Michel Rio

"El sol iba ganando poco a poco la línea del mar, hacia el suroeste, en un cielo límpido, y su luz oblicua y dorada bañaba las islas, las ensenadas, los arrecifes, el tierno verde de la vegetación nueva, las fachadas marítimas de las casas y algunas velas de vuelta hacia los rocosos dédalos de la costa, apartándoles esos matices de suaves transiciones, delicados contrastes, que sólo existen en las tierras del norte. Un ruido de automóvil por la carretera de la población, la sirena de un ferry esquivando un islote para ingresar en el puerto, las piadas de las aves que planeaban sobre el punto de encuentro de aguas y costas, como si titubearan entre los dos elementos, el grito de un hombre que llama, los ladridos de una trifulca entre perros alteraban a ratos la baja y constante polifonía del viento del océano, que soplaba en las cavidades del litoral y extraía de ellas sonidos reposados, apenas esbozados, como si cientos de roncones de cornamusa superpusieran sus notas fijas, en sordina. Aquellos colores y ruidos en que concentraba mi mente, tal vez para hacerles compartir el peso de una melancolía interior, eran otras tantas distracciones que me ahorraban pensar con crudeza en la muerte de Olaf Borgström. Estaba sentado en una roca de la costa, no lejos de Brönnöysund, y tenía en la mano izquierda una carta que no me atrevía a abrir."

Michel Rio
Melancolía norte



"Los muros de piedra eran espesos, las ventanas numerosas, altas y estrechas, para propiciar a la vez la luz y el frescor. Dichas aberturas estaban protegidas por barrotes de acero profundamente empotrados en el muro. Sin embargo, tal aparato defensivo resultaba discreto, cubierto por una pintura que casaba tan bien con el rojo oscuro de las tejas y el ocre de los muros que se integraba en la arquitectura general pasando inadvertido. Sólo había tres puertas. Una al norte, la entrada principal; daba al patio y a un paseo que llevaba al límite septentrional de la finca y a la carretera departamental. Dos al sur, la primera en el lado opuesto al de la puerta principal, al fondo de un gran vestíbulo de orientación norte-sur que separaba la planta baja en dos partes desiguales, la segunda de las cuales daba acceso directo desde el jardín a la biblioteca. Por esta puerta, que le estaba rigurosamente reservada, penetró Harrison en la casa. La arquitectura interior era magnífica y su armazón de corazón de roble, verdadera obra cimera del gremio que se distinguía por la riqueza y el acabado de la materia trabajada, la solidez de las vigas maestras y la audacia de su alcance, la complejidad de los embarbillados, hacía pensar en las más hermosas cuadernas de la antigua construcción naval. La biblioteca, que ocupaba el tercio occidental de la planta baja y se apropiaba a lo largo de los veinte metros del frontón y a lo ancho de diez metros de las fachadas, era la habitación más vasta de la vivienda. Con sus doscientos metros cuadrados de superficie y sus cuatro metros de altura, configuraba un enorme volumen, casi vacío en su centro amueblado por un gran escritorio y su sillón, repleto en su periferia cubierta de estanterías que iban desde el suelo hasta el techo, interrumpidas tan sólo por los vanos y rebosantes de libros y rollos de películas, pues era también cinemateca."

Michel Rio
El principio de incertidumbre













No hay comentarios: