Caitlyn Siehl

Desesperado

 Nos besamos porque estábamos hambrientos de ello.
Estábamos tan desesperados por el otro
que cada vez que salíamos, al menos una persona
me apartaba a un lado y me preguntaba si uno de nosotros
se estaba muriendo. La respuesta, por supuesto, siempre era sí.
Ni siquiera sabíamos qué hacer con nuestras manos.
A veces, iban a parar a mi boca,
por toda tu cara, arrastrándose arriba y abajo
por tu espina dorsal, uñas como rastrillos sobre piel roja y enfadada.
No pudo haber sido bonito, y Dios,
si estabas mirando, eres un pervertido,
pero también lo siento. Nos queríamos como si estuviéramos
tratando de compensar el tiempo perdido.
Cada tacto una disculpa, un
«Lo siento por no haber estado contigo cada día desde la escuela primaria.»
No había ningún modo en el que no fuera a terminar mal
así que nos mantuvimos alejados del fuego, porque sabíamos
lo que podría hacer a las cosas hermosas.
Pasábamos una hora cada día en lugares separados
del apartamento, reaprendiendo la distancia, intentando
recordar cómo medir en pies y pulgadas
en lugar de pestañas y brazos.
Podía sentirte en la cocina.
Podía sentir lo tensos que estaban tus músculos,
lo fuerte que apretabas tu mandíbula.
Cada tramo de ti rezumbaba sin mí.
Sabía que te gusta el dorso de tu mano.
Cada vena, cada peca. Esa cicatriz entre
tu dedo corazón y anular de cuando
te caíste durante un partido de kickball.
Era todo urgencia, todo rojo cual coche de bomberos.
Vimos venir el humo desde una milla de distancia
y besamos las copas de los árboles antes de que tosieran
y se retorcieran bajo las llamas.
Era un bosque precioso. Demasiado precioso para quedarse.
Nunca olvidaré el lugar en el que te quise,
aunque estén lloviendo cenizas. He oído que algunos de los árboles
siguen vivos en su interior.

Caitlyn Siehl


 

Estrías 

Aprendí a cómo ser mayor por accidente.
Tenía 10 años y no me veía como las otras chicas.
Tenía 10 años y era demasiado tarde para volver atrás.
Los niños ya habían aprendido a
empuñar los cuchillos bajo sus lenguas
así que me callé cuando escupieron.
Me mantuve suave y perdoné. 

Las primeras aparecieron en la parte interna de mi muslo
cuando cumplí catorce, extendiéndose como
blancos árboles sobre suave piel. 

Cuando se lo dije a mis amigos, no parecían estar orgullosos.
Aprendí a cómo ser mayor por accidente. 

Una mancha se extendió por mis caderas cuando cumplí los 16 y
los ríos blancos se abrieron hacia un delta en mis piernas.
Yo era un paisaje.
Yo era arte. 

Seguí creciendo y siguieron viniendo como refugiados
de algún país que está cayendo.
«Dame a tus cansados, tus pobres.» 

Soy una ciudad de sonidos.
Te mantendré a salvo. 

Sé que se supone que debería sentirme fea.
Todos me dicen que ninguna mujer
debe parecer tan experimentada,
pero ellos no lo saben. 

Yo soy la tierra. Soy el sol y los cielos.
Soy el camino alto, el camino bajo.
Soy todos los poemas sobre la piel.
Soy un mundo que no puede ser explorado en un día.
No soy un lugar para cobardes.

Caitlyn Siehl




No te enamores de personas como yo.
Las personas como yo te querrán tanto
que te convertirán en piedra,
en una estatua a la que la gente irá a maravillarse sobre cuánto
habrá llevado tallar esa mirada lejana en tus ojos.

No te enamores de personas como yo.
Te llevaremos a museos y parques y monumentos
y te besaremos en cada hermoso lugar
para que nunca puedas volver a ellos
sin saborearnos como sangre en la boca.

No te acerques más.
Las personas como yo somos bombas.
Cuando se acabe el tiempo, salpicaremos todas tus paredes
de colores furiosos que hacen que desees que tu puerta nunca aprendiera nuestro nombre.

No te enamores de personas como yo.
De las solitarias.
Olvidaremos nuestros propios nombres si significa aprender el tuyo.
Te haremos creer que los huracanes son apacibles,
que el dolor es un regalo.

Te perderás en la desesperación, en el anhelo
de algo que estás siempre alcanzando,
pero no eres capaz de mantener.

No te enamores de personas como yo.
Destruiremos tu apartamento.
Te lanzaremos disculpas que se romperán en el suelo y cortarán tus pies.

Nunca aprenderemos cómo ser suaves.
Nos iremos.
Siempre lo hacemos.

Caitlyn Siehl







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