Mario Tronti

"Ahora bien, la espiritualidad tiene una larga historia. Nos viene de muy lejos. Panikkar habla de ese tercer sentido que es —dice— como un atisbo más o menos claro de conciencia de que hay algo más en la vida que lo que perciben los sentidos o comprende la mente. […] No es una extensión horizontal, hacia lo que todavía no conocemos o lo que todavía no somos, es más bien un salto vertical hacia otra dimensión de la realidad […]. Quedarse en la tierra yendo hacia arriba, es decir, no doblarse bajo algo. Que es entonces la condición de ser libre […]. Y sin embargo esa conflictividad de la espiritualidad —porque de eso estoy hablando, de la conflictividad de la espiritualidad— creo que es posible encontrarla más y mejor en nuestra tradición, la tradición judeocristiana […]. Mi tesis es ésta: la espiritualidad es un lenguaje de la crisis."

Mario Tronti



"¿Deberíamos, como filosofía del futuro, asumir el proyecto de una reteologización de los conceptos secularizados? Se trata de un problema de pensamiento de lo político, pero también de la práctica de lo político. Quizá haya que volver a distinguir entre “nuevos cielos” y “nuevas tierras”. Debemos darnos el valor de volver a proponer el “reino” utópico de otro mundo de hombres y para los hombres."

Mario Tronti




"El conflicto es conocimiento. […] La fuerza es el negativo de la resistencia, la violencia es el positivo de la agresión. […] La huelga es por excelencia una decisión colectiva, una acción que interrumpe las actividades, es un decir no, no a la continuación del trabajo, lucha no violenta, conflicto sin guerra."

Mario Tronti




"El discurso siempre se puede retomar. Lo que yo no creo que pueda retomarse –al menos yo no veo cómo– es la praxis, la práctica. Aquí no tengo indicaciones para dar. De hecho, este pensamiento digamos que es estéril, en el sentido de que no tiene dentro de sí una prospectiva de futuro. Pero no sé…en fin, yo siempre digo: «el pasado ya me basta» (risas). Además, que ya llegué lejos, mi futuro es muy limitado, entonces…el pasado me basta. Pero no es verdad que la historia terminó, la historia no termina nunca. Algo va a pasar, quizás poco, pero algo…"

Mario Tronti



"El operaísmo fue una premisa del 68, y al mismo tiempo una crítica anticipada de él. En Italia, el 68 recibió del 69 obrero una caracterización diferente y más duradera que en otros lugares, anticapitalista y no solo antiautoritaria. Los obreros y el capital se encontraron materialmente uno frente al otro: en ese momento había que tomar el poder, no sólo impugnar la autoridad. Es una regularidad histórica: si en el terremoto provocado por las luchas no se abre un proceso revolucionario guiado y organizado, que cambia la relación de fuerzas, el desarrollo capitalista termina por hacer uso de las luchas obreras para sus propios fines, y todo el aparato de dominio se restablece democratizándose. Exactamente lo que ocurrió después del 68. A la lucha de liberación del segundo Novecento le faltó la fuerza del movimiento obrero organizado que actuó en las luchas por la emancipación del primer Novecento. Gran parte de la subjetividad antagónica de los años sesenta se había formado fuera y había crecido contra los partidos y los sindicatos, y operaba para acelerar su crisis. Hasta que en el 77 se separa definitivamente de ella."

Mario Tronti




"El operaismo italiano de la década de 1960 comienza con el nacimiento de los Quaderni rossi y termina con la muerte de Classe operaia. Fin de la historia. Tal es el argumento. O, si se quiere –si le grain ne meurt– el operaismo se reproduce de otras maneras, reencarnado, transformado, corrompido y… perdido. Este texto nació en su momento del impulso de esclarecer la distinción intelectual entre operaismo y post operaismo, o los movimientos de autonomía de finales de la década de 1970 y años posteriores. Luego los dulces placeres del recuerdo hicieron el resto. Si este «resto» es de buen gusto o sirve de algo hoy día corresponde juzgarlo a los lectores. Esta es mi verdad, basada en lo que creía entonces y en lo que no veo sino con mayor claridad hoy día. No quiero ofrecer una interpretación canónica del proyecto; pero esta es una de las posibles lecturas, lo bastante unilateral para reforzar la vieja y feliz idea de la investigación de parte, esa práctica teórica indigesta que nos formó.
Digo nosotros porque creo que puedo hablar por un puñado de personas inseparablemente unidas por un vínculo de amistad política, que compartían un nudo común de problemas como un «pensamiento vivido». Para nosotros, la distinción clásica amigo/enemigo no era tan sólo un concepto del enemigo, sino también una teoría y una práctica del amigo. Nos hicimos y hemos seguido siendo amigos porque descubrimos, políticamente, un enemigo común frente a nosotros; esto tuvo consecuencias que determinaron las decisiones intelectuales de aquel tiempo y los horizontes sucesivos. Trataré de hablar con sencillez, evitando el lenguaje literario. Sin embargo, es preciso decir que el operaismo de la década de 1960 forjó su propio «gran estilo» de escritura, cincelado, lúcido, polémico, con el que pensábamos que aferrábamos el ritmo de los obreros de la fábrica en lucha contra los patronos. Cada pasaje histórico genera su propia forma de representación simbólica. Partisanos semianalfabetos que se enfrentaban a los pelotones de fusilamiento nazis produjeron las Lettere di condannati a morte della Resistenza, una obra de arte. Asimismo, los muchachos que al amanecer permanecían de pie ante las puertas de la fábrica Mirafi ori de Turín volvían a casa por la noche para leer El alma y las formas del joven Lukács. El pensamiento fuerte precisa de una escritura fuerte. Un sentido de la grandeza del conflicto despertó en nosotros una pasión por el estilo nietzscheano: hablar en un registro noble en nombre de los que están abajo.
Nunca he olvidado la lección que aprendimos a las puertas de las fábricas, cuando llegamos con nuestras pretenciosas octavillas, invitando a los trabajadores a unirse a la lucha anticapitalista. La respuesta, siempre la misma, venía de las manos que aceptaban nuestros trozos de papel. Se reían y decían: «¿Qué es? ¿Dinero?». Una «ruda raza pagana», en efecto. No se trataba del mandato burgués, enrichissez-vous; era la palabra «salarios» presentada como una respuesta objetivamente antagonista a la palabra «ganancia». El operaismo reelaboró la brillante frase de Marx –el proletariado, alcanzando su emancipación, liberará a toda la humanidad– y la transformó en la siguiente: la clase obrera, siguiendo sus propios intereses parciales, crea una crisis general de las relaciones de capital. El operaismo marcó un modo de pensar políticamente. El pensamiento y la historia se dieron de bruces en un choque directo e inmediato. Lo que es tenía que ser expuesto al análisis, la reflexión, la crítica y el juicio. Lo que fue dicho y escrito sobre el mismo vino más tarde."

Mario Tronti
Nuestro operaismo



En nuevas tierras, por viejos caminos

Este discurso es para
la intelectualidad de la izquierda
que vendrá. Si viene.
La política, en su autonomía,
puede tenerlo en cuenta indirectamente,
muy indirectamente.

Advierto que no he escrito un texto, sigo una pista larga, y sin embargo me gustaría expresar un deseo de inmediato: dejemos reposar un poco estas ideas, que sé muy polémicas, escribiremos, y sobre un texto escrito y leído me gustaría que hubiera esa discusión que no puede haber hoy. El título, sí, es evocador, se expresa en la forma que me he dado, actualmente, de pensamiento: un poco metafórico, un poco alusivo, por insinuaciones. Me parece una forma de escapar de las trampas de la comunicación fácil, que nos aflige a todos.

Para entrar inmediatamente en el fondo, digo que tienen buenos motivos quienes definen esta edad nuestra como una dictadura del presente. A continuación, añado un adjetivo, espero que sea perturbador: una dictadura democrática del presente. Este es un presente que quiere tener dominio sobre el pasado: y lo tiene de hecho, porque lo ha conquistado. Así que aprovecho esta oportunidad para centrar mi discurso en el punto: no dejar este dominio sobre el pasado a los que lo tienen hoy, hay que proponerse recuperarlo. De ahí, el título, tomado de un verso de Shakespeare, del Rey Lear. El duque de Kent es exiliado y, partiendo, se dirige a la corte: “así, oh príncipes, Kent se despide de vosotros; en una nueva tierra seguirá su viejo camino”. ¿Qué quiere decir? Exactamente eso: el nuevo mundo está ahí, no es que tengamos que negar que existe. Lo nuevo está ahí, es disruptivo, es dominante, el mundo de ayer ha terminado, el mundo de ayer también era nuestro mundo, también era mi mundo, pero en este nuevo mundo quedan las huellas del antiguo. Hay que buscar esas pistas y utilizarlas. En este punto no es sólo una cuestión de situación, se ha convertido en una cuestión de existencia. No es simplemente como hay que estar en este mundo, sino cómo hay que vivir en él. En el fondo, hay un diagnóstico que ve por delante no una mera crisis de la política, no una simple crisis de sociedad, más bien una verdadera crisis de civilización. Hay que situar bajo la garra de la crítica esa forma de vida, que antes se decía americana, que ahora se ha hecho occidental y tiende a convertirse en global, o mundial. Entre las formas de acción política alternativa y las formas de vida vigentes, y dominantes, se ha abierto un conflicto, que hay que sacar a la luz, que hay que llevar a la conciencia, individual y colectiva. Y entonces, es un cuerpo de análisis, es un estilo de pensamiento, es una forma de presentar la palabra, dicha y escrita, que es necesario asumir, para restaurar la correcta dialéctica de lo viejo/nuevo, yo diría incluso que antiguo/moderno. Y permítanme señalar un hecho no paradójico, de hecho bastante lógico: precisamente son los promotores del “todo ha cambiado”, y por lo tanto del “todo tiene que cambiar”, los que más se resisten a este cambio de perspectiva en la investigación.

Estoy diciendo que hoy, a nivel intelectual, a nivel de cultura, a nivel de teoría, a nivel de pensamiento, habría que hacer un movimiento, un movimiento que cierre una fase, una fase toda defensiva, toda de respuesta, toda subordinada. Inaugurar una especie de reacción. Reacción es una palabra que no nos pertenece, pero cuando la revolución viene de fuera y viene en contra, sólo puedes operar en términos de reacción. Si la acción ya no está en tus manos, no puedes hacer más que proponerte reaccionar. La lucha por la hegemonía es un hecho muy político y, como todo lo que es político, hay que luchar en la contingencia. Con una advertencia, debida: que este tipo de reacción se puede expresar en este momento sobre todo, por no decir sólo, a nivel teórico, a nivel de trabajo intelectual, de trabajo cultural. La iniciativa práctica, con sus leyes de movimiento, no es bueno que tome este camino. Su contingencia es diferente, responde a otros parámetros, y hay que estar dentro de ella con otras intenciones y diferentes comportamientos. No es posible en esta etapa que corresponda a esto una reacción – digamos – práctica- política, porque la relación de fuerza se ha organizado de tal manera que no permite esta reacción. Y entonces hay que - precisamente - aislar este terreno, digamos, de lo teórico y del pensamiento para una operación de este tipo. Hay que tener en cuenta que el pensamiento y la política, la teoría y la práctica, según una antigua dicción nuestra, se entrelazan, se responden, se determinan mutuamente, sólo en el estado de excepción. Cuando el estado es normal, los dos planos se dividen y se vuelven casi independientes entre sí. Esta independencia debe realizarse concretamente. Lo expresé en una fórmula que me importa mucho, porque da la síntesis de la actitud, que creo que es más justa: pensar radicalmente, actuar con prudencia. Todo está ahí. Hay que empujar el pensamiento hasta los límites, digamos, estar disponibles para posibles giros, volar con él hasta los cielos de las visiones. Mientras que en la práctica se trata de navegar de bajura, mantener el rumbo, evitando las rocas, y teniendo en cuenta los vientos. Yo este principio, “pensar radicalmente y actuar con prudencia”, trato de practicarlo a diario: cuando estoy en casa estudiando y cuando estoy en el Senado votando. Conozco y reconozco aquí dos dimensiones que no coinciden, que no están en el mismo plano, que no tienen que estar en el mismo plano. Es lo que te permite estar en la contingencia, libre de ella: en una condición de libertad vigilante.

