Gabriela Wiener

Ama rápido

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.

José Watanabe

Somos como ese niño poeta al que han hecho
un encargo imposible:
cuidar un bloque de hielo expuesto al sol.

Así, cada día, aprendo a cumplir con la vida,
a lidiar con la fugacidad,
a cenar temprano,
a charlar intensamente,
a dormir poco.
Pincho la música fuerte en la sobremesa.
Bailo antes del postre.
Me tomo la cerveza antes de que se caliente.
Me salto los preámbulos del amor.
Pero no me doy prisa.
No corro.
Ya no quiero llegar a ningún lado.
Solo quiero que no se acaben las cosas,
quiero hacerle un agujero negro
a este instante
y meterme por ahí
y alargarlo lo máximo
como una mina secreta,
expandirlo como se expanden
las cosas que no sabíamos que eran profundas.

Solo pienso en propagar la energía
más inútil posible,
enchufarme a la pared,
recargar, irradiar hasta el fin.

Me dan ganas de organizar
una pequeña fiesta llamada Eternidad,
como en mi adolescencia limeña
de apagones y bombas y ron con naranja.
Y secuestrar a las personas
que se han atrevido a visitarme
y que terminarán inevitablemente
fugando como se fuga el hielo.

Porque la noche también se acabará
y también el toque de queda se acabará.

No os vayáis, lloriqueo, no os vayáis,
quedaos conmigo.
Solo un rato más.

Me siento como cuando mi mamá
se fugó a Coina con nosotras
y nos podía coger en brazos
a mi hermana y a mí a la vez,
como un animal muy grande
huye de papá oso.

Como cuando me metí en las aguas verdes
de Quistococha
con cien niños libres y salvajes
salpicándonos la vida.
Y él me miraba ser desde la orilla.
No, la vida no es corta,
la vida es un viaje en mototaxi.
Es mi abuelito de 104 años
en un bus camino a Chiclayo
para comer chifles, pescar
y abrazar un árbol.

Y escribo lo primero que se me ocurre.
Y recupero el primer número de teléfono
de marcación reciente.
Y escucho, nada más que escucho.
Y digo te quiero aunque sea pronto.
Y digo te necesito aunque aún no te necesite.
Y si me preguntan
qué hacer les digo lo que pienso.
Y si me ofrecen algo lo acepto.
Y si me piden perdón lo doy.
Y si me tiran odio lo devuelvo.
Y si me sacan de aquí me voy.
Y si me piden que regrese vuelvo.
y si me preguntan si deben hacerlo
les digo que lo hagan.
Y si quieren follar conmigo,
follo contigo.

Y me siento
como cuando el profesor de educación física
nos decía que trotáramos sobre el sitio.
Así estamos,
trotando en el sitio,
corriendo sin movernos,
llegando sin habernos ido.

Por eso prefiero amar rápido,
como dice el sol, y amarlo todo,
absolutamente todo,
derritiéndose cada minuto,
dejando nuevas formas puras en el mundo.

Gabriela Wiener



díptico
 

I
una vez le di de comer a los locos
porque pensaba que así estaría cerca de Dioshabía sido mala con el chico que me quería
y esas bocas llenas de baba oscura
acariciaban hermosamente mis culpas
esa vez encontré en el manicomio
a Jorge del Pozo en una camilla
arrastrada por dos enfermeros

era el chico más guapo de la escuela
de piel dorada y cabellos dorados
yo nunca supe que escribía poesía
hasta que lo vi en el manicomio

con las piernas rotas

había querido escapar por una ventana
para fumar pasta y desde ahí
mirar las chimeneas apagadas
de los barcos oxidados
sobre el acantilado gris
llamado Costa Verde

no hice mucho más en mi vida
que alimentar a los locos
y acariciar la frente de Jorge del Pozo
antes de desertar


