Hermann Ungar

"Ahora por la noche decido convocar a los huéspedes que pernoctan en sus habitaciones en el vestíbulo en espera de noticias sobre mi dinero. No lo invierto en ropa sino en vinos añejos.
Me evado del tormento de una decisión irreversible. Por la noche no dispongo de tiempo para pensar. Por la mañana duermo. Por la tarde el negocio se desarrolla con lentitud. Actúo como los artistas. Como ellos me evado de la conciencia a través del onirismo. Descorcho una botella de vino y me dispongo a beber. Me decido por las libaciones mientras otros optan por escuchar música. Durante este lapso vivo mi vida y decido de forma diferente. A veces me preocupo del negocio de mi tío y otras permanezco como un dipsómano o no me desvío de mi camino hasta el día en que vendí el reloj paterno. Juego, gano y regreso al hotel. Si el tabernero muriera, sería un imbécil quien lo habría asesinado. O Wäger me presta dinero. A Lili simplemente le digo que no. Me consta que la felicidad, el respeto y el éxito me pertenecen. Después de todo me parece que lo oneroso del pasado no es irreversible. Sonrío como hacía mi padre cuando hablaba acerca de sus éxitos diplomáticos. Es algo que ignoran todos y eso precisamente es lo que convierte en exquisito. Camino de incógnito como el califa a través de Bagdad."

Hermann Ungar
Niños y asesinos




"Almorzaba en un pequeño restaurante situado cerca del banco. La tarde transcurría lo mismo que la mañana. Después de las seis, Franz Polzer recogía los papeles y los lápices, cerraba el cajón del escritorio y se iba a casa. La viuda le llevaba a la habitación una cena sencilla. Él se quitaba los zapatos, la chaqueta y el cuello de la camisa. Después de cenar, dedicaba una hora a leer atentamente el periódico. Después, se acostaba. Dormía mal pero casi nunca soñaba o, si acaso, soñaba que había olvidado cuáles eran sus iniciales, que todos los días repetía cien veces, o que se le había paralizado la mano, o que el lápiz no escribía.
Por la mañana, Polzer se levantaba como todos los días y empezaba su jornada igual que todas las demás. Estaba malhumorado y deprimido, pero nunca se le ocurrió pensar que también hubiera podido hacer otras cosas que no fueran estar sentado a su escritorio del banco, que uno podía levantarse tarde, salir a pasear, desayunar dos huevos fritos en un café y almorzar en un buen restaurante.
De las interrupciones de esta monotonía, una se quedó grabada profundamente en Polzer: la muerte de su padre.
Franz Polzer nunca se sintió unido a su padre. A ello contribuyó sin duda el que su madre muriera poco después de nacer él. Quizá ella habría conseguido mitigar las diferencias. El padre era un pequeño comerciante de pueblo. El niño dormía en una habitación de la trastienda. El padre era un hombre duro, trabajador e inaccesible. Desde niño, Franz Polzer tuvo que ayudar en la tienda, lo cual apenas le dejaba tiempo para los deberes. No obstante, el padre exigía buenas notas. Cierta vez en que le llevó un suspenso, lo tuvo cuatro semanas sin cenar. Por aquel entonces, Polzer tenía diecisiete años."

