que se aniquila a sí mismo, que gasta con turbio entusiasmo sus fuerzas contra un molino de viento al que ve como un gigante, que libera a los galeotes tomándolos por infelices oprimidos, que suelta a un león de su jaula por ser un animal símbolo de la realeza, que venera la bacia de un barbero como si fuera el yelmo del inmortal Mambrino, etc. Llegado a este punto de autodestrucción de la sublimidad de su pathos nos reímos de él; la comicidad surge de la caricatura que de no ser así nos llevaría a la tristeza. Don Quijote, mísero, macilento, errabundo, nunca es vulgar o repugnante pero se hace informe. Su Rocinante es un caballo de combate muy incorrecto con respecto al modelo originario; su modelo la caballería ideal se transmuta mediante la práctica nulidad de sus métodos en sus caricaturas y al mismo tiempo Cervantes ha sabido hacer suyo el arte de describir con el fantasioso caballero y su juicioso acompañante tendencias eternas de la naturaleza humana, ha comprendido el arte de hacer de esta caricatura, en la que concurren los más nobles sentimientos y las intenciones más puras, una crítica de las carencias de la sociedad burguesa -y no sólo de la española en la que vive el afable señor. Hemos de concederle al poeta que a pesar del Estado, la policía y la Ilustración, la comparecencia voluntaria de una personalidad llena de fuerza y magnanimidad puede hacernos frecuentemente un bien contra la inmovilidad de las situaciones ¡Puede una caricatura ser tan grande, tan polifacética y tan significativa gracias al genio!"

Karl Rosenkranz
Estética de lo feo



"En cuanto existencia empírica de aquello que es en general, lo banal no es todavía feo; estos predicados pueden corresponderle sólo en sentido relativo. Deviene feo en ciertas condiciones. Lo sublime majestuoso es único en su manifestación, en cuanto abraza en sí todo un mundo: único en el sentido de no tener empíricamente un igual es también, según el principio leibniciano de los indiscernibles de toda existencia, lo más común. Pero la majestad no sólo es diferente de otra existencia en sentido meramente empírico, es única en cuanto no hay nada comparable dentro de una esfera dada. Imaginémonos una cadena montañosa: esta puede ser sublime por su grandeza. Si el pico de un monte va más allá del éter, parecerá no sólo sublime en general, sino majestuosamente sublime, porque dará a la enorme mole una expresión personal. Así la luz lunar se irradia tras las estrellas como una cosa única con dulce majestad, etc.
Estos son ejemplos del ámbito del espacio, pero también el tiempo puede parecer majestuoso en la espacialidad, cuando nos representa la serie infinita de los años que actualiza como algo que nace. El nacer es también pasar. Algo que ha nacido en el fluir temporal permanece idéntico, obtiene la apariencia de eternidad, de cuya infinitud surge la corriente del tiempo. En la estepa, al este del Mar Muerto cuelgan de los mismos goznes las puertas de roca por las que entraban y salían los reyes moabiltas de Basan hace cuatro mil años. Actualmente pasan por ellas sólo pastores de cabras, pero las puertas siguen siendo las mismas. Se comprende que el objeto ha de ser grande y poderoso para tener un efecto sublime; la simple antigüedad no lo hace sublime aunque hubiera permanecido intacto durante miles de años, como por ejemplo un ladrillo de los que los judíos tuvieron que pintar en Egipto que se muestra en el Nuevo Museo de Berlín. Un ladrillo no llegará a ser sublime en toda la eternidad. En la historia hay personas, hechos y acontecimientos de absoluta majestad porque son únicos y concentran en sí a una especie, al mundo entero. Un Moisés, un Alejandro, un Sócrates son personalidades sublimemente majestuosas porque son únicas en sentido positivo. Que Sócrates no huyera, que no intentara sobornar a los jueces con ayuda del arte retórico, que esperara serena y seriamente en prisión —todas estas cosas que hombres comunes no hubieran podido hacer— le confiere un nimbo mayestático. De igual manera el incendio de Moscú es un acontecimiento majestuoso porque concentró de manera única en la historia la resistencia de los rusos en aquella sublime pira. Si las personas y los hechos no expresan esta singularidad afirmativa que lleva consigo la idea, no pueden ser majestuosos. Algo único que destaque por su negatividad no puede aspirar al predicado de lo majestuoso. Un Commodo, un Heliogábalo, el rey del mundo son anormalidades morales que sólo caricaturizan la majestuosidad al querer reivindicarla con su infantil delirio, con su caprichosa tiranía. Son únicos en esta caricatura, pero esta singularidad es la triste singularidad del colosal libertinaje de la propia vanidad. Erostrato cuando arrojó la antorcha en el templo de Artesima en Efeso consiguió un objetivo, pero esta acción indigna, en su frívola singularidad, es lo contrario de toda majestuosidad. La auténtica majestuosidad parecerá mucho más singular frente a su contraimagen, como Cristo cuando, frente al mísero y curioso rey Herodes, rey de los judíos, pregunta a un judío prisionero y procesado y este no se digna a responderle, esos labios normalmente amistosos y llenos de amor no se abrieron para aquella inmoral larva de rey: ¡Qué tremenda majestuosidad la de este silencio!"

Karl Rosenkranz
Estética de lo feo



"La destrucción del espíritu pasta en lo feo, porque para ella se convierte en ideal la negatividad. Cacerías, gladiadores, enredos lascivos, caricaturas, melodías afeminadas, una instrumentalización colosal, en literatura una poesía de fango y de sangre (de boue et de sang como decía Marnier) son características de estos periodos."

Karl Rosenkranz
Estética de lo feo























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