Martin Suter

“Como los Estados disponen de menos dinero para el arte, éste termina financiado por las empresas, que tienen la misma relación con él que los reyes con sus bufones. Se puede hacer un libro o una película muy crítica con los patrocinadores, que no se van a quejar. Como antes ocurría con los bufones, los reyes no los toman muy en serio.”

Martin Suter



"Estaban sentados en el Tercer Sótano, el bar preferido por los autores de la señora Bügler, tomando unas copas de vino y unas tapas. La señora Bügler había encargado tapas para seis «porque alcanzan para diez». Resultó que las tales tapas no eran más que unas lonchas de embutido y algún que otro trozo de pescado ahumado. Lo justo para seis personas, consideró David, que no había comido al mediodía.
El público que había asistido a la lectura de David estaba reunido casi al completo en aquella cueva que olía a tabaco, en torno a una mesa larga. Sólo faltaban las dos señoras mayores de la primera fila. Eran dos hermanas solteras, le explicó la señora Bügler, que no se perdían ni una lectura. Al comienzo del acto habían provocado la risa de los demás, cuando la más sorda de las dos le gritó a la otra: «¡No oigo nada!», y la hermana le contestó, también a gritos: «¡Es que no dice nada!»
Este diálogo le había soltado la lengua a David, que acabó leyendo de una manera bastante pasable, según le pareció a él mismo. En cualquier caso, no tropezó con las palabras fatídicas, como cofia de encaje, blonda de adorno y encuentro.
La señora Bügler le confesó a David que eso de ser incapaz de articular una sílaba le pasaba con frecuencia en las presentaciones. Ella organizaba sesiones de lectura desde hacía más de quince años, pero los nervios le jugaban pasadas cada vez peores.
David hubiera preferido que ella no le hablara de eso. También estuvo deseando otras cosas, por ejemplo que la esposa intelectual dejara de una vez de explicarle la trama de Lila, Lila. O que alguien advirtiera a la señora Kolb que tenía un trozo de huevo en la comisura del labio. O que la joven gordita que estaba sin pareja dejara de una vez de mirarle fijamente, como si fuese un bicho raro."

Martin Suter
Lila, Lila



"Fabio llevaba media hora apoyado en la pared y vigilaba la entrada de una casa situada al otro lado de la calle. Eran las ocho y media. Hacía un cuarto de hora que había empeza­do a oscurecer. Seguía haciendo un calor sofocante. A ve­ces levantaba la vista hacia una hilera de ventanas abiertas en la segunda planta.
El edificio era una construcción industrial de los años treinta. Antes había allí talleres de sastres, cajistas, impre­sores y encuadernadores. Ahora había estudios de fotó­grafos, diseñadores gráficos y textiles, artistas. En el sóta­no y en la primera planta había un centro de fitness, en la segunda planta un estudio de danza y una escuela de yoga. Cuando su trabajo se lo permitía, Norina solía acudir allí los jueves, a última hora de la tarde.
Hacía poco que había empezado a observar movimientos en una de las estancias que mostraba las ventanas abiertas. Fabio había entrevisto un par de cabezas, unos cuantos brazos que se estiraban. La clase había termina­do, los participantes se retiraban al vestuario y pronto sal­drían los primeros por la puerta del edificio.
Fabio había pasado la tarde intentando ampliar el te­rritorio de su isla de la memoria. ¿Cómo habían ido al restaurante Hecht? ¿Los había llevado alguien? ¿Habían cogido un taxi? ¿Había aceptado Norina la situación sin quejarse, en vista de la importancia que tenía aquel evento? ¿O la había tenido que convencer él, como siempre que se trataba de encuentros familiares?
¿Y después? ¿Cómo habían regresado a casa? Norina había bebido diez copas de kirsch. Debía de estar borracha a más no poder. ¿Cómo había pasado la noche? ¿Y cómo había transcurrido el día siguiente?
Pero por mucho que se esforzara, los límites de esa isla de la memoria permanecían intactos. Alcanzaban exactamente desde el aperitivo, un Blanc Cassis, hasta la polonesa. No podía avanzar si no era con ayuda de Norina. Ni en esta cuestión, ni en ninguna otra.
Después se había acordado de la clase de yoga. Había telefoneado a Mystic Productions y se había enterado de que aquella tarde no habría rodaje."

Martin Suter
Un amigo perfecto



"Lo único que sé es que nosotros, los ciudadanos normales, no conocemos la verdad sobre casi nada."

Martin Suter



“Quizá sea pesimista o quizá realista. La verdad es que no hay mucha diferencia hoy entre uno y otro.”

Martin Suter




"Un aparador, de madera de fresno sin tratar y armazón también lacado en negro, ocupaba casi todo el espacio que había entre las dos puertas. Entre las ventanas se veían otros muebles, todos ellos piezas únicas, de diseñadores suizos.
En las paredes colgaban bodegones y naturalezas muertas de artistas suizos del siglo XIX y principios del XX.
La señora Hauser había adornado la mesa con un arreglo de tulipanes; sobre las repisas de las chimeneas y el aparador también había floreros con ramos de tulipanes. Adrian no le había dicho quién le acompañaría a cenar, pero por cómo lo había preparado todo, parecía saber que se trataba de una dama.
Y por la manera de saludar a Adrian cuando llegó a casa —riñéndole con fingida seriedad—, se notaba que estaba convencida de que quien lo acompañaría a cenar era alguien del sexo femenino y se alegraba de ello. Weynfeldt estaba seguro de que su madre, que siempre había tenido la sospecha de que pudiera ser homosexual, la había hecho partícipe de ese temor y él, malévolamente, jamás lo había disipado. La señora Hauser continuaba albergando la esperanza materna de que Adrian no fuera el último Weynfeldt.
Se cambió de ropa para la cena, una vieja costumbre cuya progresiva desaparición deploraba. Si hubiera vivido en el mundo de su querido Somerset Maugham, habría sido uno de esos administradores que, aun estando en una isla olvidada, cenan solos todas las noches, pero vestidos de esmoquin.
No se vistió de rigurosa etiqueta, pero sí eligió un traje gris oscuro, de corte clásico y lana fría de cachemira, adecuado al tiempo que hacía, y se puso unos zapatos negros, modelo Derby, de finísimo cuero de ternera y acabado anilina, que le suministraba su zapatero húngaro de Viena.
Poco antes de que dieran las siete y media empezó a pensar que Lorena podía no aparecer. Y poco después de dar las siete y media empezó a decirse que le daba igual. Pero, a las ocho menos cuarto, sonó el timbre."

Martin Suter
El último Weynfeldt






































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