Maria Velho da Costa

"Es preciso tener siempre todo en orden, todo en orden siempre. En especial, no procrastinar. Cada demora conlleva el arduo arrepentimiento. ¿Cuál era su nombre?
Isaura, era muy devota y piadosa.
Una santa como decía el sinvergüenza José Dias, al besar su pie pegado en el zapato podrido cordobés. Un falso dandi, lleno de mimos con la pretensión de hacerme callar. ¿No son éstos, Capitu, días buenos y días santos?
¿Para qué es necesaria una Licenciatura?
Mira, Capitu, ayer encontré este pequeño anillo de coral negro para ti, a ver si te sirve.
Vaya una viuda, doña Gloria.
José Dias incluso tiene un rubí engarzado en las Indias donde mi difunto marido estaba trabajando. Eres hermosa como un santo en el altar. No me merezco este tratamiento
¿Qué no se merece José Dias?
Todo, Gloria, todo.
Ni que quisiera imitar a Ezequiel con todas sus peculiaridades. ¿Qué noticias traes, niña? Mira mis zapatos moldeados.
¿Falso de ojos gitanos yo? Nacía en una sacristía. Dormía en la cama de un seminarista. Pronto conocí el delicado dolor de la muela del juicio.
¿Y quién iba a sospechar del diablo? Yo sospechaba entonces. Escobar se había demorado, sembrando el ahogamiento del desorden, el caos y la suciedad.
¿Quién puede lucir ojos de resaca en esta tediosa vida?
¿Ahogarse? Escobar era más obstinado que yo y tenía que desatar el presagio sobre el rostro del muchacho y Benecito XVI.
Pies de plomo y llanto.
Chora ya no tiene ningún centavo. No aprendió el francés.
¿Por qué he de rumiar con la edad como una bolsa de leche agria? Rondaré la vida que tiende a cerrarse."

Maria de Fátima de Bivar Velho da Costa
Madame



Reconstitución de la fuerza de trabajo

"Ellas son cuatro millones, el día nace, ellas encienden la lumbre. Ellas cortan el pan y calientan el café. Ellas pican cebollas y pelan patatas. Ellas mezclan harina y comida agria. Ellas llaman, en la oscuridad, a los hombres y a los animales y a los niños. Ellas llenan las fiambreras, los termos y las mochilas con latas y bocadillos y fruta envuelta en un paño limpio. Ellas lavan las sábanas y las camisas que han de sudarse otra vez. Ellas friegan el suelo de rodillas con cepillo de cerdas gruesas y jabón amarillo y espantan a los insectos para que no enfermen los suyos mientras duermen. Ellas regatean en los mercados y plazas por lo más barato. Ellas cuentan centavos. Ellas cosen y enhebran en agujas de madera la lana que mantendrá en el cuerpo el calor de la comida que ellas preparan. Ellas vienen con un cántaro de agua a la cintura y un hatillo de leña en la cabeza. Ellas limpian los fregaderos y los lavabos y las conejeras y los corrales. Ellas encienden la lumbre. Ellas pican las verduras. Ellas quitan el óxido de las ollas. Ellas remiendan medias y pantalones y camisas y otra vez, medias. Ellas sacan brillo a la cocina con un estropajo. Ellas recorren la ciudad a pie bajo la lluvia porque en esos barrios los monos de trabajo son caros. Ellas corren sin aliento para no perder el tren, el barco. Ellas ponen el cesto en el suelo y abren la puerta con la mano enrojecida. Ellas ponen la tranca para cerrar el pajar. Ellas meten el dedo lo justo en la gallina para saber si tiene un huevo. Ellas encienden la lumbre. Ellas mueven el arroz con un tenedor de zinc. Ellas chupan la punta del hilo para remendar la camisa. Ellas llenan los platos. Ellas dejan el barreño en el lavabo para descansar. Ellas quitan la colcha de la cama. Ellas se abren para un hombre cansado. Ellas también duermen."

