Hermann Stehr

"El cantero de la ciudad, que se tenía a sí mismo por una especie de escultor, a pesar de haber fracasado en su juventud en el intento de acometer una notable formación artística, llevó a cabo las primeras transferencias de pétrea natura. Desde que ejercía de mediocre artesano, la culminación de sus trabajos redundaban en el doble de tiempo necesario, dado que tenía que abordar la plasmación de una obra única frente a las fantasías extravagantes que circuncidaban su febril mente. Quizás se adentrara en este hervidero interno por mera vanidad, para resolver el difícil dilema del «verdadero artista», para testimoniar y convencer a sus clientes de su brillantez.
[...]
El hombre, que había logrado el milagro de materializar aquella grotesca masa, no pertenecía a ninguna asociación ni había proclamado juramento alguno. Se trataba de un simple minero de la cuenca minera flamenca auspiciado por sus compañeros germanos; otros decían que más bien era un maestro de escuela primaria llegado de Silesia, víctima de la incredulidad y desobediencia a la que estaba sometida la autoridad de su cargo. Sea como fuere, la ira de aquel minero instó la batalla, enervando los sentidos de los demás y reivindicando su derecho a demandar tranquilidad y confianza."

Hermann Stehr
La casa de los santos



"Maechler dejó su anterior pensamiento en la cámara y procedió a descender las escaleras, pero apenas dados unos pasos se detuvo y rápidamente regresó a su habitación. Ocultaba una vetusta lista en un recóndito compartimento, escrita con vistas a la caminata vespertina y la oración de su progenitora, pronosticando con certidumbre su éxito, al haber sido compuesta por uno de sus antepasados, el monje bohemio Weiss, dos centurias antes. Estos sencillos versos eran considerados por la familia como el legado celestial de los Maechler y había sido su viático y consolación en las circunstancias más pesarosas y onerosas.
[...]
Los ojos de Lotte se oscurecieron por estas palabras mientras se debatía heroicamente por no mostrar el llanto. Maechler recordó los miles de callejones sin salida e infortunios que enervaban su ánima como el inhóspito paisaje de un cielo encapotado. No en vano aquella mañana había meditado sobre la alocución de aquellas oraciones precisamente por ella. Por eso, levantándose, decidió responder en voz baja: «Sus palabras me honran, maestro. También yo soy católico. Pero aquí se hallan las manos y los brazos del Altísimo -alzó sus brazos- y en la cabeza la divina mente. ¿Acaso puede el hombre alcanzar lo óptimo con sus propias fuerzas? Debe actuar por sí mismo, pero sólo la sagrada gracia le abocará a un notable desenlace."

Hermann Stehr
La familia Maechler


























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