En los años del CRS, esta última década, yo también he intentado durante mucho tiempo, a veces un poco torpemente, mantener la cultura y la política juntas. Recuerdo que el primer informe a la Asamblea del CRS en 2004 se titulaba “Política y cultura”. Partí de las tesis de Bobbio, de la polémica de Togliatti con Bobbio, para relanzar el proyecto de un nuevo compromiso intelectual con el objetivo de la práctica. La intención: dar cultura a la política, dar política a la cultura. El posible resultado final me pareció verlo en la contribución al generoso programa bersaniano de superar las dos izquierdas para el aterrizaje en la construcción de una gran fuerza política unitaria de la izquierda italiana y europea. Luego, ocurrió que entre la política y la cultura se interpuso la historia, la historia presente y contingente. Presente, en el sentido no de irrupción de las novedades, como gusta decirse, más bien de repetir lo siempre igual, con su poderosa fuerza obligatoria y contingente, con el juego de variables inmediatas, imprevistas e imprevisibles, esa carga de no razón que condiciona la acción. Y este es quizás el punto determinante. La historia como contingencia es algo muy importante, porque es con lo que tiene que ver sobre todo la política, que en última instancia es la gestión de la contingencia, siempre, en todos los sentidos. Aquí, no veo hoy la posibilidad inmediata de derrocamiento de esta contingencia, sino sólo un uso lo más hábil posible de la misma. Sigo con distante simpatía el acertijo también práctico de aquellos espacios de impugnación de toda la lógica del sistema. Pero he llegado a la conclusión de que estos no recuperarán verdadera fuerza y credibilidad eficacia, sin volver a echar mano de los fundamentos del pensamiento, que en el pasado han elaborado. Aquí está el punto de la cambiante relación de política y cultura, como la veo hoy. De ahí saco el consejo, que, como podéis ver, ya sigo personalmente: en la curva de la práctica reducir la velocidad, en la recta de la teoría acelerar.

El desarrollo objetivo de las cosas, los hechos, los acontecimientos, las necesidades y las compatibilidades que encadenan la realidad, la relación de fuerzas excesivamente desequilibrada a favor de quien manda, este todo práctico que se expresa en la jaula de acero-mundo dentro de la cual estamos encerrados, impide cualquier perspectiva seria, formulable, creíble de ruptura inmediata. A menos que elijas ir a vivir a la isla de la utopía. En lo inmediato, este mundo es imposible de aceptar y otro mundo es imposible de construir: aquí está la condición humana que nos afecta hoy. Tomar nota de ello es un compromiso de honestidad intelectual. Un estadio de espera vigilante debe servir para reorganizar, en el “mientras tanto” -tiempo medio siempre decisivo- el frente de lucha, con un New Model Army, un ejército de nuevo modelo, lo que significa una fuerza social organizada, más realisticamente audaz que la del pasado. Este es el trabajo de largo aliento que hay que asignar a las generaciones más jóvenes y no las improbables ilusiones movimientistas innecesarias. Sucede entonces que en esta situación de contingente bloque práctico, se perfila un momento favorable para la iniciativa teórica, poniendo en marcha ese movimiento intelectual de reacción, mencionado anteriormente.

¿Por qué? ¿Qué ha pasado, en este terreno? Es una opinión muy personal, como todas las que se están agitando en este discurso. Sucedió que la filosofía de la práctica se rompió. La filosofía de la práctica era el nombre que se le daba al marxismo. Gramsci, en particular, la utilizaba no sólo para superar la muralla de la censura carcelaria, sino porque era para él la definición más exacta del pensamiento de Marx. Pues bien, esa filosofía de la práctica cayó al suelo y se rompió en dos: por un lado la filosofía, por otro la práctica. Esto no es malo. Un mal ha sido más bien la identificación inmediata entre la filosofía y la práctica. Una forma de identificación que fijaba entre la teoría y la práctica una relación rígida, determinista y vulgarmente materialista. No inscriba esto de inmediato en el horizonte del revisionismo. No se trata de enviar a Marx al ático. Por el contrario, nos impulsa, nos aprieta, la obligación ético-política de salvar a Marx del naufragio del siglo XX. Y esto es especialmente cierto en la tradición italiana. Una historia que hemos vivido por experiencia intelectual en las décadas pasadas, desde después de la Segunda Guerra Mundial en adelante. Con Pasquale Serra, un intelectual de gran sensibilidad sobre estos temas, estamos trabajando en un intento de desestructuración en relación con este horizonte muy italiano. ¿De qué se trata? Mientras tanto, de cierto gramscismo, no tanto el de derivación cruzada, que también ha hecho su daño, en mi opinión, a nuestra batalla de las ideas. Más bien ese gramscismo de derivación -no sé qué tan consciente- gentil. Este compuesto de historicismo y actualidad ha caracterizado el marxismo italiano. Y hay que tener en cuenta que el marxismo italiano es algo muy serio, muy importante, incluso en el terreno internacional. Hoy nos damos cuenta de ello a nivel mundial. Hay dos asignaturas de excelente presencia en los seminarios de muchas universidades de Estados Unidos, Australia, América Latina, así como en Europa: son el gramscismo y el operaísmo Es lo que ha hecho hablar, en ensayos y en libros, de diferencia italiana, de la teoría italiana. De ahí la necesidad de reabrir el capítulo de la tradición cultural del movimiento obrero italiano. Sería muy interesante una investigación, confiada a jóvenes fuerzas intelectuales, para comprender por ejemplo cómo y cuánto ha influido este compuesto teórico, en positivo y en negativo, en la práctica política de los comunistas italianos, desde el nacimiento hasta el suicidio del “partido nuevo”. Obtendríamos criterios de juicio esclarecedores sobre nuestro incierto y problemático presente.

