El hombre mismo es una contradicción en términos; es un
animal cuya superioridad sobre las demás especies animales le hace caer, sin
embargo, en una animalidad superior.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 8
—¿Esa historia es real? —preguntó.
—Claro que no —dijo Michael alegremente—. Es una parábola. Es una parábola que lo representa a usted y a sus racionalistas. Comienzan ustedes por destrozar la cruz y acaban destrozando el mundo habitable. Ahí los tenemos a ustedes, diciendo de continuo que la Iglesia no puede ir contra sus voluntades, pero cuando nos los volvemos a encontrar dicen que nadie debe adherirse a la Iglesia. Ahí los tenemos, diciendo que no hay Edén alguno… Y después nos los encontramos diciendo que no hay ningún lugar que se llame Irlanda. Comienzan ustedes atacando lo que consideran irracional para después odiarlo todo, porque, según ustedes, todo es irracional, y así…
Lucifer lo interrumpió con una interjección que parecía el aullido de una bestia.
—¡Ah! —gritó—, admita usted que todo hombre tiene su locura, y que la suya, mi querido amigo, es la de la cruz… Habrá que salvarle…
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 11
Podrá suponerse que un alma humana, que se debate
desesperadamente en una altura de la que está a punto de caer, no se entregará
a semejantes inconsistencias filosóficas. Pero realmente es peligroso
dogmatizar acerca de eso. La verdad es que en tales meditaciones se contiene
una actividad intelectual tan gozosa como práctica, pues se halla no sólo
divorciada de la esperanza sino del deseo. Y si es imposible dogmatizar a
propósito de estados semejantes, mucho más lo es describirlos. A esos espasmos
de claridad que albergaba la mente de Michael sucedían otros de terror
elemental, ese terror del animal que somos y que nos hace contemplar el mundo
circundante como un enemigo; un terror que nos empuja a no ser nada piadosos
con el enemigo y a derrotarlo por cualesquiera medios, sin atesorar otro
pensamiento que el de la victoria y la denostación de la derrota. En diez
minutos de terror resulta imposible hablar con palabras humanas. Pero ocurre
igualmente que en esos instantes de pánico, en esos instantes de terrible
oscuridad, comienza a emerger en el hombre una suerte de amanecer no por gris
menos plateado. Esa resignación asentada en las certezas terribles puede
incluso llevar a escribir, algo tan extraño como el propio infierno… Quizá
radique ahí el último y más grande secreto de la existencia de Dios. En lo peor
de una aguda crisis de angustia siempre aparece en el hombre la relativa
insania del contento. No es mera esperanza, pues la esperanza ya se ha roto, al
igual que el sentimiento de lo romántico y cuanto se corresponde con una
aspiración de futuro. Eso es lo que signa el presente. No se trata de la fe,
pues la fe, por su propia naturaleza, es fiera y se hace entre dudas y
desafíos. Es, simplemente, una satisfacción. Tampoco es algo que forme parte
del conocimiento, pues el intelecto no parece tomar parte alguna en todo esto.
Ni es, como aseguran en nuestros días unos cuantos idiotas, una paralización,
una rendición absolutamente negativa de nuestra capacidad de respuesta. Es
algo, en suma, tan positivo como una buena noticia. En cierto sentido, es una
buena noticia, sin más. Algo que parece determinar la igualdad entre las cosas
merced a un balance y apreciación de las mismas que nos impide toda
indiferencia ante lo bueno y lo malo; algo, en suma, que nos ofrece ayuda y
consuelo en nuestra más dura agonía.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 13
… al mirar al techo no veía estrellas, era porque estaban
más abajo, estrellas caídas de constelaciones rotas.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 16
—Este pobre hombre está chalado —dijo a la multitud muy
divertido—. Le encontré vagando por la catedral… Me dijo que había llegado en
un barco volante… ¿Hay alguna autoridad dispuesta a hacerse cargo de él?
