Mary Wilkins Freeman

"... a veces los deberes actúan sobre el alma como la mala hierba sobre una flor. Lo desplazan."

Mary Wilkins Freeman


Amor y brujas

Era una criada pequeña, temerosa.
Su madre la dejó completamente sola;
cerrada su puerta con cerrojo de hierro,
y sobre el umbral, para la suerte, un amuleto.
Durante muchas noches se despertó asustada,
cuando las brujas volaron sobre la casa.

Se oye un laúd en la quieta medianoche,
notas que vienen a cantar en la puerta,
y se ven destellos de una luz dorada:
—Abre, cariño, te lo imploro—
Ella no pudo evitar la idea de que era Amor,
aunque nunca antes lo había conocido.

Ella descorrió súbitamente el cerrojo de hierro,
hizo rodar lejos la piedra de la suerte,
y con cuidado dejó la puerta entreabierta.
—Ahora entra, Amor, te lo ruego;
te he vigilado durante mucho tiempo—.

Con el rugido de alas sombrías,
dio a la puerta un empujón ventoso;
se posaban sobre sillas y escobas y cosas;
como murciélagos la rodeaban desde arriba.
Pobre pequeña criada,
por amor dejaría entrar a las brujas.

Mary E. Wilkins Freeman



"Cuando un hombre o una mujer se aferra a la juventud, incluso si lo logra, hay algo de lamentable y trágico en ello. Es la eterna lucha del alma por retener el gozo de la tierra, cuya huida la distingue del cielo, y cuya retención no se logra sin un conocimiento interno de su inutilidad."

Mary Wilkins Freeman



"Habían estado... felices y contentos, con ese tipo negativo de felicidad y contentamiento que no proviene de la ambición satisfecha, sino de la falta de ambición misma."

Mary Wilkins Freeman



"Los árboles mostraban todas sus hojas y soplaba un pesado viento del sur que murmuraba entre las hojas nuevas. La gente se dio cuenta de ello, porque era la primera vez ese año que los árboles susurraban al viento. La primavera se había apresurado a llegar en unos pocos días.
El murmullo de los árboles resonaba especialmente en la iglesia del pueblo, donde la gente ya estaba sentada aguardando a que comenzase el servicio. Las ventanas estaban abiertas; era un domingo muy cálido para mayo.
La iglesia ya estaba llena de esa suave música silvestre —la tierna armonía de las hojas y el viento sur y el dulce e inconexo trinar de los pájaros— cuando el coro se puso en pie y empezó a cantar.
En el centro de la hilera de mujeres cantantes se encontraba Alma Way. Todos la miraban y tendían los oídos críticamente. Era la nueva soprano solista. Candace Whitcomb, la antigua, que había cantado en el coro durante cuarenta años, había sido despedida recientemente. La audiencia consideraba que su voz se había vuelto muy cascada e insegura en las notas altas. Había habido muchas quejas y, tras una larga deliberación, los dirigentes de la iglesia le habían hecho saber su decisión a la anciana cantante del modo más suave posible. Había cantado por última vez el domingo anterior, y Alma Way ocupaba ahora su lugar. Con excepción del organista, la soprano solista era el único puesto pagado del coro. El salario era muy modesto; aun así, la gente del pueblo lo consideraba generoso para una mujer joven. Alma era del pueblo vecino de East Derby; gozaba de una cierta reputación local como cantante.
Ahora fijó sus grandes y solemnes ojos azules; su alargado y delicado rostro, que había sido bonito, empalideció; las flores azules de su sombrerito temblaron; sus pequeñas manos enguantadas, que aferraban el libro de himnos, temblaron perceptiblemente; pero empezó a cantar con valentía. La altura de la más formidable montaña del mundo, la inseguridad y la timidez, se alzaba ante ella, pero sus nervios estaban preparados para ascenderla. A la mitad del himno tenía un solo; su voz resonó dulce y penetrante; los fieles asintieron admirados mirándose unos a otros; pero de pronto se produjo una conmoción. Todas las caras se volvieron hacia las ventanas del ala sur de la iglesia. Por encima del rumor del viento y los pájaros, por encima de los tonos dulcemente tensos de Alma Way, se alzó otra voz femenina, cantando otro himno en otro tono."

Mary Wilkins Freeman
Una cantante de pueblo




"Luella se puso cada vez más pálida, y en ningún momento me miró. Luego me fui a casa. Desde la calle vi que su lámpara se apagó antes de las nueve, y cuando el doctor Malcolm vio la oscuridad siguió de largo, creyendo que Luella dormía. Una semana después, María murió. Surgieron toda clase de murmuraciones siniestras. La gente acusó a Luella de bruja. Una tarde vi al doctor corriendo por la calle con su botiquín. Luella estaba muy enferma.
Una chica se ofreció como enfermera, lo cual lamenté. Pensé en Erasto y los demás. Al día siguiente la Sra. Babbit me informó que el doctor había traído a una chica de las afueras, y que estaba bastante seguro de que él se casaría con Luella. Pocos días después, Sarah Jones, aquella muchacha traída para ayudar a Luella, fue vista caminando por la calle como un espectro sin voluntad. Algunas malas lenguas dijeron algo sobre una relación clandestina entre ella y el doctor. Lo que nadie adivinó es que la nueva víctima sería el pobre médico. Murió sin que el ministro le suministrase la extremaunción, dejándole a Luella todo su patrimonio. Una semana después también enterramos a Sarah Jones.
Pareció el fin de Luella Miller. Ni un alma en todo el pueblo levantaría un dedo por ella. Pronto se la vio yendo a la tienda de la señora Babbit, que tenía miedo de que Tommy, su hijo, y quien realizaba mandados, llevase las vituallas de Luella. De hecho, al poco tiempo se lo vio andar como un fantasma, con los brazos colgando flácidamente junto al cuerpo luego de llevar algunos paquetes a la casa de Luella.
Luella Miller pasó dos últimas semanas terribles, supongo. Estaba debilitada, pero nadie se atrevía a acercarse. Babbit dijo que ya no se veía humo salir de la chimenea. Juntamos coraje y entramos. Luella estaba en la cama, muriendo.
Ella duró todo el día y la noche. Luego de la muerte del doctor nadie más se atrevió a ir allí. Cerca de la medianoche la dejé por un minuto para correr a casa y conseguir alguna medicina ya que había comenzado a sentirme bastante mal. Fue una noche de luna llena, y apenas salí de mi puerta para cruzar la calle hasta Luella, me detuve en seco al ver algo. Vi lo que vi, y sé que lo vi, y juro por mi lecho de muerte que lo vi. Vi a Luella Miller y a Erasto, Lily, Abby, María, el Doctor y Sara, todos saliendo de su puerta. Luego desaparecieron. Me quedé un minuto con el corazón en la garganta, y huí.
Luella Miller había muerto en la cama."

Mary Wilkins Freeman
Luella Miller



"No importa lo cansado o miserable que esté, un minino sentado en la puerta puede distraerme."

Mary Wilkins Freeman


"Todo constructor construye algo para propósitos desconocidos y, en cierta medida, es un profeta."

Mary Wilkins Freeman








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