Ferdinand von Saar

"15 de abril. La pascua ha concluido, querido Fritz y poco a poco se cierran los salones de la residencia. Cuántas veces en el transcurso de este invierno mi pensamiento divagaba en torno al recuerdo de los ávidos oyentes de la ciudad universitaria, mientras yo permanecía aquí, distante de sus ciencias, obligado por las convenciones sociales de todo tipo que envuelven mi círculo y uniforman las diferentes sensaciones que oprimen mi mente, pero en el fondo no es nada, no puede ser nada. Si por la noche, triste y cansado de la sociedad, volviera a mis suburbios lejanos, tal vez estaría triste a causa de la ociosidad sin límite y más de una vez me he decidido a romper toda relación en la que de repente había tropezado con el éxito literario, en contra de mi voluntad. Pero, ¿cómo ejecutar esta decisión sin ser absolutamente imprudente, sin perjudicar las buenas intenciones de otras personas? No tuve más remedio que perseverar hasta el fin, me gustara o no. Pero ahora, de nuevo, quiero pertenecerme a mí mismo. Todo a mi alrededor se vuelve tan conocido y familiar: los cuadros en las paredes, los bustos de Schhiller y Goethe, el viejo y fiel tintero sobre la mesa de caoba, los magníficos nogales que rezongan alegres entre el aire y el sol del gran palacio, constreñidos por la oscuridad residencial y compensados por el auge del gran jardín. No siempre han sido felices mis horas, ni la naturaleza ha desplegado estímulos. La hierba verde está cubierta de flores blancas, una mariposa se posa sobre el viejo manzano, en cuyo trono la frágil niebla se pierde en la larga espera."

Ferdinand Ludwig Adam von Saar
Marianne



"Desde entonces, no se atrevía a acercarse a las ventanas. Sentía pánico de estar a la vista y que alguien pudiera adivinar los deseos que afligían su alma. Tenía que asumir la responsabilidad por sí misma. Su alta figura, el fuego de sus ojos oscuros, la tez bronceada, orgullosa, contrastaba con el corto pelo rubio y el fino bigote de color rojizo que flotaba ante ella en las horas solitarias de sus sueños. ¡Cuántas veces había deseado entrar en la habitación de la criada, desde donde podría, sin preocuparse de nadie, sentirse más cerca del conde. Ahora tenía la repentina convicción de que, de algún modo, los entorchados y misterios hilos que tejen los pensamientos habían alcanzado el espíritu del conde.
La joven continuó con su extraña renuencia a ir al parque, en aquel aparente ánimo hostil y variable como el viento que soplaba a través de las copas de los árboles húmedos y gélidos. Clotilde apenas abandonaba su habitación algunas veces por la tarde.
El cielo azul del luminoso y brillante día de julio enmarcaba el anhelo infinito que osa hollar el paisaje del corazón. Sentía la confusa y aterradora soledad que susurraba el eterno deseo que movería su alma. Además, el riesgo de encontrarse con el conde en el parque parecía imposible durante las horas de la mañana. Debido a que él acostumbraba amontar a caballo en campo abierto. Debería esperar a que cayera la tarde."

Ferdinand von Saar
El castillo de Kostenitz



"Querría recomendar esta sencilla historia, trataría de describir la felicidad alcanzada, aunque creo que puedo prescindir de ella, no sólo porque las palabras no sean suficientes para esbozar la plenitud de las riquezas de la vida, sino también porque probablemente somos incapaces, a no ser que tercie la magia de la experiencia, de imaginar en sí misma la felicidad que causa alborozo en el corazón. George podría tímidamente tratar de conservar en secreto este radiante estado de ánimo, pero sobreviviría y florecería en los escorzos de su mente y la sonrisa transitaría furtiva por la mañana, al mediodía y al caer la noche. George y Tertschka habían conocido el breve abrazo del mundo. Y cuando los pasos del guardia resonaban cerca, murmurando palabras ininteligibles, pudieron sentir in fraganti el cruel puño despreciativo y amenazador que los arrastraba en última instancia."

Ferdinand von Saar
Los picapedreros



























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