Señores: hay que declarar que a las mujeres no se las ha
estudiado debidamente. Lo mismo ocurre con la ley Hipotecaria.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 2
¡No he visto nada más impaciente que un hombre que tiene el
abrigo puesto...! En mi reloj son las diez. —Tu reloj es un reloj mágico que
señala siempre la hora que tú deseas.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 4
No hay nada tan divertido como las desgracias ajenas.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 11
Nunca censuré la gestión de ningún Gobierno, pero desde
luego afirmo que a todos los que he conocido los he visto siempre equivocados.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 34
Tampoco estoy dispuesto a entretenerme en estudiar el amor
al través de la Historia, porque está comprobado que nada nos demuestra, mi
distinguido auditorio, que los acontecimientos y sucesos de que habla la
Historia sean sucesos y acontecimientos históricos.
Prescindamos, pues, de las inseguras cosas que fueron y
ciñámonos a las evidentes cosas que son. Y he aquí que llegamos a una pregunta
perturbadora.
¿Qué es el amor?
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 36
El amor es una congestión.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 38
Y yo podría añadir estas varias definiciones:
El amor es como un columpio de verbena, que sí se mueve
despacio aburre, y si se mueve deprisa da la vuelta y nos pulveriza.
El amor es un malestar indefinible que nos invita a pasear
por un jardín del brazo de una mujer, tropezando con todos los árboles.
El amor es una tableta de aspirina: que quita el dolor de
cabeza, pero ataca al corazón.
El amor es como el bigote: comenzamos por desearlo con
impaciencia; crece entre mimos; nos enorgullece; le cuidamos, le perfilamos;
luego nos habituamos a él, y, fatalmente, llega un día en que nos lo afeitamos
para siempre. (Y un bigote canoso y antiguo simboliza a esos matrimonios
cansados y tediosos que los domingos, al anochecer, pasean por el Parque del
Oeste hablando de que el marido necesita hacerse un traje.)
El amor es un perfume caro.
El amor es como una ruleta: gira continuamente sobre su eje,
y cuando se para vemos que nos ha dejado sin un céntimo.
El amor es una caja de cerillas, porque sabemos que se nos
ha de concluir, pero se nos concluye cuando menos lo esperábamos.
El amor es un puntapié en la espinilla: el que lo aguanta
sufre; el que lo da se desahoga y el que lo ve dar se ríe.
El amor es una montaña rusa, porque al oírla nombrar todos
sabemos lo que es, pero si la examinamos de cerca advertimos que ni es rusa ni
es montaña.
El amor, en fin, es como un golpe de tos: al principio nos
congestiona y al final nos obliga a sacar el pañuelo para secarnos las
lágrimas.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 37
El amor tiene un punto misterioso, como tienen también un
punto misterioso las medias de todas las mujeres. Y sin ese punto misterioso,
el amor sería tan aburrido como un drama rural.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 38
Una mujer, un amor y un marco adecuado y una expresión
adecuada... He ahí la razón suprema de la vida.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 46
Una mujer, un amor y un marco adecuado y una expresión
adecuada... He ahí la razón suprema de la vida.
Porque el amor —más que nada— necesita un marco adecuado y
una adecuada expresión. Las palabras desilusionan más que los hechos, y, más
que los propios hechos, entusiasman.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 46
¡El mundo es un cubil de fieras que se odian!
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 57
Resumiendo: Cuando es genial no hay quien le trate. Cuando
es guapo no hay quien le sufra. Cuando es inteligente no hay quien le soporte.
Cuando es torpe no hay quien le aguante. Cuando es vulgar no
hay quien le resista.
Por lo demás, el hombre es encantador.
Y las mujeres no deben olvidar estas sentencias, que le
definen de la cabeza a los pies:
«El hombre es igual que el ciprés: una cosa larga y
estrecha, que acaba siempre por ponernos tristes.»
«La mujer que vea llorar a un hombre debe apresurarse a comprar
un impermeable.»
«El hombre es como los barómetros. Cuando os señala mal
tiempo, tempestad segura; y cuando os señala buen tiempo, es con inclinación a
variable. Pero siempre acabará señalándoos.»
«La muerte tiene un lado bondadoso: hace viudas.»
«Un hombre es lo mismo que cinco hombres. Cinco hombres es
lo mismo que quince hombres. Quince hombres es lo mismo que un rebaño de
camellos.»
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 58
El instinto más diáfano del hombre es la brutalidad. En la
mujer, el instinto más diáfano es la incongruencia. Se ha afirmado que la mujer
es inconsciente, y pérfida, y engañosa, murmuradora. Pero al afirmar todo eso
no se ha dado en el clavo. La mujer es, sencillamente, incongruente. Definir la
incongruencia no es cosa fácil. Lo incongruente es lo que no tiene sentido, ni
lógica, ni razón. Ser incongruente es pensar lo que no se quiere, y hacer lo
contrario de lo que se calcula, y desear lo que se desprecia, y protestar de lo
que se ansia, y afirmar lo que no se cree, y aplaudir lo que no nos gusta, y
preferir lo que se rechaza, y decir no, cuando se proponía uno decir sí; y
contestar a un ¿cuándo? con un veremos, y decir ¿qué? cuando había que decir ya
lo sabía. Ser incongruente es tener habilidad bastante para volver locos a los
que nos rodean. Por eso digo que la mujer con la ayuda del razonamiento es lo
mismo que intentar conducir 19 gatos por carretera con la ayuda de un látigo.
