Y deseaba ardientemente llegar a viejo, pues siempre había
creído que sólo es verdaderamente grande y realmente digno de estima el artista
a quien el Destino ha concedido el privilegio de crear sus obras en todas las
etapas de la vida humana.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 9
Para que cualquier creación espiritual produzca rápidamente
una impresión extraña y profunda, es preciso que exista secreto parentesco y
hasta identidad entre el carácter personal del autor y el carácter general de
su generación. Los hombres no saben por qué les satisfacen las obras de arte.
No son verdaderamente entendidos, y creen descubrir innumerables excelencias en
una obra, para justificar su admiración por ella, cuando el fundamento íntimo
de su aplauso es un sentimiento imponderable que se llama simpatía. Aschenbach
había escrito expresamente, en un pasaje poco conocido de sus obras, que casi
todas las cosas grandes que existen son grandes porque se han creado contra
algo, a pesar de algo: a pesar de dolores y tribulaciones, de pobreza y
abandono; a pesar de la debilidad corporal, del vicio, de la pasión. Eso era
algo más que una observación: era el resultado de una experiencia íntimamente
vivida por él, la fórmula de su vida y de su gloria, la clave de su obra. ¿Por
qué había de extrañar, entonces, el hecho de que lo más peculiar de las figuras
por él creadas tuviera su carácter moral?
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 10
Aschenbach era el poeta de todos aquellos que trabajaban
hasta los límites del agotamiento, de los abrumados, de los que se sienten
caídos aunque se mantienen erguidos todavía, de todos estos moralistas de la
acción que, pobres de aliento y con escasos medios, a fuerza de exigir a la
voluntad y de administrarse sabiamente, logran producir, al menos por un
momento, la impresión de lo grandioso. Estos hombres abundan en todas partes, son
los héroes de la época. Y todos se encontraban reflejados en su obra; se
hallaban afirmados, ensalzados, cantados en ella: por eso difundían agradecidos
la gloria del autor.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 11
La soledad engendra lo original, lo atrevido, y lo
extraordinariamente bello; la poesía. Pero engendra también lo desagradable, lo
inoportuno, absurdo e inadecuado.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 25
Amaba el mar por razones profundas: por el ansia de reposo
del artista que trabaja rudamente, que desea descansar de la variedad de
figuras que se le presentan en el seno de lo simple e inmenso; por una
tendencia perversa, opuesta enteramente a las exigencias de su misión en el
mundo, y más tentadora, por eso, a lo inarticulado, desmedido y eterno; a la
nada. Quien se esfuerza por alcanzar lo excelso, nota el ansia de reposar en lo
perfecto. ¿Y la nada no es acaso una forma de perfección?
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 32
La belleza nos hace vergonzosos.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 35
Un día y otro día, el dios de ardientes mejillas recorría
con su cuadriga generadora del cálido estío los espacios, del cielo, y su
dorada cabellera flotaba en el viento huracanado que venía del Este. Por los
confines del mar indolente flotaba una blanquecina, sedosa niebla. La arena
ardía. Bajo el azul encendido de éter se extendían, frente a las casetas, unas
amplias zonas, y en la mancha de sombra secretamente dibujada que ofrecían,
parábanse las horas, de la mañana. Las noches eran deliciosas; las plantas del
parque esparcían su perfume penetrante, mientras en la altura seguían su
carrera los astros, y el murmullo del mar, envuelto en tinieblas, hablaba
íntimamente al alma. Aquellas noches traían la alegre promesa de un nuevo día
de sol, con ocio ordenado, enjoyado de las infinitas posibilidades que podría
ofrecer.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 43
Pero cuando tenía ocasión de consagrar a la bella figura
devoción y estudio, ampliamente y con comodidad, era principalmente por la
mañana, en la playa. Y esta complacencia de la fortuna, este favor de las
circunstancias, que con uniformidad perenne se le ofrecía diariamente, era todo
lo que le llenaba verdaderamente de satisfacción y goce, lo que le hacía tan
agradable su vida y lo que determinaba que los días soleados desfilaran
sonrientes ante él, sin interrupción.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 44
¿No se ha dicho acaso que el sol desvía nuestra atención de
lo intelectual para dirigirla hacia lo sensual? Aturde y hechiza de tal modo el
entendimiento y la memoria, el alma queda sumida en tales delicias, que olvida
su destino verdadero, y su asombrada admiración se hunde en la contemplación de
los objetos más bellos que el sol puede iluminar. Después, sólo con el auxilio
de algo corporal logra ya elevarse a una más alta consideración. Eros procede,
sin duda, como los matemáticos, que ven en los niños inexpertos imágenes de las
formas puras. Así los dioses, para hacernos perceptible lo espiritual, suelen
servirse de la línea, el ritmo y el color de la juventud humana, de esa
juventud nimbada por los mismos dioses para servir de recuerdo y evocación, con
todo el brillo de su belleza, de modo que su visión nos abrasa de dolor y
esperanza.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 47
La dicha del escritor es su posibilidad de transformar la
idea enteramente en sentimiento; el sentimiento, totalmente en idea.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 48
Pero en ese momento de la crisis, su excitación le impulsaba
a tranquilizar por medio de la palabra el torbellino de sus pensamientos.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 48
¿Quién podría descifrar el enigma de la naturaleza del
artista? ¿Quién puede comprender esa fusión instintiva de disciplina y
desenfreno en qué consiste?
