Sandro Veronesi

"Creo que la concepción burguesa de la novela como instrumento, desde su nacimiento hasta su desarrollo en el siglo pasado, viene ligada a las vanguardias y su pulsión antiburguesa, que sacaba a la novela fuera de las cosas importantes de hacer y de leer. La novela no es culpable de ser burguesa: nació con la burguesía francesa, inglesa, alemana… que se alfabetizaba y encontraba placer en Dickens y Victor Hugo. Quiero decir que nace burguesa, pero se ocupa en seguida de asuntos no burgueses: basta pensar en obras maestras como las del propio Dickens o en Los miserables. La necesidad que lo creó como forma moderna de disfrute era burguesa, como confrontación a la aristocracia. Era un paisaje democrático, que ampliaba el público de un arte nuevo, pero interpretada de manera sublime por grandísimos escritores. Esto, en mi opinión, no es una culpa. Por otra parte, yo no veo otra cosa que burguesía a mi alrededor."

Sandro Veronesi



"Cuando se llega a la paridad se alcanzará automáticamente la primacía de la mujer sobre el hombre."

Sandro Veronesi


"Cuando uno se ha formado en una sociedad no racista, no se vuelve racista."

Sandro Veronesi



“El amor es la capacidad de reorientar aquella energía vital que habíamos puesto en alguien a quien queríamos y que se nos devuelve cuando lo perdemos.”

Sandro Veronesi


"El hombre del futuro será una mujer."

Sandro Veronesi



"Hemos acabado de hacer surf, Carlo y yo. Surf: como hace veinte años. Conseguimos que dos chavales nos prestaran las tablas y nos hemos lanzado entre las olas altas, amplias, tan insólitas en ese Tirreno que ha bañado toda nuestra vida. Carlo, más agresivo y temerario, ululante, tatuado, obsoleto, con su melena al viento y su pendiente brillando al sol; yo, más prudente y estilista, más diligente y controlado, más mimetizado, como siempre. Su tristemente célebre clase beat y mi vieja falsa modestia sobre dos tablas que se deslizaban al sol, y nuestros dos mundos que volvían a competir como en los tiempos de las formidables peleas juveniles–rebelión contra subversión–, cuando las sillas salían volando, poca broma. No es que hayamos dado un gran espectáculo, puesto que ya es mucho el hecho de no habernos caído de las tablas; o mejor dicho: hemos dado el espectáculo de alguien que ha sido joven y que por un breve periodo ha creído que algunas fuerzas podían prevalecer de veras, y que durante ese periodo ha aprendido a hacer un montón de cosas que de inmediato se rebelaron como completamente inútiles, del tipo tocar las congas, o hacer rodar una moneda entre los dedos como David Hemmings en Blow Up, o ralentizar el latido cardíaco para fingir un ataque de bradicardia y librarse del servicio militar o bailar ska, o liar canutos con una sola mano, o disparar con arco, o la meditación trascendental o, precisamente, el surf. Los dos chavales no podían comprendernos, Lara y Claudia ya habían vuelto a casa, Nina se marchó esta mañana temprano (Carlo cambia de novia cada año, de manera que Lara y yo empezamos a numerarlas): no había nadie que pudiera disfrutarlo, ha sido un pequeño espectáculo para nosotros dos, uno de esos juegos que sólo tienen sentido entre hermanos, porque un hermano es el testigo de una inviolabilidad que, a partir de un momento determinado y en adelante, nadie más estará dispuesto a reconocerte."

Sandro Veronesi
Caos calmo



"La lucha contra el racismo no es una cosa retórica, sino necesaria. Los hijos de estas personas que todavía mantienen un germen de racismo pueden heredar esas posturas. Si conseguimos dar un corte generacional, he ahí el hombre del futuro. He ahí donde se va a buscar el coraje, y no el miedo mezquino y racista. Porque yo propuestas serias de gobierno por parte de Salvini o Meloni no recuerdo, pero ese canal de reclutamiento de la protesta de corte fascistoide está muy vivo. Esto me preocupa porque va directa al corazón de la gente, a la psique de la persona. Cuando uno da el paso de manifestar en público esa actitud filorracista, da un paso que al tiempo se revela irreversible. Y debo decir que para mis hijos, sin necesidad de que lo haya enseñado yo, ni en la escuela, todo esto resulta incomprensible. ¿Por qué? Porque ellos están en la calle y en clase con compañeros chinos, africanos, están juntos y saben muy bien que no hay ningún problema. Sus padres no, lo ven como algo de degeneración."