La mujer no sabe nunca lo que tiene ni lo que quiere, ni lo que ama, ni lo que
odia. Si está sola en el mundo, os dice que su felicidad está en tener familia.
Pero si tiene familia se escapa de su casa a correr sola por el mundo. Cuando
no tiene vestidos elegantes ni joyas buenas su ideal son las joyas y los
vestidos. Pero cuando unos y otros le sobran manda detener su automóvil para
mirar a una modistilla que habla en una esquina con su novio y suspira: ¡Quién
fuera ella! Si tiene motivos de tristeza os la encontráis riendo y os dice: Hay
que olvidar. La vida es corta. Pero si tiene motivos de alegría os la
encontraréis llorando y gimiendo: Qué vale todo, si la vida es un suspiro.
Solloza y se desespera y se retuerce las manos diciendo que la tratáis sin
cariño. Pero el día que os presentáis ante ella cariñosos murmura: Déjame, que
cuando estás tan cariñoso es señal de que me engañas con otra... Si os afanáis
por estar siempre al comente de lo que hace a todas horas del día, os dirá:
Eres insoportable. ¿Te he de dar cuenta de todo? Pero si no le preguntáis nada
de su vida, protestará: ¿Y eso es lo que te importo? Ni me quieres ni mes has
querido nunca.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 58
La mujer es absorbente y dominadora. Si no puede dominar por
el terror, domina por la dulzura; si no puede dominar de frente, do mina dando
un rodeo. Por eso cuando es morena y al hombre le gustan las rubias, ella se
apresura a teñirse, porque ya que no dominaba por sus cualidades físicas,
procura dominar por sus cualidades químicas. Su obsesión es la belleza.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 60
La verdad es que me duele en el alma seguir diciendo cosas
desagradables de la mujer, pero, ¿qué hacer, si todavía quedan algunas?
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 61
Queda hacer el balance. ¿Quién es peor, el hombre o la
mujer?
Tenemos datos bastantes para reducir ambos a dos fórmulas.
La fórmula del hombre es de cada 100 gramos de su organismo: Brutalidad, 50
gramos. Presunción, 5. Talento, 5. Egoísmo, 5. Envidia, 15. Instinto paternal,
10. Fuerza, 10.
Y la fórmula de la mujer es esta otra. Por cada 100 gramos
de su organismo tiene: Vanidad, 30 gramos. Belleza, 16. Instinto maternal, 18.
Envidia, 30. Talento, 5. Fuerza, 1.
A simple vista se ve que entre uno y otra hay empate. No
podemos decir que lo peor que hay en el mundo sean las mujeres, ni que lo sean
los hombres. Son todos iguales de malos. De manera que lo peor que hay en el
mundo son los hombres y las mujeres.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 63
Para mí el sexo femenino no es todo él admirable, sino que
se divide en cuatro grupos, que son: Muchachas bombillas, Individuas tanques,
Señoras psitacósicas y Mujeres.
Llamo muchachas-bombillas a aquellas representantes del sexo
femenino que son muy brillantes por fuera y que están vacías por dentro.
(Por lo demás todos os halláis hartos de conocer
muchachas-bombillas.) Son esas que —como los osos de los húngaros— les basta
oír una música cualquiera para ponerse inmediatamente a bailar, que escriben a
las estrellas de Hollywood preguntándoles el color de sus ojos, que no salen a
la calle si no es escoltadas por una persona de respeto para poder faltarle el
respeto a esa persona, que ignoran todo lo que debe saberse y saben todo lo que
debían ignorar, que cuando por casualidad cae en sus manos un libro de
Fisiología buscan con la mano temblorosa el capítulo en que se habla de las
funciones reproductoras del ser humano, que cuando no entienden lo que se les
dice se echan a reír y que —a causa de ello— se ven obligadas a pasarse riendo
todo el día.
En el segundo tipo, individuas-tanques, reúno yo todo el
número inmenso de mujeres que tienen hipotecado el pudor y cuya misión en el
mundo no es otra cosa que buscar dinero para poder pagar los intereses de su
hipoteca. En este grupo van incluidas desde las horizontales de último orden
—llamadas también gusanos de luz porque sólo son visibles de noche y en sitios
oscuros— hasta las grandes cortesanas de primera fila que viven con un pie
apoyado en la cartera de un caballero formal y el otro en el escenario de
cualquier teatro, pasando por las tanguistas, las viudas respetables (que
reciben misteriosamente en su casa a un antiguo compañero de carrera de papá) y
las criadas para todo.
En este grupo —que yo denomino de individuas-tanques, porque
todo lo dejan destrozado a su paso— se hallan también insertas esas hembras
brillantísimas, casi siempre muy hermosas, cultas, refinadas, que han recorrido
el mundo de punta a punta varias veces, que tienen gustos extraños y aficiones
extraordinarias, capaces de inspirar pasiones confusas y violentas, y a las que
se referían los novelistas del siglo XIX cuando titulaban un capítulo diciendo,
por ejemplo: «Flora, la misteriosa aventurera.»
Hoy a esa clase de damas se las llama entretenidas para
diferenciarlas de sus compañeras del grupo, que son todas aburridísimas.
El tercer tipo de mi división del sexo femenino es las
señoras psitacósicas.
