Rossi Vas

El reflejo del fular

Saltó la caja que estaba al lado de la mesita de noche, y, abatido del viaje, se fue a dormir. La cama era estrecha e incómoda, sin almohadas y con un colchón deformado y hundido, debajo del cual encontró horquillas, pinzas de pelo y un fular. En la inmobiliaria le pidieron disculpas por el desorden en el piso, escondiéndole la verdad de que la propietaria se había ahorcado repentinamente. A Fran no le quedaba otra cosa que acostumbrarse a las incomodidades lo antes posible, ya que no sabía cuánto tiempo iba a vivir allí. Miró las cajas todavía sin abrir que formaban un camino hacia el recibidor mal iluminado, y apagó la luz. Cansado de la mudanza, intentó dormirse, mientras que sus pensamientos vagaban por el pasado.

Necesitaba tiempo para reflexionar tranquilamente sobre la separación de su celosa expareja, y por ello se fue lejos. Desde la distancia, esperaba solucionar los problemas emocionales que tenía acumulados desde hacía tanto. El piso que encontró no era de su gusto, pero prefirió un cambio rápido en vez de quedarse con los brazos cruzados, cerca de la maniática Sara. Emprender el viaje le dio dinamismo y libertad, sensaciones de las que carecía para avanzar en su camino. Dándole vueltas a todo eso, no oyó cuando la puerta de le entrada se abrió. Se tragó un sorbo de la cerveza negra que compró antes de descargar las cajas, y calmado por su denso sabor, se durmió.

Una silueta fina y esbelta atravesó el recibidor. El hombre dormía con la espalda hacia la puerta de cristal. La sombra se cayó sigilosa por encima de la cama, encendiendo la luz en el dormitorio. Fran abrió los ojos y, somnoliento, miró a su alrededor. En el silencio, la luz relumbraba cegadora. No había nadie, solo las cajas estaban removidas, como si alguien hubiera intentado pasar entre ellas. Se levantó e inquieto empezó a observar el hogar, que consistía en un dormitorio, una cocina y un pequeño cuarto de baño. Por todas partes, la luz estaba encendida, y olía intensamente a colonia de mujer. Una horquilla crujió bajo sus pies descalzos, y se le clavó en el talón.

–¿Sara?

Su voz resonó nerviosa en el piso escaso de muebles. No obtuvo respuesta, solo notó el roce del aire a sus espaldas. Un gemido sordo provenía del cuarto de baño, y él se dirigió hacia allí. Detrás, las luces se apagaban, y el aroma fuerte de la colonia se arrastraba perturbable por el suelo.

Fran abrió bruscamente el baño. No vio a nadie. El gemido de antes enmudeció.

–¡Sara!

El hombre volvió a llamar a su expareja. Entrando en pánico, estaba casi seguro de que había sido ella en gastarle esas bromas malvadas. Llevada por sus celos paranoicos, era capaz de seguirlo hasta aquí, sin escrúpulos. Sin embargo, le sonó el móvil.

–¡Fran!

Era ella, estaba llorando. Sorprendido, él quiso contestar, pero el reflejo del fular en el espejo de enfrente le envolvió el cuello.

Rossi Vas




"Estaba mirando fijamente las agujas del reloj de la pared, pensando que hubiera sido divertido si pudiera volver atrás en el tiempo, para evitar la bronca. Había suspendido varias asignaturas, y no sabía cómo arreglarlo. Las notas estaban puestas, y no le quedaba otra cosa que hacer que aceptar la discusión en casa. Encima, ¡era Navidad! Mientras le daba vueltas a todo eso, llamaron a la puerta. Entre el jaleo en el recibidor, escuchó la voz de su tío, y suspiró de alivio. “Menos mal”, pensó que con su visita la bronca se iba a aplazar. Por si acaso, escondió las notas. Ya había inventado la excusa para que no insistieran en que se sentara en la mesa festiva: calentó el termómetro en la llama de una vela, se comió una patata cruda y se quedó sin parpadear un rato largo, para que le lloraran los ojos. Después de haber preparado la falsa fiebre, se metió en la cama tapándose del todo. Cuando su madre le llamó, ya estaba tiritando. Ella miró el termómetro, sacudió la cabeza y le dio una pastilla. Daba vueltas por la habitación sacando jarabes, mientras que su bata se arrastraba por el suelo. Siguieron sus consejos de siempre y cuando se acabó el refunfuño y ella salió, el chico abrió indeciso los ojos: primero uno, y luego el otro. Tenía que ser prudente, por si alguien entraba a visitar “al moribundo”, oyó fuera la broma de su padre, y contuvo la respiración. “La batalla del siglo se atrasa”, se dijo a sí mismo. Poco a poco, sin darse cuenta, se dormía bajo el efecto de la patata cruda.
(…)
Con su llegada a casa, las estrellas ya estiraban su mantel efímero por encima del pueblo, acurrucado entre el canto de los grillos. Los tres ayudaron al abuelo a sacar agua del pozo. Luego se bebieron un vaso de leche y se sentaron alrededor de la hoguera, donde el guiso se estaba cocinando en silenciosos borbotones, desprendiendo olor a hierbas.
Justo cuando el abuelo les iba a contar un cuento de dragones, en la habitación entró su madre, con la hoja de las notas en la mano. Dan abrió los ojos. Su frente estaba ardiendo. Se acordó de la patata cruda que se comió para provocar la fiebre, y sonrió a su padre, que le estaba mirando desde el umbral.
La fiebre había valido la pena, a cambio de pasar un día juntos, aunque solo en el sueño."

Rossi Vas
Por una patata cruda













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