Sandro Veronesi



"Los meses pasaron volando y al final hubo que tomar una última decisión: sentarse él, con las piernas metidas en la bañera, y abrazar a Adele mientras daba a luz, en el lugar que correspondía al padre, no de la gestante, sino del niño, ¿sí o no? Adele lo tenía claro: sí. Por supuesto, había hablado del tema con el psicoanalista, aclaró, dando a entender que había examinado desde su punto de vista los motivos por los que Marco, desde el suyo, podía considerar la cosa con cierto embarazo, y, como le había ocurrido en todos los momentos decisivos de su relación con las mujeres, Marco se sintió asediado por aquellas horas –quién sabe cuántas– en las que se habló de él sin estar él presente para llegar a conclusiones que tenían que ver con él; pero, de nuevo, cedió: sí, dijo, procurando que no se notara la enorme incertidumbre que su respuesta había tenido que vencer. Y, así, a las once de la mañana de aquel 20 de octubre, día que hasta entonces apenas había alumbrado a grandes hombres de la historia –solo Arthur Rimbaud y Andrea della Robbia, según pudo averiguar Marco en la Wikipedia–, pero que, aquel 2010, por profunda convicción de Adele, iba a convertirse en el mejor de los augurios, la previsión nunca puesta en duda del día del parto se reveló exacta y Marco Carrera se vio metido en aquella bañera de agua tibia con su hija y la tocóloga llamada Norma. Fue todo mucho más rápido de lo que esperaba, comparado con el larguísimo parto de Marina, hacía veintiún años. Fue también, a juzgar por los débiles gemidos que emitió Adele y por los movimientos fluidos que hacía al cambiar de postura para facilitar las contracciones, mucho menos doloroso. No sintió ninguna vergüenza por abrazarla y sostenerla por las axilas, ni –y eso fue una verdadera sorpresa– aquella sensación de impotencia que quedó asociada a su presencia en la sala de partos cuando Adele vino al mundo entre los gritos y los pedos de Marina. Al contrario, Marco se sintió parte de aquel acontecimiento, se sintió útil y recordó con un escalofrío que se había planteado no participar. Como su hija había querido y creído firmemente siempre, fue todo de lo más natural, en el sentido literal y etimológico de la palabra, es decir, «de cuanto tiene que ver con la capacidad de engendrar»; y cuando el recién nacido fue expulsado del todo y la tocóloga lo mantuvo sumergido en el agua otros diez, veinte, treinta segundos, Marco no sintió ninguna angustia, ninguna impaciencia: no tanto porque sabía que el hábitat del niño era el líquido del que provenía y que la respiración era un acto reflejo que solo se activaba cuando abandonaba ese hábitat, sino porque él mismo estaba inmerso en aquel líquido y sentía en su cuerpo decadente el mismo alivio que en aquel mismo momento invadía el cuerpo duro y musculoso de su hija y el tierno y novísimo de Miraijin. Aquel medio minuto fue el momento más luminoso de su vida, y aquella turbia masa líquida que los envolvía su única experiencia de familia feliz.
Mientras sacaban al recién nacido del agua y lo entregaban a la madre, Marco Carrera se sorprendió midiendo de nuevo su vida por el rasero que era la formidable experiencia que estaba viviendo, asombrado del bienestar que sentía en un momento como aquel, que solo recordaba lleno de dolor, gritos y sangre, y se preguntó por qué el parto en el agua se practicaba tan poco, por qué no lo hacían todas. Observó callado, para grabárselo en la memoria, el momento en que Miraijin respiraba tranquilamente por primera vez, lanzaba el primer vagido, abría por primera vez los ojos (almendrados), y no reparó en que era una niña. Lo supo poco después por la voz de Adele, por las primeras palabras que pronunció, metidos aún todos en la bañera, apretando ella a la niña contra sí y con una expresión de satisfacción que todos los padres tendrían que ver al menos una vez en la cara de sus hijos: «¿Ves, papá? Empezamos bien. El Hombre del Futuro es una mujer."

Sandro Veronesi
El colibrí


"Luego, una noche, el padre de Ropiten tuvo un infarto. Se quedó tendido sobre el billar, y el médico, cuando llegó, le salvó la vida pero le dijo también que para él se había acabado el tiempo de fumar cigarrillos y de jugar, porque tenía el corazón enfermo. De manera que el padre de Ropiten ya no pudo volver al club. Ropiten tenía dieciocho años y siguió yendo él solo al club, dos veces por semana, para llevar el conteo de puntos en las partidas de los amigos de su padre. Todo el mundo lo apreciaba mucho y siempre, después de las partidas, lo invitaban a beber algo y lo acompañaban de vuelta a casa. Al día siguiente, él le contaba a su padre quién había ganado y quién había perdido, cuántas partidas, cuánto había ganado, con qué jugadas. Luego Ropiten iba a la oficina de representante de lanas y tejidos sintéticos de su padre, a trabajar. El padre se quedaba en casa, en albornoz, y le aconsejaba por teléfono.
Algún tiempo después, a pesar de que hubiera dejado de fumar, y de ir al club, y de trabajar, el padre de Ropiten murió, de otro infarto. El doctor dijo entonces que era el destino y que contra el destino no se puede hacer nada. Ropiten se encontró solo teniendo que sacar adelante el despacho de representante de lanas y tejidos sintéticos, y el trabajo no fue ni mejor ni peor que cuando su padre le aconsejaba por teléfono.
Por las noches, dos veces por semana, Ropiten seguía yendo al club y llevando el conteo de los puntos. Los amigos de su padre seguían jugando dinero al billar y fumando, y a ninguno de ellos le daba ningún infarto y a ninguno de ellos el doctor le prohibía nada. Eso, a Ropiten, le pareció injusto. Le pareció injusto que su padre hubiera muerto sin que cambiara nada de nada, ni siquiera allí donde había pasado su tiempo durante tantos años.
Así que una noche, de repente, a Ropiten se le ocurrió algo. Mientras estaba allí llevando el conteo de los puntos se le ocurrió que podía hacer trampas. Lo probó: asignó más puntos a un jugador y menos a otro: nadie se dio cuenta de nada. Por otra parte, su treta no había sido decisiva, el ganador habría ganado de igual modo aunque él no hubiera hecho trampas. Por eso la vez siguiente hizo trampas con más atrevimiento, hasta alterar el resultado de la partida. De nuevo nadie se dio cuenta de la treta, el perdedor que había ganado puso su dinero sobre el billar y el vencedor que había perdido se lo metió en el bolsillo. Entonces Ropiten se dio cuenta de que nunca iba nadie a sospechar de él.
Comenzó a hacer trampas sistemáticamente, con un criterio preciso; a su llegada al club prestaba atención a quién era el primer jugador que encendía un cigarrillo: fuera quien fuera, Ropiten le asignaba tres puntos de cada cuatro que había logrado realmente."

Sandro Veronesi
Profecía




















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