Para estar incluidas en el grupo de las señoras psitacósicas
es cualidad imprescindible de una mujer haber cumplido los cincuenta años. Las
señoras psitacósicas son esos seres irresistibles que se hacen un lío para
cruzar las calles; que van todos los años a Alhama de Aragón, y todos los
domingos al café, y todas las tardes de visita; que no dejan nada sin comentar
ni censurar; que quieren aprender todos los puntos de crochet existentes en el
globo; que pagan sus malos humores con la criada de Arganda o con el chófer
poligloto y que parecen puestas en el mundo para que no se extingan los gatos y
los loros; a causa de esto último son denominadas por mí señoras psitacósicas.
Finalmente —y por exclusión de los otros tres— hemos llegado
al cuarto grupo de mi división del sexo femenino: el llamado, sencillamente,
mujeres.
Mujeres sois las que me escucháis; mujeres son las que,
perteneciendo al sexo femenino, no tienen ningún punto de contacto con las
muchachas-bombillas, las individuas-tanques y las señoras psitacósicas.
Decir mujer es decirlo todo; porque ya no se puede decir
nada mejor.
Por eso, y porque aún quedan cosas inéditas que decir de
ella, es por lo que he elegido la mujer como tema para esta charla.
Acaso lo que mejor convenga para empezar sea definir a la
mujer...
Pero... ¿cómo definir lo desconocido? ¿Quién es el guapo que
se lanza a definir lo que no conoce?
Porque a la mujer no se la conoce nunca. No obstante,
puestos a tratar de ella, hay que definirla y si mi propósito fuera hacer un
trabajo científico definiría a la mujer de esta manera:
«Se llama mujer a una planta de flor polipétala, que sirve
para quitar el dolor de cabeza, pero que, usada con excesiva frecuencia, llega
también a producirlo. Su origen es antiquísimo, y parece ser que nació, en
unión de todo lo creado, en el conocidísimo jardín "Paraíso
Terrenal", que estuvo enclavado en la Mesopotamia. Más tarde, la mujer se
extendió por el resto del mundo, donde se multiplicó considerablemente, pues es
capaz de desarrollarse en todos los climas, aunque su cultivo es complicadísimo
y muy delicado. La mujer española, una de las variedades más encomiadas de
dicha planta, es graciosa, flexible, tiene un olor exquisito y penetrante, y
dan ganas de comérsela, aunque no es comestible, porque es indigesta. Los
salvajes llamados antropófagos se comen a la mujer y no sufren indigestiones,
porque están acostumbrados a las comidas fuertes; también se comen al animal
llamado hombre, que no hay quien lo atraviese, y les sienta a maravilla. La
mujer es una planta que no se cría nunca en la soledad; por el contrario,
necesita para subsistir reunirse en abigarrados grupos, y cuando se halla en
este estado, produce un endiablado ruido de hojas, denominado por los
naturalistas CONVERSACIÓN. Los lugares en que se encuentran reunidas las
plantas de que nos ocupamos reciben el nombre de TIENDAS y ALMACENES, y la
conversación es tan fuerte e incesante, que su ruido hace huir a animales tan feroces
y arrojados como el hombre.
A pesar de su afán de reunirse con sus congéneres, la planta
en cuestión las ama muy poco, y se nota en ella que se cree superior y más
linda y olorosa que sus semejantes. Hemos dicho que su cultivo requiere mucho
cuidado. Como es débil y frágil, hay que preservarla de los vientos huracanados
y de multitud de enfermedades que la acechan constantemente, tales como el
histerismo, la soberbia, la coquetería, la memez, la literatura, el deseo
inmoderado de lujo, la superficialidad, la vagancia y la sospecha de no ser
comprendidas, y puede afirmarse que ésta es la peor de todas las dolencias. Los
frutos de esta planta son masculinos y femeninos, y se conocen por niño y niña.
El instinto de reproducción es muy particular en la mujer, porque siendo una
planta, no se vale de otras de su especie para reproducirse, sino que para
lograrlo se une con el animal que conocemos por HOMBRE. Como toda persona
sensata comprenderá, estas uniones absurdas suelen dar pésimos resultados y
traer muy malas consecuencias.»
He aquí la definición que yo haría de la mujer si mi
propósito fuera hacer un trabajo científico; pero como mi propósito no es hacer
un trabajo científico, sino entretenernos un rato, no defino a la mujer de
ninguna manera.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 64-77
—Diré —y repetiré—, eso sí, que, por lo pronto, si sufrimos
con el espíritu, si la melancolía nos envuelve, si sentimos el vértigo que da
el asomarse al precipicio del más allá, si hemos perdido la fe en nosotros
mismos y en los que nos rodean, si nos martiriza el dolor de estómago..., no
hallaremos ningún remedio mejor que el que proporciona una cita con una mujer
amada. Ninguno.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 79
No podré decir si yo estaba enamorado o no de aquella mujer.
El amor es un sentimiento demasiado confuso; el amor se confunde a menudo con
la demencia precoz, con el tedium vitae del latino y con la necesidad —innata
en el hombre— de comunicarle a alguien a diario sus pensamientos por medio de
la palabra articulada.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 92
Todas las mujeres de nuestra época viven envenenadas por el
lujo, hasta las que subsisten lujosamente.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 92
—Amanda querida: vuelve en ti; no te dejes arrastrar por los
espejismos del siglo. El mundo y la vida humana se basan en la desigualdad.
Siempre ha habido, y habrá, pobres y ricos, enfermos y sanos, malos y buenos.