¿Cuáles son las directrices en las que se desarrollaría ese tipo de reacción intelectual? Sólo señalo tres. Primera directriz de investigación: deberíamos levantar hoy con un gesto fuerte la bandera de la reivindicación orgullosa de nuestra historia. ¿Qué historia? La historia -siempre lo digo así- del movimiento obrero. Cometimos el error de dejar que esta historia se cerrara dentro de horizontes estrechos: un pedazo del siglo XX, esos setenta años que giraron en torno al intento de construcción comunista del socialismo. Por lo tanto, cuando ese proyecto se derrumbó, todo ese asunto se archivó. Pero es una historia larga, no de larga duración, porque se mide a lo largo de los milenios, pero ciertamente de duración media. Comienza desde finales del siglo XVIII, primera revolución industrial, marca su presencia en todo el siglo XIX, con experiencias de lucha y organización que hay que volver a visitar, llega al siglo XX, atravesando el siglo como protagonista, dictando el orden del día de la política. Podía hacerlo porque venía de lejos, y se planteaba el objetivo de ir muy lejos. El movimiento obrero nace con la industria, con el capitalismo industrial. Allí dentro se realiza el paso de proletariado a clase obrera, de clase en sí misma a clase para sí misma, de clase a conciencia de clase por medio de la organización. El capitalismo industrial, para superar esta contradicción interna, tuvo que superarse a sí mismo: enfrentarse a sus nuevas contradicciones, que hoy le aquejan. Es en estas últimas en las que hoy debería centrarse el conflicto. Pero solo podría hacerlo quien se hiciera conscientemente heredero de esa historia: formas de lucha, experiencias colectivas, solidaridad para siempre, mutualismo, cooperación, y luego sindicato y luego partido, hasta el intento de hacerse estado. Y patrimonio ideal, concepción del mundo y de la vida, elaborado con pasión y realismo, dos dimensiones que deben volver a estar dentro de cada uno de nosotros. Un camino brillante, que todas las sombras acumuladas posteriormente no pueden oscurecer. No entiendo, realmente no puedo entender, porque, si no en el momento dramático del colapso, al menos en los largos años siguientes, no lo hemos hecho así. No quiero ocultar un aspecto del problema. Esa historia está muerta. ¿De qué sirve, políticamente, exhumarla en un tiempo que no la reconoce? Mientras tanto, es necesario -lo hemos dicho- para aprender a luchar. No sólo eso. La memoria es un arma. Y el pasado es más fuerte que el futuro para luchar contra el presente. El pasado ha estado ahí, es algo real. El futuro es una ficción, que se puede contar como se quiera. Todo lo dice la VI de las Tesis sobre la Historia de Benjamin: “Encender en el pasado la chispa de la esperanza es un don que sólo se encuentra en aquel historiador que está compenetrado con esto: tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo si este vence. Y este enemigo no ha cesado de vencer". Esta es nuestra culpa en estos años, y décadas: no hemos asegurado nuestro pasado. Y entonces, aquí está el principio del método en el que trabajar: hoy, dada la relación actual de fuerzas, la memoria tiene una carga antagonista, una potencia disruptiva, mayor que cualquier utopía.

Así que, decíamos, no sólo el Novecento. Pero aquí surge un tema fuerte, teórico-político: la relación entre el movimiento obrero y la modernidad: Movimiento obrero y Modernidad, ambos con mayúscula, porque son de igual dignidad. La irrupción de ese sujeto histórico cambió el destino de la era moderna, le dio otro sentido, otra forma, otra dirección, recogió del polvo la bandera, caída, de la liberación humana que la Modernidad había diseñado magníficamente en su inicio. La edad moderna, en los últimos dos siglos, los de su madurez, ha sido el gran campo de batalla del choque entre el capitalismo y el movimiento obrero, con la indicación de dos destinos alternativos para el futuro del ser humano, al menos en Occidente. Y el hecho de que de estos dos destinos alternativos uno haya ganado y el otro haya perdido, el uno todavía este presente y dominante y el otro haya desaparecido y olvidado, esto, aún no lo hemos dicho pero tenemos que decirlo, esto ha sido una tragedia para la humanidad. El mero hecho de la lucha entre estos dos campos dio sentido a la historia, que después parece haber perdido. Es en este contexto de historia medio-larga es en el que habrá un resultado final. Del 89-91, se entiende poco o nada si no se sitúa en la época. Fuera de esta, no se ve -y de hecho no se ha visto- ningún evento de liberación, aunque la catástrofe haya tenido lugar en ella. La historia la escriben los ganadores, pero sólo cuando los vencidos renuncian a escribir, ellos, su propia historia. Cuando llegué al CRS, propuse cambiar el logotipo y elegí el famoso cuadro de El Lissitzky, “La cuña roja que golpea a los blancos”. Bueno, hoy sabemos que la cuña roja se rompió en ese círculo blanco. No sólo hay que reconocer, hay que procesar ese duelo, porque de lo contrario lo llevamos al inconsciente y condicionamos - ¡y como lo ha condicionado! - todo el pensamiento y la acción de estos años. Un pasaje también trágico, esto es lo que fue el 89, y aún más el 91. Veo aterradoramente ausente en la sensibilidad de juicio de la izquierda de hoy, toda ella, esta trágica dimensión de la historia humana. Se teorizó la ligereza justo cuando el curso histórico giraba fuertemente sobre sí mismo y estabilizaba el viejo orden, introduciendo, hay que decir precisamente por esta vía, las novedades necesarias. La desorientación política masiva, visible en los flujos salvajes del consenso, pero que afecta hoy tanto a clases dirigentes y masas de pueblo, tiene allí sus orígenes profundos.

