Venancio Serrano Clavero

El retorno a la patria

Ya, tras la mancha azul del oleaje,
que finge inmensa y movediza alfombra,
como una eucaristía de esperanza,
surge del mar la suspirada costa.

¡España! ¡Allí está España! Por los ojos
parece que el espíritu se asoma,
y el corazón hacia ella se levanta,
y las rodillas, con unción, se doblan.

Allí está España, cuna de hidalguía,
la desposada eterna de la gloría,
aparcera del sol, madre de mundos,
guerrera, pasional y educadora.

Allí está España, la bendita tierra
donde el nacer es honra,
porque el don de la vida se recibe
con regios privilegios de la Historia;
¡que, a través de los siglos y las razas,
en la sangre española
se conservan el hierro y el coraje
con que hollaron el mundo a la redonda
los valientes cachorros que Castilla
amamantó a sus ubres de leona!

Suspenso el corazón, turbios los ojos,
miro España surgir entre las olas,
como si Dios, con su potente mano,
mostrase la diadema de un diosa.

España es, para mí, cofre de sándalo,
donde mi alma guardó sus ricas joyas:
los sueños irisados de la infancia,
el casto amor de la primera novia,
los tempranos laureles de poeta,
las juveniles ansias redentoras,
la cuna angelical del primer hijo
y de mis viejos la callada fosa…

Por eso, cuando el buque enfila el puerto
como atraído por la tierra próxima,
mis labios balbucean: ¡Madre mía!
mientras el llanto de mis ojos brota.

Y me arrodillo, místico, ante España,
y me parece su extendida costa
unos brazos abiertos que me esperan
y una madre feliz que me perdona.

Venancio Serrano Clavero




¡España!

¡Soy España! ¿Qué villano
podrá escatimar mi gloria?

En mi nombre soberano
grabó, asombrada, la Historia
los temblores de su manto.

Miente el numen agorero
que dude de mi vigor.
Siempre en mí vive altanero
el hidalgo mosquetero
y el bravo conquistador.

Patria grande entre las grandes,
en las plazuelas de Flandes
quedó el signo de mi Fe,
y la huella de mi pie
en la cumbre de los Andes.

No ha desmayado mi brío,
no decayó mi albedrío,
porque, lo mismo que el sol,
es eterno el poderío
del espíritu español.

Cuando gallardas y solas,
por el mar en son de reto
van las naves españolas,
a su paso con respeto
se abren las inquietas olas.

Y en el límpido cristal
se copia, del sol al brillo,
mi bandera nacional.

¡Lienzo rojo y amarillo
que es del triunfo señal!

Hice un alto en mi jornada;
en la escarpia del hogar
colgué la guerrera espada,
empuñé la fuerte azada
y me puse a trabajar.

Aires de sana alegría
la vida nueva me trajo,
y en la santa paz del día
entona la raza mía
las canciones del trabajo.

Abro entrañas minerales,
entablo agrícolas lides
y doy consuelo a mis males
con el zumo de mis vides
y el oro de mis trigales.

Mas si con torpe doblez
alguna insensata mano
provocase mi altivez,
con además soberano
demostraría otra vez
que yo soy la España que era,
la que con genio tozudo
no ha tolerado altanera
ni escarnios a su bandera.

¡Aun la sombra del buen Cid
guarda altiva, mis terruños!

¡Aun, sin rufianesco ardid,
me sobran para la lid
vergüenza, coraje y puños!

¡España! La que en Granada
domó el poderío infiel,
clavando con mano osada
la noble enseña morada
de Fernando e Isabel.

¡España! La que en Lepanto
y Cádiz y Trafalgar143
supo luchar tanto y tanto,
que aun de sus glorias el canto
repite, rugiendo, el mar.

¡España! La que la tierra
cruza, docta y heroína,
con un símbolo que encierra
su guantelete de guerra
y su copa minervina.

¡España! ¡La del león!
¡La de los sagrados fueros!
¡La que en cualquier ocasión
tiene majas y chisperos
y Agustinas de Aragón!1

Venancio Serrano Clavero





La raza

Raza de la epopeya, raza mía!
Brilló en los cielos el dichoso día
en que puestos en ti los turbios ojos
cante la Humanidad tu valentía
y ante tu majestad se hinque de hinojos!

…/…

¡España! ¡Noble España!
Como trigal espeso y sin cizaña
levántase hoy tu raza sobre el suelo
en torno de tu nombre refulgente,
albergando en el ser un mismo anhelo
y alzando al sol la victoriosa frente.

…/…

Venancio Serrano Clavero



Lucha macabra 

La misma tapia cercaba 
los cementerios rivales, 
y un mismo azadón cavaba 
aquel suelo que tragaba 
ateos y clericales.

Otra tapia recia y fuerte, 
ambos campos dividía... 
¡Libertad y tiranía, 
ni en presencia de la muerte 
cejaban en su porfía! 

