Hermann Sudermann

"¿Desde cuándo lleva su nombre el «Molino silencioso»? No lo sé. Desde que lo conozco es un viejo edificio medio derruido, resto lastimoso de una época ya desaparecida.
Descascarados y sin techo, sus muros, que los años desmoronan, se alzan hacia el cielo dejando paso libre a todos los vientos. Dos grandes muelas redondas, que sin duda trabajaron valientemente en otro tiempo, han roto el armazón carcomido que las sostenía, y, arrastradas por su propio peso, se han hundido profundamente en el suelo.
La rueda grande permanece suspendida de través entre los dos soportes podridos. Las paletas han desaparecido; sólo los rayos se alzan todavía en el aire, como brazos que se tienden hacia el cielo para implorar el golpe de gracia.
El musgo y las algas lo han cubierto todo con un manto de verdor a través del cual el berro muestra sus hojas redondas, de palidez enfermiza. Un canal medio arruinado vierte dulcemente el agua, que cae gota a gota con un ruido cuya monotonía adormece, sobre los rayos de la rueda, que salta hecha polvo y que llena el aire de vapor húmedo.
Oculto bajo una capa de leños grises, el arroyo esparce un olor de agua corrompida. Todo lleno de algas y de hierbas, ha sido invadido por los pinos acuáticos y los juncos; en el medio solamente resalta un hilo de agua cenagosa y negra, en el que se columpia perezosamente la lenteja acuática, con sus hojas delicadas de color verde claro.
En otro tiempo, el arroyo del molino corría alegremente, la espuma brillaba blanca como la nieve a lo largo del dique, las ruedas enviaban hasta la aldea el ruido alegre de su tictac; y, en el patio, los carros iban y venían en largas filas, mientras resonaba a lo lejos la voz potente del viejo molinero.
Este se llamaba Felshammer; y bastaba verlo para comprender que merecía ese nombre. Era todo un hombre. Tenía fuerzas de sobra para hacer saltar las rocas.
Había que evitar con cuidado burlarse de él o contrariarlo, porque entonces montaba en ira, apretaba los puños, las venas de las sienes se le hinchaban como cuerdas; y, cuando se ponía a jurar, todo el mundo temblaba y hasta los perros huían."

Hermann Sudermann
El molino silencioso




"El tiempo transcurría. Lo mismo que antes, los días sucedían a los días, y sin embargo, ¡cuán nuevo y particular se había vuelto el mundo para mí!"

Hermann Sudermann
El deseo


"Había crecido con ese amor, me había aferrado a él en la pasión secreta de mi corazón; mi ser había encontrado en él su vigor: era mi fuerza y mi debilidad, era mi vida y mi muerte."

Hermann Sudermann
El deseo


"¡Oh, cómo quisiera cuidarte y velar sobre ti; cómo quisiera hacer desaparecer con mis besos las arrugas de tu frente y las penas de tu alma! ¡Cómo lucharía por ti con toda la fuerza de mi juventud, sin descansar nunca hasta no haber vuelto la alegría a tus ojos y el sol a tu corazón! Pero para eso..."

Hermann Sudermann
El deseo


"Para llevar el luto, lo que se llama propiamente llevar el luto, no había más que su hijo Lotario. Este servía en los dragones de la guardia, en Berlín, y no había podido llegar sino el día del fallecimiento. Se había mostrado buen hijo: había besado las manos de su padre, había llorado mucho, después me había dado las gracias y luego se había puesto a dictar órdenes a troche y moche, porque, como ustedes comprenden, un tenientillo así, cuando de repente... En fin, basta; yo estaba allí y me había portado también lo mejor que había podido.
Y mientras miraba al guapo mozo de reojo, y lo veía hacerse el valiente y contener las lágrimas, me vinieron a la mente las palabras de mi amigo... Era la víspera de su muerte:
“Hanckel -me dijo-, ten lástima de mí cuando esté en la tumba... no abandones a mi hijo.”

Pienso en estas palabras, y, cuando me llega el turno de echar las tres paladas de tierra en la fosa, dejo caer también en ella un juramento silencioso: "No amigo, no abandonaré nunca a tu hijo... Amén."
Todo tiene fin. Los sepultureros habían formado con el barro una especie de montículo sobre el cual habían arreglado, medio bien, medio mal, las coronas; no había mujer alguna en el entierro que se encargara de eso. Los vecinos se habían retirado; no quedábamos ya sino el pastor, Lotario y yo.
El joven parecía petrificado; miraba la tumba como si hubiera querido volver a abrirla con los ojos, y el viento le subía el cuello de la capa militar por arriba de las orejas."

Hermann Sudermann
Las bodas de Yolanda





"Pero antes que ser suya, prefiero darme la muerte."

Hermann Sudermann
El deseo


"Si siquiera te tuviera a mi lado, si pudiera estrechar tus viejas y leales manos y decirte, mis ojos en los tuyos, todo lo que siento en el corazón..."

Hermann Sudermann
El deseo




"Tu boca es tan bella, tan ardiente: da calor al cuerpo y al alma."

Hermann Sudermann
El deseo



"Y mi respiración se cortó en una deliciosa angustia. Dejé caer mi cabeza sobre su hombro y cerré los ojos. Entonces me estremecí al sentir que su boca se posaba en mis labios. Me pareció que una llama me había quemado. Y me besó otra vez, otra y otra: el gozo y el agradecimiento le habían hecho perder la razón."

Hermann Sudermann
El deseo



"Ya no necesitaba estudiar el amor en los libros, ni mirarlo de lejos; había penetrado en persona en todo mi ser, sus dulces enigmas me envolvían por todas partes y podía—¡oh deleite!—divertirme con ellos."

Hermann Sudermann
El deseo


































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