Aquí, en la relación viejo/nuevo orden se inserta la segunda directriz de investigación del Orden mundial, por supuesto actual, en comparación con el tablero internacional de antaño. Están en juego no más naciones, sino continentes. Dejo de lado el intrigante tema de si es el orden o el desorden. Costaría un discurso geopolítico, que no cabe, por desgracia, en estas notas. El punto más importante es este: se necesita el gran retorno de una crítica del sistema, exactamente lo que se ha perdido. Hay que volver a poseer conceptualmente el Gesamtprozess. El camino de Marx, en los tres Libros de El Capital: proceso de producción, proceso de circulación, proceso global. Siempre Prozess, es decir, movimiento del sistema, con sus leyes. No sé si nos damos cuenta de que, no desde hace años, desde hace décadas, bajo el discurso neoliberal, se ha desvanecido la realidad del capitalismo. Como cuando usamos el sustantivo globalización, olvidando añadir el adjetivo capitalista. Palabras que parecen desvelar, en realidad se esconden. Detrás del neoliberalismo ha desaparecido el capitalismo. Detrás de la globalización ha desaparecido el capital-mundo. Detrás de la crítica de las desigualdades sociales ha desaparecido el conflicto de clases como relación de fuerzas. De ello surge la impugnación de formas degeneradas, que no cuestiona la sustancia sujeto que las generó. Sin duda son brillantes, además de interesantes -y gracias a Dios las hay- las lecturas recientes de estos procesos. Pero, ¿qué es lo que falta? Falta la política. Falta un análisis contemporáneo de las relaciones de fuerza que permiten estos procesos. Afortunada la fórmula del uno por ciento frente al noventa y nueve por ciento y utilizarla en la denuncia de las desigualdades. Pero en este proceso, precisamente, que ve aumentar absolutamente la pobreza en el mundo y se ve crecer la distancia relativa entre pobres y ricos, desplazando también las fronteras tradicionales de clase y poder, hay un problema político añadido y quizás por encima del problema económico. Es que quien manda esos procesos - ¡porque los procesos se dirigen! - tiene las manos libres, completamente libres, sin ninguna fuerza capaz de contrarrestarlos. Los treinta años gloriosos, 1945-1975, ya está establecido, fueron un paréntesis, un estado de excepción típicamente del siglo XX, en la larga historia del capitalismo. Allí la relación de fuerza entre el capital y el trabajo estaba inusualmente equilibrada. Había habido guerra, había habido lucha de liberación, masas del pueblo habían salido al terreno como protagonistas, organizadas y orientadas por grandes partidos. Y se olvida ese pequeño detalle: que el equilibrio de fuerzas entre el capital y el trabajo era el equilibrio de fuerzas entre el capitalismo y el socialismo. Eran los años de la Guerra Fría, con dos bloques de poder que simbolizaban, a pesar de todo, una lucha de clases a nivel mundial. El capitalismo tenía que responder a un desafío, lo hacía con el milagro económico, con el pleno empleo, con las políticas de bienestar, con la democracia representativa. Volvamos al discurso de arriba. Cuando este equilibrio se derrumbó, repito entre los aplausos también de nuestras audiencias, se volvió al estado normal, pre- y post-novecento, con una hegemonía de un lado sobre otro, sin más alternativas, ni de modelos económico-sociales ni de proyectos político-teóricos.