Tú y yo, que hemos nacido para buenos y para sanos, no hemos nacido para ricos.
Y si nos empeñásemos en serlo, sólo lo conseguiríamos a fuerza de ensuciar la
honra. Vuelve en ti, Amanda mía. Corrígete, querida Amanda. Tú eres una mujer
buena y honesta. No pienses en esas cosas funestas y corruptoras.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 93
—¡Ah! Los hombres sois unos seres superficiales, que nunca
comprenderéis la nobleza que encierra un alma de mujer...
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 94
Un día, al principio de nuestro paseo habitual por la
ciudad, Amanda volvió a sus antiguas costumbres; me obligó a detenerme delante
de doce joyerías, suspirando profundamente por las trescientas veintinueve
joyas expuestas; me habló largamente de la vieja aristocracia europea y de la
naciente aristocracia americana:
—¡Ser rica! —gimió—. ¡Viajar, conocerlo todo, pasar la vida
sin renunciar a un goce ni a un placer! ¡Ay! Querría erguirme de pie en el Polo
Norte, y desde allí abarcar con mi vista todo el planeta y saber que me
pertenecía por entero.
Me quedé lívido. Nunca su afán de lujo y su deseo de vida
brillante habían estallado con más violencia ni de modo más repugnantemente
literario. Me apresuré a cortar el incendio con el extintor de mis frases de
siempre:
—Amanda, te he dicho otras veces que pienses en nuestros
futuros hijos y que...
Pero Amanda me respondió:
—Al amar el lujo, al desear una vida brillante, yo,
inconscientemente, pienso en mis hijos. Lo dice Marañón.
—¿Cómo? —aullé.
—Eso. Que lo dice Marañón. En su última teoría.
Pedí explicaciones. Me las dio. Conocía la última teoría de
Marañón, y vi que correspondía, en efecto, a cuanto Amanda indicaba. Según el
famoso médico, la mujer que busca un hombre rico para esposo, no lo busca por
vestir caro y viajar más caro y lucir joyas magníficas; lo hace
—inconscientemente, eso sí— pensando en los hijos futuros,
preparándoles una existencia fácil, soñando con la comodidad de ellos...
Quedé pensativo y silencioso. Marañón acababa de quitarme
toda mi fuerza sobre Amanda.
—Entonces —murmuré al fin— cuando tú te detienes en una
joyería, ¿piensas en nuestros futuros hijos?
—Sí.
—¿Y cuándo me dices que te gustaría tener un «Rolls»?
—También pienso en los hijos futuros.
—¿Y cuándo me dices que te gustaría que te abonase al teatro
los martes...?
—También; todo por los hijos.
Y agregó:
—¡Ah! Los hombres sois unos seres superficiales, que nunca
comprenderéis la nobleza que encierra un alma de mujer...
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 94
Toda cosa que es verdad es siempre increíble.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 123
Por lo demás, está comprobado que cada ciudad ofrece al
viajero que llega por primera vez una sensación distinta, una observación
particular. Así, en Holanda, al entrar en Rotterdam, uno nota que está oscuro y
huele a queso, las ciudades de Italia dan la sensación de que se ha llegado
demasiado temprano y que la gente aquel día todavía no ha tenido tiempo de peinarse.
En Francia —exceptuando París—, al ver por primera vez el aspecto de las
personas y de las cosas, uno piensa: «Aquí no hay más dinero que los 2.600
francos que yo llevo, y hasta que no me los saquen no paran.» En cambio, París
nos hace pensar que con los 2.600 francos no vamos a tener bastante ni para
tomar café.
Al llegar a Bélgica y a Dinamarca, la idea que asalta es la necesidad imprescindible en que está uno de comprarse una bicicleta. En Londres, la primera impresión es la de que todo el mundo ha salido a la calle a buscar a un médico. Recorriendo Estados Unidos se piensa que aquello se halla todavía en proyecto, y no puede uno por menos de decirse: «¡Menudo país va a ser éste el día que se inaugure!» En el Brasil, no sé por qué, al llegar espera uno siempre encontrarse un cocodrilo debajo de la cama del hotel. La Costa Azul choca porque toda ella es de color rosa. En España, antes de la guerra, se notaba al llegar de fuera que la gente tenía muy mal humor y que se hablaba demasiado alto. Portugal ofrece la sensación de que todo aquel con quien entablamos diálogo nos está metiendo camelos. En Marruecos, la única idea que le domina a uno es la de tumbarse en un diván y tomarse un té de hierbabuena mientras se frota uno la cara con azahar. Y en la Argentina... Al llegar a Buenos Aires, las dos cosas que más extrañan en ese primer período de observación son comprobar que todas las mujeres llevan faja y ver que la circulación en las calles se hace por la izquierda.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 138
Nadie en mi familia ha sabido hablar nunca, si se exceptúa
un loro de mi abuelo, que llegó a decir claramente «espatadanzari». En cambio,
mi abuelo no logró decirlo bien en setenta años, por lo cual siempre miró a
aquel loro con respeto.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 138
Nadie en mi familia ha sabido hablar nunca, si se exceptúa
un loro de mi abuelo, que llegó a decir claramente «espatadanzari». En cambio,
mi abuelo no logró decirlo bien en setenta años, por lo cual siempre miró a
aquel loro con respeto.
Los directores insistieron amablemente:
—Bueno, pero para el micrófono, puede usted escribir, y leer
luego lo escrito...
