Mauricio Wacquez

"Construir un espacio imaginario que no es otro que el espacio de la novela es, en principio, al menos para mí, delimitar lo que también podría llamarse la patria de la novela. Hay un problema y este problema no puedo sino dejarlo entre comillas porque me parece un falso problema no tanto de la literatura como de los escritores en general cuando ellos reivindican que la literatura o la novela debe ser eficaz y debe incidir directamente en alguna realidad determinada, conocida; de ahí que hablen de país, de patria, de raíces, de folklor, de luz, de cierto gusto austral o tropical o meridional, y, por supuesto, de nombres: hay una literatura mexicana, francesa, española... y esto no tiene otra motivación que la sed incesante y casi destructora de motivos nacionalistas. Es decir, ¿debe describirse un país. acotarse una cultura, debe reivindicarse, o vindicarse mejor..., debe vindicarse una realidad geográfica, cultural, política? Yo, personalmente, no tengo este tipo de preocupaciones. No puedo compartir ninguna adjetivación sobre mi ser, sobre lo que yo soy, sobre la nacionalidad que tengo. Tengo dos, la francesa y la chilena, y estas dos son las que rotatoriamente aparecen en la novela. Tuve, eso sí, que elegir una lengua, y no pude elegir sino aquella que me marcó con más amor, con más fuerza, con más permeabilidad en mi infancia, porque en el fondo ya no se puede escribir en una lengua franca, no podía hacer un chapurreado entre el francés y el español, por eso verás que en la novela toda palabra que está en francés y que infecta naturalmente mi conversación diaria no está en cursiva, porque yo no la pienso en cursiva. Eso no quiere decir que mi idioma base, mi idioma literario, el idioma en el que amo, el idioma con el que voy a morir, el idioma del insulto, sea el español, sea el castellano. El castellano es la lengua de mi madre, pero el francés es una lengua muy importante para mí, puesto que es la lengua del poder, es la lengua de mi padre. No se trata de un mecanismo psicologizante, líbrenle Dios; lo que sí quiero decir es que para mí la botánica está completamente confundida, y los paisajes están confundidos, la zoología está confundida; tal es así que en la novela se puede distinguir un paisaje, una zona imaginaria en la cual están fundidas mis dos patrias elementales, mis dos patrias principales, porque además de esas tengo otras y si no salen en esta novela es porque una novela tiene que ser de alguna manera acotada, pero ya aparecerán en otros textos."

Mauricio Wacquez



"Digo que nací en un país llamado Colchagua."