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 19
—Es mi enemigo —dijo Evan con absoluta simpleza—, porque es
enemigo de Dios.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 27
He sugerido que la puesta de sol daba a todo una luz
adorable. Decirlo así, sin embargo, quizá sea un homenaje exagerado al
propietario de tan curiosa tienda. Aquello podía haberlo hecho a él también
hermoso quizá sólo con que hubiese sido un poco más delgado, con que hubiese
tenido el tipo propio del judío cansino. Pero era un tipo de judío mucho menos
admirable, un judío con un nombre realmente sonoro y llamativo; así y todo, no
hay grandes dificultades para separar la cizaña del trigo, y cualquiera
medianamente bien informado puede distinguir al judío simpático, llamémosle
Moses Salomon, del sucio judío, llamémosle Thornton Percy. El propietario de
aquella tienda era del tipo de los Thornton Percy, esa rama del pueblo elegido;
pertenecía a una de esas diez tribus perdidas cuya actividad más industriosa no
es otra que la de perderse a sí mismas.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 34
—Tiene usted toda la razón —respondió Maclan con tono
melancólico—. Yo había pensado sugerirle lo mismo. Los duelistas suelen
tratarse como caballeros, y nosotros hemos de hacerlo con mayor motivo, dado el
lance en que nos vemos envueltos… Un lance que nos convierte en algo más que
caballeros o duelistas… Somos, en el más antiguo y exacto sentido de la
palabra, hermanos… de armas.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 45
Pero se habían olvidado de algo. Se habían olvidado del
periodismo. Habían olvidado que el periodismo es algo inherente al mundo
moderno; algo que, acaso por primera vez en la historia, no tiene en cuenta si
las cosas que pasan son buenas o malas, sino si ocurren exitosamente o devienen
en fracaso, tales son los intereses de la gente que hace el periodismo. Tampoco
se preocupan de si las cosas que pasan van a favor de unos u otros intereses,
sino, simplemente, de si pasan o no pasan, sin más. La gran debilidad del
periodismo radica en su afán de ser una fotografía de nuestra moderna
existencia, pues no es más que una foto hecha enteramente de excepciones. Damos
en grandes titulares que un hombre se ha caído de un andamio. No damos en
grandes titulares que un hombre no se ha caído de un andamio. Y este último
hecho es fundamental, mucho más digno de ser tenido en cuenta, porque anuncia
que esa torre hecha de misterio y terror que es el hombre aún puede
enseñorearse de la tierra. El hecho de que un hombre no se caiga de un andamio
es algo en verdad sensacional, precisamente porque eso, no caerse del andamio,
es cosa mil veces mucho más común que la contraria. Pero el periodismo resulta
escasamente razonable a la hora de informar acerca de los milagros permanentes.
Sus perezosos directores jamás anunciarán en sus titulares: Mr. Wilson sigue
perfectamente sano, o Mr. Jones, de Worthing, aún no ha fallecido. Nunca
anuncian, en suma, los hechos felices de la humanidad. Nunca hablan de los
tenedores que no han sido robados, ni de los matrimonios que no se han disuelto
judicialmente. Así, el retrato que hacen de la vida es una falacia necesaria
para sus intenciones; sólo pueden ofrecer una representación fiel de lo que es
poco habitual. Por muy democráticos que sean, en realidad sólo se sienten
concernidos por lo minoritario.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 45
Paseaba Evan por el jardín alzando los ojos al cielo de
continuo, como si pidiese perdón por el error que habían cometido los loqueros.
Y cuanto más lo hacía más se fijó en algo brillante, algo que volaba como si se
hubiera desprendido de la luna. Al principio supuso que no era más que un
brillo, un reflejo en sus ojos. Por eso los cerró y se los frotó. Luego, al ver
que aquello seguía allí, pensó que quizá fuese una estrella caída… Pero no
terminaba de caer. Subía y bajaba, hacía giros impropios de los astros… Más que
un meteoro semejaba un artefacto de esos que construye el hombre. Un momento
después aquello pareció pasar justo frente a la luna, y si tenía un brillo
plateado al contrastar con la bóveda azul oscuro del cielo, entonces, al pasar
frente a la luna, tenía un brillo negro. Era un barco volante. Aquel extraño bajel
describió una larga curva en el cielo y fue acercándose más y más a Maclan,
como un barco de vapor que se acercara a la orilla. Era de puro acero; a la luz
de la luna brillaba como la armadura de sir Galahad. El símil de una cierta
virginidad en aquella presencia no es del todo inadecuado, pues no obstante
hacerse cada vez más grande, a medida que se le aproximaba, Evan observó que la
figura que iba en aquella máquina vestía completamente de blanco, como una
bendición que le hiciera la luna. Aquella figura parecía inmóvil como una
estatua. Evan creyó que en efecto era una estatua, hasta que le habló.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 188
Maclan era un hombre proclive a la reverencia y al ritual.
No es de extrañar, pues, que sumiso ante aquella aparición preguntase con voz
baja y dulce: —¿Me traes un mensaje? —Sí, te traigo un mensaje —dijo el hombre
hecho de luna y mármol—. El rey ha vuelto. Evan no pidió explicación alguna.
—Supongo que vienes para llevarme a la guerra —dijo. El hombre de luna y
mármol dijo sí con la cabeza, Maclan se subió a su barco volante y sin más
emprendieron rumbo hacia las estrellas.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 190
Turnbull seguía mirándola y en un instante súbito le sucedió
ese fenómeno en el que algo, por increíble que resulte, ha de aceptarse como un
hecho.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 197
Maclan, a pesar de su silencio, le había escuchado con gran
atención y su rostro se iluminó entonces con una de esas raras manifestaciones
de alegría que se permitía.