Yo, cuando oigo hablar de sociedad líquida, sociedad de riesgo, sociedad del hombre endeudado, siempre hago esta pregunta: ¿todavía estamos en una sociedad capitalista, o ya estamos, sin darnos cuenta, fuera de ella? Porque aquí hay un punto de decisión, de nuevo política. No se trata de negar las transformaciones en curso, sino de entenderlas. Y para hacer entender, en qué contexto y en qué dirección se sitúan estas transformaciones. Pero el pasaje que pretendo subrayar con más fuerza es este, ya lo he dicho, lo repito: ya no basta una crítica de la sociedad, se necesita una crítica de la civilización. En la actual condición de personas y pueblos avanza, irrumpe, una emergencia antropológica que abre terreno de iniciativa para la batalla de ideas. Exactamente aquí, en Europa, y en Occidente, inmersos, sin ser conscientes de ello, en la gran crisis de la modernidad. Hay que retomar el discurso, completamente abandonado, sobre las nuevas formas, estas inéditas, de alienación humana. Reabrir, desde un punto de vista partidista, cajas de herramientas repentinamente no utilizadas: la lectura de la historia también como historia de las mentalidades, la antropología del individuo, la psicología de masas, la geopolítica para descifrar el mundo: para mí, la teología política como forma de empezar a vislumbrar el más allá. El trágico desafío que el fundamentalismo trae hoy a la civilización también debe combatirse en este terreno. ¿Quién más que un heredero de izquierda del movimiento obrero puede ser el protagonista de esta crítica general de la civilización? Esta obsesión por el consenso debe ser reconsiderada en tiempos de menor emergencia: conquistarlo, por supuesto, el consenso, pero también consolidarlo, reconstruyendo un campo de referencia en el que apoyarse, no día a día, sino año tras año. Las capas sociales están todas sumidas en un movimiento confuso. La predicción marxiana de la creciente proletarización era demasiado racional para ser totalmente cierta. El ser humano, y las mismas leyes de movimiento de la sociedad, no están todas bajo la luz de la razón. El ascensor social va de abajo hacia arriba, y estos son verdaderos procesos de burguesamiento, y va de arriba a abajo, con otros tantos procesos reales de proletarización. No es una gran novedad, excepto el carácter masificado que asumen. La anomalía radica en que, en el actual consenso, los procesos de aburguesamiento son interceptados por la izquierda, los procesos de proletarización son interceptados por la derecha. Es un problema que al menos debería hacerse consciente, para saber lo que pasó. La política es aquí la que debe marcar su presencia, con la atención necesaria y la indispensable visión.

Sobre la tercera directriz de investigación, voy por insinuaciones. Es un discurso muy importante: lo encontrarás mejor argumentado, aunque con una aproximación nunca realizada, en mi libro “Del espíritu libre”. Para que ese movimiento de reacción del que hablamos sea eficaz, se necesita un análisis deliberadamente políticamente incorrecto de la derrota histórica del movimiento obrero. Este análisis, de esta forma, no se ha hecho. Tenemos que decir la verdad sobre nosotros mismos, no debemos tomar las verdades que nos dicen los demás. El hilo de pensamiento aquí, en mi opinión, está en volver a abordar, actualizando las herramientas de investigación, todo el alcance profundo del vínculo entre tradición y revolución, que además es la relación que une la memoria y la acción. No fractura sino continuidad, no salto sino paso. Para ello se necesita -quiero llamarla así- una Zur Kritik marxiana sobre el marxismo. ¿Qué hacer con este patrimonio teórico, nosotros, sus herederos? Antes de revertirlo, valorarlo. Pero - aquí está el punto - a través de la superación. Aufhebung: crítica que no anula sino que conserva, derriba lo negativo y retiene lo positivo. Nos hemos liberado de jóvenes del materialismo dialéctico; por prueba y error, hemos llegado a la conclusión de que ha llegado el momento de deshacernos, quizás con más prudencia, del materialismo histórico. Marx no es el libro de recetas para la cocina del futuro teórico. Marx es el punto de vista, de parte, sobre la sociedad, sobre el mundo, sobre el hombre. Esto es lo que hay que conservar celosamente y, de hecho, hoy en día, redescubrir y restaurar. Actualizar el punto de vista al tiempo que se vive, y en el que se lucha, es la tarea de la intelectualidad política que toma sobre sí ese legado histórico.

Por lo tanto, una de las operaciones que sería urgente hacer es la reinterpretación, crítica, después del siglo XX, de las tres fuentes clásicas del marxismo: la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa, el pensamiento político francés. Más allá del catecismo con el que se contaron, se trataba de fuentes verdaderas. Marx no fue un buen lector de Hegel, y Hegel debe ser releído de todos modos en cada punto de inflexión de la época. Marx no tuvo la suerte, que nosotros tuvimos, de conocer esa mina de pensamiento dentro y alrededor de la formación del “joven Hegel”, que precisamente la cultura del siglo XX nos regaló. En particular, aquí, por diferentes vías, Della Volpe y Luporini, marxistas heréticos, nos han puesto en el buen camino. Este camino aún debe ser recorrido. Sobre la economía política hemos dicho en parte: el economicismo del marxismo nos ha hecho ver muchas cosas pero otras tantas nos ha ocultado. Fuera de lo económico hay mundos vitales, no dependientes de él, que permanecen inexplorados precisamente por quienes el mundo y la vida querrían subvertir o al menos cambiar. La economía política y la crítica de la economía política han quedado atrapadas en una supremacía mística de los números sobre las personas, de las cifras sobre las necesidades. Hoy vemos contabilidades presupuestarias sobre las existencias cotidianas. La política debe dejar de seguirla como la intendencia. Y el punto del político sigue siendo el paso más delicado y el punto estratégico para recomponer un discurso general. Aquí, tal vez, el salto del tigre es necesario. Hay que emanciparse definitivamente de un horizonte democrático burgués. Parecen palabras viejas. No lo son. Vuelven a ser de impresionante actualidad. El campo democrático vive y opera hoy bajo una indiscutible hegemonía burguesa progresista. Esto provoca, por otro lado, la irrupción de perturbadores impulsos demagogico-populistas, lo que impide la constitución de una derecha liberaldemócrata. Es una condición complicada y bloqueada que hay que resolver. Hay que redefinir los dos campos, volver a dividirlos entre sí y reunificarlos cada uno en su interior. Sé que todo es muy abstracto, pero la abstracción sirve al pensamiento para aclarar, cuando la concreción de la acción confunde. Yo, personalmente, pongo en la rúbrica esta parte del discurso político-cultural bajo el nombre de “crítica de la Revolución Francesa”. Empezar desde allí, y desde todo lo que la preparó, porque allí se forma ese aparato ideológico que desvió el destino, al menos el ideal, del movimiento obrero. En este terreno, no exactamente teórico, más bien cultural, de la batalla de ideas, hace años que me viaja por la cabeza esta duda: que no hemos llegado a donde queríamos llegar porque nos equivocamos de camino. Hacer esa crítica, no a la manera de Rousseau, sino quizás de Burke, que había escrito con Reflections on the Revolution in France, de 1790, según Novalis, “un libro revolucionario contra la revolución”. No entiendes la Revolución Francesa si no te enfrentas a los grandes pensadores de la Restauración. Comenzamos a sentir, aunque lo que digo parezca absurdo: si no te liberas de la mentalidad progresista, no saldrás de la subalternidad cultural. Te regalo, en este sentido, una perla de Musil. Empezamos con Shakespeare, terminamos con Musil. Recientemente salió un pequeño texto, El hombre alemán como síntoma, una serie de notas contemporáneas a la composición de El hombre sin cualidades. Una de ellos habla del progreso como algo muy parecido a un sueño. Sueñas con montar a caballo, el caballo camina, trota, galopa, corre y en algún momento ya no sabes cómo bajar, porque la bestia nunca se detiene. Y entonces el sueño se convierte en una pesadilla. El progreso sólo tiene sentido si tiene un final. Si no tiene un final y, añado yo, si no le das un final, se vuelve un sin sentido. ¿Para ir a dónde? ¿Para hacer qué? La vieja pregunta requiere una nueva respuesta.

