Yōko Tawada

 "Kafka es mi escritor favorito desde que tenía 15 años. Me pregunto por qué me siento tan cerca de él si no tenemos nada en común: Kafka era judío, hombre, vivía en Praga… Y lo que más me gusta de él es su alemán, que es muy diferente al de Thomas Mann, po ejemplo. La lengua alemana en la que escriben los foráneos, los escritores judíos, es un alemán roto, como un idioma artificial que no es alemán del todo."

Yōko Tawada



"La lengua materna es una jaula como los zoológicos."

Yōko Tawada



"Las mujeres y los hombres son totalmente distintos. A los hombres se les maneja con hilos desde arriba, a las mujeres se les mueve directamente desde abajo. Los hombres están hechos de madera, las mujeres de seda. Los
hombres pueden cerrar los ojos, las mujeres no. Para el amor basta con estas diferencias.
Gracias a esta aclaración el violinista sigue manteniendo hasta hoy el mismo cuerpo que el que tenía cuando lo crearon.
El violinista preguntó temeroso: ¿No se habrá vuelto muda, verdad? Temblaba. Sus articulaciones repicaban como castañuelas. Espero que no se haya olvidado de las palabras
que le he enseñado. Hacía mucho que no considerábamos el hecho de que los muñecos no pueden hablar.
El violinista dijo: Ahora deberían irse a dormir. Mañana se va a ver todo de otra manera.
[...]
El día siguiente era fiesta. Me despertó el ruido de los cacharros. Xander hacía café en la cocina. Me miré en el espejo. La mujer tenía un aspecto saludable y vigoroso; igual que la de la foto. Las mejillas resplandecían como melocotones. Los labios desplegaron una sonrisa, pese a no estar de humor. Bajo los ojos tracé rastros de falta de sueño.
Con una barra blanca me pinté los labios para que pareciera que no había sangre en ellos. Después me froté con vinagre el contorno de los ojos. La piel se contrajo y se arrugó. Rompí la foto y fui a la cocina."

Yōko Tawada
El baño


"Para volver a casa tomé el atajo que discurría por un callejón oscuro, situado detrás de la estación. Había cinco chicos merodeando, uno de ellos dibujaba unos signos extraños en la pared con un espray. Sentí curiosidad, así que me detuve y me puse a observarlos sin decir nada. El más bajito reparó en mi presencia y quiso ahuyentarme. «¡Eh, tú, largo!» No soporto que intenten excluirme de un grupo, así que me puse testaruda: no estaba dispuesta a retroceder un solo paso. Los otros cuatro jóvenes se dieron cuenta de que allí había alguien más. Uno de ellos me preguntó de dónde era. «De Moscú.» Al momento, los cinco se abalanzaron sobre mí, como si la palabra «Moscú» fuese un código secreto que significaba «¡Al ataque!». No pretendía herir a aquellos muchachos jóvenes y delgados, con el cuero cabelludo suave y al aire, pero como mínimo debía defenderme, así que repartí unos cuantos golpes suaves con las zarpas abiertas. El primer chico cayó de culo, no se pudo volver a levantar y se quedó mirándome estupefacto. El segundo salió volando y luego se puso en pie, apretó los dientes y trató de derribarme, pero de nuevo acabó despedido por los aires, ligero como una pluma. El tercero sacó una navaja del bolsillo de la chaqueta y quiso apuñalarme. Se me acercó, yo lo esperé y, en el último segundo, me aparté hacia un lado, me di la vuelta y lo empujé por la espalda. Se estrelló contra un coche que estaba aparcado y, fuera de sí, corrió hacia mí con el labio roto. Volví a esquivarlo y le propiné un último empujón por detrás. El chico cayó al suelo, pero rápidamente se incorporó, esta vez para salir huyendo. Sus amigos estaban ya a varios kilómetros. El Homo sapiens se desplaza lentamente, como si le sobrara mucha carne, y eso que es muy delgaducho. Parpadea demasiado, sobre todo en situaciones decisivas, cuando lo importante es verlo todo. Si no pasa nada, se le ocurre algún motivo para tener que moverse rápidamente, pero cuando acecha un verdadero peligro, actúa con demasiada lentitud. El Homo sapiens no está hecho para el combate, debería emular a las liebres y los ciervos y aprender las virtudes y el arte de la huida. Pero el combate y la guerra le encantan. ¿Quién ha podido crear una criatura tan tonta? Hay personas que afirman ser la viva imagen de Dios. Eso sería una ofensa para Dios. En el norte de nuestro planeta hay pequeños pueblos que recuerdan que Dios tenía el aspecto de un oso.
En el suelo había una chaqueta de cuero negra, de buena calidad. Me la llevé a casa, de regalo para Wolfgang."

Yoko Tawada
Memorias de una osa polar



"¿Puedes amar a los seres humanos? Ellos también pueden matarte solo por diversión, los animales no. ¿Cómo podemos amar a los seres humanos que son los animales más terribles?"

Yōko Tawada



"Siempre digo que es más difícil meterme en la piel de Napoleón Bonaparte que en la de una osa polar. No hay muchos libros en Occidente donde el protagonista sea un animal, la mayoría son libros infantiles porque en la infancia tenemos la habilidad de comunicarnos con los animales. Los adultos se sienten superiores y separados de los animales, supongo que porque el Dios judeocristiano creó al ser humano mucho antes que a ellos, y eso tiene su lado positivo, porque las personas en países como Alemania se sienten responsables de los animales y protegen la naturaleza. En Japón, al contrario, no nos sentimos superiores a la naturaleza, sino parte de ella. Somos más vulnerables, sus hijos.

Kafka o Hoffmann tienen historias sobre animales, pero en la literatura japonesa contemporánea hay muchos libros protagonizados por animales."

Yōko Tawada



"Tanto los osos polares como el resto de animales son artistas en un escenario. El primer oso polar que vi cuando tenía 3 o 4 años fue en un circo moscovita que visitó Tokio; era fascinante porque los animales podían hacer de todo, incluso montar en bicicleta. Y ya como niña pensé: «¿Por qué lo hacen? ¿Es lo que quieren y están felices porque tienen una audiencia o están forzados a hacerlo por formar parte del sistema?». Soy escritora pero a veces hago lecturas, así que soy también artista y me gusta tener audiencia aunque a veces sea solo un negocio para presentar un libro. No puedo decir que me sienta forzada a hacerlo, pero también somos animales sobre un escenario.

Más tarde, conocí a Knut, el oso protagonista de la última parte de mi libro, en el Zoo de Berlín. Tiene mucho público, hay turistas internacionales que vienen a verle y mira a los visitantes y hace esas monadas que no son naturales en los osos polares. No es un oso de circo como su madre, que trabajaba en un circo socialista; Knut es libre y no está forzado a hacer ningún movimiento en el interior de su jaula. Y eso me llevó a pensar: ¿Qué tan cerca estamos de los animales, sobre todo los que viven en zoológicos? No tenemos comunicación con los animales que viven en la naturaleza, pero sí en los zoo, aunque no sea bueno para ellos… Pero la sociedad tampoco es buena para los seres humanos. La sociedad es un zoo."

Yōko Tawada











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