—¡Caballero...! Es que tampoco sé leer.
Me miraron fijamente, atentamente, como si yo fuese una
erupción del Vesubio o un microbio nuevo.
—¿Que no sabe leer?
—Que no sé leer. Y, en fin, señores directivos, claramente
explicado, para no prolongar demasiado esta escena tan dolorosa; la verdad es
que no sé hablar ni leer, porque no sé pronunciar.
Se echaron hacia atrás en sus sillones, estupefactos. Uno de
ellos, el más grueso, se pasó el pañuelo por la frente con angustia.
—¡No sabe pronunciar...! Jamás he oído nada parecido —
gimió.
—No sé pronunciar, amigos míos.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 138
A mí el alcohol sólo me gusta en fricciones, pero me
friccionaré el estómago por dentro para celebrar este triunfo. ¡¡Es increíble!!
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 147
La mujer que, de acuerdo con nuestras teorías, encuentre un
hombre que sea indiferente y apasionado, antiartista y artista, sucio y limpio,
indolente y activo, inexperto y experto, soso e ingenioso, tacaño y generoso,
triste y alegre, grosero y galante, débil y fuerte, rico y pobre, feo y guapo,
tonto e inteligente, pueda ufanarse —con razón— de haber topado con el marido
ideal, y entonces... Entonces ya no le queda sino casarse.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 150
En cuanto a las condiciones que debe reunir un hombre para
ser un buen marido, son veintiséis, y todas ellas contradictorias.
Helas aquí. El marido debe ser:
Inteligente, porque —como ya hemos dicho algunas veces—
el matrimonio es un viaje demasiado largo para hacerlo en
mula; y tonto, porque a un tonto se le lleva siempre por donde una quiere.
Guapo, porque para convivir toda la vida con una persona es
muy conveniente que esa persona disfrute de un rostro agradable; y feo, porque
así no existe el peligro de que las demás mujeres se enamoren de él, ni de que
él viva enamorado de sí mismo.
Pobre, porque la riqueza material es susceptible de
perderse, pero la riqueza que nace del trabajo, ésa es eterna; y rico, porque
es muy bonito tener un marido que se gana la vida trabajando; pero es mucho más
bonito que no tenga necesidad de ganarse la vida y le abra a su mujer una
cuenta corriente del millón y medio.
Fuerte, porque el hombre debe ser hombre y estar en
condiciones de defender a los suyos si llega el caso; y débil, porque de esta
manera, cuando surja una discusión, la esposa pueda arrimarle cinco estacazos
en la nuca y quedarse dueña de la situación y de la casa.
Galante, porque ¡es tan agradable para una mujer ser siempre
la amante idolatrada de su marido!; y grosero, porque ¡es tan hermoso eso de
tener siempre un motivo para pedir la separación!
Alegre, porque conviene que el marido posea la suficiente
cantidad de optimismo para licuar el hielo de las tristezas conyugales; y
triste, porque así se le puede decir en un momento dado: «Me voy a paseo: a tu
lado se muere una de asco», y marcharse a divertirse unas horas.
Generoso, porque ésa es la cualidad masculina que regala los
vestidos y las joyas sin poner peros; y tacaño, porque ésa es la cualidad
masculina que justifica todas las extralimitaciones de la esposa. Basta con
explicarle al juez: «Era un tacaño irresistible.»
Ingenioso, porque al lado de un hombre ingenioso, la vida se
renueva a diario; y soso, porque no teniendo él ingenio, el ingenio de la mujer
burla mucho más.
Experto, porque al marido experto no le interesan ya las
aventuras fuera del hogar; e inexperto, porque así la experiencia de la mujer
es el hilo que mueve los resortes de su voluntad.
Activo, porque la felicidad en el hombre es la base del
éxito, e indolente, porque un hombre indolente nunca se sentirá con fuerzas
para oponerse a los caprichos y deseos de su mujer.
Limpio, porque la felicidad matrimonial se apoya en
cimientos de higiene; y sucio, porque con un marido sucio, la mujer tiene libre
todo el día el cuarto de baño.
Artista, porque el contacto con el arte y con el artista lo
embellece y lo ilumina todo; y antiartista, porque el que ama el arte, relega a
un segundo término a la mujer.
Apasionado, porque ¿cómo ha de ser dichoso en el matrimonio
aquel que no hace del matrimonio un apasionamiento?; y frío, porque un marido
así molesta mucho menos.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 149
Ésas son las veintiséis condiciones contradictorias que debe
reunir el hombre para ser buen marido. La mujer que, de acuerdo con nuestras
teorías, encuentre un hombre que sea indiferente y apasionado, antiartista y
artista, sucio y limpio, indolente y activo, inexperto y experto, soso e
ingenioso, tacaño y generoso, triste y alegre, grosero y galante, débil y
fuerte, rico y pobre, feo y guapo, tonto e inteligente, pueda ufanarse —con
razón— de haber topado con el marido ideal, y entonces... Entonces ya no le
queda sino casarse.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 150
Entonces le advertiré que mi Manolo está loco perdido por su
Luisita.
—¿Sí? ¡Hay que ver! (Asombro en la familia de la novia.) La
madre dirá:
—Algo de eso me figuraba yo, porque llevo diez años
acompañándoles al cine, y ellos nunca compraban más que una butaca para los
dos.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 152
—¿Y el novio, se casa por dinero o por amor?
—Se casa por amor al dinero.
—¿Cómo se casan?