Maria Velho da Costa



Reproducción de la fuerza de trabajo

"Ellas van a la partera para que les adelante el parto. Ellas sacan el dobladillo de las faldas. Ellas lloran y vomitan en el fregadero. Ellas limpian el fregadero. Ellas preparan pañales. Ellas bordan hilillos de seda en el mejor babero. Ellas andan descalzas porque sus pies ya no entran en los zapatos. Ellas aúllan de dolor. Ellas se untan un poquito de mantequilla en el pezón agrietado. Ellas le cantan bajito en medio de la noche al bebé para que el hombre no se despierte. Ellas rascan las heces de los pañales con una espátula.  Ellas lavan. Ellas llevan a los bebés en brazos. Ellas dan de mamar debajo de un alcornoque. Ellas afinan el oído por la noche para saber si la niña en la cama junto a los hermanos no se entera de nada. Ellas se asoman. Ellas lavan de rodillas con agua templada.  Ellas cortan pantalones cortos y babis de rayas. Ellas se muerden los labios y aprietan las manos, el jornal perdido si la fiebre no baja.  Ellas lavan las sábanas llenas de orina. Ellas peinan la raya al lado y hacen trenzas. Ellas compran la pizarra, y el lápiz y la carpeta de cartón. Ellas limpian sus culos. Ellas guardan una madejita de pelo entre telas de gasa. Ellas cosen un vestido de retales para una muñeca de cartón escondida debajo de la cama. Ellas lavan los calzoncillos manchados del primer semen, del primer salario, de la mili. Ellas compran dejando fiado la mejor popelina para hacer una camisa que llevaran a Francia, a Lisboa. Ellas van a la estación llorando. Ellas ven como traen un cordero en el primer vagón y el primer nieto. Ellas ahorran en el tranvía para un ovillo de cuerda."

Maria Velho da Costa




Revolución y mujeres

"Ellas hicieron huelga de brazos caídos*. Ellas lucharon en casa para ir al sindicato y a la junta. Ellas le gritaron a la vecina fascista. Ellas supieron decir igualdad salarial, guarderías y comedores. Ellas salieron a la calle vestidas de rojo. Ellas reclamaron una calle asfaltada y agua potable. Ellas gritaron mucho. Ellas llenaron las calles de claveles. Ellas les dijeron a la madre y a la suegra que eso era antes. Ellas llevaron ánimo y sopa a los cuarteles y a las calles. Ellas fueron a las puertas de las comisarías con sus hijos en brazos. Ellas oyeron hablar de un gran cambio que también llegaría a sus casas. Ellas lloraron en los puertos abrazadas a sus hijos que volvían de la guerra. Ellas lloraron al ver al padre ir a la guerra con el hijo. Ellas tuvieron miedo y fueron y no fueron. Ellas aprendieron a leer en los libros de cuentas y a trabajar con los aperos de las fincas abandonadas. Ellas doblaron en cuatro el papel que llevaba dentro una cruz laboriosa. Ellas se sentaron a hablar alrededor de una mesa para ver cómo podrían estar sin patrones. Ellas levantaron las manos en las grandes asambleas. Ellas cosieron banderas y bordaron pequeñas hoces y martillos con hilo amarillo. Ellas les dijeron a su madre, cuídeme a los niños, señora, que vamos a Lisboa en autobús y ya les diremos cómo va la cosa. Ellas llegaron de los suburbios con una cocina en la cabeza para ocupar parte de una casa cerrada. Ellas tendieron la ropa mientras cantaban, con las armas que tenemos en la mano**. Ellas le hablaron de tú a personas con estudios y a los otros hombres. Ellas no sabían a dónde iban, pero iban. Ellas encienden la lumbre. Ellas cortan el pan y calientan el café ya frío. Ellas son las que despiertan por la mañana a las bestias, a los hombres y a los niños que duermen."

Maria Velho da Costa



"Son cerca de cuatro millones, cuando raya el alba, que encienden el fuego en sus lares. Cortan el pan y calientan el café. Pican las cebollas y pelan las patatas. Desmigan el salvado. Llaman a los hombres, animales y niños. Llenan las carpetas escolares de tarros y latas de frutos envueltos en un paño limpio. Lavan las sábanas y las camisas que se sudarán de nuevo. Friegan el suelo de rodillas con jabón y aniquilan a los insectos mientras duermen. Luchan en los mercados y las plazas por los productos más baratos. Cuentan cada centavo. Cosen y pegan agujas. Velan porque los alimentos conserven su adecuada temperatura. Vienen con una jarra de agua en el cinturón y un montón de palos en la cabeza. Limpian los lavabos, las bañeras, las jaulas y los corrales. Encienden el fuego. Quitan los cardos del fondo de las macetas. Remiendan calcetines, pantalones y camisas. Alimentan la estufa con lana de acero.
Recorren la ciudad a pie y bajo la lluvia porque los medios de transporte son caros. Corren para no perder el tren o el barco. Sueltan el canasto y abren la puerta con la mano roja. Ponen el candado en el pajar. Entierran el dedo meñique para ver si las gallinas han puesto algún huevo fresco. Encienden de nuevo el fuego. Revuelven el arroz con un tenedor de zinc. Llenan los platos. Colocan las sábanas y se tienden frente al hombre cansado. Y por fin también ellas duermen."

Maria Velho da Costa
Revolución y mujeres











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