Risto Lazarov

Bien, esto era diferente
En la era de la cigüeña
Aunque a decir verdad
Nunca supimos cuándo y cómo comenzó
(entonces no había televisión entonces
Para decirnos que ya habíamos pisado
en el feliz futuro).
¿Qué puedo yo decir,
Allí donde tantas personas encantadas
y tantos sueños se soñaban entonces:
parados y cojos, ciegos y calvos.
Cigüeñas y no cigüeñas
Hasta el último hombre tomó parte
de las Olimpíadas de los sueños
Y hasta hoy en día no está claro
Si hubo ahí algo real
Simplemente no está claro si hoy
queda alguien que sueñe 

Freud y Jung, y los otros
intérpretes de sueños
Sufrían de migraña crónica
Estaban, como se dice, bastante chiflados
Y en las tabernas de Prilep
Drenaban los pozos de café sin azúcar
Y barriles inconmensurables de salmuera
Pero no para usarla: todo el asunto
Vino al caso.
Sin comienzo ni final,
Sin cabeza ni cola.
En vano se quitaron sus zapatos lustrados
Y saludaron al modo turco
al imán de Bitola.
Él tampoco sabía nada de sueños y realidad
Pero sabía que no hay que hurgar demasiado
En los sueños cristianos
¡Por un único sueño
podían ocurrir dos levantamientos! 

Ya sea en sueños o en realidad
Como si en una fotografía,
cuando el arco iris aparece
es que se casa un oso,
Elim aparece.
“Famoso por su riqueza,
su plata y su oro.
Y hay un templo en el mismo
El cual es muy rico”
Y en ese templo, ahí hay “cosas de oro
Armaduras y armas,
Dejadas por Alejandro
El hijo de Filipo, El Emperador Macedonio,
Quien reinó primero sobre Egipto.” 

Ulises y Paris detuvieron su partida de ajedrez
Y se sentaron a terminar la lectura de lo escrito por Moisés
Desplegaron una docena de mapas
Para dar con el modo más fácil
De alcanzar el Vellocino de Oro
Tanto pueden encontrarlo, cómo no.

Risto Lazarov














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