—Él de etiqueta, y ella, de blanco.
—¿Y cuándo son los dichos?
—Según parece después de los hechos.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 154
—¿Por qué lloras, mujer? Acuérdate de que también nos
casamos tú y yo.
—¡Pero si precisamente lloro porque me acuerdo de eso!
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 156
—Fernando, piénsalo bien. Aún estás a tiempo, la huida es
fácil.
Tengo ahí fuera un automóvil, en el bolsillo un pasaporte
para Cuba.
¡Ánimo y te librarás todavía!
Pero Fernando está decidido a casarse, y rehúsa el apoyo de
aquella alma grande.
—No, no.
Y añade, señalando a la novia:
—¡La adoro!
El amigo se oculta entre la multitud limpiándose una lágrima
y susurrando:
—¡Pobre! No tiene salvación. ¡Se hunde solo!
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 157
Un convidado ingenuo se acerca a los novios para
preguntarles distraído:
—¿Y ustedes tienen plan para esta noche?
Carcajada general y mutis avergonzado del distraído.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 158
Un señor que ha vivido mucho y que no se ha casado nunca
abraza al novio estrechamente:
—¡Enhorabuena! ¡Pero enhorabuena de verdad! El matrimonio es
el estado ideal del hombre, porque sólo los que se casan están en condiciones
de separarse.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 158
La perspectiva de morirme de hambre enfrente del escaparate
de una salchichería me ponía el corazón como una pasa de Corinto. No es que me
importase mucho morirme, porque ni en la infancia, ni en la juventud le importa
a uno gran cosa la muerte, sino que por aquel tiempo mi ideal de muerte era
fallecer luchando contra los pieles rojas. Y cuando meditaba sobre ello me
apresuraba a estudiar matemáticas. Inútilmente. No había nacido para aquello.
Me perdía el exceso de imaginación. Y cuando me hablaba de números primos, yo
me imaginaba unos números con cara de idiotas. Cuando leía: uno elevado al
cubo, veía a un individuo sacando agua de un pozo. Y cuando me preguntaban
extracción de raíces, me figuraba a un dentista ocupado en dar tirones de una
muela. Imposible, imposible... Si las matemáticas habían de influir en mi alimentación
yo estaba condenado a morir con el estómago vacío. Y en mi agonía, en lugar de
gritar como Goethe: «¡Luz, más luz!», yo moriría gritando: «¡Filetes, más
filetes!»
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 160
¿Cómo he podido vivir sin saber matemáticas? Lo ignoro.
Únicamente me explico el fenómeno haciéndome el razonamiento de que la vida
guarda lecciones insospechadas para enseñarnos lo que no aprendimos en los
libros.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 161
Tiene tal importancia en España ser torero, que no me
resisto a callarme lo que me sucedió con Manuel López. ¿Ustedes no conocen a
Manuel López? ¡Parece mentira! Sin embargo, si López, en lugar de Manuel se
llamase Matías, le conocería todo el mundo. Y es que el chocolate también deja
sentir su influencia en España. Pues Manuel López, un hombre perfectamente
desconocido, con el que hice estrecha amistad en el tope de un tranvía de la
Fuentecilla, estaba empleado de matarife en el Matadero municipal. Era una
buena persona, incapaz de matar una mosca. Pero se puede ser incapaz de matar
una mosca y ser capaz de matar toros y vacas. Manuel López volvía todos los
días a su honrado hogar llevando sobre la conciencia la muerte, unas veces de
veinte vacas y otras de quince toros. Al encontrarle, yo le preguntaba siempre:
—¿Qué, cuantos han caído?
—Diecinueve, don Enrique —me contestó una tarde.
—¡Qué barbaridad! ¿Los mata usted con gases asfixiantes?
—No, señor. Los mató a fuerza de brazo. Es un trabajo
penoso. Y, ya ve usted; no me da bastante para vivir. Como tengo tanta
familia….
—Sí que es doloroso.
—Ayer me nació otro niño. Y, por mi parte, sé lo que me toca
hacer. A más niños que me nacen, más toros que asesino. Pero no basta, no
basta. Una casa es un gasto terrible...
Quedé pensativo. Me interesaba resolver el problema
económico de mi amigo. Por fin me di un golpe en la frente. Era que acababa de
ocurrírseme la idea salvadora.
—Ya está —le dije—. Todo consiste en que se haga usted
tarjetas, poniendo en ellas la profesión, que es la de matar toros. Con ese
sencillo ardid sus ganancias aumentarán extraordinariamente.
Abrió los ojos con asombro.
—¿Es posible?
—Lo es.
Y al otro día le entregué un ciento de tarjetas en las
cuales había mandado estampar lo siguiente:
MANUEL LÓPEZ
MATADOR DE TOROS
A partir de aquel momento, Manuel López cobró miles de
pesetas por hacer lo mismo que antes le valía docenas de reales, porque en su
tarjeta ponía matador de toros, y a un matador de toros no se le puede pagar
igual que a un matarife, aunque entre el matarife y el matador de toros no
exista, en realidad, más que una diferencia: la de que el matarife los mata sin
hacerlos sufrir y con un fin útil. Y es que al torero se le da en España más
importancia de la que tiene.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 168
—Oiga usted, ¿qué es el esperanto?
—Un idioma universal.
—¿Y quién lo habla?
