Vladimir Sorokin

"Cada escritor cambia. Por eso trato de escribir algo nuevo para mí, de asombrarme a mí mismo."

Vladimir Sorokin



"El sueño es el de siempre: ando por la ilimitada campiña rusa, que se extiende en sucesivos horizontes; veo al corcel blanco en lontananza, voy hacia él, lo presiento sin par, el caballo de todos los caballos, bello, listo, de pierna ligera; por mucho que me afane, no consigo alcanzarle, acelero el paso, silbo, grito, le llamo...
De repente comprendo que en ese corcel está toda mi vida, toda mi suerte, toda mi esperanza, que lo necesito como el aire, corro, corro, corro tras él, y él, como siempre, se aleja tardo, impasible, sin hacer caso de nada ni de nadie, se va para siempre, se va de mí y de mi destino, se va por los siglos de los siglos, irremisiblemente, se va, se va, se va...
Me despierta mi parlante:
Latigazo: grito.
Otro latigazo: gemido.
Tercer latigazo: estertor.
Lo grabó Poyarok en la Chancillería Secreta mientras le apretaban las tuercas al gobernador de la región del Lejano Oriente. Esa música despertaría a un muerto.
—Komyaga a la escucha —digo acercando el frío parlante al cálido oído del sueño.
—Bien y salud haya, Andrey Danilovich. Korostylev al habla —brota la voz del viejo subalterno de la Cancillería de Asuntos Foráneos y, en un decir amén, al lado del parlante, en el aire, se me aparece su jeta bigotuda y nerviosa.
—¿Qué quieres tan temprano?
—Me permito recordarle que esta noche se celebra la audiencia real con el embajador albano. Se mantiene, pues, convocada la docena circundante.
—Ya estaba al tanto —gruño irritado, aunque, a decir verdad, se me había ido el santo al cielo.
—Lamento importunarle, mas debía ratificárselo. Lo manda el reglamento.
Dejo el parlante en la mesita. ¿A qué santo el
auxiliar diplomático me recuerda el consabido protocolo? Ah, ya... Olvidaba que los de embajadas se estrenaron hace poco como cooficiantes del lavatorio de manos. Sin abrir los ojos, me siento en el borde de la cama con las piernas colgando y, de un respingo, trato de sacudirme la resaca. Busco a tientas la campanilla, la agito. Al otro lado de la pared se oye cómo Fedka salta del poyo de la estufa, trajina, hace tintinear los platos. Yo sigo sentado con la cabeza gacha, todavía no preparada para despertarse: ayer otra vez tuve que pillarla gloriosa pese a que había jurado beber y esnifar sólo con los míos, como está mandado. Noventa y nueve reverencias en la catedral de la Dormición, preces a San Bonifacio... ¡Todo a tomar viento! No iba a hacerle un feo al eminente y sabio consejero Kirill Ivanovich, en cuya compañía tanto aprendo. Yo, a diferencia de Poyarok o Sivolay, valoro la virtud de la inteligencia. Jamás me cansaría de escuchar las palabras omniscias de Kirill Ivanovich. Lástima que éste, sin farlopa, sea poco locuaz."

Vladímir Gueórguievich Sorokin
El día del oprichnik



“La desintegración empezó en febrero de 1917. Después, el inconsciente del Imperio ruso, con increíble esfuerzo, engendró a los bolcheviques, que de una manera monstruosa reanimaron ese Imperio. La Unión Soviética fue una especie de galvanización del cadáver del Imperio ruso, un experimento monstruoso, que al principio tuvo éxito al precio de sacrificios colosales, miedo, aislamiento. Luego, de modo natural, el cadáver continuó su caída.”

Vladimir Sorokin



"La humanidad necesita un cuento de hadas, porque se asfixia por la realidad unificada. La literatura justamente regala al hombre una fantasía, porque si describiera a las personas que viajan, que compran las máquinas de lavar ropa, van al mar a descansar, y acuden a los spa, uno podría ahorcarse.

Existe también el amor, desde luego, pues nuestro mundo sin aquél no vale ni un penique. Pero qué se puede escribir sobre el amor, hay tanto escrito ya sobre eso. Hay que amar, simplemente."

Vladimir Sorokin




"La inteligencia cultural está abandonando Rusia por la guerra."