—No, mi querido y buen ateo —dijo—; no, mi amigo cortes, amable, transparente, reverente y pío viejo blasfemo… No, no está soñando usted, está bien despierto.
—¿Entonces?
—Hay dos situaciones en las que uno puede reencontrarse con viejos conocidos —dijo Maclan—. Una es el sueño, efectivamente; la otra, el fin del mundo.
—Quiere usted decir…
—Sólo digo que esto que vivimos no es un sueño —dijo Evan con gran elocuencia.
—Sugiere usted que… —comenzó a decir Turnbull.
—Guarde silencio, o tendré que decir que todo esto es un inmenso error —dijo Maclan tomando aliento—. Resulta difícil de explicar, en cualquier caso. El apocalipsis es lo más opuesto a un sueño. El sueño es más falso que la vida real. Pero el fin del mundo es un concepto mucho más real que la mera conclusión del mundo. No quiero decir del todo, porque no estoy completamente seguro de que así sea, que esto es el fin del mundo, pero sin duda se le parece bastante… Es, en cualquier caso, el fin de algo. La gente ha sido concentrada en un rincón. Todo converge en ese punto.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 241
El mundo, por sí solo, se desarrolla más salvajemente que
cualesquiera creencias.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 243
—¿Cómo ocurrió la Revolución Francesa? —le dijo.
—¿Y cómo voy a saberlo yo? —clamó el médico.
—Bien, yo se lo diré —le replicó Turnbull—. Ocurrió porque algunos se encapricharon con la idea de que un bodeguero francés era tan respetable como parecía.
G. K. Chesterton
La esfera y la cruz, página 252
La esfera y la cruz, página 8
—Claro que no —dijo Michael alegremente—. Es una parábola. Es una parábola que lo representa a usted y a sus racionalistas. Comienzan ustedes por destrozar la cruz y acaban destrozando el mundo habitable. Ahí los tenemos a ustedes, diciendo de continuo que la Iglesia no puede ir contra sus voluntades, pero cuando nos los volvemos a encontrar dicen que nadie debe adherirse a la Iglesia. Ahí los tenemos, diciendo que no hay Edén alguno… Y después nos los encontramos diciendo que no hay ningún lugar que se llame Irlanda. Comienzan ustedes atacando lo que consideran irracional para después odiarlo todo, porque, según ustedes, todo es irracional, y así…
Lucifer lo interrumpió con una interjección que parecía el aullido de una bestia.
—¡Ah! —gritó—, admita usted que todo hombre tiene su locura, y que la suya, mi querido amigo, es la de la cruz… Habrá que salvarle…
La esfera y la cruz, página 11
La esfera y la cruz, página 13
La esfera y la cruz, página 16
La esfera y la cruz, página 19
La esfera y la cruz, página 27
La esfera y la cruz, página 34
La esfera y la cruz, página 45
La esfera y la cruz, página 45
La esfera y la cruz, página 188
La esfera y la cruz, página 190
La esfera y la cruz, página 197
—No, mi querido y buen ateo —dijo—; no, mi amigo cortes, amable, transparente, reverente y pío viejo blasfemo… No, no está soñando usted, está bien despierto.
—¿Entonces?
—Hay dos situaciones en las que uno puede reencontrarse con viejos conocidos —dijo Maclan—. Una es el sueño, efectivamente; la otra, el fin del mundo.
—Quiere usted decir…
—Sólo digo que esto que vivimos no es un sueño —dijo Evan con gran elocuencia.
—Sugiere usted que… —comenzó a decir Turnbull.
—Guarde silencio, o tendré que decir que todo esto es un inmenso error —dijo Maclan tomando aliento—. Resulta difícil de explicar, en cualquier caso. El apocalipsis es lo más opuesto a un sueño. El sueño es más falso que la vida real. Pero el fin del mundo es un concepto mucho más real que la mera conclusión del mundo. No quiero decir del todo, porque no estoy completamente seguro de que así sea, que esto es el fin del mundo, pero sin duda se le parece bastante… Es, en cualquier caso, el fin de algo. La gente ha sido concentrada en un rincón. Todo converge en ese punto.
La esfera y la cruz, página 241
La esfera y la cruz, página 243
—¿Y cómo voy a saberlo yo? —clamó el médico.
—Bien, yo se lo diré —le replicó Turnbull—. Ocurrió porque algunos se encapricharon con la idea de que un bodeguero francés era tan respetable como parecía.
La esfera y la cruz, página 252
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