—Pues, mire usted. No lo habla nadie en todo el universo.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 171
Lo más difícil en el arte de escribir es escribir
sencillamente.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 177
España es un país en el que se protesta de todo. En lugar de
corregir los propios defectos, que es el sistema de que los defectos ajenos se
corrijan, se protesta. Y se protesta no sólo de los defectos, sino de las
leyes, de las costumbres, de los regimientos, de todo lo constituido. Alguien
decide que se baje de los tranvías por la izquierda. Protestas. Un camarero
deja el vaso escaso de líquido para que no se caiga.
Protestas. Se habla de suprimir el piropo. Protestas. Se oye
piropear por las calles. Protestas. Un guardia detiene a unos transeúntes para
que pasen unos automóviles. Protestas. El mismo guardia —o cuñado suyo, también
guardia— detiene unos automóviles para que pasen unos transeúntes. Protestas.
Un gran escritor, un gran filósofo vive sin que su gloria y su valer sea
reconocido. Protestas. Se le hace un homenaje nacional a ese caballero.
Protestas. Se oye mal la radio. Protestas. Se ruega un subsidio de los
radioyentes para contribuir a que la radio se oiga bien. Protestas. Todo el
mundo protesta de todo. Y se protesta del que ha protestado. Y se protesta de
que no proteste nadie. España, país esencialmente católico, es el más
protestante.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 189
Conozco a mis compatriotas, y el público que se ha reído y
disfrutado de lo lindo con una comedia cómica, cuando cae el telón sobre el
tercer acto se pone el abrigo pronunciando estas incomprensibles palabras:
¡Pche! Una gansada más. Se ríe uno de puro idiota. Cualquiera va a convencer a
ese público de que lo idiota no divierte ni hace reír. Que para divertirse y
hacer reír hace falta ser más listo que el que ríe y el que se divierte.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 190
Nada existe, pero existe todo en la nada (¡qué frase tan
caótica!).
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 196
El hombre y la mujer subsisten una serie de años haciendo
siempre las mismas cosas, cuando un día hacen, de pronto, una cosa nueva:
bostezar. Pero a ese primer bostezo siguen tantos otros, que incluso llega un
momento en que también se cansan de bostezar. ¿Qué ha ocurrido? Sencillamente,
señores, que ha nacido el aburrimiento, monstruo más terrible que el propio
diplodocus y que el propio ictiosaurio.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 197
Recomiendo los chalecos de fantasía siempre que sean
fantásticos.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 203
Sólo practican bien el ocultismo aquellos que ocultan que
son ocultistas.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 210
Contando con que existió una Edad de Piedra, todos los
humanos descendemos de picapedreros.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 210
Hay restaurantes donde es tan frecuente dar gato por liebre,
que para cazar ratones tienen conejos amaestrados.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 210
TALENTO. — Cosa que todo el mundo elogia, pero que casi
nadie paga.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 212
AMOR. — Sistema de espejos colocados de tal manera que,
estando solos nos parece que estamos acompañados.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 212
El miedo al peligro hace arrostrar los mayores peligros.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 221
Al amor, al baño y a la tumba se debe ir desnudo.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 222
En amor, cada ser que hiere a otro no hace sino vengar una
herida anterior recibida en su propio cuerpo.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 222
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 212
La vida es inevitable.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 222
Lo único que no se ve es lo que está al alcance de la vista.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 222
Frecuentemente el que admira, admira para que le admiren por
su admiración.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 226
El que no hace alguna cosa por falta de tiempo es porque
jamás tendría tiempo suficiente para hacerla.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 227
Lo que se lee sin esfuerzo ninguno, se ha escrito siempre
con un gran esfuerzo.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 230
Si la locura doliese, en todas las casas se oiría algún
grito de dolor.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 232
Educar a los ricos es inútil, y educar a los pobres,
peligrosísimo.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 232
El animal sufre, luego tiene razón.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 232
Adán era de color negro: Eva era de color blanco; la unión
de ambos ha producido una humanidad gris.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 232
El éxito adormece; el fracaso excita.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 232
Al que no tiene éxito, todo éxito le parece injusto.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 232
Todo arte es una mentira hermosa.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 233
El oxígeno que se respira en la Patria es distinto a todos
los demás.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 233
Inmortal realmente tiene que ser España para no haber
sucumbido ya a tanto daño como le han hecho, al través de la Historia, los
españoles.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 234
La imaginación falla cuando se trata de calcular los
sufrimientos ajenos.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 234
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 212
Historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió,
pero ignoramos si es exactamente lo que sucedió.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 234
La democracia dice amar la paz. ¿Es por amor a la paz por lo
que la democracia ha estado siempre en guerra contra alguien?
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 248
¡Ah, experiencia...! ¿Para qué existes, si sólo llegas
cuando la vida empieza a despachurrarnos por fuera y por dentro?»
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 277
Tenía la elegancia de los ciervos jóvenes y era rubia como
una mujer rubia. Sus ojos, aparte de rímel, no tenían nada de particular; pero
la dama me fue simpática en el acto porque se sentó encima de mi sombrero y no
me pidió perdón.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 280
Pero cuando todavía no había llegado a formarme una opinión
bien concreta acerca de ello se sentó en la mesa de al lado una dama recién
venida.
Tenía la elegancia de los ciervos jóvenes y era rubia como
una mujer rubia. Sus ojos, aparte de rímel, no tenían nada de particular; pero
la dama me fue simpática en el acto porque se sentó encima de mi sombrero y no
me pidió perdón.