Vladimir Sorokin



"La persona se unifica por doquier, todas las partes se visten igual. Los automóviles son todos iguales, en todos los negocios se venden las mismas cosas, hay muchas ciudades que se parecen unas a otras y las personas también. Llamémoslo como globalización, aunque uno quisiera tener más diversidad, así sea en lo externo."

Vladimir Sorokin




"Nave del nuevo almacén de Mosobltelefontrest.
Un todoterreno Lincoln Navigator azul oscuro.
Ha entrado en el pabellón. Calla el motor. Los faros rescatan de las sombras el suelo de hormigón, cajas con
transformadores, bobinas de cable subterráneo, un compresor diesel, sacos de cemento, un barril lleno de betún,
unas angarillas rotas, tres envases vacíos de leche, una
barra, colillas, una rata muerta, dos pilas resecas de excrementos.
Gorobovetz regresa a pie hasta las puertas. Tira de
los asideros. Las hojas de acero rechinan, se encuentran.
Echa el cerrojo. Escupe. Vuelve hacia el coche.
Uránov y Rutman se han bajado. Abren el maletero. En el suelo del todoterreno yacen dos hombres con las manos esposadas y las bocas tapadas.
Llega Gorobovetz.
—El interruptor está por allí —Uránov saca una
madeja de cuerda.
—¿Es que así no se ve? —Rutman se quita los
guantes.
—No mucho —Uránov entorna los ojos.
—¡Colega, lo que cuenta es que se oiga! —Gorobovetz sonríe.
—La acústica aquí es buena —Uránov se frota la
cara en un gesto cansado—. Vamos allá.
Extraen a los prisioneros del coche. Los conducen
hacia dos columnas de acero. Los atan a conciencia. Se
ponen de pie rodeándolos. Silenciosos, clavan sus miradas
en ellos.
La luz de los faros ilumina a la gente. Los cinco son rubios de ojos azules.
Uránov: 30 años, alto, de hombros estrechos, rostro enjuto, inteligente, viste una gabardina beige.
Rutman: 21 años, de altura media, flaca, de pecho llano, figura juncal, rostro pálido, corriente, cazadora azul
oscuro y pantalones de cuero.
Gorobovetz: 54 años, barbudo, bajo, corpulento, manos nudosas de campesino, pecho de toro, rostro basto, abrigo de piel vuelta amarillo oscuro.
Los atados:
1.ºUnos 50 años, gordo, bien cuidado, cara colorada, traje caro.
2.ºJoven, lambrija, de nariz curvada, granujiento, tejanos negros y chaqueta de cuero.
Sus bocas están tapadas con cinta adhesiva transparente.
—Comencemos con éste —Uránov señala con la cabeza al gordo.
Rutman saca del coche un cofre metálico alargado.
Lo deja en el suelo de hormigón ante Uránov. Abre las
cerraduras metálicas. El cofre resulta una mini nevera.
Dentro se hallan yuxtapuestos dos martillos de hielo: cabezales cilíndricos de hielo, astiles largos escabrosos de madera unidos a los cabezales mediante correas de cuero crudo. La escarcha cubre los astiles.
Uránov se ha puesto los guantes. Ha cogido un martillo. Ha dado un paso hacia el atado. Gorobovetz le ha desabrochado la americana. Le ha sacado la corbata. Ha tirado de su camisa. Los botones se han derramado. Han quedado al descubierto el fofo pecho blanco con pezones pequeños y el crucifijo dorado colgado de la cadena."

Vladimir Sorokin
El hielo



"No sé si ahora tengo más libertad para escribir. Siempre escribí lo que quería, pero en la época soviética sabía que era imposible editarlo oficialmente, así que escribía para mis amigos. Ahora se puede imprimir, editar, esa es la única diferencia. Antes podían encarcelarme por la literatura antisoviética. Por el momento, nadie me molesta, pero siempre me digo, ‘por el momento’."

Vladimir Sorokin



“Rusia es un enorme tiranosaurio con los dientes desgastados.”

Vladimir Sorokin



"Yo quería ser un literato, pero ellos (por los oficialistas) me hicieron escritor en la comprensión rusa clásica de la palabra: profeta, maestro de la vida”, dice irónicamente. Pero su mirada adquiere calidez cuando habla de literatura: “Abriga el alma en el invierno político ruso y despierta cada vez más interés”."

Vladimir Sorokin












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