"Parsons me alcanzó la ampliación de una instantánea. En primer plano había un sendero de piedras pintadas de blanco. Detrás se alzaba una casita de madera, con una veranda en el frente. Aunque las tablas necesitaban evidentemente una mano de pintura, y todo denunciaba los aprietos de la pobreza, la casa parecía cuidada y limpia. No había tablas rotas en la veranda, y las cortinas de las ventanas se abrían en pliegues ordenados.
En el porche había dos personas sentadas en mecedoras. Una era una mujer flaca y huesuda, de unos sesenta años, envuelta en una bata que parecía muy lavada, con el cabello recogido en lo alto de la cabeza, en un peinado pasado de moda. Tenía un cesto en el regazo, quizá de costura. La otra figura atrajo inmediatamente mi atención. En un principio apenas miré el resto de la fotografía. Era una muchacha... Luella, por supuesto. Pero los ojos de la señora Jamison apuntaban claramente a la persona que sostenía la cámara, y Luella no miraba a ninguna parte. Tenía la boca entreabierta, el cuerpo se le hundía en la mecedora, los brazos le colgaban a los lados, y en la mano tenía algo que en un principio no vi bien. Advertí luego que era una muñeca de trapo. Pendía de los dedos de Luella, y ésta no le prestaba ninguna atención. Aunque nadie me hubiera dicho que era una idiota, podía haberlo adivinado con una sola mirada. Todo en ella era sin alma, inhumano. La miré mucho tiempo. El rostro parecía muy regular. Los ojos eran tan separados como los de Selena. El cabello era aparentemente más oscuro, pero el porche estaba en sombras.
Señalé el hecho a Parsons. Se contentó con decirme que el color del pelo era una de las cosas más inestables de este mundo.
Parsons me mostró otras fotografías, varias. Hasta una ampliación un poco borrosa del rostro de Luella. Aún hoy no me gusta recordar aquella ampliación. La examiné largo rato. Recuerdo que el corazón me golpeaba de tal modo que yo apenas podía respirar."
William Sloane III
El tiempo de la noche
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