Se limitó a decir, cogiendo el ultrajado frégoli:
—¡Lo he hecho un higo!
Yo dije:
—Así está más bonito.
Ella repuso:
—Peso sesenta kilos.
Y yo exclamé:
—Pues para sesenta kilos se ha chafado poco.
—Es que antes de comer peso kilo y cuarto menos.
Desde ese momento la conversación continuó sin desmayos.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 280
El bacalao ha dado a Escocia una fama un poco odiosa y
excesivamente salada. Sin embargo, Escocia es un país muy dulce, y el hombre
que ha leído una estrofa de Byron a la orilla de un lago escocés se convierte
fatalmente en un romántico o en un reumático.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 234
Al pasar por el rellano, el soldado, que era un alma
ingenua, le ofreció otra vez su paquete de cigarrillos, pero el príncipe no
reparó en el gesto de aquel fiel servidor.
Quien reparó fue el «mayor» Edgard Mac Avendish, allí
presente, el cual se apresuró a ordenar el encierro del soldado en un castillo
de la costa por haber tenido la osadía de dirigirse al príncipe con un paquete
de cigarrillos en la mano. Y años después, cuando la revolución asoló el reino,
el soldado, hallado preso en el castillo por las turbas, fue nombrado jefe de
la rebelión por su clara conducta antidinástica, lo que, a su vez, le valió el
ser pasado por las armas cuando, tiempo más tarde, sobrevino la restauración.
Él, por su parte, murió sin conocer exactamente sus ideas políticas. Ya
adivinaréis...
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 287
A los postres comprendimos ambos que había que hablar de
amor.
—¿Tiene usted forjado su ideal de mujer? —exclamó audazmente
ella.
—No. Soy tan perezoso... Y, luego, este año apenas he
utilizado el cerebro. ¿Y usted su ideal de hombre?
—Tampoco. Vivo muy de prisa y no tengo tiempo para nada.
—¿Le gustaría a usted yo, señora?
—¡Pchs! —murmuró la dama.
Y en seguida añadió:
—Y a usted, ¿le gustaría yo?
Yo, por toda respuesta me alcé de hombros.
—Hemos nacido el uno para el otro —respondió la dama
levantándose.
—Es indudable —repliqué.
Y pasamos al boudoir, como es la obligación.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 299
—Señora; yo no pienso nada. Todo lo acepto con la sonrisa de
imbécil en los labios. ¿El amor? ¿La muerte? ¿La sorpresa? ¿El reúma? Todo para
mí tiene la misma significación y lo resumo en una sola palabra: camelancias.
He viajado, he comido en los grandes «Palaces» europeos y americanos y he echado
más de una perra gorda en esas máquinas que le adivinan a uno el porvenir. ¿Qué
puede sorprenderme ya, como no sea el hecho de que alguien me preste dinero? En
la vida moderna todo es humo, gasolina y foie-gras.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 303
Al andar inclina considerablemente el cuerpo, como si harto
de no encontrar la verdad en el mundo, quisiera encontrarla ya en la tumba.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 308
—Creo ver a su padre —murmuró Rondó haciendo retroceder su
memoria.
—Refinado, culto, gran lector y gran conversador, jugador
flemático y mujeriego insaciable, mi padre irradiaba simpatía, y se le buscaba,
se le reclamaba; no ha existido hombre que tuviese tantos amigos y que hubiese
amado más mujeres. Como toda persona dedicada exclusivamente al placer dejaba a
su paso manantiales de lágrimas; él, por su parte, nunca volvía atrás la
cabeza. Nuestras relaciones eran muy superficiales; realmente habíamos
invertido los términos, y mientras él resultaba ser el hijo alocado y versátil,
yo pasaba a ser el padre sereno y razonador. En pocas palabras: le quería, pero
le tenía por un hombre sin seso, aunque no dejaba de encontrar gracia en aquel
vivir suyo tan descentrado.
—En suma —exclamó Rondó— que era un superficial; o lo que es
lo mismo, que sabía vivir.
Enrique Jardiel Poncela
La mujer como elemento indispensable para la respiración, página 310
—¡Bah! —exclama—. En el mundo no hay nada demasiado serio.
El tiempo es fuego y lo devora todo.
Enrique Jardiel Poncela
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Al llegar a Bélgica y a Dinamarca, la idea que asalta es la necesidad imprescindible en que está uno de comprarse una bicicleta. En Londres, la primera impresión es la de que todo el mundo ha salido a la calle a buscar a un médico. Recorriendo Estados Unidos se piensa que aquello se halla todavía en proyecto, y no puede uno por menos de decirse: «¡Menudo país va a ser éste el día que se inaugure!» En el Brasil, no sé por qué, al llegar espera uno siempre encontrarse un cocodrilo debajo de la cama del hotel. La Costa Azul choca porque toda ella es de color rosa. En España, antes de la guerra, se notaba al llegar de fuera que la gente tenía muy mal humor y que se hablaba demasiado alto. Portugal ofrece la sensación de que todo aquel con quien entablamos diálogo nos está metiendo camelos. En Marruecos, la única idea que le domina a uno es la de tumbarse en un diván y tomarse un té de hierbabuena mientras se frota uno la cara con azahar. Y en la Argentina... Al llegar a Buenos Aires, las dos cosas que más extrañan en ese primer período de observación son comprobar que todas las mujeres llevan faja y ver que la circulación en las calles se hace por la izquierda.
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