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 50
A veces, cuando el sol se ponía por detrás de Venecia, se
sentaba en un banco del parque para contemplar a Tadzio, que, vestido de blanco
y con un cinturón de color, jugaba al balón. Entonces creía estar viendo a
Jacinto, el ser mortal por lo mismo que era objeto del amor de los dioses. Y
hasta sentía los dolorosos celos del Céfiro, de aquel rival que, olvidando el
oráculo, el arco y la cítara, se ponía a jugar con el mancebo; veía cómo el
dardo ligero, impulsado por los celos crueles, alcanzaba la amada cabeza,
recibía palideciendo el desfalleciente cuerpo, y la flor que brotaba de la
dulce planta traía la inscripción de su lamento infinito…
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 52
También él había hecho su servicio de guerra, también él
había sido soldado y guerrero como muchos de ellos, pues el arte era una
guerra, un esfuerzo agotador, para el cual los hombres de hoy ya no tienen
resistencia.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 59
Ráfagas de aire cálido traían olor a desinfectantes.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 74
Porque la belleza, Fedón, nótalo bien, sólo la belleza es al
mismo tiempo divina y perceptible. Por eso es el camino de lo sensible, el
camino que lleva al artista hacia el espíritu. Pero ¿crees tú, amado mío, que
podrá alcanzar alguna vez sabiduría y verdadera dignidad humana aquel para
quien el camino que lleva al espíritu pasa por los sentidos? ¿O crees más bien
(abandono la decisión a tu criterio) que éste es un camino peligroso, un camino
de pecado y perdición, que necesariamente lleva al extravío? Porque has de
saber que nosotros, los poetas, no podemos andar el camino de la belleza sin
que Eros nos acompañe y nos sirva de guía; y que si podemos ser héroes y
disciplinados guerreros a nuestro modo, nos parecemos, sin embargo, a las
mujeres, pues nuestro ensalzamiento es la pasión, y nuestras ansias han de ser
de amor. Tal es nuestra gloria y tal es nuestra vergüenza. ¿Comprendes ahora
cómo nosotros, los poetas, no podemos ser ni sabios ni dignos? ¿Comprendes que
necesariamente hemos de extraviarnos, que hemos de ser necesariamente
concupiscentes y aventureros de los sentidos? La maestría de nuestro estilo es
falsa, fingida e insensata; nuestra gloria y estimación, pura farsa; altamente
ridícula, la confianza que el pueblo nos otorga. Empresa desatinada y
condenable es querer educar por el arte al pueblo y a la juventud. ¿Pues cómo
habría de servir para educar a alguien aquel en quien alienta de un modo innato
una tendencia natural e incorregible hacia el abismo? Cierto es que quisiéramos
negarlo y adquirir una actitud de dignidad; pero, como quiera que procedamos,
ese abismo nos atrae. Así, por ejemplo, renegamos del conocimiento libertador,
pues el conocimiento, Fedón, carece de severidad y disciplina; es sabio,
comprensivo, perdona, no tiene forma ni decoro posibles, simpatiza con el
abismo; es ya el mismo abismo. Lo rechazamos, pues, con decisión, y en adelante
nuestros esfuerzos se dirigen tan sólo a la belleza; es decir, a la sencillez,
a la grandeza y a la nueva disciplina, a la nueva inocencia y a la forma; pero
inocencia y forma, Fedón, conduce a la embriaguez y al deseo, dirigen quizás al
espíritu noble hacia el espantoso delito del sentimiento que condena como
infame su propia severidad estética; lo llevan al abismo, ellos también, lo
llevan al abismo. Y nosotros, los poetas, caemos al abismo porque no podemos
emprender el vuelo hacia arriba rectamente, sólo podemos extraviarnos. Ahora me
voy, Fedón; quédate tú aquí, y sólo cuando ya hayas dejado de verme, vete
también tú.
Thomas Mann
La muerte en Venecia, página 75
La muerte en Venecia, página 9
La muerte en Venecia, página 10
La muerte en Venecia, página 11
La muerte en Venecia, página 25
La muerte en Venecia, página 32
La muerte en Venecia, página 35
La muerte en Venecia, página 43
La muerte en Venecia, página 44
La muerte en Venecia, página 47
La muerte en Venecia, página 48
La muerte en Venecia, página 48
La muerte en Venecia, página 50
La muerte en Venecia, página 52
La muerte en Venecia, página 59
La muerte en Venecia, página 74
La muerte en Venecia, página 75
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