Hermann Ungar
Los mutilados





"En los ojos de los muchachos atisbó el lujurioso deseo de franquear la barrera y acercarse a él. En la medida que habían comprendido que no perdería las riendas de su vasto dominio y que era imposible forzar la situación, trataban de actuar con astucia. Le seguían por la calle. A la larga era imposible impedirles que vieran a Selma, a pesar de las precauciones que tomase al respecto. Debían saber de su existencia y en el ínterin le miraban con la severa expresión que un discípulo ha de adoptar ante su profesor mientras sus pensamientos lascivos se enseñoreaban en torno a las íntimas circunstancias de su matrimonio. Podrían estar desnudándolo mentalmente, cerciorándose de la realidad de su demacrada carne e imaginándolo yacer con Selma en posturas semejantes a las que adoptaba cualquier can en la calle. Una vez llegaron incluso a conocer a Selma vestida de forma que su vestimenta insinuaba sus redondeces, las cuales fueron objeto de su calenturienta imaginación. Debería estar prohibido que pudieran ver a Selma. Como el comandante de una fortaleza sitiada, debería controlar toda la tierra a su alrededor, especialmente la fértil en medio de un desierto, valiéndose de cualquier medio tendente a la rendición incondicional de su enemigo.
Entre él y sus alumnos no habría más relación que la estrictamente profesional, la cual venía avalada por una serie de normas y procedimientos establecidos. Toda vez que consintiera el menor vestigio de extralimitación por parte de sus alumnos en relación a las lindes en las que operaban dichas normas sería imposible cualquier veleidad de retorno a la normalidad. La relación impersonal con independencia de los roles individuales propios de la dualidad alumno-profesor habría sido reemplazada por una perniciosa relación personal. Debería mostrarse despiadado si los chicos trataban de coaccionarlo de alguna forma, como un pescado atrapado en las mallas de una red, en una conversación privada."

Hermann Ungar
La clase




"¿Sabes por qué se avergonzaba, por qué lloraba, Polzer? ¿Porque soy tan desgraciado? ¡No, no, no lo creas! ¡Porque tiene que dejarse tocar por mí, que ya no soy un hombre, por eso se avergüenza, por tener que consentir que sus pechos sean tocados como unos objetos por un objeto! Yo soy un objeto, Polzer, un objeto. […] Otro día que vengas, Polzer, la llamaré. Te dejaré mirar, Polzer. Y verás cómo me quiere."

Hermann Ungar
Los mutilados



"—Tengo sospechas —dijo Karl Fanta, mirando a Franz Polzer—, sospechas justificadas.
Franz Polzer tuvo un sobresalto.
—¿De mí? —preguntó, asustado.
Karl lo soltó.
—¿De ti? ¡Ja, ja, ja! ¡De ti!
—¿De quién sospechas?
—De ella —gritó. Se quedó escuchando y agregó, otra vez en voz baja—: ¡Ve a mirar, Polzer! Detrás de la puerta hay alguien.
Polzer miró. Detrás de la puerta no había nadie.
—Yo estoy aquí. Ella me ha lavado, me ha curado y me ha dado el desayuno. El niño está en el colegio, la cocinera está en la cocina, la doncella ha salido a comprar. Dora está en las habitaciones de atrás. De repente, se oyen puertas y pasos, alguien viene. A veces oigo cuchicheos, muy suaves. Quien no estuviera sobre aviso, no oiría nada. Ahora está con ella, Polzer.
—¿Quién?
—¿Quién? Quizá un amigo de los que vienen a verme, quizá el portero, el carnicero, el repartidor del pan. Quizá uno distinto cada día. Ya hace cinco minutos, ya habrán terminado: entonces llamo. Ella aparece. Tranquila, serena, apenas un rubor en las mejillas. Se ha peinado, desde luego. «Dorita, estoy cansado de estar solo», le digo, mirándola fijamente. «Deja lo que estés haciendo, Dorita. Léeme un libro.» Ella se sienta y lee. Le hago leer durante una hora. Que se consuma el otro ahí dentro: yo no aparto de ella la mirada. «Ya basta, estoy cansado», digo. «A lo mejor, duermo un poco. Vuelve a tus quehaceres.» Ella cierra el libro y se va. Que me odie más si quiere. Quizá me maten entre los dos. Envenenándome. Como estoy enfermo, nadie sospecharía… ¡Tienes que ayudarme, Polzer! Haz que venga tu viuda. ¡Pídele que me busque un enfermero, Polzer! ¿Me traerás a tu Klara el martes?"

Hermann Ungar
Los mutilados















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