Mauricio Wacquez



"(...) Isabelle era, como te dije, un símbolo de algo que, estaba seguro, nunca conocería, me dejaba proteger por ella sin dejar de pensar que la verdad estaba detrás, encubierta por esas miradas de falsa simpatía y por esa calmada seguridad con que me vigilaba, pero yo no me engañaba, resistía a cualquier atadura, pues sabía que después de Isabelle existiría una vida más libre y más verdadera, salía solo, con el perro, atravesábamos el parque y las granjas y nos internábamos en el campo, ¡ah!, en medio de esos árboles me sentía yo mismo, íbamos casi siempre al mismo sitio, se podría decir que era un lugar sagrado, con un árbol que tenía mi nombre en medio de un claro de bosque, yo estaba seguro que ese sitio me pertenecía y no los otros, los que veían y aprovechaban los demás, ese sitio era mi única fortuna y mi refugio, yo, que había nacido poseyendo por derecho la propiedad de todo ese dominio, sólo me sentía sereno en lo más secreto y escondido del bosque, donde nadie me veía, para abreviarte, allí me sentía aislado, con permiso para soñar o imaginar sueños felices, y mi niñez se alimentaba de aquella soledad, esa niñez que no tardaría en trizarse un día de mis trece o catorce años, el día en que iba por el bosque con el perro y vimos en las cercanías de mi refugio un caballo blanco amarrado a un árbol, al verlo sentí rabia, una sorda rabia por la violación de ese lugar, por la violación de mí mismo, sujetando al perro me lancé a la carrera, dispuesto a castigar al intruso como fuera, pero en ese momento los vi, brutalmente unidos sobre la hierba del claro, ella desnuda y él vestido, demasiado absortos en sí mismos para darse cuenta de que no estaban solos, no sé lo que sentí, un vacío, una acidez en la garganta, una conmoción que me impidió caminar, me dejé caer en el sendero y atraje el perro contra mí, durante mucho rato los miramos fascinados como se debatían sollozando, murmurándose frases que no comprendía pero que eran frases dulces, dulcisimas, dichas al oído de ella, sobre su piel sudorosa o en medio de su boca ávida, el terror me tenía clavado contra la tierra, incapaz de reaccionar sentía que la sangre había abandonado mi cuerpo, iba a morir, pensé, ahogado por aquella emoción y por el silencio que sólo quebraba el arrullo dulce y doloroso que salía de la garganta de él, hasta que finalmente vi que se sosegaban, que una paz parecida a la muerte descendía sobre ellos, permanecieron abrazados, ella con los ojos cerrados, él escondiendo el rostro en el cuello de ella, fue entonces y no sé por qué razón que la rabia volvió en mí y en una fracción de segundo me puse de pie y azuce al perro, al principio no se percataron bien de lo que sucedía, él se volvió a mirar hacia donde yo estaba y se levantó de un salto, así vi su naturaleza a plena luz, por la primera vez, cosa que me dejó paralizado de horror, con un inexpresable deseo de desaparecer, de no estar, pero yo ya había gritado y el perro corría a atacarlo, fue un tiempo muy corto, aunque suficiente para que él arreglara sus ropas y sacara un cuchillo, para que ella tomara una capa y corriera a refugiarse entre los árboles, el perro ya saltaba y él lo esperaba con las piernas separadas, el cuchillo en la mano y los ojos fijos en la dirección del salto, tan expectante y en tensión como antes había sido tierno y abandonado a las caricias de la mujer, con un movimiento rápido esquivó el ataque y se volvió, yo lo observaba desde el sendero, inmóvil, sin poder gritar ni llamar al perro, ni pensar, observaba la danza del animal con el homre, revolcándose sobre la hierba, unidos por un sorprendente espasmo de lucha, pensé en la escena anterior entre el hombre y la mujer ya de repente la lucha cesó y, como antes, el hombre permaneció inmóvil, echado junto al animal y en silencio, cuando se levantó, vi que la sangre le cubría las manos y el rostro, sus ropas y la hierba, me miró desde donde estaba y alzó el perro tomándolo por la cabeza, entonces, nuevamente se animó y presa de una furia irreprimible, comenzó a cortar, a cortar, hasta que separó la cabeza del tronco palpitante y la levantó como un trofeo sobre su cabeza, sin embargo, por detrás de esos movimientos había algo que se mantenía fijo, su mirada, fría tranquila, me miraba acezando, cubierto de sudor, pero sus ojos permanecían helados, con la silenciosa mirada que después llegué a conocer y a amar tanto, me miraba despiadadamente mientras se dirigía hacia mí, tuve tiempo de reconocer esos ojos que me penetraban mientras Roger avanzaba, dentro de mí me decía que debía huir, escapar de ese sitio de pesadilla, pero no, él se aproximaba y yo permanecía inmovilizado por su mirada, antes de llegar y viendo probablemente que yo quería escapar comenzó a hablar bajito, murmurando no te vayas, no temas, llegó cerca de mí y lanzó la cabeza del perro a mis pies, yo di un salto y él me agarró en el instante que comenzaba a correr, caímos juntos, rodando por el sendero y me sujetó los brazos y las piernas, se puso sobre mí diciendo, no temas, ¿por qué te tienes que ir? ¿de dónde eres? y entonces, creyendo que me iba a hacer lo mismo que le había hecho a la mujer, comencé a llorar, comencé a llorar al escuchar la voz porque creí que me decía esas palabras para que yo me abandonara como la mujer, ¿de dónde eres?, me decía, no temas, no tienes nada que temer, y yo continuaba llorando, más que todo porque de pronto me vi lleno de sangre, él y yo estábamos llenos de sangre, y no podía parar de llorar, el miedo había desaparecido y me daba cuenta de que estaba llorando por la primera vez (...)"

Mauricio Wacquez
Paréntesis


"La vida no es más que un chispazo entre dos oscuridades. Entre la vida prenatal y la muerte."

Mauricio Wacquez



"Me he reenamorado de este país y de una manera loca."

Mauricio Wacquez



"Pienso: ya está aquí. Y sigo tratando de diferir los consuelos que mi memoria trata de imponerme, la resignación cristiana, que a la luz de la pequeña claridad de la puerta, me parecen menos decentes y buenos. Polvo negro y blanco como una metralla de ajedrez: en eso se convierte la única luz que llega aquí. No puedo más que pensar un esfuerzo que quiero hacer físico sin conseguirlo. Logro, sí, aumentar mi pesantez ya que es lo único que me impide salir lanzado fuera, en esta loca carrera de astros y luces silenciosas. Sobre la mancha de mi prisión, diluida prisión, se levanta el silencio reconocido como mi única palabra. Los barrotes a veces parecen objetos factibles de limarse, y escapar por allí, me digo, sin poder mover un brazo de esta postura levitativa. Las flores de hace un rato se vuelven cal y carbonato porque han mostrado la verdadera razón que me hará morir; sin floripondios ni glicinas, sin molduras, encadenado a la pared que mi memoria caótica y deforme insiste en recordar. Por esto retrocedo a mi esquina, a mi dominio, y desde aquí voy pensando de a poco en la manera de salir, principio cristiano del conocimiento, de esta oscura encrucijada. Mientras estoy aquí, mientras aguardo que los pasos que anuncia la luz y el aroma a flores de tomate se hagan sensibles, voy recorriendo uno a uno los objetos y las posibilidades que me rodean. Por ejemplo, el vidrio que encontré al llegar y que por desesperación olvidé apartar, se me incrusta en el pantalón y en la carne, no pudiendo discernir entre el vidrio y el piso de ladrillo y el parquet en forma de rosetones y las dos formas de tiempo y las cuatro posibilidades de morir, que nuevamente, en ese tibio y callado pinchazo del vidrio en la nalga, se me aparecen como la conclusión de los pensamientos ordenados."