La iglesia, en el paredón 
de su fúnebre mansión, 
puso la cruz nazarena, 
mientras el otro frontón 
mostraba un reloj de arena. 

Y en la augusta soledad 
de los que en la eternidad 
yacían en hondo sueño, 
reñía la Humanidad 
su psicológico empeño. 

Sobre losas sepulcrales 
y entre galas funerales, 
la tradición y la duda, 
-fieros y eternos rivales,- 
proseguían su lid ruda. 

En el católico osario 
los nichos, en largas filas 
fingían al visionario 
quietos ojos sin pupilas 
mirando al campo contrarío. 

Así, buscando motivos, 
hasta en los despojos yertos, 
siempre fieros, siempre esquivos, 
se amenazaban los vivos 
sobre el polvo de los muertos. 

En aquel combate vano, 
con escrúpulo servil, 
cuidaba el rencor humano 
el cementerio cristiano 
y el cementerio civil. 

Mas en su torpe ceguera, 
los combatientes no ven 
que, mientras en lucha fiera 
sucumben por su quimera 
y por su mutuo desdén, 

subiendo de opuesto lado, 
sobre ese muro elevado 
que divide a los rivales, 
con amor se han abrazado 
las ramas de dos rosales. 

Y que sus entrañas puras 
a todos abre la tierra, 
y desde azules alturas 
el sol alumbra su guerra 
y besa su sepultura. 

Venancio Serrano Clavero



Mi novia

Tengo yo una novia
que novia más guapa!
No encuentro en el mundo ni diosa ni reina
con que compararla.
Es de sangre noble
y de ilustre raza;
lleva a todas horas
la frente muy alta,
que en ella no ha habido ni estigma de afrenta
ni sombra de infamia.
Está siempre hermosa
mi novia del alma:
unas veces viste las tocas severas
de la castellana;
otras veces luce
el traje de charra
con largos collares y cintas de seda
cayendo a su espalda.
En los barrios bajos
la he visto gallarda
ir a la verbena con mantón de flores,
crugiente la falda,
los claveles rojos sobre el negro pelo,
los brazos en jarras
y con un pasito menudo y ligero
que el pie en las baldosas repiqueteaba.
La vi en Barcelona
salir de la fábrica,
meterse en un corro de mozos y mozas,
bailar la sardana,
cimbreando su talle, mostrando sus manos
de obrera y honrada.
Y la he visto en Murcia
nenica simpática!
ciñendo su busto pañuelo de encaje,
cortica la saya,
Los pies como almendras, aprisionaicos
en las alpargatas,
Llevando en las ropas el aroma sano
de los azadares y las albahacas.
Vicente Medina
sabía cantarla!
La he visto en Galicia
ruborosa y cándida,
cruzando los valles, cantando cariños
al son de la gaita.
Bajo los manzanos
me ofreció otras veces la sidra dorada
en la noble Asturias,
cuna de Pelayo, mural de la patria.
Bailé con mi novia sentidos auurreskus
en la tierra vasca,
Y a la sombra augusta del viejo Guernica
cantóme aquel himno que es voz de su raza.
Después, junto al Ebro,
al pié del Moncayo, de cumbres nevadas,
crucé con mi novia las fértiles tierras
donde perdió antaño sus plumas el águila.
Hasta Zaragoza
me llevó mi maña
Y mirando juntos la puerta del Carmen,
me dijo -Repara
Si son esas piedras seguras y fuertes.
Más es mi palabra!
que llevo en mis venas sangre aragonesa
Y Aragón no engaña!
Con ella otras veces crucé la fragante
huerta valenciana
donde entre naranjos y cañaverales
alza, siendo mora, su cruz la barraca,
Qué hermosa mi novia con aquel vestido
de flores de grana,
hundida en sus bucles la peineta de oro,
collares de perlas sobre su garganta,
puesto en las orejas el regio prestigio
de las arracadas,
ofreciendo pródigas sus manos de nieve
claveles y rosas para la batalla!
Y he visto a mi novia
juncal y gitana
en tarde de toros
salir de la plaza,
los sedosos rizos sombreando su frente,
orlando su rostro la mantilla blanca
y entre el fino encaje, los claveles rojos,
que amores y celos, sangrientos, proclaman
la red de madroños
rodeando su claro vestido de maja
del breve zapato
surgía el encanto de la media blanca.
Detrás de la reja
por cuyos barrotes las rosas trepaban,
mi reina andaluza
oía en la esquina puntear la guitarra
Y las hondas notas de una malagueña
reproche de amores,
canción de esperanza,
rugido de fiera,
resbalar de lágrimas
algo que en la dulce quietud de la noche
de los idos moros parecía el alma.

Yo tengo una novia
que novia más guapa!
Reina y labradora, señorita y chula,
obrera y manola, creyente y gitana.
De fijo que todos la habéis conocido!
Mi novia es España!

Venancio Serrano Clavero











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