Una advertencia, inusualmente final en lugar de inicial. Es después de escuchar, o leer, que surge, supongo, la pregunta sobre el sentido, ahora no del progreso, sino del discurso. Incluso el discurso, para tener sentido, debe tener un final, o un fin. Si no se entiende, trato de decirlo lo más claro posible. Este es el discurso ciertamente no de un reformista demócrata, sino de un revolucionario conservador. En verdad, estoy buscando nuevas armas para la vieja guerra. Armas intelectuales, se entiende: para esa guerra, civil, en el sentido de civilizada, que fue de clase. Lo culturalmente correcto, con su primo cercano, lo políticamente correcto, han realizado juntos el desarme unilateral que ha asegurado lo que se llamaba, con buenas razones, el orden constituido, es decir, el estado normal de las cosas presentes. Estoy buscando la manera de romper el asedio, con salidas repentinas, de temas, de autores, de memorias, de pensamientos, no importa si ya están pensados, o por quién han sido pensados, siempre que sirvan para mantener viva y autónoma la batalla de ideas. La indicación del después vendrá de la acumulación original de todo el capital que es necesario para la crítica de hoy. Este mundo, tal y como es, basta con mirarlo para odiarlo. Por ahora, hay que mantener la mirada firme en este objeto. Recomiendo: con ojos brillantes, pero con fuego en la mente.

Mario Tronti




"Es el mundo el que está girando frente a las cámaras. Los tiempos están cambiando, hoy, más por razones objetivas que por voluntad subjetiva. Tanto que estos son generosos y débiles como aquellos son arrogantes y poderosos. Estoy diciendo que la geopolítica está tomando centralidad. El espacio político ya no es el de las pequeñas naciones, sino el de los grandes continentes. La verdad es que Estados Unidos tiene miedo de este mundo cambiante. Los europeos estamos acostumbrados a la decadencia, los estadounidenses no. No pueden resignarse: esto explica su neurosis internacional. Sí, a Marx lo enviaría a China e India. Lenin, en cambio, lo vería bien lidiando con los problemas de organización política de los trabajadores precarios: ¿no es esta la figura del trabajador postfordista? ¿Y cómo se lleva la conciencia política desde el exterior a un call-center? ¿Y en una banlieue la idea de que hay que sindicalizar y hacer partido? ¿Y en un Cpt la práctica no de la integración sino de la insubordinación? Es duro. Marx puede hacernos entender de nuevo. Lenin, ante la necesidad de actuar, está un poco más en apuros. Pero siempre está la misteriosa curva de su recta..."

Mario Tronti


"Hablo, no por casualidad, de “estilo” operaista: una nueva forma de ser intelectual, con un pensamiento ligado a la práctica. Hay un padre y una madre: la primera es la gran historia del movimiento obrero, la segunda es la gran cultura de la crisis del siglo XX. Una espléndida contradicción, vivida. Lo he dicho así: dar voz alta a los que están abajo. Un camino difícil: pero desafío a cualquiera a encontrar una sola sombra de cesión."

Mario Tronti



"La grosera raza pagana era la que frente a las puertas de las fábricas tomaba los folletos de la mano y riendo decía: ¿Qué son, dinero? Salario contra beneficio, eso es lo que era la clase. No el interés general, sino un interés partidista, que desenmascaraba el universalismo burgués y ponía en crisis la relación general del capital. “El salario como variable independiente” no era un eslogan económico, era un eslogan político, como demostraría el 69. Pero mucho antes del otoño caliente, desde las luchas del 62 en Turín, se había desplegado la inventiva obrera de prácticas antagonistas en la guerra de posiciones cotidiana contra el amo: las luchas de gato salvaje, el cuerpo a cuerpo, el sabotaje en la línea de montaje, el uso insubordinado de los tiempos tayloristas de producción. Aprendíamos de eso: al capital que quería extender el modelo de la fábrica a la sociedad, respondíamos extendiendo el modelo de la insubordinación obrera a la política."

Mario Tronti




"La historia son ellos, nosotros somos la política."