II
otra vez hice practicas en un periódico de economía
escribía sobre temas tecnológicos

en el piso de abajo
trabajaba un amigo
al que conocía
de la universidad
creo que era corrector de estilo
ortotipográfico
a veces salíamos a fumar juntos
él armaba un troncho y me ofrecía una calada
un día se dio un volantín en el jardín de la empresa
la hierba estaba súperverde
un verde que no he visto muchas veces en Lima
yo me reí mucho
porque era muy alto y cuando los hombres altos se dan volantines
en los jardines ejecutivos de las empresas
puede ser muy gracioso

casi no hablábamos
no parecía haber ninguna necesidad
pero a mí el silencio me hacía sentir estúpida
o quizá estaba muy ansiosa por decir algo que no fuera estúpido
en esa época yo pensaba que todos eran más inteligentes que yo
y que todos querían tener sexo conmigo
pero él no quería tener sexo conmigo ni con nadie
sólo quería caminar y fumar en la niebla.
la tarde del paseo me preguntó
¿por qué sólo haces preguntas?
yo sentí mucha vergüenza
no sabía cómo decirle que preguntaba
porque no tenía nada qué decir
quizá él ya lo pensara
y era verdad

años después escribió un libro
donde decía que incendiaba su cuerpo
porque no quería saber nada
ni de esta realidad
ni de la otra
y se quemó vivo

creía firmemente en el silencio

Gabriela Wiener



no volver al gato
 
no quería volver a dormir
en la pequeña habitación de Luismi
con el gato
la mujer
y su gripe
me pasé aquella noche intentando
no irradiar demasiada luz
con mi vieja computadora
para no despertar a nadiefue la primera vez que no me detuve
a mirar la torre
la esquivé durante el día y
también por la noche
cuando brilla como una princesa lejana
(de un tiempo a esta parte siento
que no me merezco ese tipo de cosas)
y me fui a los pueblos llenos de negros y MacDonalds
y al volver anduve
por la calle de los chinos
desde la Rue de Belleville hasta la iglesia
donde recé con los audífonos puestos
por un muerto que no era mío
canticorum iubilo regi magno psallite
and we will never be alone again
because it doesn’t happen every day

y llegué a casa de Vanessa
y un indio en el ascensor me dijo que había estado en Lima
y me bajé cuando me preguntaba algo
que no llegué a escuchar
y pensé si a lo mejor había ignorado
a la única persona en el mundo
a la que le importaba en ese momento
Vanessa dormía abrazada a su amiga francesa
y no quería compartir el wifi
ni su cama
entonces yo volví sobre mis pasos
por la iglesia y el sitio de kebabs
y ya no volví a rezar
juré que no volvería a rezar
e intenté no dudar más
había aprendido que la duda es otra forma de certeza

Remé con todo a mi favor
y me dolieron los brazos
solo para no volver a ver al gato

el gato blanco y gordo
igual a un peluche
me acompañaba al baño cada mañana
y me miraba hacer desde la ducha
era el único que sabía lo que me pasaba

Gabriela Wiener




Panchilandia

Las correcciones en mi primer libro
son extirpaciones.
“Echar de menos” por no “extrañar”
el ciclón tropical lejos del núcleo cálido.
La primera vez que me dijeron
que no estaba escribiendo en español.
Que no hablaba correctamente.
Vosotros, no ustedes.
Una iglesia sobre una huaca.
Los cuatro caballos corriendo en direcciones distintas para desmembrar el cuerpo.
Para cortar nuestras trenzas.
Migrar no es volver a nacer,
es volver a nombrar lo que ya tenía nombre.
Ese teléfono público, cuando existían,
en el que tardé más de la cuenta
y el hombre que no podía esperar
vio en mí a una criatura bajada de los árboles
que folla con las llamas.
Esa fue la primera vez que me gritaron que me vaya a mi país,
a mi casa.
En realidad,
volvería a casa pero ya no tengo casa.
Así que hice una casa mía en la que extrañar
y no echar de menos,
allí puse un nuevo acento a mis afectos.
No sé de qué podría hablar ahora.
Del nido. De la decisión de las aves.
De las estaciones frías.
De las distancias.
De haber sido,
de seguir siendo,
de llegar sin llegar,
de instalarse a medio camino,
de dar miedo, de no poder,
de no querer,
de que te persigan hasta cuando no haces nada,
de dejar muchas vidas atrás,
de perderlo todo,
de empezar de nuevo,
de cero, de abajo,
de las colas, de la ley,
de mi viejo NIE,
de la oportunidad que me dieron,
de todo lo que les debo,
de la maternidad solitaria,
de mi nueva familia,
de jurar ante el rey.
Vivo en España hace 15 años,
pero en realidad
habito Panchilandia,
donde todo el mundo sonríe y nos habla con cariño.
Dicen con cariño panchi, panchita, machupicchu, fiesta nacional.
El chiste con el que dicen quererme
hace que parezca normal que no me quieran.
En Forocoches somos “la fauna cuyo hábitat es un centro comercial”.
Me hablan de la peruanita que le limpia la casa a su amiga Pepa,
qué buena es, se puede confiar en ella.
Creen que es un tema de conversación
que pueden tener conmigo
porque yo también soy una peruanita confiable.
¿Me habrán blanqueado?
¿Cuándo voy a integrarme?
Qué pelo hermoso,
crin de caballo,
qué bien haces el pollo frito.
Qué piel, qué suave,
qué dientes, qué manitos,
tan pequeñas y morenitas.
Podría bajar un bloque de hielo
de la cordillera en mi espalda
para purificar la cosecha.

No, lo mejor que podría pasarnos
no es casarnos con un español,
somos todo menos la esposa con la que soñaste.

Me he reproducido como una flor de cactus
en este territorio ajeno que voy haciendo mío.
Con una mujer blanca y un hombre cholo,
enredamos nuestras tres lenguas para fabricar otro nido.
Polinizados por el picaflor de garganta rubí.

Pero en los parques infantiles soy la niñera de mi hijo
o de cualquiera de sus hijos, de sus madres, de sus padres.
Ni siquiera sé llorar con decoro en los velorios.
Y tampoco quiero.
Sólo sé hacer el indio ante la muerte.
Mi teatralidad de culebrón, mis exabruptos.
Pero no volverán a cortar mi larga y negra trenza
para tirársela a los perros.

Minucias del privilegio de la migración con papeles.
Hay tantos, sin embargo,
que no volverán a ver sus ríos.
Apenas la odisea
y el agujero negro del interno
en el limbo del refugio.
Los que están aquí mejor que en el otro infierno.
Todo pasa,
encadenándose de norte a sur
como las parras en primavera,
como las pelotas de goma que disparan
mientras nadas en el tramo Marruecos-Ceuta.
Como una zapatilla Nike flotando en el Tarajal.
Mientras el rey esquía
con un completísimo equipo para la nieve.

Nunca dejamos de buscar lo que fuimos
para comenzar a ser lo que soñamos.
En un movimiento que nos aleja de la frontera,
ese lugar entre la vida y la muerte
en la que Pablo Casado abraza a la policía.

Europa, les disparas en sus países,
les disparas en tus colonias,
les disparas en el agua,
les disparas en las fronteras,
les disparas en sus casas,
les disparas en el corazón.
Mi profesora de Geografía en Perú,
la que me enseñó la escala,
la latitud y la longitud del mundo,
le cambia el pañal a tu padre, España.
Ten un poco de decencia.

Algunos quedamos más cerca de la vida,
otros más cerca de la muerte.
Pero nunca dejamos de migrar.
Nunca dejamos de ver señales en la lluvia.
Y ya solo bailamos en un pedazo de tierra a la deriva.
Al ritmo de las cuerdas del lago.

Gabriela Wiener



Princesa cautiva

Él me compraba ropa
en el mercado de pulgas
un pantalón de cuero
un disfraz de indiecita
dos piezas de hilo dorado
y una pluma escarchada solía llevarme al Comedor Popular
viejos
locos y vagabundos
devoraban pequeños esqueletos
en platos de plástico rojo
bajábamos de los barrios altos hasta las tiendas de los chinos
nos gustaba ver moverse los corazones de los pescados agónicos
y brillar las patas de cangrejo sobre las plantas artificiales
cuando salía me encerraba con llave
si venía a buscarlo uno de sus amigos
yo salía a la ventana
y le mostraba eufórica
uno de mis pechos
sus manos estiradas hacia mí
apretaban furiosas
a través de los barrotes
hasta hacerme escapar
el tipo se iba con las manos vacías y llenas de espinas
cuando él volvía me daba vueltas en el aire
supongo que con alegría
y abría mi blusa con teatral violencia
los botones caían como lágrimas
yo también caía
también quería romper algo
estrellar su colección de canicas
contra el suelo oscuro
pero las canicas soportaban todos los golpes
como yo
al menos como solía ser yo
y el ruido
la luz de las canicas cayendo
esparciéndose como pequeñas plumas sopladas en mi corazón.

Gabriela Wiener





Retorno a la playa de alma latina

América del Sur.
Verano.
Año nuevo.
El 31 de diciembre
los más jóvenes acampan en las playas,
hacen arder monigotes
con las caras de sus gobernantes en hogueras.
Los que han migrado al hemisferio norte
verán cambiar sus vidas
como se invierten las fechas de los solsticios.
Su verano se convertirá en invierno
y, con mucha suerte y empuje,
su invierno se convertirá en verano.
Mientras al otro lado del océano
sus familias,
todo lo que alguna vez llamaron raíces,
celebran el Inti Raymi,
la fiesta del sol para el mundo andino,
en Europa llega el nuevo año
pero también la larga y cruda
estación del frío
que no merece ni un petardo en el cielo.
Por eso la verbena de San Juan
es lo más parecido
que encontrará un latinoamericano en Cataluña
a aquel entrañable ritual pagano
de mudar de año.
España.
San Juan.
Junio 2010.
Ellos cruzan las vías del tren
al encuentro de ese nuevo comienzo.
Las playas de Castelldefels les recuerdan demasiado
a las amplias planicies costeras del Pacífico.

Salieron hacia allí
en este mismo desesperante tren de cercanías
Doce personas de origen sur-a-me-ricano
La gente cree que nacer en el sur de América
es como ser un adolescente
en un vagón de tren a media noche.
Repite la definición de migrar:
Cruzar y morir.
Cruzar o morir.

En los periódicos los llamaron
latinos imprudentes insensatos incívicos inconscientes latinos
Menores de 25 años
arrollados por un tren
en la verbena de San Juan

Yo voy en el siguiente
Con Jessica (18), peruana, Daniela (16), colombiana,
Melanie (19), ecuatoriana, Diana (17), española,
Leslie (17), ecuatoriana y Chamaquito (18), ecuatoriano.
Y un bebé en un carrito,
la hija de Melanie
teta entre cigarro y cigarro.
Teta de su top de adolescente sexy.
La fiesta está en Castelldefels,
en El Gran Caimán,
salsa y reggaetón.
Chamaquito dice que al amigo de un amigo van a amputarle la pierna.
A esa edad se corre con una pierna.
Les damos miedo, me dijo Bili cuando llegamos.
No me había dado cuenta:
Les damos miedo
Israel les da miedo
Jessica les da miedo
Chamaquito les da miedo
Yo les doy miedo

Israel Cripta El Filósofo,
el único que piensa,
el que rapea la desgracia.
Las manos de Israel:
pequeñas pistolas que disparan al aire.
Cadenas, gorras y zapatillas blancas bajo los rieles.
¿Han cruzado ellos alguna vez la vía del tren?
Eso está claro.
Pero no es cosa de latinos nomás mijita.
Chinos, negros, blancos, yayos violan la ley.
Cripta rapea:
“La vida siempre sigue / el tiempo no se para / por más cosas que digan / no te sirve para nada.
    /Ahora mis panas están encerrados. Yo no sé cuándo volverán / pero aquí en mi corazón /
    quedan guardados”.
La bebé cae pero no llora:
“Nunca llora esta niña, es alucinante”.
País subdesarrollado
Persona subdesarrollada
Incompleta.
El padre de Israel es cocinero y su madre limpia casas.
Los padres de David están en paro.
William no sabe qué hacen sus padres.
El padre de Chamaquito en una residencia de ancianos.

Somos los hijos de los que limpian a tu abuela
Somos los hijos de los que duermen a tu hija
Somos los hijos de los que levantan tu casa
Somos los hijos de los que pasean a tu padre.
Próxima parada:
Castelldefels playa.
“Hay que pintarnos los labios”.
El apeadero oscuro,
pequeño altar de flores.

Gabriela Wiener














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