William David Ross

"[…] el único modo seguro de aplicar el test de universalidad kantiano es valorar el acto en su total y completa particularidad, y entonces preguntarse ‘¿puedo desear que cualquiera, exactamente en mis circunstancias, mienta del mismo modo en que yo tengo pensado hacerlo?’ Pero entonces la universalización, como método para conocer lo que es correcto, fracasa. Pues es tan difícil saber si un acto similar al nuestro es correcto en la particularidad de otra persona como averiguar si es correcto tal y como nosotros nos lo proponemos."

William David Ross


"Es claro, en verdad, que cuando hallamos buena a alguna cosa estamos pensando que posee en sí misma un cierto atributo y no estamos pensando que necesariamente existe interés por ella. Si al atender a una cosa nos vemos obligados a describirla como buena, ciertamente no es imposible pensar que, aunque luego nosotros sólo podemos descubrir su bondad volviendo la atención a ella, la cosa tenía su bondad antes de que nos volviéramos a ella y la hubiera tenido aunque no nos hubiéramos vuelto a ella. Y, a su vez, es evidentemente posible pensar que alguna de las cosas en que se ha tomado interés han sido, a pesar de ellas, malas. Pero si «bueno» y «objeto de interés» significaran exactamente lo mismo, sería imposible pensar ninguna de estas dos cosas, que es claro que se pueden pensar. Por tanto, la teoría de que «bueno» y «objeto de interés» designan el mismo concepto debe ser abandonada. Lo que la teoría relacional debe mantener, si es que ha de ser plausible, debe ser algo diferente; debe ser que, si bien la mayoría de la gente piensa que ciertas cosas tienen una característica (la bondad) distinta de la de ser objetos de interés, ninguna cosa tiene semejante característica. Y entonces se plantea la cuestión: ¿Qué pudo haber llevado a la humanidad a formar este concepto totalmente superfluo, al que nada corresponde en la realidad? No es como si el concepto de bondad fuera un concepto complejo formado -al igual que el de conceptos tales como el de «centauro»- por obra de la fantasía, en que se imagina que coexisten características que en la realidad se encuentran separadas: pues no hay características de las que se pueda decir que «bueno» sea un compuesto. Sin embargo, no sólo podemos preguntar cómo pudo el concepto haber venido al ser caso de no ser una aprehensión de la realidad. Podemos afirmar que somos directamente conscientes de que la acción del que obra en conciencia, por ejemplo, tiene valor por sí misma, valor que no es idéntico o siquiera dependiente de una toma de interés en ella por parte nuestra o de cualquier otra persona. Nuestra razón nos informa de esto con tanta seguridad como pueda hacerlo respecto a cualquier otra cosa, y desconfiar aquí de la razón es en principio desconfiar por completo de su poder para conocer la realidad."

William David Ross
Lo correcto y lo bueno



Los 7 principios éticos de William David Ross para ser felices

1. La coherencia, la armonía entre lo que uno es y lo que hace.

2. La valentía de saber reparar lo que “rompemos”.

3. Ser agradecido mejora la relación que tienes contigo mismo.

4. La bondad como el mejor de los principios éticos.

5. La justicia, un valor que merece la pena defender.

6. Eres responsable de tus iniciativas.

7. Superación personal, la necesidad de mejorar cada día.

William David Ross




"Para los antiguos griegos, la felicidad era el fin último de la existencia humana. Sin embargo, para alcanzar tal meta uno debía mostrar un comportamiento virtuoso y alcanzar una excelencia moral."

William David Ross ¿?



"Que un acto es correcto prima facie, qua cumple una promesa, o qua efectúa una distribución justa […] es cosa de suyo evidente; no en el sentido de que sea evidente desde el comienzo de nuestras vidas, o tan pronto como nos ocupamos con la proposición por vez primera, sino en el sentido de que, cuando hemos alcanzado suficiente madurez mental y hemos prestado suficiente atención a la proposición, ésta es evidente sin necesidad de demostración ni de otra prueba que ella misma."

W. D. Ross














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