Torcuato Tárrago y Mateos

"El sargento, que comprendió la maniobra, levantó el sable y tiró á Anselmo una cuchillada, que le hubiera herido mortalmente, si este no bajara la cabeza con notable rapidez y maestría...
En el mismo instante reparó que el gallego que poco antes le había servido le presentaba un grueso palo de encina, semejante á los que usan los pastores de Asturias...
Apoderarse de él, blandirlo con una ligereza extraordinaria, y dejarlo caer sobre la cabeza del sargento, todo fue obra de un momento.
Éste cayó rodando al suelo.
Anselmo, entonces, espoleó su caballo; pero los otros franceses levantaron el grito, produciendo un medio motín.
Se entabló por lo tanto una lucha desesperada entre ellos y
Anselmo.
Éste reparó que se destacaba de la Puerta del Sol un piquete de caballería; pero el joven estaba ciego, y hubiera muerto antes que rendirse.
Levantó el palo, y echó al suelo otro soldado...
El pueblo aplaudía y buscaba piedras para defender á su compatriota.
En efecto, el piquete que avanzaba, fue recibido con una nube de piedras.
Anselmo era el único que, montado á caballo, parecía el jefe de aquella sedición, que sin saber cómo, principiaba á tener un carácter grave.
Principiaron los insultos al compás de las piedras.
El piquete avanzó á escape sobre el pueblo, 'el cual, como estaba desarmado, se parapetó detrás de las esquinas, y desde allí disparaba sus proyectiles con seguridad."

Torcuato Tárrago y Mateos
El monje negro



"Todos los judíos son cobardes; los judíos avarientos como tú sois unos miserables: te hice mi esclavo: era lo que deseaba.
Pasada aquella rápida escena, te levantaste temblando.
—Pero señora, ¿qué queréis de mí? me dijiste.
—Vengo á que me digas mi horóscopo, te contesté como si nada hubiera pasado.
—¡Vuestro horóscopo! Vais á ser reina.
—Ya lo sé.
—¿Queréis más?
—Sí.
Entonces tomaste un infolio y lo abriste por la mitad; consultaste al cielo, descorriendo por medio de un resorte una trampa que había en el techo, la cual se abrió, presentando un sin número de brillantes estrellas; estudiaste con el astrolabio la constelación misteriosa de mi destino; trazaste unos círculos en una rugosa piel, y
—Señora, me dijisteis, vais á poseer dos coronas en vez de una.
—Prosigue.
—Vuestra estrella lucha con otra de purísimo resplandor; si ésta vence seréis perdida.
—Y bien, te dije, resuélveme el fin de este combate.
—Esperad... nace una tercera estrella en el signo de Leo; sigue vuestros pasos, crece, se dilata, ofusca con sus rayos a la estrella contraria; la vuestra se interpone y la eclipsa."

Torcuato Tárrago y Mateos
El dedo de Dios









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