Javier de Viana

"En determinadas circunstancias de la vida, cuando se proyecta una solución de carácter radical, el espíritu tiene una especial tendencia á inspeccionar el pasado, á hojear el empolvado archivo del alma. Ideas que alumbraron nuestros cráneos, sensaciones que estremecieron nuestros cuerpos y que han quedado cristalizadas en el recuerdo, son como los mármoles mortuorios, silenciosos y augustos, que duermen siglos en la sombra de las criptas y que sólo son visitados en ocasiones solemnes. Tras el rechinar de la enmohecida puerta de hierro penetramos en el crepúsculo del antro: todo, hasta el polvo, está inmóvil; todo, hasta el ambiente, está muerto. Las estatuas, blancas y frías y rígidas, se nos presentan como un reloj parado, una máquina que aún existe, pero que no funciona. Y ante ellas, ante la prueba axiomática de que todo muere y nada desaparece, el espíritu depone su orgullo, se humilla y pide consejo á los que fueron. ¡Cuántas cosas sabe ese reloj que ya no anda! ¡Cuántas tormentas están heladas en el mármol de esas estatuas funerarias! ¡Cuántas enseñanzas se inmovilizan, aprisionadas en los cristales de las estalactitas del alma, que se cubren de polvo en la cripta del recuerdo!... Cadena sin fin, la vida, su eslabón de hoy, es amalgama en la cual entran tres cuartos del ayer. Pero en la química psíquica, como en la química biológica, sólo en extraordinarias situaciones se desciende al laboratorio. Se goza como se respira ó se digiere, y así como es menester que nos ataque el asma ó nos torture la gastralgia para que apreciemos el placer del funcionamiento regular de nuestros órganos, así necesitamos de las torturas morales para saber cómo se vive cuando no se sufre. Entonces se emprende el viaje de retroceso, se escudriña el pasado y se hacen esfuerzos por reconstruir las escenas de la vida vivida, con la esperanza de encontrar en ellas la fórmula del presente, ya que no del porvenir.
En el melancólico silencio del potril desierto, luminoso y perfumado, Juan Francisco, frente á frente con un rudo problema moral, permaneció largas horas tendido sobre el césped, la cabeza recostada en el tronco del pitanguero, semicerrados los ojos y la imaginación errática, dando traspiés entre los escombros de la existencia pasada...
Ya comenzaba á obscurecer cuando enfrenó su caballo, y era ya de noche cuando pisó el atajo que debía conducirle á la villa de Treinta y Tres tras un apresurado galope de media hora.
A las nueve de la noche, después de haber cenado, salía de la fonda y tomaba la calle principal de la pequeña villa, dirigiéndose á la plaza única, que era como la cabeza de aquella vía, demasiado ancha para el escaso tránsito. De cuadra en cuadra, tal cual café, una que otra casa de negocio, dejaban escapar por las entreabiertas puertas débiles claridades y apagados murmullos. En las esquinas, recostados en los postes de coronilla, los guardias civiles cabeceaban con la linterna á los pies. A largos intervalos los viejos faroles, con sus cristales sucios ó rotos, esparcían pálidas y temblorosas lucecitas, matando la sombra en limitadísimo radio. De rato en rato, en el silencio de villa muerta que reinaba, oíase el ruido de enaguas almidonadas, y una pareja de muchachas "orilleras" pasaba furtivamente, pegándose á los muros para escapar á la vigilancia policial. Y ningún vehículo, ningún jinete por la calle enarenada, ningún rumor de vida en aquella arteria vacía."

