Giorgio Vigolo

"Aquello que la fuerza de los milenios podía hacer sobre ellas, ya lo ha hecho; aquello que debía derrumbarse se ha derrumbado; pero lo que queda en pie es más resistente que los montes y las rocas. Todo lo precario de la arquitectura humana ha caído; sólo ha permanecido en pie la quietud elemental de las estructuras terrestres, una suerte de tectónica fundamental que hace de estas ruinas una precipitación geológica de la Historia: una acumulación de montañas donde siglos, imperios, pontificados y dinastías yacen amasados en una estratificación compacta: un cemento de huesos y de lluvia entremezclado con añicos de tiaras, con pedazos de púrpura, con coronas aplastadas.
Bien visto, estas ruinas rojas no son otra cosa que bancos de coral en el fondo del celeste mar de la atmósfera, bajo las ondas espumeantes de las nubes."

Giorgio Vigolo
Canto fermo



Briznas de hierba

Me impresionan las briznas de hierba,
las flores de la malvarrosa
cuando despuntan al aire
en los tejados de las iglesias,
en la orilla de las cúpulas.

El espíritu sopla donde quiere,
y aquí mansamente ha soplado.
Me impresiona porque creo
que en esas plantas humildes
sobrevive alguna alma honesta
y tal vez porque espero
que una parte de mí
pueda así perdurar en esta luz.

Giorgio Vigolo




Escribir un poema

Escribir un poema
es un golpe de mano en lo desconocido,
es penetrar despierto
en el misterio del sueño,
es apoderarse de la noche.

Una trampa, un ataque por sorpresa
contra nuestra ciudad interior:
forzar la puerta,
adentrarse entre casas dormidas,
descubrir su secreto.

Por eso un poema
se escribe a escondidas,
casi sin saber por qué se hace;
es contrabando de frontera
que desconcierta a los centinelas,
en que se arriesga la condenación
contra el beso divino.

Por eso al escribir no es bueno
ver lo que se dibujó
en la oscuridad, en el sueño ligero,
en esos límites sin forma
que son como los fiordos de la mente,
donde se penetra en mares interiores,
encerrado en los senos
de una calma divina.

Giorgio Vigolo


He vivido

He vivido desde tiempos remotos
en esta ciudad de remordimientos,
de teatros quemados por el sol,
de negras iglesias vindicativas;
desde tiempos remotos se cobija en mi sueño
una fuga de siglos en la noche,
como si durmiera en el lecho de un río
y sobre mi cabeza anduviese
la ola de los muertos.

En el interior de mis sueños
diviso vastos templos incendiados
y caballos que galopan
por los puentes nocturnos de Castello
donde el hacha se presiente.

–Detén, detén la mano del verdugo,
grita la voz afónica del sueño:
pero mi cabeza ya ha caído.

Giorgio Vigolo



La tinta simpática

Sólo brillará lo que fue escrito
en la página negra
de la fiebre y del sueño,
con signos que se borran
a la luz del día,
y que se tornan visibles
-como letras escritas con lágrimas-
sólo cuando se acercan a la llama,
sólo cuando están cerca de quemarse.
Entre muros de pesadilla
es donde pasaste el día de tu vida,
donde escribiste como un preso,
allí está escrita tu verdadera poesía,
la que has olvidado,
la que no sabrías descifrar.
Pero al anochecer dará en tu pared
un último rayo de luz,
y verás otra vez tu vida
tallada en mil figuras
y corazones traspasados
y nombres ante los que aún palideces...

Giorgio Vigolo


Los amigos

Los amigos me dijeron:
espéranos aquí, volveremos.
Y estuve esperando solo
una hora, dos horas...
Ya es de noche,
y los amigos se han olvidado de mí:
no vendrán.

Estás solo,
definitivamente solo.
Eso quiere decir que ya estás muerto;
que olvidaron volver a recogerte.

Giorgio Vigolo



Los contrabandistas

Por las calles del papa
–hundidas entre muros
de iglesias clavadas en la penumbra–
todas las ventanas están cerradas
y todas las mujeres están muertas.
Los pasos del transeúnte a medianoche
resuenan en un vacío
de grutas y de catacumbas.
Las altas velas de las cúpulas
hinchadas por el viento de Dios
desaparecen entre las nubes,
bogan por el infinito,
y arrastran de noche
estos barcos repletos de tumbas
que hacen contrabando de misterio
con la otra vida.

En los templos del universo
ángeles contrabandistas
juegan en las nubes
entre cabos y velas;
transportan sueños a los techos,
descienden de las bóvedas
a las habitaciones, a las camas,
palpan el fondo del universo,
el nimio sedimento de la vida
donde los adormecidos reposan
como ahogados en los coitos,
debajo de milenios.
La muerte fermenta con el deseo
y vuelve a la vida con formas nuevas.

Giorgio Vigolo


























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