Mauricio Wacquez
La odiada gente



"Salió el sol, sin querer, movido por un impulso irresistible. Sentía algo hueco, falto de materia, como un aburrimiento indefinido. Anduvo por la huerta hasta la entrada de la playa. Bajó a la arena y se quitó los zapatos; se enrolló la sotana a la cintura y fue hacia el agua lentamente. Al mismo tiempo rezaba. Dentro de lo suyo se sentía mejor. Caminó por la orilla húmeda sintiendo la sal pegajosa en las pestañas. Estaba solo, entre el Señor y el mar, lleno de la plenitud que le hizo gustar el padre Pablo, de ese misticismo que había digerido durante aquellos años. Ahora se manifestaba de manera espontánea como si no hubiese tenido génesis ni desarrollo. Aunque no, no era lo mismo; esto era algo más tocable, tocable como el mar, como la arena húmeda bajo los pies. Y bajo los pies su sombra, la sombra de él mismo reflejada en la tierra como un lazo. Quizás sin ese misticismo no tendría fuerzas para seguir. Necesitaba lo otro. Se hacía poca la fe.
Tropezó con los pies descalzos en unas algas que había arrojado el mar. Puso el breviario en el bolsillo y pensó: "¡Si por lo menos estuviera Ignacio!". Pero no era eso lo que le faltaba, era otra cosa, que sentía dentro de él. Era eso antiguo, saboreado mil veces. Porque a pesar de tantos años estaba insatisfecho; no había tranquilidad porque eso no se manifestaba, porque no se había formado. Cuando fuera tomando forma comenzaría a morir y todo iría pasando poco a poco."

Mauricio Wacquez
El fondo tibio de Dios en la arena



"Soy un escritor chileno, pero claro, como todos los chilenos y en general los latinoamericanos, soy más bien una mezcla de muchas cosas. Mi padre era francés y viajó a Chile a enseñarles a los chilenos a hacer vino. Era enólogo, de Burdeos, aunque él nació en una casa de verano en Biarritz, de donde es la familia de mi abuela. La familia de mi abuelo Wacquez seguramente proviene de Flandes y a su vez de familias que pertenecieron a los tercios españoles de Carlos V. De ahí puede ser esa rareza de mi apellido con doble v. Pero investigar demasiado en mis orígenes me parece una pérdida de tiempo."

Mauricio Wacquez


"Y en la noche de invierno caminamos hasta su departamento. Ahí la dejo, exhausta, tiritando de frío nervioso. Una cortina de niebla emerge desde el río. Las ventanas se empañan. Me pregunto quién será Pedro. Ella no puede decirlo. Trato de desvestirla, pero se resiste. La dejo entonces, adormilada sobre una butaca del pequeño estudio, y miro alrededor. En realidad, no atino a hacer nada. Durante un rato observo los cuadros que están colgados. No entiendo mucho, pero me gustan. Todos tienen un leve parecido. «El estilo», me digo. Me avergüenza un poco mi ignorancia. Pero me doy cuenta de la situación real. De esa noche, del café y de la muchacha que descansa en la butaca. ¿Quién será? Miro la firma bajo uno de los cuadros y leo: «Elena». Elena. El chispazo azul de un cable eléctrico ilumina el departamento. La niebla se desliza por la calle. Es tarde, pero falta mucho para el amanecer.
Después de esa noche, nos seguimos viendo. Salimos los dos solos. Esto nos da confianza y se abre nuestra amistad. Aprendo a conocer a Pedro a través de ella. También aprendo a odiarlo. Es una historia larga e inútil. Con ella conozco un mundo que quizás no me corresponde. Junto a Elena llegan la primavera, el verano, el otoño y otra vez el invierno. Así, durante cinco años. Nos vemos esporádicamente. Somos amigos. No nos tocamos. Mientras las estaciones hierven alrededor, nosotros permanecemos en una caja secreta que nos alienta pausadamente.
Dentro de esos cinco años llegó Marcelo. Sin embargo, todo siguió como antes. Las tardes frías, o cálidas, o templadas. La atmósfera asfixiante o clara de la ciudad. El tiempo del amor y el de la resistencia."

Mauricio Wacquez
Toda la luz del mediodía








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