Javier de Viana
Gurí



"Entre suaves collados y ásperas serranías dormitaban los valles arropados con sus verdes mantos de trébol y gramilla; y para dar mayor realce a la belleza de las tierras altas, sanas y fecundas, por aquí, por allá, divisábanse, en manchas oscuras, las pústulas de los esteros, albergue de la plebe vegetal y animal.
La Estancia Azul, conocida desde tiempo inmemorial, a la distancia de muchísimas leguas, jamás había salido, ni en la más mínima parcela, del dominio de sus dueños primitivos.
Cinco generaciones de Villarreales se habían sucedido sin interrupción y sin fraccionamientos del campo. Los procuradores, los agrimensores y los jueces nunca intervinieron en el arreglo de las hijuelas.
Cuando fallecía el jefe de la familia, los hermanos solteros convivían en la azotea Azul. El mayor ejercía, de pleno derecho, la administración del establecimiento. En los casos de suma importancia había cónclave familiar presidido por la viuda del jefe fallecido; y ella era el árbitro, cuyos laudos se acataban siempre sin protestas.
El hermano o hermana que contraían matrimonio, abandonaban,
por lo general, el nido paterno, elegía el sitio donde deseaba poblar, y en acuerdo común se designaban los límites de la fracción de campo que le correspondía, más o menos, sin intervención judicial, sin papel sellado, sin documentos escritos, porque la palabra del gaucho era firma indeleble y su conciencia un testigo irrecusable.
Tales fraccionamientos resultaban puramente virtuales. Si el campo de uno se recargaba por exceso en el procreo o se angustiaba por azotes climatéricos, las haciendas trashumaban buscando refugio en cualquier otro paraje de la heredad común.
Las onzas de oro guardadas en los botijos, eran brigadas de un mismo ejército, prontas a concurrir al lugar donde fuese necesaria su presencia."

Javier de Viana
La familia




"He sido hacendado, criador de vacas y de ovejas, tropero y hasta contrabandista; revolucionario muchas veces."

Javier de Viana



 "Los que ganan son los políticos, los doctores. ¡Así va el partido en manos de los políticos! ¡Así va la patria en manos de los doctores!"

Javier de Viana



"Ningún animal ha sido más discutido que el gato; ningún otro ha tenido a la vez tantos entusiastas panegiristas y tantos enconados detractores; prueba evidente de su superioridad. Es el primer ácrata, el fundador del individualismo, altanero, consciente de sus derechos y sus deberes. Tiene una misión que cumplir en el hogar que lo alberga, y la cumple sin agradecimientos serviles por la hospitalidad y con profundo desdén por el aplauso y la alabanza. Es altivo y valiente. Ocupa poco espacio en la casa, pero ese espacio es suyo, como lo es su personalidad. Si lo fastidian, araña y muerde; si lo provocan, hace frente y se defiende sin considerar el tamaño ni las armas del adversario. No se mete con nadie ni admite que nadie se meta con él. No carece de afectos y sabe corresponderlos a quien, se los profesa, pero sin humildades, sin bajezas, sin adulonerías; trata a todos de igual a igual. Su soberbio individualismo no se prostituye jamás, ni ante la necesidad ni ante la amenaza."

Javier de Viana
El Gato




¿Sabe el lector lo que es un “esquinero”?

¿No?... Llámase así el poste grueso, fuerte, plantado en el vértice que forma el ángulo de dos líneas de alambrado. Por más recio que fuese y por más hondo que esté enterrado, este “principal” esquinero no podría nunca resistir a las dos fuerzas divergentes que necesariamente lo harían caer en el sentido de la resultante diagonal.

A objeto de contrarrestar esas dos acciones combinadas, se cava —a un par de metros del alambrado, en su parte externa— una fosa de un metro de profundidad, donde se sepulta otro poste, grueso, duro, imputrescible, al cual se amarra una brida, resistente torzal de alambre que parte de la punta del “esquinero”.

Este poste acostado bajo tierra, se llama —en el gráfico decir campesino— “un muerto”.

Se le echa tierra encima; se apisona; más tarde la gramilla crece encima y el foso queda como una tumba olvidada...

Cierta vez, viajando por el despoblado, el que esto escribe, llegó al caer de la noche, a un rancho pobre, donde tres gauchos viejos velaban el cadáver de un viejo gaucho. Indagó quién era el muerto y respondieron:

“Un hombre que vivió haciendo el bien y a quien, al morir, nadie lo recuerda. Hay hombres que son como los “muertos” de “esquineros” de alambrao, que soportan todo el peso, hacen la gloria de los otros y nadie los considera, porque están bajo tierra y nadie los ve y nadie los oye... ”

Javier de Viana
El Muerto del Esquinero











No hay comentarios: