Marcelo Caruso

“A mí se me impuso el hombre, más que el hijo de Dios, alguien que, como todo ser humano, está lleno de dudas y temores y debe procesar constantemente lo que le presenta la experiencia de vivir.”

Marcelo Caruso



"Creo que hay una idea que vertebra toda la narración: el viaje de Jesús por las tierras de Israel es esencialmente espiritual, más que geográfico, y fue desarrollándose desde un inicio, diría mítico, hasta un arribo a la realidad histórica. Esa mujer que habla de dioses es hija de un patriarca mesopotámico nómade, como Abraham, y politeísta, el tipo de seres que ya no existía en época de Jesús. A su vez, el personaje con las dos voces en la misma garganta evoca a Babel, y varios episodios más dan cuenta de ese mundo mágico del mito, para desembocar en la realidad histórica del imperio romano con su tremenda brutalidad."

Marcelo Caruso



"El Jesús que aparece en el libro es un ser adánico, anterior al pecado. En tal sentido, su palabra, su lenguaje está despojado de sentidos malvados. Menciona su semen, sus leches, con la ingenuidad con que lo hace un niño. Da detalles de una relación sexual con el mismo grado de pureza y por eso, esas escenas, creo, no son chocantes."

Marcelo Caruso



"En el piso, la boca del hombre se contrajo, tembló un instante y luego se calmó. Algo había irrumpido desde la garganta y la había dejado inmóvil, con una mueca crispada. El único ojo abierto del hombre veía un escritorio borroso, un cuadro vacío y un estante. Todo lejano, confuso, como del otro lado de un vidrio sucio. En la penumbra de la habitación sólo se oía un burbujeo de agua. El hombre escuchaba también el chasquido de su lengua, que intentaba despegar un coágulo pegoteado entre los dientes. El ojo fue girando con esfuerzo, encontró la sombra de la nariz, los poros del piso como cráteres, restos extraños, varias gotas de sangre y algo negro y cilíndrico que lo apuntaba como un dedo feroz. Con insólito realismo, aquello atravesó la superficie de ese vidrio sucio para instalarse frente a su pupila. El ojo volvió a moverse, esta vez hacia su otro vértice. Tropezó con algunas pestañas pegoteadas, trató de liberarlas, no pudo, descubrió la pata de una mesa iluminada por un resplandor difuso, y se concentró en el esfuerzo de subir hasta la luz. Fue alzándose, al principio con movimientos bruscos, después suavemente, a lo largo del filo vertical de la pata. Halló un travesaño de madera, se elevó temblando, hasta que pudo recorrer por fin una superficie de vidrio. Era una pecera con un foco encendido en una esquina. En su interior, lentas burbujas estallaban al final de su ascenso, expulsadas por el aireador.
Más que pensar, el hombre supo que la luz debía estar iluminándole parte del cuerpo, pero estaba maquinalmente ocupado en la tarea de respirar, y si tenía algo de conciencia se le traducía en imágenes confusas de la infancia, voces que, paradójicamente, resucitaban en ese instante, fragmentos inconexos, un pecho de mujer, una lengua y, sobre todo, el deseo no formulado, pero vivo y ardiente, de encontrarse las manos. El ojo se agitó, buscándolas: las imágenes que encontró de su cuerpo fueron extrañas, como si hubiera contemplado un raro animal extinguido, sobre una mesa de disección, desenterrado de hielos prehistóricos. Cada vez más irritado, el ojo volvió a su posición anterior y recibió otra vez el resplandor de la pecera. Con una calma cercana a la inercia, el agua apenas iluminada le fue entrando en la pupila. Vio la mancha de las piedras, la neblina húmeda de la luz y algo que cruzó lentamente, de derecha a izquierda, envuelto en una oscura y vaporosa parsimonia: el Carassius.
El ojo persiguió con esfuerzo los vaivenes de su cuerpo y de esa cola que, de acuerdo con la posición, estallaba por momentos con un brillo lúgubre. El pez, solo en la reducida inmensidad de la pecera, nadaba zigzagueando hacia una esquina, se topaba con el vidrio, subía y bajaba tratando atolondradamente de superarlo, pero arriba, abajo, a los costados, volvía a chocar de lleno contra él. Entonces giraba, descendía con esfuerzo hasta el fondo de piedras, daba un mordisco a algo y, con el mismo propósito irrealizable, iniciaba empecinadamente su camino hacia la otra esquina del acuario."

Marcelo Caruso
Un pez en la inmensa noche




" “En el principio era el Verbo”. Así comienza el evangelio de Juan. Y así comienza, creo, el evangelio de cualquier escritor. La realidad es lenguaje; la patria es, esencialmente, nuestra lengua; somos, en muchos sentidos, lo que decimos que somos, lo que nos dicen que somos, y también, como consecuencia de esto, lo que no. Habría que definir desde dónde se piensan términos como “religión” o “literatura”. Hay en la biblia páginas de la mejor literatura. Para muchos, no hay ninguna diferencia entre la palabra de la religión y la de la literatura: todo es ficción. Para otros, se trata de revelación, y entienden a las dos como el único contacto posible entre lo terrenal y lo divino, con acento en la redención o en la belleza."

Marcelo Caruso




"Es imposible saber “la realidad” de la vida de Jesús. Él no escribió, y los que supuestamente lo conocieron tampoco. Desde el punto de vista histórico, los evangelios fueron elaborándose sobre la base de una tradición oral, que adquirió características particulares de acuerdo con las comunidades donde se desarrollaba. No era lo mismo la sociedad judía, donde regía la ley mosaica, que la helenizada sociedad de Asia Menor o Alejandría o Roma. La figura de Jesús fue construyéndose para satisfacer las necesidades de cada una, de ahí la profusión de evangelios tan contradictorios, que cohabitaron sin demasiados conflictos hasta que el cristianismo se transformó en religión del imperio romano. Al orden político debió corresponderle el orden religioso. Hubo mucho que pensar en el cristianismo de los primeros siglos. ¿Había que judaizarse completamente (circuncisión incluida) para ser cristiano? ¿Era permitido para un cristiano comer carne inmolada a los ídolos? ¿Habría salvación con sólo creer, como afirmaba Pablo? ¿Cuál era la naturaleza de Jesús? ¿Hombre normal, divino post mortem, divino desde su concepción, o antes de esta inclusive? Y, ¿qué decir de la idea de pecado original, de la llegada del reino, del juicio y de la resurrección? A todo esto, podemos agregar algunos problemas surgidos con las diversas traducciones, para tener un brevísimo panorama de la enorme complejidad que implicó la formación de lo que llamamos cristianismo e iglesia cristiana."

Marcelo Caruso




“Hay un hiato enorme en la historia de la vida de Jesús, el período que va desde sus doce años hasta los treinta, cuando inicia su ministerio; fue “bautizado” por los estudiosos como “los años perdidos”. Nada se sabe con certeza sobre Jesús durante este larguísimo período. Algo de la infancia fue transmitido a través de aquellos evangelios que, pese a que fueron declarados “apócrifos”, es decir, inexactos, falsos, por las autoridades eclesiásticas del concilio de Nicea en el año 325, obraron de algún modo rellenando varios huecos.”

Marcelo Caruso



"Hay una imagen universalmente aceptada de Jesús como divino desde antes de su encarnación, es decir, de la misma sustancia que Dios y que el espíritu santo. Sin embargo, no siempre fue así; imponer esta última concepción le llevó siglos de discusión y debate a la iglesia, con polémicas atestadas de excomuniones y exilios entre los defensores de las diferentes posturas. La naturaleza de Jesús, en los primeros años del cristianismo, era concebida por muchos como humana, divinizada por el Espíritu en el bautismo de Juan, o bien luego de su muerte en la cruz. A mí se me impuso el hombre, más que el hijo de Dios, alguien que, como todo ser humano, está lleno de dudas y temores y debe procesar constantemente lo que le presenta la experiencia de vivir. Entiendo que lo divino es esencialmente un misterio, se lo intuye, se lo puede sentir, pero no puede explicarse desde la razón. Apenas, quizá, desde símbolos. Por eso en el libro todas las experiencias son de naturaleza más bien ambigua. Es muy difícil pensar en “el lector” como una categoría. Creo que más bien hay lectores y todo texto, a la larga, encuentra a los suyos. Quizá tuve en cuenta al lector que soy yo mismo, y traté de satisfacer como pude mis gustos y exigencias."

Marcelo Caruso


"No creo que ningún libro sea imprescindible para nadie. Imprescindibles son el pan nuestro de cada día, el techo, el abrigo. Después de satisfecho eso, los caminos para darse respuestas a tantos interrogantes parecen ser infinitos. En la novela, uno de los autoproclamados mesías afirma que el único cielo de este mundo es la justicia y que solo la justicia trae perdón. Sí espero, muy modestamente, conmover a algún lector, que la historia lo lleve a reflexionar en lo excitante y complejo que significa habitar este mundo."

Marcelo Caruso




































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