Mario Tronti



"¿Qué es la autonomía de lo político? Es la decisión de no reducir la fuerza alternativa al dominio capitalista exclusivamente al campo de lo económico, sino de reencontrarla también en otros campos. Esto es lo que había hecho Lenin quien, en algún momento, con la revolución, había decidido romper los esquemas, porque según la tesis clásica de Marx, no era seguramente Rusia el lugar donde se podía intentar el experimento revolucionario, que correspondía tan solo a un nivel de capitalismo muy avanzado. Marx pensaba que la revolución obrera podía explotar en Inglaterra. Luego, incluso en el tiempo, no de Marx, pero en el tiempo de Lenin, quizás en Alemania, donde estaba este desarrollo de la producción del capitalismo industrial también mucho más avanzado. El hecho de que Lenin eligiera llevar adelante esa iniciativa allí en Rusia, significa que había entendido que la iniciativa política no tenía que esperar expresar una objetividad capitalista. Fue esto lo que más me llevó a comenzar a pensar en lo político, en un contexto, digamos, histórico-teórico y dentro de una experiencia práctica, que había sido la del operaismo. Todo nace ahí."

Mario Tronti



"Si he entendido bien, la dirección de la marcha se configura en el sentido de volver a combinar, dentro y contra todas las repeticiones de la historia, libertad y comunismo. Libertad del espíritu para resistir al mundo, comunismo de los espíritus para ascender al reino."

Mario Tronti



"Toni Negri ha pesado mucho en la experiencia de “Classe Operaia”. El análisis y luego la crítica del trabajador fordista-taylorista, madurado en el laboratorio estratégico de Porto Marghera, es la base de toda su posterior trayectoria de investigación. Y en la teoría de la transición del trabajador de masas al trabajador social, a mediados de los años setenta, está toda su inteligencia. Pero “Clase obrera sin aliados” fue un error. El sistema de alianzas defendido por el Pci –empleados-ceti medi-Emilia roja– debía ser desmontado e impugnado, pero había que construir otro, con las nuevas figuras profesionales que surgían en el capitalismo desarrollado, con la producción y el consumo masivo, las transformaciones civiles y el salto cultural en curso en el país; y reorganizar más adelante todo el terreno de la política, desde el conflicto hasta la representación. El operaísmo de principios de los años sesenta entendió una pieza esencial de esta realidad. Vista hoy, “Classe Operia” está más cerca de “Quaderni Rossi” y más lejos de Potere operaio y de todo lo que resultó hasta Autonomía operaia: las dos primeras experiencias se sintieron críticamente dentro del movimiento obrero, las segundas se pusieron en su contra. Si no hubo ese “salto” en lo político no fue tanto o sólo por los límites de nuestro experimento, sino por los límites de la época: con los años sesenta el tiempo de la gran política no se abre, se cierra."

Mario Tronti



"Yo he encontrado que es el pensamiento conservador, el gran pensamiento conservador –si lo queremos llamar así–, el que se ha hecho cargo de la autonomía de lo político, de la primacía de la política. Porque, esto es para destacarlo, la autonomía de lo político es inconcebible sin meterse dentro de la gran tradición del realismo político moderno –que es la decisión que yo tomé desde final de los años 60–. Incluso en mi cercanía y lejanía, en mi extrañamiento respecto de los famosos movimientos de ’68, donde vi, justamente, una incapacidad de manejar la política. Es más, vi un intento de dejarla de lado. Y últimamente, también he dicho -en este caso también atrayendo fuertes críticas de parte de todos- que uno de los primeros ejemplos de la antipolítica nace en el ‘68: los movimientos contestatarios desde abajo, la participación contra la autoridad, contra el poder en cuanto autoridad, pero también la contestación de la autoridad paterna era, en fin, una forma de antipolítica familiar, digámoslo así, hecha en familia (risas). Eso era un indicador importante de lo que estaba sucediendo. Por eso el realismo político, en un determinado momento me inscribí oficialmente en esta corriente teórica, por lo cual soy un gran enamorado de Maquiavelo, sigo leyendo Maquiavelo, un día sí, un día no; cada tanto tengo la necesidad de volver a leer a Maquiavelo, antes que nada porque es una lectura extraordinaria desde el punto de vista literario; después, porque me reconozco completamente en sus ideas, en sus formulaciones. Ahí siempre ha habido en mí casi una forma espontánea de anti ideologismo, que ya estaba en Operai e capitale, en el operaismo: nosotros partíamos mucho del Marx crítico de la ideología, justamente porque la crítica de la ideología después se volvía ciencia social. Yo sigo, todavía hoy, viendo cada manifestación ideológica como algo que no me pertenece, que está fuera de mí, que tengo que mantener a distancia. Y esto es el realismo político. Luego ha habido algunos personajes que me han orientado; en Italia estaba este personaje, que fue el que después introdujo Schmitt, Gianfranco Miglio, lo leí mucho, y lo conocí personalmente. Él tenía una gran carga anti ideológica y era, precisamente, un gran exponente del realismo. Luego me metí siempre en esto desde Maquiavelo. Estudié mucho a Hobbes, mucho el siglo XVII –como decíamos antes– hasta llegar al siglo XX: antes de Schmitt, Weber. Weber fue un momento fundamental de la cuestión de la autonomía de lo político. Si se leen sus teorías, aquellas más famosas sobre la política como profesión, creo que estamos frente a un verdadero manual de comportamiento político autónomo, de gran realismo político. Es decir, el nexo Weber-Schmitt es muy fuerte. Pero este filón, para la izquierda, está maldito. Nadie lo acepta porque están todos dentro de la otra tradición, es decir, del iluminismo, el racionalismo que luego llega al reformismo y al progresismo y, en fin, toda esta línea que es, para mí, ideológica y no realista. Yo siempre estoy fuera de esto y dentro de aquel realismo, pero esta es una posición absolutamente minoritaria porque, repito, no es bien recibida por ninguna de las dos almas de la izquierda, la rechazan ambas."

Mario Tronti

















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